Eterna (27 page)

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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

BOOK: Eterna
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Entrecerró los ojos para mirar las luces.

—Tal vez sean rayos ultravioleta mezclados con lámparas normales, imitando la intensidad de luz que ofrece el sol.

—Los seres humanos también necesitan la luz —observó Nora.

—Los vampiros no pueden entrar. La gente permanece sola aquí, cuidando los animales y los cultivos.

—Dudo que los dejen solos —comentó Eph.

Gus los llamó con un silbido.

—Las vigas —indicó.

Eph miró hacia arriba. Recorrió el techo con su mirada, obteniendo una vista panorámica, y vio una figura que se movía por una pasarela a unos dos tercios de altura de la pared.

Era un hombre, vestido con un abrigo largo y gris semejante a un guardapolvo, y un sombrero impermeable de ala ancha. Se movía tan rápido como podía a lo largo de la estrecha pasarela con barandillas.

—Un hombre de Stoneheart —dijo Fet.

Eran los empleados de Eldritch Palmer, que desde su fallecimiento le habían transferido su lealtad al Amo tras asumir el control de la gran infraestructura industrial del conglomerado de Palmer. Eran simpatizantes de los
strigoi,
y especuladores, en términos de la nueva economía basada en víveres y en un techo.

—¡Eh! —gritó Fet. El hombre no respondió; simplemente agachó la cabeza y se movió con mayor rapidez.

Eph recorrió la pasarela con sus ojos, hasta llegar al rincón. En una plataforma amplia y triangular —un puesto de observación con el soporte de un francotirador— asomaba el cañón de una metralleta, apuntando hacia el techo, a la espera de alguien que la manejara.

—Agachaos —dijo Fet, y se dispersaron. Gus y Bruno corrieron hacia la entrada. Fet agarró a Nora y la puso a cubierto en un rincón del gallinero. Eph se apresuró al corral de las ovejas, y Joaquín a los cultivos.

Eph se agachó y corrió a lo largo de la valla; lo que más temía era quedarse atrapado en una situación como esta. Sin embargo, no iba a morir a manos humanas. Eso ya lo había decidido hacía mucho tiempo. Allí, eran objetivos al descubierto, en el tranquilo interior de la granja iluminada, pero él podía hacer algo al respecto.

Las ovejas se agitaron, balando con tanta fuerza que no pudo oír nada más. Miró hacia atrás y vio a Gus y a Bruno correr hacia una escalera lateral.

El empleado de Stoneheart llegó al soporte y comenzó a manipular la metralleta, dirigiendo el cañón hacia el suelo. Le disparó primero a Gus, ametrallando el suelo detrás de él hasta que lo tuvo fuera de su campo de tiro. Gus y Bruno corrieron hacia el lado opuesto, pero la escalera sobresalía de la pared, y el hombre de Stoneheart podía dar en el blanco antes de que consiguieran llegar a la pasarela.

Eph retiró los cables que cerraban el establo de las ovejas. La puerta se abrió de golpe y las ovejas salieron balando por todo el recinto. Eph se agarró a la valla y levantó su pie justo a tiempo, evitando ser pisoteado por las ovejas que escapaban.

Oyó disparos, pero no miró hacia atrás. Más bien corrió al establo de las vacas y repitió el procedimiento, abriendo la puerta corredera y liberando al ganado. No eran Holstein gordas, sino vacas flacas, con la piel colgando de sus flancos y los ojos muy abiertos y ágiles. Salieron en todas las direcciones, algunas galopando hacia el huerto y derribando los manzanos de troncos débiles.

Eph recorrió la zona de productos lácteos en busca de sus compañeros. Vio a Joaquín, muy lejos hacia la derecha, detrás de una de las lámparas de los huertos con una herramienta en la mano, apuntando con ella al francotirador. Fue una idea genial, pues distrajo al hombre de Stoneheart para que Gus y Bruno pudieran subir por la escalera. Joaquín se puso a cubierto y el empleado de Stoneheart arrancó la lámpara que tenía cercana para ocultarse en las sombras, de modo que la bombilla explotó con una lluvia de chispas.

Fet corría, parapetándose detrás de una vaca desorientada mientras se aproximaba a una escalera adosada a la pared, al lado derecho del soporte del tirador. Eph se encontraba en una esquina de la lechería, pensando en correr hacia el muro, cuando la tierra empezó a saltar a sus pies. Corrió hacia atrás mientras las balas mordían la esquina de madera donde un momento antes había apoyado la cabeza.

L
a escalera se estremeció mientras Fet subía hacia la pasarela. El hombre de Stoneheart se movía en todas las direcciones, tratando de dirigir el arma hacia Gus y Bruno, pero ellos estaban acuclillados junto a la pasarela y las balas impactaron contra los barrotes de hierro. Joaquín alumbró al empleado de Stoneheart con otra lámpara y Fet vio la mueca en la cara del hombre, como si supiera que sería derrotado. ¿Quiénes eran aquellas personas dispuestas a cumplir la voluntad de los vampiros?

«Inhumanos», pensó.

Y ese pensamiento le dio fuerzas para salvar los últimos peldaños. El hombre de Stoneheart no había visto que se acercaban a él por su lado ciego, pero en cualquier momento podía mirar en esa dirección. Imaginar el largo cañón de la ametralladora escupiendo balas hacia él le hizo correr más rápido, y sacó la espada de su mochila.

«Hijos de puta inhumanos».

El hombre de Stoneheart oyó o sintió las botas de Fet. Dio media vuelta, con los ojos completamente abiertos, antes de disparar el arma, aunque demasiado tarde. Fet estaba muy cerca. Le hundió la espada en el vientre, y luego la sacó. Desconcertado, el hombre cayó de rodillas; parecía tan sorprendido por la traición de Fet al nuevo orden vampírico como este por la traición de aquel a su propia especie. Vomitó sangre y bilis, que cayeron estrepitosamente sobre el cañón humeante.

El sufrimiento agónico del hombre era muy diferente al de cualquier vampiro. Fet no estaba acostumbrado a matar a otros seres humanos. La espada de plata era eficaz para matar vampiros, pero totalmente inútil para liquidar a seres humanos.

Bruno llegó corriendo desde la otra pasarela, agarró al hombre antes de que Fet pudiera reaccionar y lo arrojó por encima del borde inferior del soporte. El empleado de Stoneheart se agitó en el aire; la sangre salía de su cuerpo y cayó de cabeza contra el suelo. Gus agarró el gatillo del arma humeante. Giró el cañón en todas las direcciones, inspeccionando toda la granja artificial. Luego lo levantó y apuntó a los numerosos reflectores que iluminaban la granja como lámparas de cocina.

Fet oyó unos gritos y reconoció la voz de Nora, que estaba debajo de él agitando los brazos y señalando el arma mientras las ovejas corrían a su lado.

Fet agarró a Gus de los brazos, justo por debajo de sus hombros. No para detenerlo, sino para llamar su atención.

—No —le dijo, refiriéndose a las lámparas—. Esta comida es para los seres humanos.

Gus hizo una mueca, pues quería acabar con aquellas instalaciones. Alejó el cañón de las luces brillantes y disparó a través del edificio cavernoso; las ráfagas abrieron agujeros en la pared del fondo, y una lluvia de cartuchos cayó alrededor del soporte.

N
ora fue la primera en salir de la granja interior. Notaba cómo los otros la empujaban para que saliera; la luz pálida del cielo se desvanecería pronto. Se sintió más angustiada a cada paso que daba, y empezó a correr.

El otro edificio estaba rodeado por una valla cubierta con una tela metálica negra, opaca. Pudo ver el interior del edificio; era una estructura antigua, la vieja planta procesadora de alimentos, y no tan grande como la granja. Un edificio industrial de aspecto impersonal, que decía «matadero» a gritos.

—¿Es este? —preguntó Fet.

Más allá, Nora vio que la valla exterior describía una curva.

—A menos que… sea distinto al plano.

Ella se aferró a esa esperanza. Obviamente, no era la entrada a una comunidad de jubilados ni a ningún otro tipo de edificio acogedor.

Fet la detuvo.

—Déjame entrar primero —dijo—. Espérame aquí.

Ella lo vio alejarse, mientras sus compañeros la rodeaban, al igual que las dudas en su mente.

—¡No! —dijo con determinación, y alcanzó a Fet. Tenía la respiración entrecortada y sus palabras eran poco audibles—. Iré contigo.

Fet abrió la puerta lo justo para que pudiera entrar. Los otros se dirigieron a otra puerta lateral separada de la entrada principal; estaba entornada.

La maquinaria zumbaba en el interior. Un fuerte olor, difícil de identificar en un principio, impregnaba el aire.

Un olor metálico, como de monedas viejas en un puño sudoroso y caliente. Sangre humana.

Nora se detuvo un instante. Sabía lo que iba a ver, incluso antes de llegar a los primeros cubículos.

Dentro de unas habitaciones no más grandes que un cuarto de baño para discapacitados, varias sillas de ruedas con respaldos altos estaban reclinadas debajo de unos tubos plásticos en espiral que colgaban de los tubos de alimentación. Estos tubos, largos y asépticos, eran utilizados para transportar la sangre humana hasta un sistema de recipientes rodantes. Los cubículos estaban vacíos.

Más adelante, pasaron junto a una cámara frigorífica donde la sangre era empaquetada y almacenada durante el siniestro proceso de recogida. Su fecha de caducidad natural era de cuarenta y dos días, aunque como sustento para vampiros —como alimento puro— el lapso de tiempo tal vez fuera mucho más corto.

Nora supuso que las personas mayores eran llevadas allí, inmovilizadas en las sillas de ruedas, mientras los tubos extraían la sangre de su cuello. Ella casi podía verlos con los ojos en blanco, seguramente llevados allí por el control que tenía el Amo de sus mentes viejas y frágiles.

Nora se sintió cada vez más angustiada y siguió buscando; sabía la verdad, pero no podía aceptarla. Gritó el nombre de su madre, y el silencio como respuesta fue horrible, haciendo que su propia voz retumbara en sus oídos y vibrara en medio de su desesperación.

Llegaron a una amplia sala; los azulejos cubrían tres cuartas partes de las paredes, y varios desagües en el suelo estaban manchados de rojo. Un matadero. Cadáveres arrugados colgando de los ganchos, con la piel desollada extendida y apilada en el suelo.

Nora sintió náuseas, pero no tenía nada que expulsar en su estómago vacío. Se agarró del brazo de Fet, y él la ayudó a mantenerse en pie.

«Barnes», pensó. Ese carnicero mentiroso vestido de uniforme.

—Lo mataré —dijo.

Eph se acercó a ellos.

—Tenemos que irnos.

Nora, que había hundido su cabeza en el pecho de Fet, notó que éste asentía.

—Enviarán helicópteros y a la policía con armas de fuego convencionales —advirtió Eph.

Fet envolvió a Nora en su brazo y la acompañó hasta la puerta más cercana. Nora no quería ver nada más. Quería salir de aquel campamento para siempre.

En el exterior, el cielo moribundo presentaba el color amarillo de los enfermos de ictericia. Gus trepó a la cabina de una excavadora aparcada al otro lado del camino de tierra, cerca de la valla. Movió los controles, y el motor se encendió.

Nora miró hacia arriba tras advertir la rigidez de Fet. Una docena de seres humanos fantasmales, ataviados con monos, merodeaban por allí, después de vagar por las barracones contraviniendo el toque de queda. Sin duda, se habían sentido atraídos por el tableteo de la metralleta y por las alarmas. O tal vez debían cumplir su horrible tarea en el matadero.

Gus bajó de la máquina para reprocharles su pasividad y cobardía. Pero Nora lo detuvo.

—No son cobardes —aclaró—. Están desnutridos, tienen hipotensión, es decir, la presión arterial baja… Tenemos que ayudarles a valerse por sí mismos.

Fet dejó que Nora subiera a la cabina de la excavadora y moviera los controles.

—Gus —dijo Bruno—, yo me quedo aquí.

—¿Qué? —exclamó Gus.

—Me quedaré aquí hasta acabar con toda esta mierda. Ha llegado la hora de una pequeña venganza. De demostrarles que mordieron al hijo de puta equivocado.

Gus captó su intención de inmediato.

—Eres todo un héroe malvado,
hombre
.

—El más malo. Más malo que tú.

Gus sonrió, ahogado por el orgullo hacia su amigo.

Chocaron sus manos, tirando el uno del otro en un abrazo fraternal. Joaquín hizo lo mismo.

—Nunca te olvidaremos, hombre —dijo Joaquín.

El rostro de Bruno mostraba su enfado, a fin de ocultar sus emociones más profundas. Volvió a mirar al edificio donde extraían la sangre.

—Y estos hijos de puta tampoco. Te lo garantizo —aseveró Bruno.

Fet le había dado la vuelta a la excavadora y la llevó hacia delante, embistiendo la valla perimetral y destrozándola con las orugas del tractor.

Se escucharon las sirenas de la policía. Eran muchas, cada vez más próximas.

—Señora —dijo Bruno, dirigiéndose a Nora—, voy a quemar este lugar. Por usted y por mí. Se lo aseguro.

Nora asintió, todavía inconsolable.

—Marchaos ya —dijo Bruno, mirando de nuevo el matadero, con su espada en la mano—. ¡Todos vosotros! —les increpó a los humanos, ahuyentándolos—. Necesito cada minuto que me queda.

Eph le ofreció su mano a Nora, pero Fet ya estaba de vuelta a su lado, y salió del brazo de Fet, pasando a un lado de Eph, que tras un breve momento de vacilación los siguió por la cerca derribada.

B
runo, furioso de dolor, notó los gusanos moverse en su interior. El enemigo estaba dentro de su sistema circulatorio, propagándose a través de sus órganos y retorciéndose dentro de su cerebro. Se movió con rapidez, llevando las lámparas ultravioleta desde la granja a la fábrica de extracción de sangre. Las colgó de las puertas para retrasar la incursión de los vampiros. Luego se dedicó a romper los tubos y a desmantelar los aparatos de recogida de sangre, como si desgarrara sus arterias infectadas. Apuñaló las bolsas de sangre refrigerada abriéndoles tajos, dejando el suelo y su ropa bañados de un color escarlata, no sin antes asegurarse de derramar hasta la última gota de los recipientes. A continuación destruyó los equipos, las aspiradoras y las bombas.

Los vampiros intentaban entrar, pero se quedaban achicharrados por la luz ultravioleta. Bruno descolgó los cadáveres y las pieles humanas, pero no sabía qué hacer con ellos. Deseó tener gasolina y cerillas. Encendió las máquinas y cortó los cables con la intención de provocar un cortocircuito en el sistema eléctrico.

Cuando el primer policía se abrió paso, encontró a un Bruno de aspecto salvaje, completamente cubierto de sangre, que estaba destrozando el lugar. Le disparó a quemarropa. Dos ráfagas le rompieron la clavícula y el hombro izquierdo, haciéndolos añicos.

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