Read Fantasmas del pasado Online
Authors: Nicholas Sparks
Sin embargo, mientras se hallaba de pie, expuesto al aire helado y con la respuesta al alcance, todo lo que podía hacer era pensar en Lexie. Le parecía imposible que sólo hiciera dos días que se conocían. No, no era posible. Einstein había postulado que el tiempo era relativo, y supuso que ésa podría ser la explicación de lo que le sucedía a él. ¿Cómo era el viejo proverbio acerca de la relatividad? Más o menos venía a decir que un minuto con una bella mujer duraba un instante, mientras que un minuto con la mano sobre un hornillo caliente podía parecer una eternidad.
De nuevo se arrepintió de su comportamiento en el porche, maldiciéndose por milésima vez por no haber sabido captar las indirectas que Lexie le lanzaba mientras él estaba pensando en besarla. Lexie había expuesto sus sentimientos de una forma evidente, pero él los había ignorado. En circunstancias normales, ya haría muchas horas que Jeremy se habría olvidado del fiasco por completo; se habría reído de lo sucedido, restándole importancia. Pero por alguna razón desconocida, esta vez no le resultaba tan fácil.
A pesar de que había salido con un montón de chicas y que no se había convertido exactamente en un ermitaño después de que María lo abandonara, no solía hacer eso de pasarse todo el día charlando con una mujer. Generalmente sólo salía a cenar o a tomar unas copas para preparar el terreno antes de que llegara la mejor parte. Sabía que tenía que madurar en lo que se refería a salir con alguien, a lo mejor incluso debería sentar la cabeza y vivir una vida similar a la de sus hermanos. Sus hermanos ya le habían demostrado que eso era precisamente lo que esperaban de él, y sus esposas también. Eran de la opinión ampliamente compartida de que debería intentar conocer a las mujeres antes de acostarse con ellas, y uno de sus hermanos había ido tan lejos como para montarle una cita con una vecina divorciada que abogaba por la misma idea. Por supuesto, la vecina rechazó un segundo encuentro, básicamente porque en la primera cita él no demostró ni el más mínimo interés por ella. En los últimos años le parecía todavía más fácil intentar no conocer a las mujeres con profundidad, mantenerlas en el reino de los extraños a perpetuidad, donde todavía podían albergar esperanzas de llegar a establecer una relación más estable con él.
Y ahí radicaba el problema. No había esperanza. Por lo menos, no para la clase de vida en la que sus hermanos y sus cuñadas creían; ni siquiera, sospechaba, para la que Lexie quería. Su divorcio con María se lo había dejado más claro que el agua. Lexie era una chica provinciana con sueños provincianos, y no sería suficiente con ser leal y responsable y tener cosas en común. La mayoría de las mujeres quería algo más, algo que él no podía darles. Y no porque no quisiera, ni tampoco era porque se sintiera muy a gusto con su vida de soltero, sino simplemente porque era imposible. La ciencia podía dar respuesta a un montón de preguntas, podía resolver una pila de problemas, pero no podía cambiar su realidad particular. Y la realidad era que María lo había dejado porque no había sido, ni nunca podría serlo, la clase de esposo que ella quería.
Jeremy jamás había admitido esa dolorosa verdad ante nadie, por supuesto. No se la había admitido a sus hermanos, ni a sus padres, ni a Lexie. Y normalmente, incluso en los momentos de calma, ni a sí mismo.
Aunque la biblioteca estaba abierta cuando llegó, no había rastro de Lexie, y Jeremy sintió una punzada de decepción cuando abrió la puerta de su despacho y lo encontró vacío. Sin embargo, se dio cuenta de que ella había pasado por allí antes: la sala de los originales no estaba cerrada con llave, y cuando abrió la luz, vio una nota sobre la mesa, junto con los mapas topográficos que él había mencionado. Sólo necesitó un instante para leer la nota:
Tengo que encargarme de unos asuntos personales. Puedes usar el magnetoscopio si lo necesitas.
Lexie
No mencionaba ni el día anterior ni la noche previa; tampoco mencionaba la posibilidad de quedar otra vez. Ni siquiera contenía ninguna coletilla afable antes de la firma. No era exactamente una nota desconsiderada y fría, pero tampoco despertó en él el nerviosismo del que espera algo más.
No obstante, probablemente estaba realizando una lectura demasiado profunda de la nota. Quizá Lexie tenía prisa cuando la escribió por la mañana, o quizá había preferido no extenderse demasiado porque pensaba regresar pronto. Mencionaba que se trataba de asuntos personales, y con las mujeres eso podía significar desde una cita con el médico hasta salir a comprar un regalo de cumpleaños para un amigo. No había forma de saberlo.
Y además, él tenía trabajo que hacer, se recordó a sí mismo. Nate estaba esperando, y el giro radical en su carrera profesional probablemente dependía del proyecto que tenía entre las manos. Jeremy se esforzó por concentrarse en terminar la historia.
Las grabadoras de audio no habían captado ningún sonido inusual, y ni el detector de microondas ni el electromagnético habían registrado la más mínima variedad de energía. Las cintas de vídeo, sin embargo, habían grabado todo lo que él había visto la noche previa, y revisó las imágenes media docena de veces desde cada ángulo diferente. Las cámaras con la capacidad de filtrado de luz especial mostraban el brillo de la niebla con más intensidad. Aunque esas cintas podrían ayudarle a rematar su artículo, carecían de la fuerza visual necesaria como para poder considerarlas material televisivo de calidad. Cuando observaba las imágenes en tiempo real, notaba que tenían el sello de un vídeo doméstico, lo que le recordaba las empalagosas grabaciones que recibía como prueba de otros eventos supernaturales. Anotó que debía comprar una cámara real, sin importar la cantidad de tallos de apio que tuviera que engullir su editor cuando le presentara la factura.
A pesar de que las grabaciones no ofrecían la calidad que él había esperado, contemplar la forma en que las luces habían cambiado durante los veintidós segundos que fueron visibles le sirvió para corroborar que había hallado la respuesta. Dejó la actividad de las cintas a un lado, tomó los mapas topográficos y calculó la distancia de Riker's Hill hasta el río. Comparó las fotos que había tomado previamente en el cementerio con las fotos del cementerio que había encontrado en los libros relativos a la historia local, y llegó a una conclusión que consideró más que precisa sobre el grado en que se hundía el cementerio. Aunque no fue capaz de encontrar más información sobre la leyenda de Hettie Doubilet —no había mención alguna en los datos acerca de ese período—, realizó una llamada a la Oficina de Aguas del estado interesándose por la reserva de agua subterránea en esa parte del condado, y otra al Departamento de Minas, que le proporcionó información acerca de las canteras excavadas previamente en los campos que ocupaba el cementerio. Después de eso, escribió unas cuantas palabras en un buscador de internet para averiguar los horarios que necesitaba, y finalmente, después de permanecer en espera durante diez minutos, pudo hablar con un trabajador de la fábrica de papel, un tal Larsen, quien tuvo la amabilidad de ayudarlo en todo lo que pudo.
Y con eso logró que todas las piezas encajaran como para poder probar definitivamente su teoría.
La verdad había estado descaradamente delante de las narices de todo el mundo. Como en la mayoría de los misterios, la solución era simple, y por eso se preguntó cómo era posible que nadie se hubiera dado cuenta de ello con anterioridad. A menos, por supuesto, que alguien lo hubiera hecho, lo cual abría la puerta a otro punto de vista en la historia.
Nate, sin duda, estaría entusiasmado, pero a pesar del éxito conseguido por la mañana, Jeremy no tenía la sensación de haber conseguido su objetivo. En lugar de eso, no podía dejar de pensar que Lexie no estaba cerca para felicitarlo o para gastarle una broma al respecto. Lo cierto era que no le importaba cómo reaccionara; lo único que le importaba era que reaccionara, y se levantó de la silla para dirigirse nuevamente a su despacho.
A simple vista ofrecía el mismo aspecto que el día anterior: pilas de documentos amontonadas sobre la mesa, libros esparcidos por doquier de una forma aleatoria, y el salvapantallas del ordenador mostrando unos trazos de vivos colores. El contestador, con la luz destellante indicando que tenía mensajes, descansaba al lado de una pequeña maceta con una planta.
A pesar de lo que veía, Jeremy tuvo la impresión de que, sin Lexie, la habitación parecía estar completamente vacía.
—¡Vaya por Dios! ¡Pero si es mi queridísimo amigo! — gritó Alvin a través del teléfono—. ¿Cómo te va la vida por el sur?
A pesar de que el teléfono móvil de Jeremy sufría interferencias, Alvin sonaba extraordinariamente alegre.
—Oh, muy bien. Te llamaba para ver si todavía estás interesado en venir a ayudarme con la historia de los fantasmas.
—¡Ahora mismo estaba haciendo la maleta! — repuso Alvin, con un tono de voz exultante—. Nate me llamó hace una hora y me lo contó todo. Nos veremos en el Greenleaf esta noche; Nate ha hecho la reserva. Mi avión sale de aquí a un par de horas, y créeme si te digo que me muero de ganas por llegar. Unos cuantos días trabajando más aquí y te juro que me habría vuelto tarumba.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—¿No has leído los periódicos ni has visto las noticias por la tele?
—Claro que sí. He leído el
Boone Creek Weekly
de cabo a rabo.
—¿El qué?
—Nada, olvídalo; no es importante —aclaró Jeremy.
—Desde que te marchaste, el viento no ha dejado de soplar. Las consecuencias han sido devastadoras —informó Alvin—. Y me refiero a una ventisca del Polo Norte, de esas en las que ni siquiera la nariz roja de Rudolph sirve para nada… Ya sabes, Rudolph…, el reno de Papá Noel… ¡Qué chiste más bueno!, ¿eh? Bueno, como te decía, la isla de Manhattan ha quedado prácticamente sepultada. Te largaste justo a tiempo. Desde que te marchaste, hoy es el primer día que los aviones están saliendo más o menos a la hora prevista. He tenido que recurrir a mis influyentes para conseguir el vuelo que quería. ¿Cómo es posible que no le hayas enterado?
Mientras Alvin hablaba, Jeremy pulsaba algunas teclas del ordenador para acceder al Canal del Tiempo a través de internet. En el mapa de Estados Unidos que apareció en pantalla, la zona del nordeste no era más que una tupida mancha blanca.
«Caramba. ¿Quién se lo iba a imaginar?», pensó.
—Es que he estado muy ocupado —balbuceó a modo de excusa.
—¡Ya! Pues a mí me parece que has estado escurriendo el bulto —comentó Alvin—. Pero espero que la chica valga la pena.
—¿De qué estás hablando?
—A mí no me engañas, chaval. Somos amigos, ¿recuerdas? Nate estaba al borde de un ataque de nervios porque no conseguía contactar contigo; tú no has leído la prensa, ni tampoco has mirado las noticias. Ambos sabemos lo que eso significa. Siempre actúas igual cuando conoces a un nuevo pimpollo.
—Mira, Alvin…
—¿Es guapa? Me apuesto lo que quieras a que sí. Siempre te han gustado las más espectaculares. Qué rabia que me da…
Jeremy dudó antes de responder, pero al final acabó por ceder. Si Alvin iba a venir, era mejor que se lo contara cuanto antes.
—Sí, es muy guapa. Pero no es lo que crees. Sólo somos amigos.
—¡Anda ya! — espetó Alvin, riendo—. Lo que pasa es que tu idea de amistad no coincide con la mía.
—No, esta vez es distinto —reconoció Jeremy.
—¿Tiene hermanas? — preguntó Alvin, ignorando el comentario.
—No.
—Pero tendrá alguna amiga, supongo. Y te recuerdo que no estoy interesado en bailar con la más fea.
Jeremy notó un incipiente dolor de cabeza, y su tono de voz cambió de forma radical.
—Mira, no estoy de humor para esas tonterías, ¿vale?
Alvin se quedó mudo al otro lado del aparato.
—¿Qué te pasa? Simplemente estaba bromeando.
—Lo que me pasa es que no me hacen gracia algunas de tus bromas.
—Te gusta, ¿eh?
—Ya te he dicho que sólo somos amigos.
—No te creo. Te estás enamorando como un pardillo.
—No —replicó Jeremy.
—Te conozco como si te hubiera parido, así que no intentes negarlo. Y me parece genial; raro, pero genial. Desgraciadamente, tendremos que continuar hablando de este tema tan interesante más tarde, porque si no, perderé el avión. El tráfico está fatal, como puedes imaginar. Pero de verdad, me muero de ganas por ver a la mujer que finalmente ha conseguido domarte.
—No me ha domado —protestó Jeremy—. ¿Por qué no haces el favor de escucharme?
—Pero si es lo que estoy haciendo. Lo que sucede es que también oigo las cosas que no quieres contarme.
—Bueno, dejémoslo ahí, ¿vale? ¿Cuándo llegarás?
—Hacia las siete de la tarde. Nos vemos luego, ¿de acuerdo? Ah, y salúdala de mi parte. Dile que me muero de ganas por conocerla, a ella y a su amiga…
Jeremy colgó antes de que Alvin tuviera la oportunidad de acabar, y, como si quisiera rematar el incómodo diálogo, introdujo el móvil en el fondo del bolsillo.
Por eso lo había mantenido desconectado. Debía de haber sido una decisión del subconsciente, basada en el hecho que sus dos mejores amigos a veces mostraban una tendencia a ser unos auténticos pesados. Primero Nate, el conejito incombustible de las pilas
Energizer
y su interminable búsqueda de la fama. Y ahora esto.
Alvin no tenía ni idea de acerca de qué estaba hablando. Quizá habían sido amigos en el pasado, habían pasado muchos viernes por la noche mirando a mujeres descaradamente por encima de las jarras de cerveza, a lo mejor habían hablado sobre temas trascendentales durante horas y, sin lugar a dudas, Alvin había llegado a creer que tenía razón. Pero en esta ocasión no era así, simplemente porque no podía serlo.
Después de todo, los hechos hablaban por sí solos. Básicamente, porque Jeremy no había amado a ninguna mujer desde hacía una eternidad, y a pesar de que había llovido mucho desde la última vez que estuvo enamorado, todavía recordaba lo que había sentido. Estaba seguro de que habría reconocido ese sentimiento de nuevo, y francamente, no era así. Y puesto que prácticamente acababa de conocer a Lexie, la idea le parecía absolutamente ridícula. Incluso su madre, italiana de pura cepa y exageradamente sentimental, no creía en el amor a primera vista. Como con sus hermanos y sus cuñadas, su madre sólo deseaba que Jeremy se casara y tuviera hijos; pero si él apareciera por la puerta y anunciara que había conocido a la mujer de su vida dos día antes, su madre le propinaría un fuerte escobazo, proferiría insultos en italiano, y lo arrastraría derechito a la iglesia, convencida de que le ocultaba algunos pecados más serios que necesitaban ser confesados.