Sin embargo, en las proximidades de este mundo había una fuente de neutrinos. Era débil, prácticamente indetectable, pero no podía ignorarla. Volyova asimiló esta información durante unos instantes, antes de regurgitarla como una pequeña y molesta bola de certeza. Sólo una máquina podía crear una firma así.
Y eso la preocupaba.
* * *
—¿Realmente has estado despierta todo este tiempo? —preguntó Khouri poco después de despertar, mientras Volyova y ella se dirigían a ver al Capitán.
—Literalmente, no —respondió Volyova—. Incluso mi cuerpo necesita dormir de vez en cuando. Una vez intenté omitir el sueño: se pueden tomar ciertas drogas y colocar ciertos implantes en el SAR; es decir, en el sistema de activación reticular, que es la región del cerebro que interviene en el sueño. Sin embargo, sigue siendo necesario eliminar los venenos de la fatiga.
Khouri se dio cuenta de que, para Volyova, el tema de los implantes era tan agradable como el dolor de muelas.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Khouri.
—Nada de lo que debas preocuparte —respondió, dando una calada a su cigarrillo. Khouri asumió que ése sería el final de la conversación, pero entonces su tutora adoptó una expresión de inquietud—. Bueno, ahora que lo mencionas, ha ocurrido algo. De hecho, dos cosas, aunque no estoy segura de cuál de ellas tiene mayor importancia. La primera no debe preocuparte de momento. Y respecto a la segunda…
Khouri analizó su rostro en busca de pruebas concretas de los siete años adicionales que había vivido aquella mujer desde la última vez que se vieron, pero no encontró nada, ni una sola señal, hecho que significaba que había contrarrestado aquellos siete años con infusiones de fármacos anti-senectud. Estaba diferente, pero sólo porque no llevaba el pelo rapado, sino que se lo había dejado crecer un poco. Seguía siendo corto, pero el volumen adicional suavizaba las duras líneas de su mandíbula y sus pómulos. De hecho, Volyova parecía siete años más joven. Por enésima vez, Khouri intentó averiguar la edad fisiológica de aquella mujer, pero fue incapaz.
—¿De qué se trata?
—Advertí algo inusual en tu actividad neuronal mientras estabas en sueño frigorífico. No debería haber habido ningún tipo de actividad, aunque lo que presencié tampoco habría sido normal en alguien despierto. Parecía que se estaba librando una pequeña guerra en tu cabeza.
El ascensor había llegado a la planta en la que se encontraba el Capitán.
—Es una analogía interesante —respondió Khouri, accediendo al gélido pasillo.
—Asumiendo que lo sea. Por supuesto, dudo que hayas sido consciente de ello.
—No recuerdo nada.
Volyova permaneció en silencio hasta que llegaron a la nebulosa humana que era el Capitán. Brillante e inquietantemente viscoso, más que un ser humano parecía un ángel que hubiera caído del cielo sobre una superficie dura y chapoteante. La anticuada arqueta que envolvía su cuerpo se había resquebrajado. Todavía funcionaba, pero a duras penas, y el frío que ofrecía ya no bastaba para detener la implacable invasión de la plaga. El Capitán Brannigan había hundido en la nave decenas de raíces en forma de zarcillo. Volyova las había rastreado, pero había sido incapaz de impedir que se extendieran. Podría cortarlas, ¿pero que efecto tendría eso en el Capitán? Que ella supiera, las raíces eran lo que lo mantenía con vida, si realmente se podía dignificar su estado con esa palabra. Con el tiempo, se extenderían por toda la nave y resultaría imposible diferenciar al Capitán de todo lo demás. Podía detener su propagación deshaciéndose de esta sección de la nave, liberándola por completo del conjunto, del mismo modo que un cirujano de antaño se habría ocupado de un tumor especialmente voraz. De momento, el volumen que había subsumido el Capitán era minúsculo y la nave no lo echaría de menos. Sin duda alguna, su transformación continuaría, pero al carecer del material que la alimentaba, se invertiría hasta que la entropía controlara la vida de aquello en lo que se había convertido.
—¿Te lo estás planteando? —preguntó Khouri.
—Sí, me lo estoy planteando —respondió Volyova—. Pero espero no tener que llegar tan lejos. Todas esas muestras que he recogido… creo que realmente estoy a punto de conseguir algo. He encontrado una antitoxina, un retrovirus que parece más fuerte que la plaga. Subvierte la maquinaria de la plaga con más rapidez con la que plaga subvierte al retrovirus. De momento, sólo lo he probado en pequeñas muestras, pero me es imposible continuar con mis experimentos, puesto que probarlo en el Capitán sería una cuestión médica y no estoy cualificada para ello.
—Por supuesto —respondió Khouri con hastío—. Pero el hecho de que no lo hagas significa que confías plenamente en Sylveste, ¿verdad?
—Puede ser, pero no debemos sobrevalorar sus conocimientos. O mejor dicho, los de Calvin.
—¿Y crees que te ayudará, así sin más?
—No, pero tampoco nos ayudó voluntariamente la primera vez… y encontramos la forma de convencerlo.
—¿Te refieres a la persuasión?
Volyova realizó un legrado a uno de los zarcillos en forma de tubo, justo antes de que éste se zambullera en una masa intestinal de tuberías de la nave.
—Sylveste es un hombre con obsesiones —explicó—. Y ese tipo de personas son mucho más manipulables de lo que creen. Están tan absortas en el objetivo que tienen en mente que no siempre se dan cuenta de que les están manipulando para que hagan la voluntad de otros.
—La voluntad de personas como tú, por ejemplo.
Cogió la pequeña muestra y se dispuso a analizarla.
—¿Sajaki te dijo que el mes que desapareció estuvo en esta nave?
—Treinta días en el desierto.
—Un nombre estúpido —comentó Volyova, apretando los dientes—. ¿Realmente tenían que hacer que sonara tan bíblico? Pero bueno, la verdad es que ya tenía un poco de complejo de Mesías. Sí, ésa fue la época que estuvo a bordo… y lo más interesante es que eso ocurrió treinta años antes de que la expedición de Resurgam abandonara Yellowstone. Voy a contarte un secreto: no supimos que íbamos a emprender esta expedición hasta que regresamos a Yellowstone y te reclutamos. Teníamos la esperanza de encontrar a Sylveste allí.
Debido a su experiencia con Fazil, Khouri estaba al tanto de las dificultades a las que se había enfrentado la tripulación de Volyova, pero consideró que era mejor fingir ignorancia.
—Fuisteis negligentes por no comprobarlo antes.
—En absoluto. Por supuesto que lo comprobamos, pero la información nos llegaba con décadas de retraso. Y cuando decidimos actuar, cuando nos pusimos rumbo a Yellowstone, ya era el doble de antigua.
—Supongo que no era una jugada demasiado arriesgada. Su familia siempre ha estado relacionada con Yellowstone, así que supongo que esperabais encontrar al joven millonario en la casa familiar.
—Pero nos equivocamos. Y lo más interesante es que, al parecer, nos podríamos haber ahorrado la molestia desde el principio. Sylveste debía de tener en mente la expedición de Resurgam la primera vez que lo trajimos a bordo. Si lo hubiéramos escuchado, habríamos ido allí directamente.
Mientras avanzaban por la complicada serie de ascensores y túneles de acceso que iban del pasillo del Capitán hasta el claro, Volyova hablaba de forma inaudible por el brazalete que nunca separaba de su muñeca. Khouri suponía que estaba dando instrucciones a alguna de las muchas personas artificiales de la nave, pero era imposible saber de qué se trataba exactamente.
Después del frío y la lobreguez de la sala del Capitán, la iluminación y la frondosidad del claro eran una fiesta para los sentidos. El aire era cálido y fragante, y los colores de los pájaros pintados en los espacios aéreos resultaban estridentes para unos ojos que se habían acostumbrado a la oscuridad. Durante unos instantes Khouri estuvo tan desconcertada que no se dio cuenta de que Volyova y ella no estaban solas: había otras tres personas presentes, sentadas en círculo alrededor de un tronco, sobre la hierba cubierta de rocío. Una de ellas era Sajaki, con un estilo de peinado diferente a los que Khouri le conocía: completamente calvo, excepto por un moño en lo alto de la cabeza. La segunda era la propia Volyova, con aquella cabeza rapada que acentuaba la forma angular de su cráneo y le hacía parecer mayor que la versión que estaba junto a ella. Y la tercera persona era el mismísimo Sylveste.
—¿Nos unimos a ellos? —dijo Volyova mientras empezaba a descender los desvencijados escalones que conducían al claro.
Khouri la siguió.
—Esto tuvo lugar… —Se interrumpió, intentando recordar la fecha en que Sylveste desapareció de Ciudad Abismo—. Aproximadamente en el año 2460, ¿verdad?
—Exacto —respondió Volyova, girándose y dedicándole una mirada de sorpresa—. ¿Qué eres? ¿Una experta en la vida y obra de Sylveste? Oh, no importa. Grabamos toda su visita y sé que hizo un comentario concreto que… bueno, en vista de lo que ahora sabemos, me resulta curioso.
—Intrigante.
Khouri dio un respingo porque no había sido ella quien había hablado y porque la voz parecía proceder de algún punto situado a sus espaldas. Entonces advirtió la presencia de la Mademoiselle, paseándose en lo alto de las escaleras.
—Debería haber sabido que enseñarías tu feo rostro —dijo Khouri, sin molestarse en no vocalizar, pues los gritos de los pájaros impedían que Volyova, que se había adelantado para reunirse con el trío, pudiera oír sus palabras—. Eres un incordio.
—Al menos sabes que sigo por aquí —dijo ella—. Si no fuera así, te aseguro que tendrías muchas cosas de qué preocuparte, pues eso significaría que Ladrón de Sol había logrado derrotarme. Tu cordura sería lo siguiente que destruiría… y odio imaginar qué sería de tus perspectivas laborales cuando Volyova lo descubriera.
—Cállate y deja que me concentre en las palabras de Sylveste.
—Adelante —espetó la Mademoille, sin moverse de donde estaba.
Khouri se reunió con el trío.
—Podría haber escuchado esta conversación en cualquier punto de la nave —comentó la Volyova que estaba de pie, dirigiéndose a Khouri—. Pero como se desarrolló en este lugar, aquí es donde he querido revivirla.
Mientras hablaba, acercó una mano al bolsillo de su chaqueta, cogió unas gafas de cristales oscuros y se las puso. Khouri no tardó en averiguar la razón: al carecer de implantes, Volyova sólo podía presenciar esta reproducción con la ayuda de una proyección retiniana directa. Hasta que se puso las gafas, Volyova no había podido ver nada.
—Así que ya ves —estaba diciendo Sajaki—. Te conviene hacer lo que te pedimos. Has utilizado elementos Ultra en el pasado… por ejemplo, durante tu viaje a la Mortaja de Lascaille, así que es muy probable que quieras volver a hacerlo en el futuro.
Sylveste apoyó los hombros en el tronco. Khouri lo observó atentamente. Había visto varias evocaciones realistas de Sylveste, pero en esta imagen parecía ser más real que en cualquier otra. Supuso que se debía a que estaba conversando con dos personas a las que conocía, no con figuras anónimas de la historia de Yellowstone. Era un hombre atractivo (demasiado, en su opinión), aunque dudaba que la imagen hubiera sido modificada estéticamente. Su alborotada melena colgaba a ambos lados de su frente magistral y sus ojos eran de un color verde intenso. Puede que tuviera que mirarlo a los ojos antes de matarlo (las especificaciones de la Mademoiselle no descartaban esa posibilidad), pero valdría la pena.
—Eso suena a chantaje —dijo Sylveste, con una voz más grave que los demás—. Hablas como si los Ultras tuvierais una especie de acuerdo contractual. Puede que logres engañar a ciertas personas, Sajaki, pero me temo que a mí no.
—Entonces, puede que te lleves una sorpresa la próxima vez que intentes pedir ayuda a los Ultras —respondió el Triunviro, jugueteando con una astilla—. Te seré sincero: si te niegas a colaborar con nosotros, te aseguro que nunca abandonarás tu planeta natal.
—Dudo que eso vaya a causarme demasiadas molestias.
La versión sentada de Volyova movió la cabeza.
—No es eso lo que nos han contado nuestros espías. Según los rumores, estás buscando financiación para realizar una expedición al sistema de Delta Pavonis, doctor Sylveste.
—¿A Resurgam? —resopló Sylveste—. Me temo que no. Allí no hay nada.
—Es evidente que estaba mintiendo —dijo la versión real de Volyova—. Ahora resulta obvio, pero en aquel entonces me limité a asumir que los rumores que había oído eran falsos.
Sylveste estaba hablando de nuevo, tras escuchar la respuesta de Sajaki.
—Escucha —dijo—. No sé qué habrás oído… pero yo de ti me olvidaría de esos rumores. No hay ninguna razón para ir a ese lugar. Si no me crees, consulta los registros.
—Y eso es lo más extraño —dijo la Volyova que estaba de pie—. Eso fue exactamente lo que hice… y puedo asegurarte que tenía razón. Según lo que se sabía en aquella época, no había ninguna razón para preparar una expedición a Resurgam.
—Pero acabas de decir que mentía…
—Y es cierto, como ha demostrado el paso del tiempo —sacudió la cabeza—. ¿Sabes? Nunca pensé realmente en ello, pero es muy extraño… incluso podría decir que paradójico. Treinta años después de que tuviera lugar esta reunión, la expedición partió hacia Resurgam, hecho que demuestra que los rumores eran ciertos. —Señaló a Sylveste, que estaba enzarzado en una acalorada discusión con su imagen sentada—. ¡Pero en aquel entonces, nadie conocía a los amarantinos! ¿Cómo se le ocurrió la idea de ir a ese lugar?
—Debía de saber que allí encontraría algo.
—Sí, ¿pero dónde consiguió esa información? Antes de la expedición se realizaron varios reconocimientos automatizados del sistema, pero ninguno de ellos fue exhaustivo. Por lo que sé, ninguno de ellos se acercó lo suficiente a la superficie del planeta para poder detectar si había habido vida inteligente en él. Sin embargo, Sylveste lo sabía.
—Pero eso no tiene ningún sentido.
—Lo sé —dijo Volyova—. Créeme, lo sé.
Volyova se reunió con su gemela junto al tronco y se acercó tanto a la imagen de Sylveste que Khouri pudo ver el reflejo de sus firmes ojos verdes en los cristales oscuros de sus gafas.
—¿Qué sabías? —preguntó—. Mejor dicho, ¿cómo lo sabías?
—No va a decírtelo —comentó Khouri.
—Puede que ahora no —espetó Volyova. Entonces sonrió—. Pero dentro de poco, el verdadero Sylveste estará aquí sentado. Y entonces conseguiremos algunas respuestas.