Espacio revelación (24 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Espacio revelación
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Pero no tardó en descubrir que la razón era otra.

—Por cierto, hay algo que me gustaría preguntarte —dijo Volyova, despreocupada—. ¿El término Ladrón de Sol significa ya algo para ti?

—No —respondió Khouri—. ¿Debería?

—Oh no. En absoluto. Sólo era una pregunta. Pero es un asunto demasiado aburrido para explicártelo. No te preocupes, ¿de acuerdo?

Resultaba tan convincente como un adivino del Mantillo.

—De acuerdo, no me preocuparé —respondió Khouri—. ¿Pero por qué has dicho «ya»?

Volyova se maldijo para sus adentros. ¿Había metido la pata? Puede que no: había formulado la pregunta con la máxima despreocupación que le había sido posible, y no había nada en Khouri que sugiriera que se la hubiera tomado como algo más que una pregunta casual. Sin embargo… éste no era el momento más apropiado para empezar a cometer errores.

—¿He dicho eso? —preguntó, deseando inyectar en su voz el nivel adecuado de sorpresa e indiferencia—. Habrá sido un
lapsus linguae
. —Se apresuró en cambiar de tema—. ¿Ves esa estrella? ¿Esa roja, tan débil?

Ahora que sus ojos se habían adaptado a los niveles de iluminación ambientales del espacio interestelar y que el resplandor azulado de los tubos de escape de los motores no parecía inundarlo todo, se podían ver algunas estrellas.

—¿Es el sol de Yellowstone?

—Sí, Epsilon Eridani. Nos encontramos a tres semanas del sistema. Pronto no te resultará tan sencillo encontrarlo. Nos estamos desplazando a un pequeño tanto por cien de la velocidad de la luz, pero la nave está acelerando progresivamente. Cuando alcance una velocidad relativista, las estrellas visibles se moverán y las constelaciones se deformarán, hasta que todos los astros del cielo quedarán agrupados delante y detrás de nosotros. Será como si nos encontráramos en medio de un túnel y la luz entrara por ambos extremos. Las estrellas también cambiarán de color. No es sencillo, puesto que el color definitivo depende del tipo espectral de cada estrella, de la energía que emite en sus diferentes ondas, incluida la infrarroja y la ultravioleta. Sin embargo, la tendencia general de aquellas estrellas que tengamos delante será cambiar a azul y las de detrás, a rojo.

—Estoy segura de que será precioso —dijo Khouri, acabando con la magia del momento—. Pero sigo sin saber qué tienen que ver los fantasmas con todo esto.

Volyova sonrió.

—Casi me había olvidado de ellos. Habría sido una lástima.

Y entonces habló por su brazalete en voz baja, para que Khouri no oyera lo que fuera que tenía que ordenar a la nave.

Las voces de los condenados inundaron la sala.

—Los fantasmas —anunció Volyova.

Sylveste sobrevolaba incorpóreo la ciudad enterrada.

Las paredes, grabadas con el equivalente a diez mil volúmenes impresos de escritura amarantina, se alzaban a su alrededor. A pesar de que las graficoformas medían unos milímetros y él se encontraba a cientos de metros de la pared, sólo era necesario que se centrara en una sección concreta para ver con claridad las palabras que contenía. Mientras los rápidos procesos de pensamiento semintuitivo analizaban el texto, unos algoritmos de traducción paralelos lo procesaban en algo similar al canasiano. Sylveste solía estar de acuerdo con los programas, pero en ocasiones éstos pasaban por alto algo que podía ser un detalle crucial.

Mientras tanto, en su habitación de Cuvier, tomaba rápidas notas, llenando una página tras otra de su cuaderno. Prefería el lápiz y el papel a los aparatos de grabación modernos, pues sabía que sus enemigos podían manipular los medios digitales. Si decidía romper en pedazos sus notas, éstas se perderían para siempre, no regresarían para acecharlo con una apariencia deformada que encajara con la ideología de otra persona.

Cuando terminó de traducir la sección, al llegar al carácter en forma de ala doblada que indicaba el final de una secuencia, se apartó del vertiginoso precipicio de la pared. Entonces, introdujo una hoja de papel secante en el cuaderno y lo cerró. Guiándose por el tacto, lo dejó en una estantería y cogió el que descansaba a su lado. Lo abrió por la página marcada por el papel secante y deslizó los dedos por ella hasta que sintió que la aspereza de la tinta se desvanecía. Entonces, colocó el volumen en paralelo con el escritorio y acercó la pluma al principio de la primera línea en blanco.

—Estás trabajando mucho —dijo Pascale.

No la había oído entrar en la habitación. Ahora la visualizaría a su lado, de pie o sentada, lo que fuera.

—Creo que estoy a punto de descubrir algo.

—¿Sigues dándole vueltas a esas viejas inscripciones?

—Uno de nosotros empieza a darse por vencido —dijo, dirigiendo sus ojos incorpóreos hacia el centro de la ciudad cercada—. De todos modos, nunca pensé que tardaría tanto.

—Yo tampoco.

Sabía qué quería decir. Habían pasado dieciocho meses desde que Nils Girardieau le había mostrado la ciudad enterrada y un año desde que habían decidido casarse, aunque les habían obligado a esperar a que Sylveste realizara algún avance importante en el trabajo de traducción. Ahora estaba haciendo exactamente eso… y lo asustaba. No habría más excusas, y ella lo sabía tan bien como él.

¿Por qué era un problema tan grande? ¿Simplemente porque había decidido catalogarlo como tal?

—Estás frunciendo el ceño otra vez —dijo Pascale—. ¿Las inscripciones te están dando problemas?

—No —respondió Sylveste—. Ya no.

Y era cierto. Estaba tan acostumbrado a combinar las corrientes bimodales de la escritura amarantina para que formaran un conjunto que se había convertido en algo natural, como un cartógrafo estudiando una imagen estereográfica.

—Déjame echar un vistazo.

La oyó moverse por la sala, dirigiéndose hacia el escritorio a la vez que le pedía que abriera un canal paralelo para su centro sensorial. El panel de control (y, de hecho, el acceso de Sylveste al modelo de la ciudad) habían llegado poco después de aquella primera visita. Por una vez, la idea no había procedido de Girardieau, sino de Pascale. El éxito de
Descenso a la oscuridad
(la biografía que habían publicado recientemente) y su futura boda habían incrementado la influencia que ejercía en su padre. Y, por supuesto, Sylveste no había puesto pegas cuando Pascale le había ofrecido, literalmente, las llaves de la ciudad.

La boda era la comidilla de la colonia. La mayoría de los rumores que llegaban a oídos de Sylveste decían que sus razones eran puramente políticas, que había cortejado a Pascale como una forma de acercarse al poder o que la boda sólo era un medio para llegar a un fin, y que ese fin era la expedición colonial a Cerberus/Hades. Durante el más breve de los instantes, Sylveste también había llegado a preguntarse si su subconsciente había urdido el amor que sentía por Pascale dejándose llevar por su profunda ambición. Puede que hubiera un minúsculo fragmento de verdad en esta afirmación pero, desde su punto de vista, le resultaba imposible saberlo con certeza. Sentía que la amaba (algo que, a su entender, era lo mismo que amarla), pero también era consciente de las ventajas que ese matrimonio podía comportarle. Había vuelto a publicar modestos artículos basados en diminutas secciones de textos amarantinos traducidos, en los que habían colaborado Pascale y el propio Girardieau. El Sylveste de hacía quince años se habría horrorizado, pero ahora le resultaba difícil despreciarse. En estos momentos, lo único que le importaba era que aquella ciudad era un paso más para comprender el Acontecimiento.

—Estoy aquí —dijo Pascale, ahora en voz más alta, pero tan incorpórea como Sylveste—. ¿Estamos compartiendo el mismo punto de vista?

—¿Qué ves?

—El capitel; el templo… como quieras llamarlo.

—Perfecto.

El templo, que se encontraba en el centro geométrico de la ciudad, tenía la forma del tercio superior de un huevo. Su punto superior se extendía hacia arriba, convirtiéndose en una torre espiral que ascendía, estrechándose, hacia el tejado de la cámara de la ciudad. Los edificios que rodeaban el templo tenían el confuso aspecto de nidos de pájaros tejedores, quizá representando algún imperativo evolutivo sumergido, y se acurrucaban como deformes plegarias ante el inmenso capitel central que emergía en espiral.

—¿Hay algo que te moleste?

La envidiaba. Pascale había visitado la verdadera ciudad decenas de veces. Incluso había subido por el capitel, siguiendo el pasaje espiral que finalizaba en la cúspide.

—La figura del capitel. No encaja.

En comparación con el resto de la ciudad, parecía una estatuilla tallada con suma delicadeza, aunque medía unos diez o quince metros de altura, como las figuras egipcias del Templo de los Reyes. La ciudad enterrada debía de haber sido construida a una cuarta parte de su escala real, basándose en las comparaciones efectuadas en otros yacimientos, de modo que el homólogo real de la figura del capitel debía de medir unos cuarenta metros. Si esta ciudad había existido realmente en la superficie, era prácticamente imposible que hubiera logrado sobrevivir a las tormentas que tuvieron lugar después del Acontecimiento, por no hablar de los novecientos noventa mil años de enfriamiento y glaciación planetarios, los impactos de los meteoritos y los movimientos tectónicos.

—¿No encaja?

—No es amarantina… al menos, no tiene nada que ver con las que he podido estudiar.

—¿Entonces, podría tratarse de algún tipo de deidad?

—Puede. Pero no entiendo por qué la dotaron de alas.

—¿Eso es un problema?

—Si no me crees, echa un vistazo a la muralla de la ciudad.

—Prefiero que me lleves hasta allí, Dan.

Sus puntos de vista idénticos se alejaron del capitel, descendiendo vertiginosamente.

Volyova observó el efecto que tenían las voces en Khouri, con la certeza de que en algún lugar de su armadura de autoconfianza había un resquicio de duda. Estaba segura de que se estaba preguntando sí realmente eran fantasmas y si Volyova había encontrado la forma de sintonizar con sus emanaciones espectrales.

El sonido que emitían los fantasmas era plañidero y cavernoso: unos aullidos tan prolongados y tan graves que más que oírse, se sentían. Era como el viento más escalofriante de una noche de invierno; el sonido que haría un viento después de soplar durante miles de kilómetros por una caverna. Sin embargo, era obvio que no se trataba de ningún fenómeno natural, que no era el viento que chocaba contra el casco de la nave traducido en sonido, ni las fluctuaciones de las reacciones que tenían lugar en los motores. En aquel aullido fantasmal había almas, voces que gritaban en la noche. El plañido, aunque era ininteligible, cargaba con la inconfundible estructura del lenguaje humano.

—¿Qué piensas? —preguntó Volyova.

—Son voces, ¿verdad? Voces humanas. Pero parecen tan… cansadas, tan tristes —Khouri escuchó con atención—. De vez en cuando creo entender una palabra.

—Sabes quiénes son —Volyova redujo el sonido hasta que los fantasmas formaron una enmudecido coro de dolor infinito—. Son tripulantes, como tú y yo. Ocupantes de otras naves, que hablan entre sí a través del vacío.

—Entonces, ¿por qué…? —Khouri vaciló—. Oh, espera un minuto. Ahora lo entiendo. Se mueven con más rapidez que nosotros, ¿verdad? Mucho más rápido. Sus voces nos parecen lentas porque, literalmente, lo son. Los relojes se mueven más despacio en las naves que viajan prácticamente a la velocidad de la luz.

Volyova asintió, ligeramente apenada porque Khouri lo hubiera comprendido con tanta rapidez.

—Se llama dilatación temporal. Algunas de esas naves se acercan a nosotros, de modo que el corrimiento al azul del efecto doppler actúa para reducir este efecto, pero el factor de dilatación suele imponerse… —Se encogió de hombros al darse cuenta de que Khouri todavía no estaba lista para que le soltara un discurso sobre los principios de las comunicaciones relativistas—. Normalmente, el
Infinito
lo corrige; elimina el efecto doppler y las distorsiones dilatorias y traduce el resultado en algo que resulta perfectamente inteligible.

—Muéstramelo.

—No —respondió Volyova—. No merece la pena. El producto final es siempre el mismo: conversaciones triviales y técnicas, cargadas de retórica comercial. Éste es el extremo interesante del espectro. En el aburrido, sólo oyes chismes paranoicos o casos mentalmente dañados que desnudan sus almas a la oscuridad. Normalmente son sólo dos naves tendiéndose la mano e intercambiando bromas insulsas al cruzarse en la noche. Apenas hay interacción, puesto que las naves que viajan a la velocidad de la luz suelen encontrarse a meses de distancia. Además, en la mayoría de los casos, esas voces suelen ser mensajes pregrabados, puesto que la tripulación suele encontrarse en sueño frigorífico.

—En otras palabras, suelen ser parloteo humano trivial.

—Sí. Lo llevamos con nosotros allá donde vamos.

Volyova se recostó en su asiento, ordenando al sistema de audio que aumentara el sonido de aquellas voces plañideras y prolongadas en el tiempo. Esta señal de presencia humana debería haber conseguido que las estrellas parecieran menos frías y lejanas, pero tuvo el efecto contrario, del mismo modo que el hecho de contar historias de fantasmas alrededor de un fuego de campamento sólo sirve para magnificar la oscuridad que se extiende más allá de las llamas. Durante un prolongado momento se permitió fantasear con la idea de que los espacios interestelares que había al otro lado del cristal estaban realmente embrujados.

—¿Notas algo? —preguntó Sylveste.

La pared estaba construida con bloques de granito en forma de sardineta, interrumpidos en cinco puntos por atalayas sobre las cuales se habían esculpido cabezas amarantinas en un estilo poco realista que recordaba al arte del Yucatán. En la pared exterior se extendía un mosaico que representaba diversos funcionarios amarantinos realizando tareas sociales complejas.

Antes de responder, Pascale observó las diferentes figuras del mosaico.

Llevaban aperos de labranza (muy similares a los objetos que se habían utilizado en la historia humana agrícola) o armas: lanzas, arcos y una especie de mosquete. No parecían guerreros en plena batalla, sino que sus posturas eran formales y rígidas, como las de las figuras egipcias. Había cirujanos, picapedreros, astrónomos (según habían confirmado las excavaciones más recientes, los amarantinos habían desarrollado los telescopios de reflexión y refracción), cartógrafos, vidrieros, fabricantes de cometas y artistas. Encima de cada figura aparecía una cadena bimodal de graficoformas realizadas en oro y azul cobalto que designaba al grupo que desempeñaba la tarea representada por la figura.

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