Read Fantasmas del pasado Online

Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (8 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
13.12Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Doris parecía saber lo que estaba pensando.

—Mira, puedes hacerme una prueba cuando gustes, y del modo que quieras. Pero ése no es el motivo de tu visita. Tú has venido por la historia de los fantasmas, ¿no es cierto?

—Sí —contestó Jeremy, aliviado de cambiar de tema—. ¿Te importa si grabo nuestra conversación?

—No, adelante.

Jeremy introdujo la mano en el bolsillo de la americana y extrajo una pequeña grabadora. La colocó en medio de los dos y apretó los botones apropiados. Doris tomó un sorbo de su taza de café antes de empezar su relato.

—Pues bien, la historia se remonta a 1890, más o menos. Por entonces, en el pueblo todavía había segregación racial, y la mayoría de los negros vivía en un lugar llamado Watts Landing. Por culpa del Hazel ya no queda ningún vestigio de esos días, pero por entonces…

—Perdona, ¿quién es Hazel?

—El huracán que arrasó el lugar en 1954. Alcanzó la costa cerca de la frontera con Carolina del Sur. Prácticamente sumergió a Boone Creek bajo las aguas, y lo poco que quedaba de Watts Landing desapareció por completo.

—Vaya, qué tragedia. Sigue, por favor.

—Como te iba diciendo, ahora no queda nada del antiguo pueblo, pero a finales de siglo aquí debían de vivir unas trescientas personas. La mayor parte de ellas descendían de los esclavos que habían llegado de Carolina del Sur durante la guerra civil, o la guerra de agresión de los del norte, como la llamamos los del sur.

Doris guiñó un ojo, y Jeremy sonrió.

—Un día llegaron los de la Union Pacific para establecer la línea del ferrocarril que, cómo no, se suponía que convertiría este lugar en un área próspera y cosmopolita. Bueno, eso fue lo que prometieron. La línea que proponían atravesaba los campos del Cementerio de los negros. En esa época, el pueblo estaba liderado por una mujer llamada Hettie Doubilet, que provenía de una de las islas del Caribe, no sé de cuál exactamente. Cuando se enteró de que querían desenterrar todos los cuerpos y transferirlos a otro lugar, se enfadó muchísimo y apeló a las autoridades del condado para que cambiaran la ruta, pero los mandamases no la escucharon. Ni siquiera le concedieron la oportunidad de formalizar su queja.

Rachel reapareció con los bocadillos y depositó los dos platos sobre la mesa.

—Pruébalo —lo apremió Doris—. Chico, prácticamente estás en los huesos.

Jeremy tomó uno de los bocadillos y le dio un bocado. Hizo una mueca en señal de aprobación, y Doris sonrió.

—Mejor que nada de lo que puedas encontrar en Nueva York, ¿eh?

—Sin duda. Felicita a la cocinera de mi parte.

Ella lo miró con una pizca de coquetería.

—¿Sabes que eres un encanto, mi querido señor Marsh?

Jeremy pensó que posiblemente esa mujer había roto más de un corazón en sus años mozos. Doris prosiguió relatando la historia con toda naturalidad, como si no hubiera hecho ninguna pausa.

—En esa época había un montón de racistas. Aún los hay, pero ahora son una minoría. Igual crees que exagero, porque tú vienes del norte, pero te aseguro que es así.

—Te creo.

—No, no me crees. Ninguna persona del norte lo cree, pero bueno, ése es otro cantar. Volviendo a la historia, Hettie Doubilet se sintió enormemente indignada por el desdeñoso trato que recibió, y según la leyenda, cuando le negaron el derecho a entrevistarse con el alcalde, lanzó una maldición sobre la raza blanca. Amenazó con que si profanaban las tumbas de sus antepasados, entonces las nuestras también serían profanadas. Los antepasados de su gente vagarían por el mundo en busca del lugar donde reposaban inicialmente y arrasarían Cedar Creek a su paso, y al final, el cementerio entero sería engullido por la tierra. Pero claro, en esos días nadie le prestó atención.

Doris mordisqueó su bocadillo.

—En resumen, los negros desenterraron a los muertos y los trasladaron uno a uno a otro cementerio, se construyó la línea del ferrocarril y, después de eso, tal y como Hettie vaticinó, las cosas empezaron a ir de mal en peor en el cementerio de Cedar Creek. Primero sólo fueron nimiedades: unas cuantas lápidas rotas y cosas por el estilo, como si se tratara de actos vandálicos. Las autoridades del condado pensaron que era la gente de Hettie la que causaba los estragos y destinaron a varios vigilantes a vigilar el cementerio. Pero por más que aumentaran el número de vigilantes, los problemas no cesaban. Y a lo largo de los años se han ido incrementando. Has estado allí, ¿verdad?

Jeremy asintió.

—Así que has visto lo que está sucediendo. Parece como si el lugar se estuviera hundiendo, tal y como Hettie predijo. Y para colmo aparecieron las dichosas luces. Y desde entonces, los habitantes del pueblo creen que son los espíritus de los esclavos que vagan por el lugar.

—¿Y el cementerio está cerrado?

—Sí. A finales de la década de los setenta se optó por abandonar definitivamente ese lugar, pero antes de eso, la mayoría de la gente ya pedía ser enterrada en los otros cementerios alternativos que tiene el pueblo a causa de lo que estaba sucediendo en el de Cedar Creek. Ahora esos terrenos pertenecen al Estado, pero llevan más de veinte años abandonados.

—¿Alguien se ha encargado de realizar un estudio para averiguar por qué parece que se hunden esas tierras?

—No estoy segura, aunque me parece que sí. Muchos tipos influyentes tienen a algún antepasado enterrado en ese lugar, y lo último que desean es ver cómo desaparecen las tumbas de sus abuelos. Seguramente quieren una explicación, y he oído historias acerca de unos tipos de Raleigh que se desplazaron hasta aquí para investigar qué estaba pasando.

—¿Te refieres a los estudiantes de la Universidad de Duke?

—Oh, no, no esos pobres, querido. Si no eran más que una pandilla de imberbes. Estuvieron aquí el año pasado. No, hablo de hace más tiempo; quizá de la época en la que aparecieron los primeros estropicios.

—¿Y sabes a qué conclusión llegaron?

—No, lo siento. — Hizo una pausa, y sus ojos adoptaron un brillo malicioso—. Pero me lo figuro.

Jeremy la miró con interés.

—¿Y bien?

—Agua —apuntó ella simplemente.

—¿Agua?

—Recuerda que soy adivina. Sé dónde está el agua. Y te puedo asegurar sin temor a equivocarme que ese terreno se está hundiendo a causa del agua que hay debajo. Lo sé con certeza.

—Ah —dijo Jeremy con tranquilidad.

Doris se echó a reír.

—Eres tan mono, señor Marsh. ¿Sabías que cuando alguien te dice algo que no quieres creer, adoptas un aire de severa gravedad?

—No, nadie me lo había dicho.

—Pues sí. Y yo lo encuentro encantador. Mi madre habría disfrutado de lo lindo contigo. Tus pensamientos son tan transparentes…

—¿Ah, sí? Pues a ver si adivinas qué estoy pensando ahora.

Doris lo miró pensativa.

—Bueno, ya te he dicho que mis dones difieren de los de mi madre. Ella podría leerte el pensamiento como en un libro abierto. Y además, no quiero asustarte.

—Vamos, adelante. Asústame.

—Muy bien —aceptó ella. Lo miró fijamente—. Piensa en algo que yo sepa. Y recuerda, mi don no es el de leer la mente. Sólo acierto de ve en cuando, y únicamente si se trata de pensamientos muy intensos.

—Vale —respondió Jeremy, encantado de jugar a las adivinanzas—. ¿Te das cuenta de que me estás contestando con evasivas?

—Chis, cállate. — Doris le cogió la mano—. ¿Verdad que no te importa si te toma la mano?

—No, claro que no.

—Y ahora piensa en algo personal que yo no pueda saber.

—De acuerdo.

Doris le apretó la mano

—Vamos chico, sé serio. No juegues conmigo.

—Vale —asintió él—. Te aseguro que ahora me concentraré de verdad.

Jeremy cerró los ojos. Pensó en la razón por la que María lo había abandonado, y por un momento que pareció eterno, Doris no pronunció ni una palabra. En lugar de eso, se limitó a observarlo fijamente, como si esperara a que él dijera algo.

Jeremy ya había pasado por la misma experiencia con anterioridad, innumerables veces. Sabía que no debía decir nada, y cuando ella continúo sin romper el silencio, supo que había ganado la partida. De repente ella dio un respingo. «Ya, la clase de movimientos que forma parte de estos numeritos», se dijo Jeremy. Inmediatamente después, ella le soltó la mano.

Jeremy abrió los ojos y la miró con curiosidad.

—¿Y bien?

Doris lo observaba de un modo extraño.

—Nada —respondió

—Ah —añadió Jeremy—. Supongo que hoy no has tenido suerte, ¿eh?

—Ya te lo he dicho, soy adivina. — Sonrió, casi como pidiendo disculpas—. Pero te puedo asegurar que no estás embarazado.

Jeremy se echó a reír a carcajadas.

—Tengo que admitir que en eso tienes razón. Ella sonrió antes de desviar la vista hacia otra mesa, luego volvió a mirarlo fijamente.

—Lo siento. No debería de haberlo hecho. No era apropiado.

—No pasa nada —dijo él en un tono absolutamente desenfadado.

—No —insistió ella mirándolo fijamente, le agarró la mano de nuevo y se la estrujó suavemente—. Lo siento mucho.

Jeremy no sabía cómo reaccionar cuando Doris volvió a cogerle la mano, pero se quedó paralizado ante la compasión que emanaba de sus ojos.

Y Jeremy tuvo la desagradable sensación de que ella había adivinado más cosas sobre su vida personal de las que posiblemente podría saber.

Habilidades vaticinadoras, premoniciones e intuición son simplemente el producto de la conexión que se establece entre la experiencia, el sentido común y la sabiduría acumulada. La mayoría de la gente suele desestimar la gran cantidad de información que aprende durante toda la vida, y la mente humana es capaz de relacionar la información de un modo como ninguna otra especie —o máquina— es capaz de hacer.

No obstante, la mente aprende a desechar una inmensa parte de la información que recibe, ya que, por razones obvias, no es tan crítica como para recordarlo todo. Por supuesto, algunas personas tienen más memoria que otras, un hecho que a veces queda patente en algunas pruebas, y hay un sinfín de estudios sobre la habilidad de entrenar la memoria. Pero incluso los peores alumnos recuerdan el 99,99 por ciento de todo lo que les ha pasado en la vida. Sin embargo, es ese 0,01 por ciento lo que más frecuentemente distingue a una persona de otra. Para algunos, se pone de manifiesto en la habilidad de memorizar trivialidades, o de despuntar como doctores, o de interpretar datos financieros con una precisión extraordinaria. Para otros, consiste en la habilidad de leer los pensamientos de los demás. Esta clase de personas —con una habilidad innata para aprovecharse de la memoria, del sentido común y de la experiencia, y para codificarlos rápidamente y con precisión— manifiesta una habilidad que los demás definen como sobrenatural.

Pero lo que Doris había hecho era… ir mucho más lejos de lo que Jeremy suponía. Ella lo sabía. O al menos, ésa fue la impresión inmediata que tuvo Jeremy, hasta que se refugió en una explicación lógica de lo que acababa de suceder.

De hecho, se recordó a sí mismo que no había sucedido nada. Doris no había dicho nada; simplemente le pareció que esa mujer comprendía cosas desconocidas por la forma en que lo había mirado. Y esa suposición nacía de su interior, no de Doris.

Sólo la ciencia podía aportar respuestas reales. No obstante, ella parecía una persona muy afable, así que… ¿ Y qué si estaba tan segura de sus habilidades? Probablemente ella pensaba que la explicación había que buscarla en algo sobrenatural. De nuevo, Doris parecía estar leyéndole el pensamiento.

—Supongo que te acabo de confirmar que sólo soy una pobre loca.

—De ningún modo —repuso Jeremy. Ella tomó el bocadillo.

—Bueno, puesto que se supone que tendríamos que disfrutar de nuestra primera comida juntos, quizá será mejor que nos relajemos con una charla más amena. ¿Quieres que te cuente algo en particular?

—Háblame del pueblo.

—¿Qué deseas saber?

—Oh, lo que sea. Ya que estaré aquí unos cuantos días, creo que debería ponerme al día con lo que pasa en la localidad.

Pasaron la siguiente media hora departiendo de todo y de nada en particular. Incluso más que Tully, Doris parecía saber hasta el más mínimo detalle de todo lo que sucedía en Boone Creek. Y no a causa de sus supuestas habilidades —tal como ella misma admitió—, sino porque en los pueblos pequeños la información corría más rápido que el viento.

Doris hablaba sin parar. Jeremy se enteró de quién salía con quién, con qué tipos era difícil trabajar y por qué, y que el párroco de la iglesia pentecostal de la localidad tenía una aventura amorosa con una de sus feligresas. Ah, y lo más importante, por lo menos según Doris, era que jamás llamara a Trevor's Towing si se le averiaba el coche, ya que probablemente Trevor estaría borracho, fuera la hora que fuese.

—Ese hombre es un peligro en la carretera —declaró Doris—. Todo el mundo lo sabe, pero como su padre es el sheriff, nadie hace nada al respecto. Pero claro, supongo que no debería sorprenderme. El sheriff Wanner tiene sus propios problemas, sobre todo sus enormes deudas contraídas a causa del juego.

—Ah —dijo simplemente Jeremy, como si estuviera familiarizado con todo lo que sucedía en el pueblo.

Durante unos instantes ninguno de los dos dijo nada. Jeremy aprovecho para echar un vistazo al reloj.

—Supongo que tienes que irte —musitó Doris. Jeremy asió la pequeña grabadora y pulsó el botón stop antes de guardarla en el bolsillo de la americana.

—Sí. Me gustaría pasar por la biblioteca antes de que cierren para buscar información.

—Muy bien. No te preocupes por la comida. Invito yo. No suelen visitarnos personas famosas como tú.

—Te aseguro que una breve aparición en
Primetime
no convierte a nadie en famoso.

—Ya lo sé, pero yo me refería a tu columna.

—Ah. ¿Has leído mis artículos?

—Lo hago cada mes. A mi esposo, que en paz descanse, lo que más le gustaba era hacer chapuzas en el garaje y leer esa revista. Cuando falleció, no tuve el coraje de cancelar la suscripción. Poco a poco me fui aficionando a tus artículos. No escribes nada mal.

—Gracias.

Doris se levantó de la mesa y lo acompañó hasta la puerta del restaurante. Los clientes que quedaban, muy pocos ya, levantaron la vista para observarlos. No hacía falta que dijeran nada para saber que habían estado pendientes de toda la conversación, y tan pronto como Jeremy y Doris salieron del local, empezaron a cuchichear sin tregua.

BOOK: Fantasmas del pasado
13.12Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dragon Stones by James V. Viscosi
Fat Cat Spreads Out by Janet Cantrell
The Feral Child by Che Golden
Quattrocento by James McKean
Destiny Gift by Juliana Haygert
A Baby in the Bunkhouse by Cathy Gillen Thacker
Scandal by Pamela Britton