Read Fantasmas del pasado Online
Authors: Nicholas Sparks
—Qué gran idea. Aunque supongo que te habrás dado cuenta de que estamos solos, ¿verdad?
—Nunca se sabe —contestó él.
—Oh, pues yo sí que lo sé. En fin, sigue con tus preparativos; yo continuaré apuntando con la cámara hacia la dirección adecuada. Por cierto, lo estás haciendo muy bien.
Jeremy se echó a reír mientras abría la bolsa de harina y empezaba a esparcirla por el suelo, formando una delgada capa blanca alrededor de las cámaras. Acto seguido hizo lo mismo alrededor de los micrófonos y del resto del material, después ató el hilo a una rama y formó un extenso cuadrado que rodeaba toda el área, como si estuviera acordonando la escena de un crimen. Realizó una segunda pasada con el hilo medio metro por debajo del primer cuadrado y luego colgó unas campanitas en el hilo. Cuando hubo terminado, se dirigió hacia donde estaba Lexie.
—No sabía que había que hacer tantas cosas —comentó ella.
—Supongo que a partir de ahora me tratarás con un poco más de respeto, ¿no?
—No creas. Sólo intentaba entablar conversación.
Jeremy sonrió antes de hacer una señal hacia el coche.
—Voy a apagar las luces del coche. Y con un poco de suerte, nada de esto habrá sido en vano.
Cuando apagó el motor, el cementerio se tornó negro, y Jeremy esperó unos instantes para que sus ojos se adaptaran a la falta de luz. Por desgracia, no se adaptaron; el cementerio estaba más oscuro que una cueva. Intentó ir a tientas hasta la verja, totalmente a ciegas, pero tropezó con la raíz de un árbol justo en la entrada del cementerio, y poco le faltó para darse de bruces contra el suelo.
—¿Puedes pasarme las gafas de visión nocturna, por favor? — gritó.
—Ni hablar —la oyó responder—. Ya te lo he dicho, este chisme es fantástico; puedo ver perfectamente. No te preocupes, sigue andando hacia delante, que vas bien.
—Pero no puedo ver nada.
—Sigue andando. Sólo preocúpate por los cuatro escalones que tienes enfrente.
Jeremy inició la marcha lentamente, con los brazos extendidos hacia delante.
—¿Y ahora qué?
—Estás justo enfrente de una cripta, así que muévete hacia la izquierda.
Por la inflexión de su voz, parecía que Lexie se lo estaba pasando en grande.
—Te has olvidado decir: «Simón dice».
—¿Quieres que te ayude o no?
—Lo que quiero es que me des mis gafas —exclamó en tono suplicante.
—Ven a buscarlas.
—¿Y por qué no vienes tú a traérmelas?
—Podría, pero no lo haré. Es mucho más divertido ver cómo deambulas por ahí como un zombi. Ahora muévete a la izquierda. Ya te diré cuándo tienes que detenerte.
El juego prosiguió en esa línea hasta que finalmente Jeremy logró regresar al lado de Lexie. Se sentó un momento en el suelo, y ella se quitó las gafas entre risitas.
—Toma.
—Gracias.
—No hay de qué. Ha sido un placer ayudarte.
Durante la siguiente media hora, Lexie y Jeremy rememoraron detalles de la fiesta. Estaba demasiado oscuro para que Jeremy pudiera ver la cara de Lexie, pero le gustó mucho la sensación de tenerla tan cerca en medio de la oscuridad circundante.
Cambiando el tema de conversación, él dijo:
—Cuéntame qué pasó la vez que viste las luces. Esta noche he oído las versiones de todo el mundo, excepto la tuya.
A pesar de que sus rasgos no eran nada más que sombras, Jeremy tuvo la impresión de que ella se dejaba llevar por los recuerdos de algo que no estaba segura de querer recordar.
—Tenía ocho años —evocó, con la voz suave—. No sé por qué razón, empecé a tener pesadillas sobre mis padres. Doris tenía colgada en la pared una foto del día que se casaron, y ésa era la apariencia que tenían en mis sueños: mamá vestida con su traje de novia, y papá con su esmoquin. Pero en mis sueños los veía atrapados en el coche después de caer al río. Era como si los estuviera contemplando desde fuera del coche, y podía ver el pánico reflejado en sus caras mientras el agua engullía el coche lentamente. Mi madre tenía una expresión realmente triste, como si se diera cuenta de que eso era el final; de repente, el coche empezaba a hundirse más rápidamente, y yo lo veía todo desde arriba.
Su voz tenía un extraño tono emotivo. Suspiró hondamente y reemprendió el relato:
—Me despertaba gritando. No sé cuántas veces sucedió (con los años todos los recuerdos acaban volviéndose borrosos), pero probablemente tuve esa pesadilla bastantes veces antes de que Doris se diera cuenta de que no se trataba sólo de una fase. Supongo que otros padres me habrían llevado a un terapeuta, pero Doris…, bueno, ella se limitó a despertarme una noche, me pidió que me vistiera y que me abrigara con una chaqueta gruesa, y a continuación me trajo aquí. Me dijo que iba a mostrarme algo maravilloso.
Volvió a suspirar.
—Recuerdo que era una noche cerrada como ésta, así que Doris me agarró de la mano para evitar que tropezara y me cayera. Deambulamos entre las tumbas y luego nos sentamos un rato, hasta que aparecieron las luces. Parecía como si estuvieran vivas. De repente todo se iluminó, hasta que las luces desaparecieron. Después regresamos a casa.
Jeremy casi podía notar cómo se encogía a causa de los recuerdos.
—Aunque era muy pequeña, comprendí lo que había pasado, y cuando volvimos a casa, no pude dormir, porque estaba segura de que acababa de ver los fantasmas de mis padres. Era como si hubieran venido a visitarme. Después de esa vivencia, nunca más volví a tener aquella pesadilla.
Jeremy la escuchaba en silencio. Ella se inclinó hacia él, para acercarse un poco más.
—¿Me crees?
—Sí —respondió—. De veras, te creo. Estoy seguro de que, aunque no te conociera, tu historia sería la que más recordaría de esta noche.
—Pues mira, si no te importa, preferiría que mi experiencia no apareciera en tu artículo.
—¿Estás segura? Podrías hacerte famosa.
—No me interesa, gracias. Ya he sido testigo de cómo un poco de fama puede arruinar a un tipo estupendo.
Él soltó una carcajada.
—Puesto que esta historia quedará entre tú y yo, ¿puedo preguntarte si tus recuerdos eran uno de los motivos por los que has aceptado venir conmigo aquí esta noche? ¿O era simplemente porque querías disfrutar de mi extraordinaria compañía?
—Bueno, definitivamente no ha sido por la segunda razón —aseveró Lexie, aunque a pesar de sus palabras, sabía que sí que lo era. Le pareció que él también se daba cuenta, pero en la breve pausa que siguió a su comentario, notó que sus palabras habían sido demasiado punzantes—. Lo siento —se disculpó.
—No pasa nada —dijo él, agitando la mano—. Recuerda, tengo cinco hermanos mayores. Los insultos han formado parte de mis relaciones familiares desde que era pequeño, así que estoy más que acostumbrado.
Ella irguió la espalda.
—Muy bien, contestando a tu pregunta… Quizá sí que quería ver las luces de nuevo. Para mí siempre han sido una fuente de apoyo.
Jeremy rompió una ramita del suelo, jugueteó con ella unos instantes y luego la tiró a un lado.
—Tu abuela demostró ser una mujer muy inteligente. Me refiero a lo que hizo.
—Es una mujer muy inteligente.
—Es cierto —ratificó Jeremy, y justo entonces Lexie se acercó más a él, como si se esforzara por ver algo a lo lejos.
—Supongo que querrás encender las cámaras —dijo ella.
—¿Por qué?
—Porque se acercan. ¿No lo notas?
Jeremy estaba a punto de bromear sobre el hecho de lo ávido que era como cazafantasmas cuando se dio cuenta de que no sólo podía ver a Lexie, sino también las cámaras que quedaban más apartadas. Y también divisó la senda hasta el coche. En esos momentos empezaba a haber más luz.
—¡Eh! — exclamó ella—. ¿Vas a dejar escapar tu gran oportunidad?
El parpadeó varias veces seguidas para asegurarse de que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada, luego activó el control remoto de las tres cámaras. Los pilotos rojos se encendieron a lo lejos. Era todo lo que podía hacer para procesar el hecho de que sucedía algo anómalo.
Miró a su alrededor, como buscando algún coche que pasara cerca de la carretera o alguna casa iluminada, y cuando volvió a mirar hacia las cámaras, decidió que definitivamente pasaba algo raro. No sólo podía ver las cámaras, sino también el detector electromagnético en el centro del triángulo. Cogió las gafas de visión nocturna.
—No las necesitarás —anunció ella.
De todas formas, Jeremy se las puso, y súbitamente el mundo adoptó un resplandor verde fosforescente. Mientras se incrementaba la intensidad de la luz, la niebla empezaba a adoptar formas más sinuosas.
Consultó la hora: pasaban diez segundos de las 23.44, y anotó el dato para no olvidarlo. Se preguntó si la luna había salido repentinamente; lo dudaba, pero de todos modos pensaba consultar la fase lunar cuando regresara a su habitación en el Greenleaf.
Pero esos pensamientos no eran más que secundarios. La niebla, tal y como Lexie había predicho, continuó haciéndose más luminosa, y Jeremy se quitó las gafas por un momento, notando la diferencia entre las imágenes. La luminosidad iba en aumento, pero el cambio todavía parecía más significativo con las gafas. Se moría de ganas de comparar las imágenes grabadas con las cámaras una a una. Pero en esos precisos instantes, todo lo que podía hacer era mirar fijamente hacia delante, esta vez sin las gafas.
Conteniendo la respiración, contempló cómo la niebla delante de ellos se tornaba más plateada, antes de cambiar a un amarillo pálido, luego a un blanco opaco, y finalmente adquirir una luminosidad prácticamente cegadora. Por un momento, sólo un momento, casi todo el cementerio se hizo visible —como un campo de fútbol iluminado antes de que empiece el partido—, y pequeñas porciones de la luz de la niebla empezaron a agitarse en un círculo de reducidas dimensiones antes de esparcirse súbitamente hacia el exterior del núcleo, como si se tratara de una estrella que acabara de explotar. Por un instante, Jeremy imaginó que veía las formas de personas o de cosas, pero justo entonces la luz empezó a retirarse, como si alguien la estuviera arrastrando con un hilo, hacia atrás, hacia el centro, y antes de que pudiera darse cuenta, las luces habían desaparecido y el cementerio volvía a estar completamente a oscuras.
Jeremy parpadeó para asegurarse de que no estaba soñando y acto seguido consultó nuevamente la hora. La visión había durado veintidós segundos exactamente. A pesar de que sabía que debía incorporarse e ir a inspeccionar el equipo, se quedó unos instantes con la mirada clavada en el punto donde los fantasmas de Cedar Creek habían hecho su aparición.
Los fraudes, los errores sin mala fe y las coincidencias eran las explicaciones más frecuentes para eventos tachados de sobrenaturales, y hasta ese momento, cada investigación llevada a cabo por Jeremy encajaba en una de esas tres categorías. La primera tendía a ser la razón más predominante en situaciones en que alguien intentaba sacar alguna clase de provecho. En esta categoría se encontraba William Newell, por ejemplo, que alegaba haber encontrado, en su granja de Nueva York en 1869, los restos petrificados de un gigante, una estatua conocida como el Gigante de Cardiff. Timothy Clausen, el espiritista, era otro ejemplo.
Mas los fraudes también incluían a aquellos que simplemente querían ver a cuánta gente podían engañar, no por dinero, sino únicamente para constatar si eso era posible. Doug Bower y Dave Chorley los granjeros ingleses que crearon el fenómeno conocido como los círculos en los sembrados, eran un claro ejemplo; el médico que fotografió al monstruo del lago Ness en 1933 era otro. En ambos casos, el engaño fue originalmente perpetrado como una broma práctica, pero el interés que sus engaños despertaron en el público fue tan grande que los culpables no se atrevieron a realizar las confesiones pertinentes.
Los errores sin mala fe, por otro lado, eran simplemente eso: alguien que confundía un globo aerostático con un ovni, un oso con Bigfoot, o de repente se descubría que alguien había movido unos restos arqueológicos hasta la ubicación que ocupaban en la actualidad cientos o miles de años después de su emplazamiento original. En esos casos, el testigo veía algo, pero la mente convertía la visión en algo completamente distinto.
En el saco de las coincidencias tenía cabida prácticamente el resto de los casos, y era simplemente una cuestión de probabilidad matemática. Por increíble que pudiera parecer que un evento sucediera, mientras existiera la más leve posibilidad de que pasara, probablemente acabaría sucediéndole a alguien, en algún lugar, en algún momento. Por ejemplo, la novela
Futilidad
de Robert Morgan, publicada en 1898 —catorce años antes del hundimiento del
Titanic
—, narraba la historia del barco de pasajeros más grande del mundo que partía del puerto de Southampton en su viaje inaugural, durante la travesía chocaba contra un iceberg, y un nutrido número de sus pasajeros ricos y famosos perecían trágicamente en las gélidas aguas del Atlántico Norte por falta de suficientes botes salvavidas. El nombre del barco, irónicamente, era
Titán
.
Sin embargo, lo que había sucedido en el cementerio de Cedar Creek no acababa de encajar en ninguna de estas tres categorías. A Jeremy no le pareció que las luces fueran fruto ni de un fraude ni de una coincidencia, y tampoco creyó que se tratara de un error sin mala fe. Debía de haber alguna explicación lógica, pero allí sentado en el cementerio, todavía aturdido por la visión que acababa de presenciar, no tenía ni idea de lo que podía ser.
Durante el transcurso de los acontecimientos, Lexie había permanecido sentada y no había pronunciado ni una sola palabra.
—¿Y bien? — preguntó finalmente—. ¿Qué opinas?
—Todavía no lo sé —admitió Jeremy—. He visto algo, de eso estoy seguro.
—¿Habías visto algo parecido en tu vida?
—No —confesó él—. Por primera vez tengo la impresión de estar ante algo misterioso.
—Es increíble, ¿no crees? — declaró ella, con una voz inmensamente suave—. Casi había olvidado lo bonitas que eran. He oído hablar de las auroras boreales, y a veces me pregunto si deben de asemejarse.
Jeremy no respondió. Allí sentado en silencio, recreó las luces mentalmente, pensando que la intensidad progresiva que habían ido adquiriendo le recordaba a los faros de un coche en dirección contraria después de una curva. Simplemente tenían que ser el resultado de alguna clase de vehículo en movimiento, pensó. Miró otra vez hacia la carretera, esperando a que pasara un coche, pero no le sorprendió no ver ninguno.