Espacio revelación (19 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Espacio revelación
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Encontró un taburete junto a la barra y pidió un vodka, recordando que en el bolsillo guardaba un hiposulfito que le devolvería la sobriedad en cuanto fuera necesario. Estaba resignada a tener que esperar largo y tendido a que apareciera la recluta. Por lo general esto la habría impacientado, pero para su sorpresa (y a pesar de su entorno), se sentía relajada y atenta; de hecho, se sentía mucho mejor que en meses, aun sabiendo que la nave se disponía a partir rumbo a Resurgam. Quizá, esto se debía a que el aire estaba salpicado de productos psicotrópicos. Se sentía bien estando de nuevo entre humanos, aunque fueran los especímenes que frecuentaban el bar. Durante varios minutos observó sus animados rostros, absortos en conversaciones que no podía oír, imaginando las anécdotas que relataban sobre sus viajes. Una joven acercó los labios a una pipa de agua y exhaló un largo chorro de humo antes de empezar a reírse a carcajadas mientras su compañero acababa de contarle un chiste. Un hombre calvo, con un dragón tatuado en la cabeza, se jactaba de haber volado por la atmósfera de una gigante de gas sin piloto automático, mientras su mente configurada por los Malabaristas solucionaba ecuaciones de flujo atmosférico como si lo hubiera hecho desde que nació. Otro grupo de Ultras, con un aspecto espectral debido a la iluminación azulada que se proyectaba sobre su mesa, jugaba exaltado a los naipes; cuando uno de ellos tuvo que pagar su deuda perdiendo una rasta, sus amigos lo sujetaron mientras el ganador cortaba su premio con una navaja.

¿Qué información tenía de Khouri?

Volyova cogió la tarjeta de su bolsillo y la dejó discretamente en la palma de la mano para echarle un último vistazo. Aparecía su nombre, Ana Khouri, junto con unas concisas líneas de datos biográficos. No había nada en ella que la hiciera destacar en un bar normal y corriente… aunque en un lugar como éste, la mediocridad podía tener ese mismo efecto. A juzgar por la fotografía, sólo parecía estar un poco más fuera de lugar que Volyova, si eso era posible.

De todos modos, no podía quejarse, pues Khouri parecía una candidata sumamente apropiada para el puesto vacante. Volyova había examinado las redes de información que quedaban en el sistema (aquellas que todavía funcionaban tras la plaga) para elaborar un listado de individuos que podían adaptarse a sus necesidades. La lista había incluido a Khouri, una antigua soldado de Borde del Firmamento, pero como le había resultado imposible encontrarla, hacia decidido renunciar y centrarse en otros candidatos. Ninguno de ellos tenía lo que andaba buscando, de modo que había proseguido con su búsqueda, sintiéndose más desesperada cada vez que descartaba a un nuevo candidato. En más de una ocasión, Sajaki le había sugerido que secuestrara a alguien (como si el hecho de reclutar a una persona bajo falsos pretextos no fuera también un crimen), pero eso habría sido demasiado aleatorio y no habría garantizado que encontrara a un recluta con quien pudiera trabajar.

Y entonces, como caída del cielo, había aparecido Khouri, diciendo que había oído que la tripulación de Volyova buscaba un nuevo tripulante y que ella estaba lista para abandonar Yellowstone. No había mencionado su pasado militar, aunque Volyova había supuesto que sólo estaba siendo prudente. Sin embargo, le extrañaba que sólo se hubiera acercado a ellos después de que Sajaki (siguiendo los protocolos estándar del comercio) hubiera anunciado el cambio de destino.

—Capitán Volyova, ¿es usted, verdad?

Khouri era pequeña, delgada y vestía con hosquedad, sin adscribirse a ninguna de las modas Ultra reconocibles. Llevaba el cabello sólo un centímetro más largo que Volyova; es decir, lo bastante corto para que quedara de manifiesto que su cuero cabelludo no había sido perforado por ninguna toma de entrada ni por ninguna interfaz de conexión neuronal… aunque eso no garantizaba que su cabeza no estuviera atiborrada de mecanismos. Su rostro era una combinación neutral de los genotipos que predominaban en su mundo natal, Borde del Firmamento; era armonioso sin ser impresionante. Tenía una boca pequeña, recta e inexpresiva, pero esa falta de sabor quedaba compensada por sus ojos, oscuros y prácticamente incoloros, que brillaban con una presciencia interna cautivadora. Durante una diminuta fracción de segundo, Volyova creyó que Khouri había logrado penetrar en su vergonzoso ovillo de mentiras.

—Sí —respondió Volyova—. Supongo que usted es Ana Khouri. —Hablaba en voz baja porque, después de haberla encontrado, lo último que deseaba era que cualquier aspirante a candidato que pudiera haber en el bar intentara unirse a la tripulación—. Tengo entendido que conectó con nuestro responsable de comercio con la intención de formar parte de la tripulación.

—Acabo de llegar al carrusel. Decidí intentarlo con ustedes primero, antes de probar suerte con las tripulaciones que se están anunciando.

Volyova olisqueó su vodka.

—Una estrategia extraña, si no le importa que se lo diga.

—Yo no lo creo. Las demás tripulaciones están recibiendo tantas solicitudes que sólo entrevistan a los candidatos a través de las simulaciones —bebió un sorbo de agua—. Yo prefiero tratar con humanos. Tan sólo se trataba de buscar una tripulación diferente.

—Oh —dijo Volyova—. La nuestra es muy diferente. Créame.

—¿Pero son comerciantes, verdad?

Volyova asintió con entusiasmo.

—Estamos a punto de acabar nuestros negocios en Yellowstone, aunque debo decir que no han sido demasiado productivos. La economía está en crisis. Probablemente regresaremos en un par de siglos para ver si las cosas han mejorado pero, personalmente, no me importaría no volver a pisar este lugar en mi vida.

—Entonces, si quisiera unirme a su nave, ¿tendría que decidirlo pronto?

—Bueno, creo que somos nosotros quienes deberíamos tomar esa decisión.

Khouri la miró fijamente.

—¿Hay otros candidatos?

—No estoy autorizada a hablar de ello.

—Supongo que los habrá. Es decir, Borde del Firmamento… tiene que haber muchísimas personas que quieran ir a ese lugar, aunque para pagar el viaje tengan que formar parte de la tripulación.

¿Borde del Firmamento? Volyova, maravillada por su suerte, intentó mantenerse seria. La única razón por la que Khouri los había buscado era porque creía que iban a ir allí. No se había enterado del cambio de destino anunciado por Sajaki.

—Hay lugares peores —comentó Volyova.

—Bueno, estoy ansiosa por saltar hasta el principio de la cola. —Una nube de plexiglás navegó sobre ellas, tambaleándose bajo su cargamento de bebidas y narcóticos—. ¿Qué puesto es exactamente el que está vacante?

—Sería mucho más sencillo que se lo explicara todo a bordo de la nave. ¿No habrá olvidado la bolsa para pasar la noche, verdad?

—Por supuesto que no. Quiero ese puesto.

Volyova sonrió.

—Me alegra saberlo.

Cuvier, Resurgam, 2563

Calvin Sylveste se había manifestado en su lujosa silla señorial en un rincón de la celda.

—Tengo algo interesante que contarte —dijo, acariciándose la barba—. Aunque no creo que vaya a gustarte.

—Hazlo rápido, por favor. Pascale no tardará en venir.

Su mirada de diversión se intensificó.

—La verdad es que se trata de Pascale. Estás muy encariñado con ella, ¿verdad?

—Eso no es asunto tuyo.

Sylveste suspiró. Desde un principio había sabido que eso provocaría una serie de dificultades. La biografía ya estaba a punto de completarse y, a pesar de su precisión técnica y del millar de formas en que se podía experimentar, seguía siendo lo que Girardieau siempre había querido que fuera: un arma astutamente diseñada de precisión propagandística. A través del sutil filtro de la biografía, no había ninguna forma de ver ningún aspecto de su pasado bajo una luz que no lo perjudicara; ningún modo de impedir que lo describiera como un tirano egomaníaco y obcecado, dotado de intelecto pero despiadado en su forma de utilizar a las personas que lo rodeaban. La verdad es que Pascale había sido muy inteligente: si Sylveste no hubiera conocido los hechos, habría aceptado el punto de vista de la biografía sin cuestionar nada, pues tenía el sello de la verdad.

Esto era algo bastante difícil de aceptar, pero aún resultaba más duro saber que gran parte de este nocivo retrato había sido moldeado a partir de los testimonios de personas que lo conocían. Y el principal de ellos, el más hiriente de todos, había sido el de Calvin. A regañadientes, Sylveste había permitido que Pascale accediera a la simulación de nivel beta. Lo había hecho bajo coacción, pero disfrutando de lo que en aquel entonces había creído que eran compensaciones.

—Quiero que me sea reasignado el obelisco —había dicho Sylveste—. Girardieau me prometió acceso al trabajo de campo si lo ayudaba a destruirme. He cumplido con mi parte del trato con elegancia. ¿No crees que va siendo hora de que el gobierno haga lo mismo?

—No será fácil… —había empezado a decir Pascale.

—No, pero tampoco será un drenaje masivo de recursos Inundacionistas.

—Hablaré con él —respondió, sin demasiada convicción—. Pero sólo si tú me dejas hablar con Calvin siempre que quiera.

Había pactado con el diablo. Sabía lo que estaba haciendo, pero había considerado que valía la pena, aunque sólo fuera para poder volver a ver el obelisco y no sólo la diminuta parte que habían desenterrado antes del golpe.

Y Nils Girardieau mantuvo su palabra. Tras cuatro meses de indagaciones, un equipo encontró la excavación abandonada y desenterró el obelisco. No lo hicieron extremando las precauciones, pero Sylveste tampoco lo había esperado; de hecho, le bastaba con que no lo hubieran roto en pedazos. Ahora, siempre que lo deseaba, podía invocar una representación holográfica en su habitación y ampliar cualquier punto de su superficie para examinarlo. El texto había resultado ser tan cautivador como complejo, y el imbricado mapa del sistema solar seguía resultándole enervantemente preciso. Ese mismo mapa parecía repetirse más abajo (demasiado para poder haberlo visto con anterioridad), pero a una escala mucho mayor, abarcando el conjunto del sistema hasta el halo cometario. Pavonis era un sistema binario: dos estrellas separadas por diez horas luz. Los amarantinos tenían esta información, puesto que habían trazado con claridad la órbita de la segunda estrella. Por un instante, Sylveste se preguntó por qué no habría visto nunca aquella estrella durante la noche: por muy débil que fuera su luz, tenía que ser mucho más brillante que la de cualquier otro astro que hubiera en el cielo. Entonces recordó que ya no brillaba, que ahora era una estrella de neutrones, el cadáver extinto de un astro que antaño había brillado intensamente en azul. Era tan oscura que no había sido detectada hasta después de que aparecieran las primeras sondas interestelares. Alrededor de la órbita de la estrella de neutrones se movía un grupo de graficoformas desconocidas.

No tenía ni idea de qué significaba aquello.

Además, en el obelisco había otros mapas similares, en los que se representaban coherentemente otros sistemas solares. ¿Cómo era posible que los amarantinos hubieran conseguido esos datos si carecían de una capacidad de viajar por las estrellas comparable a la de los humanos?

Puede que la pregunta principal fuera la antigüedad del obelisco. La capa de contexto sugería que tenía novecientos noventa mil años y que había sido enterrado mil años antes del Acontecimiento; sin embargo, para poder validar esta teoría necesitaba una estimación más precisa. La última vez que Pascale lo había visitado, le había pedido que realizara una medición TE del obelisco; tenía la esperanza de que le proporcionara una respuesta cuando regresara.

—Me resulta útil —le dijo a Calvin, que le dedicó una mirada de sarcasmo—. No espero que lo entiendas.

—Puede que no. De todos modos, aún no te he dicho qué he descubierto.

No serviría de nada demorarlo.

—¿Qué?

—Su apellido no es Dubois —Calvin sonrió, saboreando el momento—. Es Girardieau. Es su hija. Se han burlado de ti, querido.

Abandonaron el Malabarista y el Amortajado y accedieron a la sudorosa impresión de la noche planetaria del carrusel. Monos capuchinos delincuentes descendían de los árboles que se alineaban junto al paseo, listos para iniciar una sesión de raterismo prensil. Los tambores de Burundi resonaban desde algún lugar de su alrededor y las luces de neón serpenteaban entre las nubes ondulantes que colgaban de los rieles. Khouri había oído decir que a veces llovía, pero de momento no había experimentado esta parte concreta de verosimilitud meteorológica.

—Nos está esperando una lanzadera en el eje —dijo Volyova—. Sólo tenemos que coger un ascensor radial y cruzar la aduana.

El traqueteante aparato en el que se montaron carecía de calefacción y olía a orina. En su interior había un Komuso que llevaba la cabeza cubierta por un casco; estaba sentado en un banco, con aire pensativo, y tenía un shakuhachi apoyado en las rodillas. Khouri supuso que su presencia había hecho que otras personas decidieran esperar al siguiente ascensor de los infinitos que se desplazaban entre el eje y el borde.

La Mademoiselle estaba de pie junto al Komuso, con las manos cogidas detrás de la espalda. Llevaba una túnica de color azul eléctrico que llegaba hasta el suelo y el cabello recogido en un moño severo.

—Estás demasiado tensa —dijo—. Volyova sospechará que ocultas algo.

—Olvídame.

Volyova miró en su dirección.

—¿Ha dicho algo?

—Que aquí dentro hace frío.

Volyova tardó demasiado en asimilar aquella frase.

—Sí, supongo que sí.

—No es necesario que hables en voz alta —replicó la Mademoiselle—. Ni siquiera es necesario que vocalices. Lo único que tienes que hacer es imaginar que estás diciendo lo que quieres que oiga. El implante detecta los impulsos que se generan en la zona de habla. Vamos, inténtalo.

—Olvídame —dijo Khouri, o imaginó que decía—. Sal de mi cabeza. Esto no estaba en el contrato.

—Querida —respondió la Mademoiselle—, nunca ha habido ningún contrato, tan sólo un… ¿cómo debería decirlo? ¿Un acuerdo entre damas? —La miró a los ojos, como si esperara algún tipo de respuesta. Khouri se limitó a mirarla fijamente, colérica—. Oh, de acuerdo. Pero te prometo que regresaré muy pronto.

Desapareció de su vista.

—No sé si podré esperar —dijo Khouri, en voz baja.

—¿Disculpa? —preguntó Volyova.

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