Read Fantasmas del pasado Online
Authors: Nicholas Sparks
En la distancia, con el sol hundiéndose en las aguas del Pamlico Sound, la ciudad de Buxton, con sus casitas blancas de madera, parecía una postal. Estaba mirando en dirección al faro, y tal y como suponía, vio un pequeño grupo de caballos paciendo en la hierba que se extendía alrededor de la base. Había más o menos una docena de ejemplares, con el pelaje pardo y rojizo principalmente. En el centro de la manada distinguió a dos potrillos que meneaban la cola al unísono.
Lexie se detuvo para contemplarlos y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta. Ahora que la noche se le echaba encima, empezaba a refrescar, y sintió el frío en las mejillas y en la nariz. El aire era gélido y, aunque le hubiera gustado quedarse más rato, se sentía cansada. Había sido un día muy largo, y en esos momentos incluso le parecía todavía más largo. A pesar de su agotamiento, se preguntó qué debía de estar haciendo Jeremy. ¿Se estaba preparando para filmar las luces de nuevo? ¿O se disponía a ir a cenar? ¿Estaba haciendo la maleta? ¿Y por qué diantre no conseguía dejar de pensar en él?
Suspiró con resignación, puesto que sabía perfectamente la respuesta. A pesar de que había ansiado mucho ver los caballos, la fantástica panorámica que se extendía delante de sus ojos le recordó la pura y dura realidad: estaba sola. Si bien se había acostumbrado a ser independiente y a intentar contrarrestar los constantes ataques de Doris sobre esa cuestión, no podía evitar no querer estar sola, sin compañía. Ni siquiera pensaba en casarse con alguien; a veces lo único que deseaba era que fuese viernes o sábado por la noche. Anhelaba pasar la mañana entera holgazaneando, metida en la cama con un hombre de quien estuviera enamorada, y por mucho que le pareciera imposible la idea, Jeremy era el único al que se imaginaba a su lado, en la cama.
Lexie sacudió la cabeza, esforzándose por cambiar de pensamiento. Se había refugiado allí para no pensar en él, pero en esos momentos, de pie cerca del faro, contemplando cómo pacían los caballos, sintió que el mundo le pesaba demasiado sobre los hombros. Tenía treinta y un años, estaba sola y vivía en un lugar sin porvenir. Su abuelo y sus padres formaban parte de su memoria, el estado de salud de Doris era una fuente de preocupación constante para ella, y el único hombre que le había parecido mínimamente interesante en los últimos años habría desaparecido para siempre cuando regresara a Boone Creek.
Entonces empezó a llorar, durante un largo rato, sin poderse contener. Mas justo cuando empezaba a calmarse, fijó la vista en una figura que se acercaba, y todo lo que pudo hacer fue continuar con la vista clavada en esa figura cuando se dio cuenta de quién era.
Lexie pestañeó varias veces seguidas para confirmar que no estaba soñando. No, no podía ser él, simplemente porque él no podía estar allí. La idea le parecía tan descabellada, tan inesperada, que se sintió como si estuviera presenciando la escena a través de los ojos de otra persona.
Jeremy sonrió cuando depositó su bolsa de viaje en el suelo.
—¿Sabes? No deberías mirarme de ese modo tan descarado —dijo él—. A los hombres nos gustan las mujeres que saben comportarse con más sutileza.
Lexie continuaba mirándolo, estupefacta.
—Eres… tú —acertó a pronunciar.
—Soy yo —asintió Jeremy con un movimiento de la cabeza.
—Estás… aquí.
—Estoy aquí —volvió a asentir.
Ella lo observó fijamente bajo la tenue luz del atardecer, y Jeremy pensó que Lexie era incluso mucho más guapa de cómo la recordaba.
—¿Qué estás…? — Lexie se quedó dubitativa, intentando encontrar el sentido a su repentina aparición—. Quiero decir, ¿cómo has conseguido…?
—Es una larga historia —admitió él. Ella no hizo ningún gesto para aproximarse a él, y Jeremy señaló con la cabeza hacia el faro—. ¿Así que éste es el faro donde se casaron tus padres?
—Vaya, recuerdas ese detalle.
—Lo recuerdo todo —dijo él, dándose un golpecito en la sien—. Es cuestión de activar algunas neuronas aquí arriba y ya está. ¿Dónde se casaron exactamente?
Jeremy hablaba con un tono relajado, como si se tratara de la situación y de la conversación más normal del mundo, lo cual sólo consiguió incrementar la sensación de surrealismo que sentía Lexie.
—Ahí —respondió ella, señalando con un dedo—, al lado del océano, cerca de donde rompen las olas.
—Debió de ser una ceremonia preciosa —comentó él, mirando hacia esa dirección—. Todo esto es precioso. Ahora entiendo por qué estás enamorada de este lugar.
En lugar de responder, Lexie soltó un prolongado suspiro, intentando contener sus emociones turbulentas.
—¿Qué haces aquí, Jeremy?
El tardó unos instantes en responder.
—No sabía si regresarías, así que pensé que si quería volver a verte, lo mejor que podía hacer era venir a buscarte.
—Pero ¿por qué?
Jeremy continuó con la mirada fija en el faro.
—Tenía la impresión de que no me quedaba ninguna otra alternativa.
—Me parece que no te entiendo.
Jeremy observó sus propios pies, luego levantó la vista y sonrió como si pretendiera excusarse.
—Para serte sincero, me he pasado prácticamente todo el día intentando entenderlo yo también.
Mientras seguían cerca del faro, el sol empezó a ocultarse tras la línea del horizonte, confiriendo al cielo unas tonalidades grises. La brisa, húmeda y fría, barría la superficie de la arena y empujaba suavemente la espuma de las olas en la orilla.
En la distancia, una figura embutida en una enorme chaqueta oscura daba de comer a las gaviotas, lanzando trozos de pan al aire. Mientras Lexie la observaba, de repente sintió cómo la fuerte impresión que había tenido al ver aparecer a Jeremy empezaba a disiparse. En cierta manera deseaba enfadarse con él por haber ignorado su deseo de estar sola, aunque por otro lado se sentía más que adulada de que él hubiera venido. Avery jamás habría salido en su busca, ni tampoco el señor sabelotodo. Ni siquiera Rodney sería capaz de hacer una cosa así, y tan sólo diez minutos antes, si alguien le hubiera sugerido que Jeremy vendría a buscarla, ella se habría echado a reír ante la ocurrencia. En cambio, empezaba a darse cuenta de que Jeremy era distinto a todos los hombres que había conocido hasta entonces, por lo que nada de lo que hiciera debería sorprenderle.
A lo lejos los caballos habían empezado a retirarse, comiendo la hierba que encontraban a su paso mientras desaparecían lentamente detrás de la duna. La neblina proveniente del mar empezaba a avanzar hacia la costa, confundiendo el mar con el cielo. Las golondrinas escarbaban la arena en la orilla, moviendo sus larguiruchas patas rápidamente en busca de pequeños crustáceos.
En medio del silencio imperante, Jeremy se llevó ambas manos a la boca e intentó calentarlas con una bocanada de aire, pues empezaban a dolerle del frío.
—¿Estás enfadada porque he venido? — preguntó finalmente.
—No —respondió ella—. Estoy sorprendida, pero no enfadada.
Él sonrió, y Lexie también relajó los músculos de la cara.
—¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí?
Jeremy hizo una señal con la cabeza en dirección a Buxton.
—He convencido a un par de pescadores que venían hacia aquí para que me dejaran subir a su barca. Me han dejado en el puerto.
—¿Te han dejado subir a su barca sin más?
—Así es.
—Pues has tenido mucha suerte. Los pescadores suelen ser personas muy ariscas.
—Seguramente, pero al fin y al cabo, no son más que personas. Aunque no me considere un experto en psicología, creo que todo el mundo, incluso los desconocidos, puede notar la sensación de urgencia en una petición, y la mayoría de la gente reacciona del modo debido. — Carraspeó unos instantes antes de proseguir—. Pero cuando he visto que eso no funcionaba, les he ofrecido dinero.
Lexie sonrió socarronamente ante su confesión.
—Deja que lo averigüe —dijo ella—. Te han timado, ¿no?
Jeremy esbozó una mueca de corderito.
—Bueno, supongo que eso depende de cómo se mire. No me ha parecido demasiado dinero para darme un paseíto en barco…
—Hombre, es más que un paseíto. Sólo con el gasto de gasolina ya resulta caro. Y luego está el trajín del barco…
—Sí, lo mencionaron.
—Y además, hay que agregar el tiempo que han dedicado esos hombres y el que, irremediablemente, mañana tendrán que salir a faenar antes de que amanezca.
—Sí, también mencionaron eso.
A lo lejos, los últimos caballos desaparecieron detrás de la duna.
—Y sin embargo, has venido.
Jeremy asintió, tan sorprendido como ella.
—Pero me dejaron claro que sólo era un viaje de ida, no de vuelta. No pensaban esperarme, por lo que supongo que tendré que quedarme aquí.
Lexie enarcó una ceja.
—¿De veras? ¿Y cómo piensas regresar?
Jeremy puso cara de travieso.
—Te contaré un secreto: conozco a alguien que está pasando unos días aquí, y mi intención es recurrir a mi encanto personal y convencerla para que me lleve de vuelta.
—¿Y qué pasa si mi intención es quedarme varios días, o si te respondo que te las apañes tú sólito?
—Todavía no me he planteado esa posibilidad.
—¿Y dónde piensas alojarte mientras estés aquí?
—Tampoco he pensado en esa cuestión.
—Por lo menos eres franco —dijo ella, sonriendo—. Pero dime, ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado aquí?
—¿A qué otro sitio habrías ido?
Ella desvió la vista, y le gustó que él se acordara de lo que le había contado sobre ese lugar. A lo lejos vio las luces de un barco rastreador, que avanzaba de forma tan lenta que prácticamente parecía que estuviera estático.
—¿Tienes hambre? — preguntó Lexie.
—La verdad es que sí; no he comido nada en todo el día.
—¿Quieres cenar?
—¿Conoces algún sitio agradable?
—Estoy pensando en uno en particular.
—¿Aceptan tarjetas de crédito? Es que he usado todo el dinero en efectivo que llevaba encima para poder llegar hasta aquí.
—Estoy segura de que podremos arreglar esa cuestión de un modo u otro.
Se alejaron del faro, bajaron hasta la playa y empezaron a caminar sobre la arena compacta cerca de la orilla. Había un espacio entre ellos que ninguno de los dos parecía querer invadir. En lugar de eso, y con la punta de la nariz roja por el frío, continuaron avanzando como autómatas hacia el lugar que parecían predestinados a compartir.
En silencio, Jeremy recordó mentalmente su periplo hasta allí, y sintió una punzada de culpabilidad por Nate y por Alvin. No había podido realizar la llamada telefónica —no había cobertura mientras cruzaba el Pamlico Sound—, por lo que pensó que intentaría llamar tan pronto como pisara tierra firme, a pesar de que no tenía ganas de hacerlo. Suponía que Nate llevaba bastantes horas con los nervios de punta, soñando con la esperada llamada para estallar loco de alegría, pero Jeremy había pensado en sugerir una reunión con la productora para la semana siguiente, en la que les presentaría todo el material completo: la filmación y el esbozo de la historia; una idea que, suponía, no casaba en absoluto con la intención que Nate llevaba sobre la conferencia. Y si eso no era suficiente para aplacarlos, si por no realizar una llamada arriesgaba su próspero futuro laboral, entonces no estaba seguro de que quisiera trabajar en televisión, después de todo.
Y Alvin… Bueno, con él todo era más fácil. Jeremy no conseguiría regresar a Boone Creek esa noche —había llegado a esa conclusión cuando los pescadores lo dejaron en el puerto—, pero Alvin siempre llevaba el móvil encima, así que le explicaría lo que sucedía. A Alvin no le haría ninguna gracia trabajar solo esa noche, pero seguramente mañana ya se le habría pasado el enfado. Alvin era una de esas pocas personas que tenía la habilidad de no permitir que ningún tema le quitara el sueño más de veinticuatro horas seguidas.
Siendo honesto consigo mismo, Jeremy admitió que en ese momento la reacción de Nate y Alvin le traía sin cuidado. Lo único que le importaba era que se hallaba paseando con Lexie por una playa desierta en medio de la nada, y mientras la brisa marina le acariciaba la cara, sintió que, sutilmente, ella deslizaba su brazo hasta entrelazarlo con el suyo.
Lexie lo guió hasta arriba de los deformados peldaños de madera del viejo bungaló y colgó la chaqueta en el perchero que había detrás de la puerta. Jeremy hizo lo mismo, y también colgó su bolsa. Mientras ella se adentraba en el comedor, Jeremy la observó y nuevamente pensó que era muy hermosa.
—¿Te gusta la pasta? — le preguntó, sacándolo de su ensimismamiento.
—¿Bromeas? Me crié comiendo pasta a todas horas. Mi madre es italiana.
—Perfecto, porque eso es lo que pensaba preparar.
—¿Cenaremos aquí?
—Supongo que no nos queda otra alternativa —profirió ella por encima del hombro—. Estás sin blanca, ¿recuerdas?
La cocina era pequeña, con la pintura de color amarillo pálido que empezaba a despuntar por las esquinas donde el papel con motivos florales había comenzado a pelarse, y con los armarios desconchados. Debajo de la ventana Jeremy divisó una mesita pintada a mano. En las estanterías destacaban las bolsas en las ella había traído las provisiones, y Lexie sacó de una de ellas una caja de cereales y una barra de pan. Desde su posición cerca del fregadero, Jeremy estudió su bonita silueta cuando ella se puso de puntillas para guardar la comida en un armario.
—¿Necesitas que te eche una mano? — preguntó él.
—No, ya está, gracias —contestó Lexie al tiempo que se daba la vuelta. Se alisó la camisa con ambas manos y asió otra bolsa de la que tomó dos cebollas y dos latas grandes de tomates San Marzano—. ¿Quieres beber algo mientras preparo la cena? En la nevera encontrarás un paquete de seis latas de cerveza, si te apetece.
Sorprendido, Jeremy abrió los ojos exageradamente.
—¿Tienes cervezas? Pensaba que no bebías.
—No suelo beber.
—Pues para tratarse de alguien que no bebe, seis cervezas pueden resultar ciertamente dañinas. — Sacudió la cabeza antes de continuar—. Si no te conociera, pensaría que este fin de semana tenías intención de emborracharte.
Lexie le lanzó una mirada mordaz, aunque al igual que el día anterior, su semblante revelaba que lo hacía más en broma que enojada.
—Con seis cervezas tengo para todo un mes. Bueno, ¿quieres una o no?