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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (60 page)

BOOK: Excesión
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Había hecho el primer intento en el Infraespacio. Volvió a probar en el Ultraespacio, con idéntico resultado. Retrocedió de nuevo y volvió a su posición anterior. Trató de moverse en ángulo recto con respecto a su último curso. Los motores funcionaron como de costumbre. Qué extraño. Se detuvo de nuevo.

Sus avatares volvieron a dirigirse a la tripulación para explicarle lo que estaba ocurriendo. Compiló un informe preliminar y se lo envió al VSM
No se inventó aquí.
El informe se cruzó por el camino con la respuesta del VSM a la señal anterior de la
Destino
:

[punto estrecho intermitente, M32, tra. ©4.28.882.8367]

º º VSM
No se inventó aquí

ª ª UGC
Destino susceptible de cambio

No entiendo. ¿Qué ocurre? ¿Cómo has llegado ahí?

[punto estrecho intermitente, M32, tra. ©4.28.882.8379]

º º UGC
Destino susceptible de cambio

ª ª VSM
No se inventó aquí

Se impone una explicación. Pero entretanto, yo aminoraría la marcha si fuera tú y le diría a todos los que estén acercándose, que hagan lo mismo y se preparen para detenerse a treinta años de la E. Creo que está tratando de decirnos algo. Además, hay una grabación cuya autoría me gustaría reclamar...

X

Transcurrió el resto del día, y la noche siguiente. El ave negra, que según le había dicho, se llamaba Gravious, se había marchado alegando que estaba harta de sus preguntas.

A la mañana siguiente, tras comprobar que su terminal seguía sin funcionar y la puerta de la bodega seguía cerrada y sin dar señales de vida, Genar-Hofoen se alejó todo lo posible por la playa en ambas direcciones. En los dos casos, tras avanzar varios cientos de pasos, se encontró con un campo gelatinoso y resistente. La visión que se extendía más allá resultaba perfectamente convincente, pero debía de ser una proyección. Descubrió un camino que recorría la marisma salina y topó con un campo de idénticas características cien pasos después de haber llegado a los morones y los pequeños barrancos. Tuvo que regresar a la torre para quitarse de las botas el barro real y pegajoso con que se las había manchado mientras se abría camino por la marisma. El pájaro negro con el que había hablado el día anterior no dio señales de vida.

El avatar, Amorphia, estaba esperándolo, sentado en una roca de la playa, frente al mar en calma, abrazándose las rodillas y contemplando las aguas.

Se detuvo un momento al verla y al instante reanudó la marcha. La representante de la nave, toda ángulos y miembros delgados, se levantó con movimientos parsimoniosos. De cerca, bajo aquella luz, había una especie de inmaculada sencillez en su fina y pálida cara; algo rayano en la inocencia.

–Quiero que hables con Dajeil –dijo la criatura–. ¿Lo harás?

Genar-Hofoen estudió sus vacíos ojos.

–¿Por qué estoy prisionero aquí?

–Estás prisionero porque quiero que hables con Dajeil. Estás prisionero
aquí
porque pensé que este... modelo contribuiría a inducirte el estado de ánimo necesario para hablar con ella de lo que os pasó hace cuarenta años.

El humano frunció el ceño. Amorphia tuvo la impresión de que en el interior del hombre había montones de preguntas, forcejeando unas con otras por salir la primera.

–¿Queda algún estado mental Almacenado en la
Servicio durmiente?

–No –dijo el avatar, sacudiendo la cabeza–. ¿Lo dices por el engaño que utilizamos para traerte aquí?

Genar-Hofoen cerró los ojos un momento. Volvió a abrirlos.

–Sí, supongo que sí –dijo. Parecía que se le habían hundido los hombros, pensó el avatar. Luego preguntó:–. ¿Y la historia de Zreyn Enhoff Tramow la inventaste tú o fueron ellos?

El avatar puso cara pensativa.

–Gart Kapilesa Zreyn Enhoff Tramow Afayad dam Niskat –dijo–. Era uno de los estados mentales Almacenados que llevaba a bordo. Hay una historia bastante interesante asociada a ella pero jamás sugerí que te la contaran.

–Ya veo –dijo, asintiendo–. ¿Y por qué? –preguntó.

–¿Por qué qué? –dijo la criatura, con cara de perplejidad.

–¿Por qué el engaño? ¿Por qué querían traerme aquí?

El avatar lo miró un momento.

–Eras mi precio, Genar-Hofoen –dijo.

–¿Tu
precio?

El avatar sonrió inesperadamente y levantó una mano hacia la suya. Era fría y firme..

–Vamos a tirar piedras –dijo. Y con estas palabras se encaminó a las olas que rompían contra la playa.

Sacudió la cabeza y siguió a la criatura.

Se detuvieron a la vez, uno junto al otro. El avatar recorrió con la mirada la gran ladera llena de guijarros brillantes y mojados.

–Un arma cada uno de ellos –musitó y entonces se inclinó para recoger del suelo uno de los grandes y lo arrojó rápidamente y sin puntería contra las olas. Genar-Hofoen eligió también uno.

»Llevo cuarenta años fingiendo que me había convertido en una Excéntrica, Genar-Hofoen –dijo el avatar como si tal cosa mientras volvía a agacharse.

–¿Fingiendo? –preguntó el hombre. Lanzó la piedra en un gran arco. Se preguntó si sería posible alcanzar el campo de fuerza del otro lado. La piedra cayó y desapareció en el alborotado paisaje de olas.

–He sido un miembro diligente y fiel de la sección de Circunstancias Especiales todo este tiempo. Estaba esperando una llamada –le explicó la nave a través del avatar. Lo miró de soslayo mientras se inclinaba para recoger otra piedra–. Soy un arma, Genar-Hofoen. Un arma que puede ser negada. Mi aparente Excentricidad permite a la Cultura desentenderse de toda responsabilidad por mis acciones. De hecho, estoy siguiendo las órdenes específicas de un comité de CE que se hace llamar a sí mismo la Pandilla de Tiempos Interesantes.

La criatura interrumpió sus explicaciones un momento para arrojar una piedra contra el falso horizonte. El movimiento fue tan rápido que su brazo casi desapareció. El aire emitió un siseo agudo, y Genar-Hofoen sintió en la mejilla el viento que había desplazado. El impulso hizo rotar al avatar y, tras un instante, se detuvo, esbozó una sonrisa fugaz, casi infantil, y siguió con la mirada la piedra que desaparecía en la distancia. Genar-Hofoen también lo hizo. Poco después de empezar a descender, la piedra rebotó con algo invisible y cayó al agua. El avatar hizo un ruido de satisfacción.

–Sin embargo –dijo– cuando llegó el momento, me negué a hacer lo que me pedían a menos que te enviaran a mí. Ese fue mi precio. Tú. –Le sonrió–. ¿Lo ves?

Genar-Hofoen sopesó una piedra en la mano.

–¿Solo por lo que ocurrió entre Dajeil y yo?

El avatar sonrió y a continuación, con un dedo en los labios, como un niño, se inclinó para elegir otra piedra. Guardó silencio un buen rato, aparentemente ensimismado en lo que estaba haciendo. Genar-Hofoen siguió sopesando la piedra en la mano y mirando desde arriba la nuca del avatar. Al cabo de unos momentos, la criatura dijo:

–Fui un Vehículo General de Sistemas de la Cultura completamente operativo, eficiente y fiel durante trescientos años, Genar-Hofoen. –Levantó la mirada hacia él–. ¿Tienes idea de cuántas naves, drones y personas, tanto humanas como no humanas, pasan por un VGS en todo ese tiempo? –Volvió a bajar la mirada, escogió una piedra y se levantó–. Albergaba regularmente en mi interior a doscientos millones de personas. En teoría poseía la capacidad para construir más de cien mil naves. Construí VGS más pequeños, capaces todos ellos de construir sus propias naves, y dotados todos ellos con sus tripulaciones, con sus personalidades, con sus historias.

»Albergar a tanta gente es como ser un mundo pequeño o una ciudad gigante –dijo–. Por deber y por placer me tomaba un interés personal en el bienestar físico y mental de todos los individuos que llevaba a bordo, para poder proporcionarles, sin aparente esfuerzo, un entorno vital que cada uno de ellos encontrara confortable, placentero, estimulante y libre de estrés. También era mi deber llegar a conocer a esas naves, drones y personas, a fin de poder hablar con cualquiera de ellas y comprenderla, por muchas que fueran las solicitudes que se me hicieran en un momento determinado. En circunstancias así, uno desarrolla rápidamente (si es que no lo posee desde el principio) un interés, incluso una fascinación, por la gente. Y tiene sus preferencias... Está la gente por la que haces el mínimo indispensable y que te alegras de ver marchar, está la gente que te gusta y te interesa más de lo normal y está la gente a la que atesoras durante años y décadas si se queda a tu lado, o que echas de menos si se va y con la que mantienes correspondencia con regularidad. Hay algunas historias que sigues con interés, mucho después de que los implicados se hayan marchado; intercambias cuentos con otros VGS, otras Mentes, cotilleos más que nada, para enterarte de lo que ha pasado con una relación, o qué carreras han florecido, qué sueños se han marchitado...

Amorphia se inclinó un poco hacia atrás y, con un salto de casi medio metro, arrojó la piedra en una línea casi horizontal. El proyectil ascendió hasta topar con el invisible techo, a gran altura, y a continuación cayó sobre las olas, a veinte metros de la playa. Aparentemente satisfecho, el avatar dio una palmada.

Volvió a inclinarse y a examinar los guijarros.

–Tratas de mantener un equilibrio entre la indiferencia y la curiosidad excesiva, entre el desapego y la obsesión –continuó–. No obstante, tienes que estar preparada para enfrentarte a ser acusada por las dos cosas. Conseguir que estas acusaciones no superen mucho los niveles experimentados por tus hermanas es la medida del éxito. La perfección es imposible. Además, tienes que aceptar que en una colección tan enorme de personalidades e historias, siempre quedarán algunos cabos sueltos, algunas historias que se prolongarán en lugar de concluir limpiamente. Esto no importa demasiado mientras haya algunas que se resuelvan satisfactoriamente, y en especial mientras lo hagan aquellas en las que te has tomado más interés... y te has involucrado a título personal.

Lo miró desde abajo.

»Algunas veces echas una mano en alguna historia, en algún destino. Algunas veces sabes o puedes anticipar en qué medida importará tu intervención, pero otras no lo sabes y no puedes adivinarlo. Descubres que un comentario casual ha afectado profundamente la vida de alguien o una decisión en apariencia insignificante ha tenido profundas y duraderas repercusiones.

Se encogió de hombros y volvió a bajar la mirada hacia las piedras.

»Tu historia... la tuya y la de Dajeil, fue algo parecido –le dijo–. Mi intervención fue decisiva para otorgarte el permiso de acompañar a Dajeil Gelian a Telaturier –dijo, incorporándose. Esta vez tenía dos piedras en la mano: una era más grande que la otra–. Yo sabía lo delicado que era el equilibrio entre los distintos elementos del comité responsable de tomar la decisión. Sabía que, en la práctica, recaía sobre mí. Te conocí y tomé la decisión. –Se encogió de hombros–. Fue la decisión equivocada. –Lanzó la piedra mayor en una trayectoria elevada y a continuación se volvió hacia el hombre mientras sopesaba la otra en la mano–. He pasado cuarenta años deseando corregir ese error. –Se volvió y lanzó la otra piedra a baja altura y con gran velocidad. Voló sobre las olas y golpeó la roca mayor unos dos metros antes de que se sumergiera. Reventaron en una nube de fragmentos y de polvo que apenas duró un instante.

Él avatar se volvió de nuevo hacia él con una pequeña sonrisa en los labios.

»Accedí a fingirme Excéntrica. De repente, disfrutaba de una libertad que muy pocas naves pueden catar alguna vez. Podía entregarme a mis caprichos, mis fantasías, mis propios sueños. –Enarcó una ceja–. Oh, en teoría todas podemos hacerlo, pero las Mentes tienen sentido del deber y conciencia. Pude volverme un poco Excéntrica fingiendo que era muy Excéntrica, al mismo tiempo que sabía que en realidad era más responsable que nadie. Y, al aparentar que disfrutaba de mi Excentricidad con la conciencia tranquila alimenté mi reputación. Otras naves me miraban y creían que podían hacer lo mismo que yo, pero al ver que no les era posible por mucho tiempo, llegaban a la conclusión de que yo debía de ser
realmente
extraña. Por lo que sé, nadie ha llegado a sospechar que lo que mantenía limpia mi conciencia era que tenía un propósito definido y lo bastante importante para compensar hasta el disfraz más absurdo y el comportamiento más obsesivo.

Cruzó los brazos.

»Naturalmente –dijo– uno no espera que le estén recordando su rareza todos los días durante cuatro décadas, pero así tenía que ser. Al principio no lo pensé, aunque luego se convirtió en una parte útil y conveniente de mi Excentricidad. Recogía Dajeil poco después de iniciar mi exilio interno. Ella era el último cabo suelto significativo de mi vida anterior. Las demás historias no me concernían tan directamente, no acarreaban un grado tan importante de responsabilidad, estaban en camino de alcanzar una resolución satisfactoria o habían sido decentemente olvidadas gracias al proceso natural del paso del tiempo y el cambio de la gente. Solo quedaba Dajeil: mi responsabilidad. –Se encogió de hombros–. Tenía la esperanza de convencerla, de conseguir que aceptara lo que os había ocurrido y siguiera con su vida. Tener al niño sería la señal de que lo había superado. Ese esfuerzo sería el fin de sus afanes, ese nacimiento marcaría un fin. –El avatar desvió la mirada hacia el mar por un momento, mientras se le arrugaba el entrecejo–. Pensé que sería fácil –dijo, volviendo a mirarlo–. Estaba tan acostumbrada al poder, a mi capacidad de influir en las personas, las naves y los acontecimientos (no me habría costado nada engañar a su cuerpo para que tuviera el niño. Podría haber dado inicio al proceso químicamente o por medio de un efector, mientras ella estuviera durmiendo, y cuando despertara no habría vuelta atrás), Dios, hasta a la destreza para el chantaje emocional de la que tanto me enorgullecía, que estaba segura de que mis argumentos y mis razones no encontrarían en su voluntad más obstáculos que mi tecnología en su fisiología.

Sacudió la cabeza con rapidez.

»No fue así. Se mostró intransigente. Confiaba en persuadirla, en avergonzarla, de hecho, por la magnitud de mi preocupación por ella al recrear de verdad todo lo que ves aquí –dijo el avatar mirando los acantilados, la marisma, la torre y las aguas que los rodeaban–; al convertir toda mi envoltura externa en un hábitat para ella y para las criaturas que amaba. –Hizo una especie de gesto de asentimiento hacia un lado y sonrió–. Admito que también tenía otro propósito que tan exagerada compasión podía ayudar a disimular, pero el hecho es que mi designio original era crear un entorno en el que ella pudiera sentirse cómoda y, viendo el cuidado con el que estaba dispuesto a cuidarla, segura para poder tener a su hijo. –Esbozó una sonrisa llena de remordimiento–. Me equivoqué –admitió–. Me equivoqué dos veces y las dos veces lastimé a Dajeil. Tú... y esto, sois mi última oportunidad de enderezar las cosas.

BOOK: Excesión
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