Read Eterna Online

Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

Eterna (30 page)

BOOK: Eterna
3.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Fet fue el primero en entrar, seguido de Nora.

—¡Eph! ¿Qué has hecho…?

Por sí solo, su ataque impetuoso parecía justo. Ahora los efectos acudían a él, precedidos por un ruido de pasos procedentes del salón: Gus.

No vio a Eph en un primer momento. Miró en el interior de la celda donde encerraba a su madre vampira. Rugió, abriéndose paso entre los otros dos, y vio el cuerpo sin cabeza desplomado en el suelo, con sus manos aún esposadas a la espalda y el casco en un rincón.

Gus dejó escapar un grito. Sacó un cuchillo de su mochila, y se abalanzó sobre Eph antes de que Fet pudiera reaccionar. Eph levantó su espada en el último momento para contener el ataque, y una mancha silenciosa y difusa se abrió entre ellos.

Una mano blanca, casi translúcida, agarró a Gus del cuello y lo neutralizó. Otra mano chocó contra el pecho de Eph, mientras el encapuchado los separaba con una fuerza poderosa.

El señor Quinlan. Estaba cubierto con la capucha de su sudadera, irradiando un calor vampírico.

Gus maldijo y le dio patadas, tratando de liberarse, con sus botas a unos cuantos centímetros del suelo y las lágrimas de rabia brotando de sus ojos.

—¡Quinlan, déjame acabar con esta mierda!

Aguarda.

La voz de barítono del señor Quinlan invadió la cabeza de Eph.

—¡Suéltame! —Gus lanzó un cuchillazo, pero era poco menos que un farol. Aunque el pandillero ardía de furia, aún tenía la suficiente cordura para respetar al señor Quinlan.

Tu madre ha sido destruida. Ya está hecho. Y es lo mejor. Se había ido hace mucho tiempo y lo que quedaba de ella no era bueno para ti.

—¡Pero fue una decisión mía! ¡Lo que haya hecho o dejado de hacer es mi elección!

Resolved vuestras diferencias como queráis. Pero más tarde. Después de la batalla final.

Quinlan posó sus ojos llameantes en Gus; resplandecían bajo la sombra de la capucha de algodón. Un rojo majestuoso, más intenso que el tono de cualquier cosa que hubiera visto el pandillero, aún más que la sangre humana recién derramada. Más rojo que el color de cualquier hoja de otoño, más agudo, brillante y profundo que el plumaje del ave más vistosa y exótica.

Y, sin embargo, aunque Quinlan sostenía a un hombre en vilo con una sola mano, sus ojos permanecían sosegados. Gus no quería que aquellos ojos lo miraran con rabia. Y entonces contuvo su ataque, al menos por el momento.

Podemos pillar al Amo. Pero disponemos de poco tiempo. Tenemos que hacerlo juntos.

Gus señaló a Eph.

—Este drogadicto no representa ningún valor para nosotros. Hizo que capturaran a la doctora, me ha costado uno de mis hombres. Este cabrón es un peligro, ¡qué digo!, es una maldición. Esta mierda nos trae mala suerte. El Amo tiene a su hijo, lo ha adoptado y lo retiene como a una mascota de mierda.

Eph saltó sobre Gus. La mano del señor Quinlan lo contuvo rápidamente a la altura del techo, con la misma resistencia de un poste de acero.

—Así que dinos —dijo Gus, sin desfallecer—, dinos qué coño te estaba susurrando ese hijo de puta hace un momento. ¿Tú y el Amo estabais hablando de corazón a corazón? Creo que el resto de nosotros tenemos derecho a saberlo.

La mano de Quinlan subía y bajaba con la respiración agitada de Eph. El médico miró a Gus, sintiendo los ojos de Nora y de Fet sobre él.

—¿Y bien? —inquirió Gus—. ¡Estamos listos para oír lo que tienes que decirnos!

—Fue Kelly —respondió Eph—. Su voz. Riéndose de mí.

Gus se burló y lo escupió en la cara.

—Eres un débil mental, pedazo de mierda.

Intentaron dirimir de nuevo las diferencias con los puños, y fue necesaria la intervención de Fet y del señor Quinlan para evitar que se destrozaran.

—El pasado indigna tanto que vino aquí para que le hablaran —dijo Gus—. Seguramente se trata de alguna mierda disfuncional con su familia. —Y a continuación se dirigió al señor Quinlan—. Te digo que este tipo no aporta nada. Déjame que lo mate. Déjame librarnos de ese peso muerto.

Como ya he dicho, podéis resolver este asunto como queráis. Pero no ahora.

Fue evidente para todos, incluso para Eph, que el señor Quinlan lo protegía por alguna razón desconocida, que trataba a Eph de un modo distinto a los demás, lo cual significaba que Eph poseía algo diferente de ellos.

Necesito tu ayuda, recopilar un dato final. Todos nosotros. Juntos. Ahora.

El señor Quinlan soltó a Gus, que se abalanzó sobre Eph por última vez, pero sin el cuchillo.

—Ya no me queda nada —le espetó a Eph como un perro que gruñe—. Nada. Te mataré cuando todo esto termine.

Los Claustros

LOS ROTORES DEL HELICÓPTERO repelían las ráfagas de lluvia negra. Las nubes oscuras descargaron un aguacero contaminado y, a pesar de la oscuridad reinante, el piloto de Stoneheart llevaba puestas sus gafas de aviador. Barnes temía que aquel hombre estuviera pilotando a ciegas y esperó que el aparato volara a suficiente altura sobre el horizonte de Manhattan.

Barnes se balanceó en el compartimento de pasajeros, detrás de las correas del cinturón de seguridad que le cruzaban los hombros. El helicóptero, elegido entre una serie de modelos de la planta Sikorsky, en Bridgeport, Connecticut, se sacudía en sentido lateral y vertical. La lluvia parecía estar filtrándose en el interior del rotor, golpeando contra las ventanas, como si Barnes fuera a bordo de un pequeño bote durante una tormenta en el mar. En consecuencia, el estómago se le revolvió hasta las náuseas. Se desabrochó el casco justo a tiempo para vomitar en él.

El piloto empujó la palanca de control hacia delante, y comenzaron a descender. Barnes no sabía dónde aterrizarían. Los edificios distantes se difuminaban a través del ángulo del parabrisas, sobre el dosel de los árboles. Barnes supuso que se detendrían en Central Park, cerca del Castillo Belvedere. Pero una ráfaga de viento contrario hizo girar la cola del helicóptero como si se tratara de una veleta. El piloto intentó controlar la palanca de control, y Barnes vislumbró el río Hudson, que fluía turbulento a su derecha, más allá de los árboles. No, no podía ser en el parque.

Aterrizaron bruscamente, primero con un patín de aterrizaje, seguido por el otro. Barnes se sintió agradecido de volver a pisar tierra firme, pero ahora debía abandonar la nave en medio de un verdadero torbellino. Abrió la puerta y se expuso a la ráfaga de viento húmedo. Se agachó bajo los rotores que continuaban girando, y tras protegerse los ojos, divisó la silueta de un castillo en la cima de una colina.

Barnes levantó las solapas de su abrigo y corrió bajo la lluvia, subiendo los escalones de piedra pulida. Le faltaba el aliento cuando llegó a la puerta. Dos centinelas vampiros permanecían apostados allí, impertérritos bajo la lluvia torrencial, medio ocultos por el vapor que emanaba de sus cuerpos; no lo reconocieron, ni le abrieron la puerta.

El letrero decía «Los claustros», y Barnes reconoció el nombre del museo situado al extremo norte de Manhattan, administrado por el Museo Metropolitano de Arte. Tiró de la puerta y entró, atento al sonido de los goznes al cerrarse. Si sonaron, la fuerte lluvia lo amortiguó.

Los Claustros fueron construidos a partir de los restos de cinco abadías medievales francesas y una capilla románica. Era una obra antigua del sur de Francia trasplantada a la era moderna, que a su vez se asemejaba ahora a la Edad Media. Barnes gritó «¿Hola?», pero no oyó ninguna respuesta.

Deambuló por la sala principal; aún le faltaba el aire, tenía los zapatos empapados y la garganta áspera. Se asomó al jardín del claustro, en el antes había una recreación de la horticultura de la época medieval, pero ahora, a causa de la negligencia y del opresivo clima vampírico, se había convertido en un pantano. Barnes siguió avanzando, dándose la vuelta dos veces ante el sonido de las gotas que caían de su abrigo.

Pasó al lado de los grandes tapices que adornaban las paredes, las vidrieras que imploraban la luz del sol y los bellos frescos medievales. Recorrió las doce estaciones del vía crucis, labradas en piedra, deteniéndose brevemente en una escena extraña de la crucifixión. Cristo, crucificado en la cruz central con los brazos y las piernas rotas, flanqueado por los dos ladrones, en cruces más pequeñas. La inscripción tallada decía
Per signu sanctecrucis de inimicis nostris libera nos deus noster
. El latín rudimentario de Barnes lo tradujo como: «Por la señal de la Santa Cruz, líbranos de nuestros enemigos, Dios nuestro».

Barnes le había dado la espalda a su fe hacía muchos años, pero aquel relieve antiguo tenía una autenticidad que creía desaparecida del culto moderno. Esas devotas piezas eran reliquias de una época donde la religión aunaba la vida y el arte.

Se acercó a una vitrina rota. En su interior, dos manuscritos miniados, con sus páginas de vitela arrugadas y los bordes de oro desgastados, revelaban la profanación de unas huellas dactilares sobre las hermosas iniciales. Observó una particularmente grande y sucia, que solo podría provenir de los dedos medios de un vampiro, semejantes a garras. El vampiro no necesitaba ni valoraba antiguos libros pintados por el hombre. Era insensible a cualquier objeto con el sello de la factura humana.

Barnes cruzó las puertas dobles debajo de un arco románico, y entró en una capilla de paredes de roca coronada con una inmensa bóveda de cañón. Un fresco dominaba el ábside sobre el altar en el extremo norte de la cámara: la Virgen y el Niño, con dos figuras aladas, una a cada lado. Encima de su cabeza aparecían los nombres de los arcángeles Miguel y Gabriel. Debajo, destacaban los Reyes Magos, más pequeños.

Mientras se encontraba de pie ante el altar vacío, Barnes percibió el cambio de presión en la penumbra de la sala. Un soplo de aire caliente detrás del cuello, como el aliento de un horno, y se volvió lentamente.

A primera vista, la figura oculta detrás de él se asemejaba a un monje peregrino de una abadía del siglo XII. Pero solo a primera vista. Aquel monje sostenía en su mano izquierda un bordón con la cabeza de un lobo, y en el dedo medio de su mano sobresalía la habitual garra vampírica.

La nueva apariencia del Amo apenas era visible dentro de los pliegues de la oscura capucha. Detrás de él, cerca de uno de los bancos laterales, se encontraba una vampira cubierta de harapos. Barnes la observó; la reconocía vagamente y trató de recordar si aquel demonio calvo y de ojos empobrecidos coincidía con una mujer joven, atractiva y de ojos azules que había conocido…

—Kelly Goodweather —dijo Barnes, pronunciando el nombre en voz alta a causa de la sorpresa. Barnes, que creía haberse acostumbrado a cualquier impacto en este mundo nuevo, sintió que le faltaba el aliento. Ella se escondía detrás del Amo; una presencia furtiva, semejante a una pantera.

Informa.

Barnes asintió con sumisión. Relató los detalles de la incursión rebelde muy superficialmente, tal como lo había ensayado, con el objeto de minimizar el ataque.

—Ellos programaron el golpe para que coincidiera con el meridiano. Y contaban con la ayuda de alguien que no es humano, y que escapó justo antes de que saliera el sol.

El Nacido.

Esto pilló por sorpresa a Barnes. Había oído algunas historias y recibido instrucciones para instalar barracones separados del pabellón de maternidad. Pero Barnes no sabía que existiera alguno de ellos realmente. Su mentalidad de mercenario captó de inmediato que esto representaba un punto a su favor, ya que lo exoneraba a él y a sus procedimientos de seguridad de gran parte de la responsabilidad por la incursión en el Campamento Libertad.

—Sí, recibieron una ayuda extra. Una vez dentro, tomaron por sorpresa a la patrulla encargada de la cuarentena. Como he señalado, causaron un gran daño en las instalaciones de extracción. Estamos trabajando duro para reanudar la producción, y podríamos alcanzar un veinte por ciento de nuestra capacidad en una semana o diez días a lo sumo. Liquidamos a uno de ellos, como usted sabe. Él se convirtió, pero se autodestruyó unos minutos después de la puesta del sol. Ah, y creo haber descubierto el verdadero motivo de su ataque.

La doctora Nora Martínez.

Barnes tragó saliva. El Amo estaba enterado de todo.

—Sí, recientemente descubrí que había sido trasladada al campamento.

¿Recientemente? Ya veo… ¿Cómo de recientemente?

—Momentos antes del ataque, señor. En cualquier caso, yo trataba de conseguir información relacionada con la localización del doctor Goodweather y de sus compañeros de la resistencia. Pensé que un intercambio informal y agradable podría resultar más ventajoso que la confrontación directa, pues esta le habría dado la oportunidad de demostrar su fidelidad por sus amigos. Espero que esté de acuerdo. Por desgracia, fue en ese momento cuando los malhechores entraron en el campamento principal; la alarma sonó y los miembros de seguridad vinieron para evacuarme.

Barnes no podía dejar de mirar de vez en cuando a la antigua Kelly Goodweather, que permanecía apartada, detrás del Amo, con los brazos colgando de sus costados. Era muy extraño estar hablando de su marido y no ver ninguna reacción por su parte.

¿Localizaste a un miembro de su grupo y no me informaste de inmediato?

—Como acabo de mencionar, apenas tuve tiempo para reaccionar y… yo…, yo me quedé muy sorprendido, ¿me comprende? Me pillaron totalmente desprevenido. Pensé que podía llegar más lejos si empleaba un enfoque personal. Ella trabajó para mí durante un tiempo, ¿se da cuenta? Yo tenía la esperanza de poder aprovechar mi relación personal con ella para obtener alguna información útil antes de entregársela a usted.

Barnes se esforzaba en lucir una sonrisa, aunque la falsa confianza detrás de ella sentía la presencia del Amo en los meandros de su mente, como si fuera un ladrón escarbando en un ático. Barnes pensaba que la prevaricación era una preocupación muy secundaria para el señor de los vampiros.

La cabeza encapuchada se irguió un momento, y Barnes observó al Amo contemplar la pintura religiosa.

Mientes. Y lo haces muy mal. Así que, ¿por qué no tratas de decirme la verdad y vemos si eres mejor en eso?

Barnes se estremeció, y antes de darse cuenta, le estaba explicando todos los detalles de sus torpes intentos de seducción, así como de su relación con Nora Martínez y el doctor Goodweather. El Amo permaneció unos momentos en silencio, y luego se volvió.

Mataste a su madre. Ellos te buscarán para vengarla. Y yo haré que estés a su alcance… Eso me conducirá hasta ellos. De ahora en adelante, puedes concentrarte por entero a la tarea asignada. La resistencia está llegando a su fin.

BOOK: Eterna
3.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Jailbait by Jack Kilborn
The Leopard by Giuseppe Di Lampedusa
El pájaro pintado by Jerzy Kosinski
The Amulet by William Meikle
The Truth About My Bat Mitzvah by Nora Raleigh Baskin
Stranger on the Shore by Perry, Carol Duncan
Good Hope Road: A Novel by Sarita Mandanna
Travis Justice by Colleen Shannon
Dawn of the Alpha by A.J. Winter