Eterna (48 page)

Read Eterna Online

Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

BOOK: Eterna
10.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

Retomó la carretera principal, le entregó el mapa a Fet y buscó los faros del Explorer en su espejo retrovisor. No los vio. Tanteó el
walkie-talkie
, y lo encontró en el asiento, junto a su cadera.

—Nora, ¿has logrado salir? ¿Estáis bien?

Su voz se escuchó un momento después, cargada de adrenalina.

—¡Sí! ¡Lo logramos!

—No te veo.

—Estamos… No sé. Probablemente detrás de ti.

—Sigue hacia el norte. Si nos separamos, nos reuniremos en Fishers Landing tan pronto como puedas llegar allí. ¿Me entiendes? Fishers Landing…

—Fishers Landing —repitió ella—. De acuerdo. Su voz crujió.

—Conduce con las luces apagadas cuando puedas, pero solo cuando puedas. Nora, ¿me oyes?

—Vamos… arriba… delante.

—Nora, no puedo oírte.

—… Eph…

Eph sintió que Fet se recostaba sobre él.

—El alcance de la radio es de solo un kilómetro y medio.

—Deben haber tomado otro camino… —dijo Eph, verificando los espejos retrovisores—. Siempre y cuando permanezcan fuera de la autopista…

Fet tomó la radio, e intentó contactar con Nora, pero no lo consiguió.

—¡Mierda! —exclamó.

—Ya sabe cuál es el sitio de encuentro —lo tranquilizó Eph—. Y está con Gus. No le pasará nada.

Fet le devolvió la radio.

—Tienen suficiente combustible. Todo lo que tenemos que hacer ahora es permanecer con vida hasta el amanecer…

En la carretera, debajo de la vetusta marquesina de un antiguo autocine, un
strigoi
siguió al jeep con los ojos mientras pasaba de largo frente a él.

E
l Amo se acercó con su mente. Aunque no parecía ser algo lógico, la multiplicidad de perspectivas simultáneas le ayudaba a centrar sus pensamientos y calmar su temperamento.

A través de los ojos de uno de sus esbirros, el Amo vio el jeep militar conducido por el doctor Ephraim Goodweather cruzar una intersección en la zona rural del estado de Nueva York, alejándose raudo sobre la línea central amarilla, cada vez más hacia el norte.

Vio el Explorer conducido por la doctora Nora Martínez pasar por la iglesia de una pequeña plaza urbana. El criminal Augustin Elizalde se asomó por la ventilla delantera, se produjo un fogonazo y la imagen desapareció de la vista del Amo. También iban hacia el norte, por otra autopista alternativa: la interestatal que el Amo recorría ahora a gran velocidad.

Vio a Zachary Goodweather cruzar el estado a bordo del helicóptero, viajando hacia el noroeste en una trayectoria diagonal. El muchacho miró por la ventanilla del aparato, indiferente al mareo del doctor Everett Barnes, sentado a su lado, con la cara de un color gris pálido. El chico, y tal vez Barnes, serían fundamentales para el Amo para distraer o persuadir a Goodweather.

El Amo también veía a través de la percepción de Kelly Goodweather. Viajar dentro de un vehículo en movimiento embotaba un poco su impulso cazador, pero el Amo sintió su conexión con el doctor Goodweather, su excompañero humano. Su sensibilidad le daba al Amo otra perspectiva para triangular su enfoque sobre el doctor Goodweather.

Gira aquí.

El sedán se desvió y tomó la vía de salida. Creem, el líder pandillero, conducía con el pie pisando a fondo el acelerador.

—Mierda —dijo Creem, al ver la estación de servicio todavía ardiendo en la calle. El olor del combustible quemado penetró en el sistema de ventilación del automóvil.

Izquierda.

Creem siguió las instrucciones, alejándose del lugar de la explosión sin perder ni un segundo. Pasaron junto a la marquesina del autocine y el vampiro que observaba desde allí. El Amo se sumergió de nuevo en su visión y se vio a sí mismo en el interior del sedán negro, el vértigo de la velocidad devorando la línea amarilla de la autopista interestatal.

Estaban alcanzando a Goodweather.

E
ph avanzó por carreteras secundarias, serpenteando hacia el norte. Cambió la ruta con frecuencia para desorientar a sus perseguidores. Los centinelas vampiros montaban guardia en cada esquina. Eph sabía que llevaba mucho tiempo en la misma carretera cuando ponían obstáculos en su camino, para que frenara o chocara con ellos: otros coches, una carretilla, tiestos de una tienda de jardinería. Iba a ochenta kilómetros por hora por una carretera completamente oscura; esas barricadas aparecían de repente en sus faros y era peligroso esquivarlas.

Los vampiros intentaron embestirlos o seguirlos en un par de ocasiones. Esa fue la señal para que Fet se apostara en el techo con la metralleta en la mano.

Eph evitó la ciudad de Siracusa dirigiéndose hacia el este por carreteras secundarias. El Amo sabía dónde se encontraban, pero no hacia dónde se dirigían. Eso era lo único que tenían a su favor en ese momento. De lo contrario, el Amo reuniría a sus esbirros a orillas del río San Lorenzo, e impediría que Eph y los otros cruzaran.

Si fuera posible, Eph habría conducido hasta el amanecer. Pero la gasolina era un problema, y detenerse a repostar era demasiado peligroso.

Tendrían que arriesgarse a esperar el amanecer en el río, lo que los convertiría en un blanco fácil.

El lado positivo era que cuanto más avanzaban hacia el norte, menos
strigoi
aparecían en el borde de los caminos. La escasa población rural era otro punto a su favor.

N
ora iba conduciendo. La lectura de mapas no era uno de los fuertes de Gus. Ella sabía en líneas generales que iban hacia el norte, pero también que se habían desviado del rumbo, hacia el este o al oeste, en un par de ocasiones. Habían pasado Siracusa, pero sin embargo, Watertown, la última ciudad antes de la frontera canadiense, parecía estar muy lejos.

La radio había crujido un par de veces al lado de su cadera, pero cada vez que intentaba comunicarse con Eph, solo recibía silencio como respuesta. Al cabo de un rato dejó de intentarlo, pues no quería acabar con las baterías.

Fishers Landing. Era allí donde Eph le había dicho que se encontrarían. Nora había perdido la cuenta de las horas transcurridas desde la puesta del sol, y no podía calcular cuántas faltaban para el amanecer; lo único cierto es que eran demasiadas. Necesitaba desesperadamente la tregua de luz para atreverse a confiar en su propia intuición.

«Solo llega hasta allá —pensó—. Sigue adelante y averígualo».

—Aquí vienen, doc —advirtió Gus.

Nora miró por los espejos retrovisores. No logró distinguir ninguna señal de peligro; necesitaba concentrarse en conducir en medio de la oscuridad. Pero entonces lo vio: un destello de luz a través de la copa de los árboles.

Una luz que se movía. Un helicóptero.

—Nos están buscando —dijo Gus—. No nos han visto. Creo que no.

Nora tenía un ojo en la luz y el otro en la carretera. Pasaron una señal de tráfico y se dieron cuenta de que habían regresado cerca de la interestatal. Eso no era bueno.

El helicóptero voló en círculo hacia ellos.

—Apagaré las luces —dijo Nora, lo cual implicaba disminuir la velocidad.

Iban a la deriva por el camino oscuro, viendo al helicóptero volar sobre ellos. La luz se hizo más brillante a medida que descendía, tal vez a unos doscientos metros al norte.

—Espera, espera —dijo Gus—. Está aterrizando.

Nora vio la luz descendiendo.

—Esa debe ser la carretera.

—No creo que nos hayan visto —dijo Gus.

Nora avanzó por la carretera, orientándose por el contraste de las ramas de los árboles, más oscuras que el cielo. No sabía muy bien cómo evadir la amenaza del helicóptero.

—¿Nos desviamos? —preguntó—. ¿Nos arriesgamos?

Gus trataba de distinguir la línea de la carretera a través del parabrisas.

—¿Sabes qué? —dijo—. La verdad es que no creo que nos estuvieran buscando a nosotros.

Nora tenía los ojos puestos en la carretera.

—¿De qué se trata entonces?

—Te me has adelantado. La pregunta es: ¿nos atrevemos a averiguarlo?

Nora había pasado suficiente tiempo con Gus como para saber que realmente no era una pregunta.

—No —repuso—. Sigamos adelante.

—Tal vez se trate de algo —aventuró Gus.

—¿Como qué?

—No sé. Por eso debemos ir a ver —afirmó Gus—. Llevo varios kilómetros sin ver a ningún chupasangre al lado de la carretera. Creo que podemos echar un vistazo.

—Una mirada
rápida
—enfatizó Nora, como si ella pudiera limitarlo a eso.

—Vamos —insistió él—. También sientes curiosidad. Además, tenían una luz, ¿no? Eso significa que son seres humanos.

Se detuvo en la orilla izquierda de la carretera y apagó el motor. Se apearon del coche, olvidando que las luces interiores se encendían al abrir las puertas. Las cerraron con suavidad y rapidez y se quedaron escuchando.

Los rotores giraban, aunque con mayor lentitud. El motor acababa de ser apagado. Gus mantuvo su metralleta separada del cuerpo mientras trepaba por el terraplén rocoso y cubierto de maleza, con Nora detrás, a su izquierda.

Avanzaron con cautela cuando llegaron a la parte superior, asomándose por debajo del guardarraíl. El helicóptero estaba a un centenar de metros. No había coches a su alrededor. Los rotores dejaron de girar, aunque la luz del helicóptero permaneció encendida, resplandeciendo al otro lado de la autopista. Nora distinguió cuatro siluetas, una más pequeña que las otras. No podía estar segura, pero creía que el piloto —probablemente un ser humano, a juzgar por la luz— permanecía a la espera en la cabina. ¿A la espera de qué? ¿Iba a despegar pronto?

Se agacharon.

—¿Será una reunión secreta? —susurró Nora.

—Algo por el estilo. No crees que sea el Amo, ¿verdad? —preguntó Gus, también en voz baja.

—No sé qué decir —murmuró ella.

—Uno de ellos es pequeño. Parece un niño.

—Sí —confirmó Nora…, y de pronto dejó de asentir.

Se asomó de nuevo, y esta vez se atrevió a hacerlo por encima del guardarraíl. Gus tiró de su cinturón, pero no antes de que Nora constatara la identidad del chico de pelo desgreñado.

—¡Oh, Dios mío!

—¿Qué? —dijo Gus—. ¿Qué diablos te pasa?

Ella sacó su espada.

—Tenemos que llegar hasta ellos.

—Bien, entendido. Pero ¿por qué…?

—Dispárales a los adultos, pero no al chico. No dejes que escapen.

Nora ya estaba sobre el guardarraíl cuando Gus se puso en pie. Corría hacia ellos, y Gus tuvo que hacer un esfuerzo para alcanzarla. Nora vio a las dos figuras más grandes volverse hacia ella. Los vampiros detectaron su espectro térmico y el rayo de plata de su espada. Se dieron la vuelta y se acercaron a los humanos. Uno agarró al niño e intentó subirlo al helicóptero. Iban a despegar de nuevo. El motor estaba encendido, los rotores despertaban con su gemido hidráulico.

Gus disparó su arma, primero a la larga cola del helicóptero, y luego barrió el fuselaje hasta el compartimento de los pasajeros. Eso fue suficiente para que los vampiros alejaran al chico del helicóptero. Nora había salvado parte de la distancia que los separaba. Gus disparó a su izquierda, impactando la ventanilla de la cabina. El cristal no se rompió, pero los proyectiles lo perforaron y un chorro de color rojo manchó el extremo opuesto de la cabina.

El cuerpo del piloto cayó de bruces sobre el timón. Los rotores giraron a mayor velocidad, pero el helicóptero no se movió.

Un vampiro se apartó del hombre a quien custodiaba y corrió hacia Nora. Ella distinguió la tinta oscura del tatuaje de su cuello e inmediatamente lo identificó como uno de los guardaespaldas de Barnes que había visto en el campamento. Pensar en Barnes anuló todo resquicio de temor, y Nora se lanzó sobre el corpulento vampiro con su espada en alto y un grito de guerra. El vampiro se agachó e hizo una finta antes de que ella pudiera atravesarlo con su espada, pero Nora lo esquivó como un torero, hundiéndole la hoja de plata en la espalda. Él se arrastró boca arriba sobre el asfalto, con su carne calcinándose, pero todavía saltó sobre sus pies. Girones de piel pálida colgaban de sus muslos, el pecho y una mejilla. Esto no lo detuvo, pero sí la herida de plata en su espalda.

La metralleta de Gus traqueteó y el vampiro se retorció. Los disparos lo pillaron por sorpresa, pero no llegaron a derribarlo. Nora no le dio tiempo al colosal
strigoi
de atacarla de nuevo. Se concentró en los tatuajes del cuello como objetivo y lo decapitó.

Se dio la vuelta hacia el helicóptero, entrecerrando los ojos para protegerse de la onda expansiva del rotor. El otro vampiro tatuado se encontraba lejos de los seres humanos, acechando a Gus. Entendía y respetaba el poder de la plata, pero no el que imponía una metralleta Steyr. Gus se acercó al
strigoi
sibilante, poniéndose al alcance de su aguijón, y le lanzó una ráfaga de disparos a la cabeza. El vampiro se desplomó hacia atrás; Gus se le acercó y le disparó en el cuello, liberando a la criatura.

El hombre estaba de rodillas, cubriéndose con la puerta del helicóptero. El niño vio caer a los vampiros. Se giró y echó a correr hacia la autopista, en dirección a la luz de la cabina del helicóptero. Nora vio algo en sus manos, que sostenía delante de él mientras corría.

—¡Atrápalo, Gus! —le gritó Nora, pues él estaba más cerca. Gus salió tras el chico. El muchacho era rápido, pero no muy coordinado. Saltó el guardarraíl y ya había llegado a la calzada, pero calculó mal un paso o dos y se enredó en sus propios pies.

N
ora estaba cerca de Barnes, bajo el rotor del helicóptero. Seguía mareado y de rodillas. Sin embargo, cuando miró hacia arriba y reconoció el rostro de Nora, palideció aún más.

Nora levantó su espada, lista para asesinarlo, cuando escuchó cuatro silbidos agudos destacándose sobre el ruido de los rotores. Eran los proyectiles de un pequeño rifle, que el niño disparaba contra ellos en un estado de pánico. Ella no fue alcanzada por las balas, pero sí impactaron terriblemente cerca. Se alejó de Barnes y se internó en la maleza. Vio a Gus abalanzarse sobre el niño y contenerlo antes de que pudiera volver a disparar. Agarró al niño por la camisa, dándole la vuelta hacia la luz, para cerciorarse de que no se trataba de un vampiro. Gus le arrebató el rifle y lo lanzó hacia los árboles. El chico se resistió, y Gus le dio una buena sacudida, lo suficientemente violenta para hacerle saber lo que podía pasarle si oponía resistencia. Sin embargo, el chico entrecerró los ojos bajo la luz, y trató de escapar, intimidado por Gus.

Other books

METRO 2033 by Dmitry Glukhovsky
Commodity by Shay Savage
House of Skin by Curran, Tim
Getting Lucky by Viola Grace
At Close Quarters by Eugenio Fuentes
The Anatomy of Death by Felicity Young
House Rules by Chloe Neill
Why Beauty is Truth by Ian Stewart
Art of a Jewish Woman by Henry Massie