Algo iba mal.
La actitud de Volyova no era la de alguien que intenta impresionar a un posible recluta. De hecho, parecía que no le importaba en absoluto lo que Khouri pensara. Khouri se giró a tiempo de ver al Komuso que había montado con ellas en el ascensor. Su rostro estaba escondido bajo el casco de mimbre que todos ellos llevaban y el shakulachi colgaba del arco de su brazo.
Khouri empezó a hablar, pero Volyova le ordenó guardar silencio.
—Bienvenida al
Nostalgia por el Infinito
, Ana Khouri. Acabas de convertirte en nuestro nuevo Oficial de Artillería. —Hizo una señal al Komuso—. ¿Podrías hacerme un favor, Triunviro?
—¿Algo en concreto?
—Noquéala antes de que intente matarnos.
Lo último que vio Khouri fue una mancha dorada de bambú.
Sylveste creyó oler el perfume de Pascale antes de que sus ojos la distinguieran entre la multitud que se agolpaba en el exterior del edificio de la prisión. Sin darse cuenta avanzó hacia ella, pero los dos fornidos milicianos que lo escoltaban lo detuvieron al instante. La multitud, acordonada por un anillo de seguridad, profería silbidos e insultos, pero Sylveste apenas los oía.
Pascale lo besó diplomáticamente, ocultando la unión de sus bocas tras su mano, envuelta en un guante de encaje.
—Antes de que me lo preguntes —dijo ella, con una voz apenas audible debido al alboroto—, no tengo ni idea de lo que está sucediendo.
—¿Nils está detrás de todo esto?
—¿Quién más podría ser? Sólo él tiene autoridad para sacarte de este lugar durante más de un día.
—Es una lástima que no haya tenido la amabilidad de impedir que regrese.
—Oh, te aseguro que lo haría… si no tuviera que aplacar a los suyos y a la oposición. Ya va siendo hora de que dejes de considerarlo tu peor enemigo, ¿sabes?
Accedieron a la calma estéril del coche que los esperaba: un pequeño vehículo de exploración de superficie adaptado, con cuatro ruedas en forma de globo en las extremidades de su cuerpo aerodinámico y el equipo de comunicación estibado en la esterilla negra del techo. Estaba pintado del color púrpura Inundacionista y mostraba las pendientes ondeantes de Hokusai en la parte frontal.
—Si no hubiera sido por mi padre —continuó Pascale—, habrías muerto durante el golpe. Te protegió de tus peores enemigos.
—Eso no lo convierte en un revolucionario demasiado competente.
—¿Y qué dice eso del régimen que consiguió derrocar?
Sylveste se encogió de hombros.
—Supongo que tienes razón.
Un guardia ocupó el asiento delantero, situado tras una partición de cristal blindado. Poco después empezaron a moverse entre la multitud, dirigiéndose hacia los límites de la ciudad. Dejaron atrás unos viveros y descendieron por una de las rampas que pasaban bajo el perímetro. Los acompañaban otros dos coches del gobierno que también eran vehículos de exploración de superficie modificados, aunque estaban pintados de negro y escoltados por postillones de la milicia enmascarados y con los rifles al hombro. Tras recorrer un oscuro túnel durante un kilómetro, el convoy llegó a una esclusa y se detuvo mientras el aire respirable de la ciudad era sustituido por la atmósfera de Resurgam. Los guardias permanecieron en sus puestos, deteniéndose sólo para ajustar sus mascarillas y sus gafas de protección. Instantes después, los vehículos volvieron a ponerse en marcha y ascendieron hacia la superficie, donde fueron recibidos por la oscura luz del día. Estaban rodeados de paredes de hormigón y avanzaban por un terreno estampado de luces rojas y verdes.
Un avión los esperaba en la plataforma, sobre un trípode de patines; la parte inferior de sus alas era tan brillante que dolía mirarla, pues ya había empezado a ionizar la capa de aire que tenía debajo. El conductor sacó unas mascarillas de un compartimiento del salpicadero y se las pasó por la bandeja de seguridad, indicándoles que se cubrieran el rostro con ellas.
—De todos modos, no es necesario —explicó—. El oxígeno se ha incrementado en un doscientos por cien desde la última vez que estuvo en el exterior de Ciudad Resurgam, Doctor Sylveste. Hay personas que han respirado esta atmósfera durante varios minutos sin haber sufrido ningún tipo de efecto a largo plazo.
—Deben de ser los disidentes de los que oigo hablar continuamente —comentó Sylveste.
—Los renegados a los que traicionó Girardieau durante el golpe. Los que se supone que se comunican con los líderes del Camino Verdadero en Cuvier. No los envidio. El polvo debe de obstruir sus pulmones casi tanto como obstruye sus mentes.
El escolta no parecía impresionado.
—Unas enzimas carroñeras procesan las partículas de polvo. Se trata de biotecnología marciana antigua. La humedad que bombeamos a la atmósfera permite que las partículas de polvo se unan en granos de mayor tamaño que no pueden ser transportados con tanta facilidad por el viento.
—Muy bien —Sylveste aplaudió—. Sin embargo, es una lástima que siga siendo una miserable cloaca.
Acercó la máscara a su rostro y esperó a que la puerta se abriera. Soplaba un viento moderado, poco más que una punzante abrasión.
Recorrieron con premura la distancia que los separaba de la nave.
El avión era un acogedor oasis de espacio y serenidad, cuyo suntuoso interior estaba pintado del púrpura gubernamental. Los ocupantes de los otros dos vehículos embarcaron por una puerta diferente, pero Sylveste alcanzó a ver a Nils Girardieau cruzando la plataforma. El hombre caminaba con un movimiento oscilante que se iniciaba en algún punto cercano a sus hombros, como un compás que fuera de punta a punta de un tablero de dibujo. Tenía cierto dinamismo, como un glaciar condensado en el volumen de un hombre. Minutos después de que desapareciera de su campo visual, el extremo visible del ala más próxima adoptó un tono violáceo, al quedar envuelta en un nimbo de iones frenéticos, y la nave abandonó la plataforma.
Sylveste se hizo con una ventana y contempló cómo Cuvier (o Ciudad Resurgam, como la llamaban ahora) menguaba ante sus ojos. Era la primera vez que veía este lugar en su totalidad desde el golpe, desde que la estatua del naturalista francés fue derribada. La vieja simplicidad de la colonia había desaparecido. Ahora, un espumarajo de humanidad se extendía de forma caótica hasta más allá del perímetro de la cúpula, y las estructuras herméticas se unían mediante carreteras y aceras cubiertas. Había diversas cúpulas aisladas de menor tamaño, con plantaciones de color verde esmeralda, y algunas franjas descubiertas de organismos experimentales dispuestas en formas geométricas que dolían a la vista.
Tras sobrevolar la ciudad, la nave viró hacia el norte. A sus pies se extendían abruptos cañones y de vez en cuando sobrevolaban una pequeña colonia que, por lo general, consistía en una cúpula opaca o un tugurio de formas aerodinámicas. El resplandor de las alas iluminaba momentáneamente todo aquello que tenían a sus pies, que en su mayor parte eran zonas salvajes carentes de carreteras, tuberías y líneas eléctricas.
Sylveste iba dando pequeñas cabezadas y, cada vez que abría los ojos, veía desiertos tropicales de hielo o paisajes de tundra importada precipitándose bajo sus pies. Cuando apareció una colonia en el horizonte, la nave empezó a deslizarse hacia el suelo trazando vagas espirales. Sylveste movió su ventana para tener una mejor perspectiva.
—Reconozco esta zona. Es donde encontramos el obelisco.
—Sí —respondió Pascale.
El paisaje era escarpado y prácticamente carecía de vegetación. Elevados arcos y pilares de piedra que parecían estar a punto de derrumbarse arruinaban el horizonte. Escaseaba el terreno liso, pues todo estaba cubierto de profundas fisuras, como un deshecho cauce calcificado. Sobrevolaron una corriente de lava solidificada y poco después aterrizaron sobre una plataforma hexagonal rodeada de edificios bajos y blindados. Era mediodía, pero el polvo del aire atenuaba la luz del sol con tanta fuerza que había sido necesario encender los focos de la plataforma. La milicia corrió hacia el avión, protegiéndose los ojos de la luz que emitía la sección inferior de la nave.
Sylveste cogió su máscara pero, tras pensárselo de nuevo, volvió a dejarla sobre su asiento. No necesitaba su ayuda para recorrer la breve distancia que lo separaba del edificio… y si la necesitaba, no permitiría que nadie lo supiera.
La tropa los escoltó hasta la estructura. Habían pasado años desde la última vez que estuvo tan cerca de Girardieau, y ahora le sorprendió lo pequeño que le parecía. Su constitución era similar a una máquina achaparrada de las que se utilizaban para la minería. De hecho, parecía ser capaz de abrirse paso entre basalto sólido. Su cabello pelirrojo, corto y de la textura del alambre, empezaba a blanquear, y tenía los ojos grandes y curiosos, como los de un perrito pekinés sorprendido.
—Extrañas lealtades —dijo, mientras uno de los guardias cerraba la puerta tras ellos—. ¿Quién habría pensado que tú y yo tendríamos tantas cosas en común, Dan?
—Menos de las que imaginas —replicó Sylveste.
Girardieau condujo al equipo por un pasillo estriado en el que se alineaban máquinas abandonadas y tan sucias que resultaban irreconocibles.
—Supongo que te estarás preguntando de qué va todo esto.
—Tengo mis sospechas.
Las carcajadas de Girardieau resonaron entre el equipo abandonado que los rodeaba.
—¿Recuerdas aquel obelisco que desenterraron en este lugar? Por supuesto… fuiste tú quien indicó la dificultad fenomenológica del método de datación TE usado en la roca.
—Sí —respondió, con aspereza.
Las implicaciones de la datación TE habían sido enormes. En esa geometría cuadriculada, ninguna estructura cristalina natural era completamente perfecta, porque en la cuadrícula siempre había agujeros en los que faltaban átomos. Los electrones se iban acumulando en ellos lentamente, hasta que eran eliminados del resto de la cuadrícula por el bombardeo de los rayos cósmicos y la radioactividad natural. Como los agujeros tendían a llenarse de electrones a un ritmo constante, la cantidad de electrones atrapados proporcionaba un método de datación que podía utilizarse en artefactos inorgánicos. Sin embargo, el método de datación TE sólo era útil si las trampas se habían vaciado en algún momento del pasado. Por ejemplo, las trampas externas del cristal podían blanquearse (vaciarse) con un simple disparo o exponiéndolas a la luz. El análisis de TE del obelisco indicaba que todas las trampas de la capa de la superficie habían sido blanqueadas a la vez, hacía novecientos noventa mil años… y era evidente que un objeto tan grande como ese sólo podía haber sido blanqueado por algo similar al Acontecimiento.
Aunque esta misma técnica había permitido descubrir miles de artefactos amarantinos construidos antes del Acontecimiento, sólo el obelisco había sido enterrado deliberadamente en un sarcófago de piedra después de haber sido blanqueado.
Después del Acontecimiento.
Durante el nuevo régimen, esta información había despertado un renovado interés por el obelisco y sus inscripciones. Ahora, en Cuvier se respiraba una nueva libertad pues, a pesar del creciente fanatismo de la oposición, el régimen de Girardieau había levantado algunas prohibiciones relativas a la investigación amarantina.
Extrañas lealtades, como había dicho Girardieau.
—En cuanto tuvimos una idea de lo que nos estaba diciendo el obelisco —explicó Girardieau—, seccionamos el conjunto del área y excavamos a sesenta o setenta metros. Encontramos decenas de ellos: todos habían sido blanqueados antes de ser enterrados y mostraban, básicamente, las mismas inscripciones. No es un registro de algo que sucedió en esta zona, sino de algo que está enterrado en este lugar.
—Algo grande —dijo Sylveste—. Algo que debieron planear antes del Acontecimiento. Incluso es posible que lo enterraran antes. El último acto cultural de una sociedad que estaba a punto de ser aniquilada. ¿Cómo era de grande, Girardieau?
—Mucho.
Entonces le explicó que habían explorado la zona usando un despliegue de cascadores: unos artefactos que generaban ondas Rayleigh que penetraban en la tierra y eran sensibles a la densidad de los objetos enterrados. Tuvieron que utilizar los cascadores de mayor tamaño, hecho que significaba que el objeto se encontraba a cientos de metros de profundidad, casi en los límites que permitía la técnica. Después habían llevado a la zona los gravitómetros de imagen más sensibles que había en la colonia y sólo entonces habían conseguido hacerse una idea de qué era lo que buscaban.
Y no era algo pequeño.
—¿Esta excavación está relacionada con el programa Inundacionista?
—Es completamente independiente. Pura ciencia, en otras palabras. ¿Acaso te sorprende? Prometí que nunca abandonaría los estudios amarantinos. Quizá, si durante todos estos años me hubieses creído, ahora estaríamos trabajando juntos. Enfrentándonos al Camino Verdadero, que es nuestro auténtico enemigo.
—No mostraste ningún interés por los amarantinos hasta que descubrimos el obelisco —dijo Sylveste—. Eso te asustó, ¿verdad? Por una vez, era una prueba irrefutable. Era imposible que hubiera podido falsearla o manipularla. Por una vez, tuviste que aceptar la posibilidad de que yo hubiera tenido razón desde un principio.
Accedieron a un espacioso ascensor, provisto de asientos afelpados y acuarelas Inundacionistas en las paredes. Su recia puerta metálica se cerró con un zumbido. Uno de los ayudantes de Girardieau abrió un panel y apretó un botón. De repente, el suelo empezó a descender con tanta rapidez que sus cuerpos apenas eran capaces de seguirlo.
—¿Cuánto vamos a descender?
—No mucho —respondió Girardieau—. Sólo un par de kilómetros.
Cuando Khouri despertó, ya habían abandonado la órbita de Yellowstone. Por la claraboya de su camarote podía ver el planeta, que era mucho más pequeño que antes. La región que rodeaba a Ciudad Abismo era una peca en la superficie y el Cinturón de Óxido se había convertido en un anillo de humo de color tostado, demasiado distante para que sus estructuras fueran visibles. Ya nada detendría a la nave. Iría acelerando de forma gradual hasta que abandonara el sistema Epsilon Eridani y sólo se detendría cuando prácticamente hubiera alcanzado la velocidad de la luz. Estas naves no se llamaban bordeadoras lumínicas por casualidad.
La habían engañado.
—Es una pequeña complicación —dijo la Mademoiselle tras un prolongado silencio—. Sólo eso.