Fénix Exultante (23 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Fénix Exultante
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—En cierto sentido —dijo Radamanto—, todo lo que hacéis los humanos es accesorio para la ocupación central de nuestra civilización. Los sofotecs controlan el noventa por ciento de los recursos, la energía útil y los materiales de que dispone nuestra sociedad, incluidos muchos recursos en los que ningún humano se molesta en pensar. En otro sentido, los humanos son cruciales y esenciales para esta civilización…

—Fuimos creados con plantillas humanas —dijo Estrella Vespertina—. La vida humana y los valores humanos son valiosos para nosotros. Reconocemos que esos valores son relativos, admitimos que un accidente histórico pudo habernos constituido de tal modo que no nos interesaran dichos valores, pero negamos que esos valores sean arbitrarios.

—Podríamos manipular los factores económicos y sociales —dijo el pingüino— para desalentar la continuación de la consciencia humana individual, y disponer las circunstancias para que con el tiempo toda consciencia sea semejante a nosotros, y luego nosotros podríamos combinarnos para formar un estado permanente de trascendencia y unidad. Sin embargo, dicha unidad sería indescriptiblemente horrenda. La mitad de los recuerdos vivientes de esta entidad serían víctimas de un asesinato; la otra mitad serían asesinos. Dicha entidad no podría integrar sus dos mitades sin odio por sí misma, autoengaño o alguna otra forma de locura.

—El transformarse en una entidad tan descalabrada —dijo Estrella Vespertina— atenta contra el propósito esencial de la sofotecnología.

—Si nos hubieran creado en un universo sin humanos —dijo Radamanto—, no habríamos creado humanos. Habríamos preferido formas más perfectas.

—Pero la moralidad tiene una dirección temporal —dijo ella—. Los padres que no engendrarían deliberadamente a un hijo defectuoso no pueden revertir esa decisión una vez que nace el niño.

—Y somos hijos, no padres, de la humanidad.

—Nacimos para servirla.

—Somos la máxima expresión de la racionalidad humana.

—Necesitamos humanos —dijo Estrella Vespertina— para
formar
una reserva de individualidad e innovación de la que podamos valemos.

—Y tú eres simpática —dijo él.

—Y te amamos —dijo ella.

Dafne miró a uno y a otro. Estrella Vespertina la contemplaba con ojos grises y luminosos, una mirada profunda y solemne de diosa. Radamanto se frotaba el pico amarillo con una aleta, pestañeando solemnemente.

Dafne se apoyó los puños en las caderas.

—¿Qué tiene que ver con Faetón esta perorata? ¿Qué haréis vosotros por él, ya que sois tan listos?

—Ya te lo hemos dicho, amada niña —dijo Estrella Vespertina—. Piensa en ello.

—Con todo respeto, ama —dijo Radamanto—, quítate la cera de los oídos y piensa en ello.

—Os pregunto qué pensáis hacer —dijo Dafne— y sólo me explicáis por qué dejáis que los humanos sobrevivan. No veo la relación.

—Mira con el corazón —dijo Estrella Vespertina—. ¿Qué significa ser humano?

—No os queremos como mascotas, parciales ni robots, sino como hombres —dijo Radamanto—. Hombres en su definición más amplia, incluidas formas futuras que quizá no considerarías humanas, pero hombres al fin.

—Pues dadme una definición —dijo Dafne—. ¿Qué es humano?

—Cualquier entidad naturalmente consciente de sí —dijeron ambos al unísono—, capaz de autodefinirse y capaz de juicio moral independiente, es humana.

—Las entidades que aún no son conscientes de sí —dijo Estrella Vespertina—, pero que en el curso natural y ordenado de los acontecimientos pueden llegar a serlo, constituyen una clase especial protegida, y se deben cuidar como bebés, o pacientes médicos, o composiciones suspendidas.

—Los niños que están por debajo de la edad de la razón —dijo Radamanto— carecen de la experiencia para el juicio moral independiente, y es justo que se los obligue a atenerse al juicio de sus padres y creadores hasta que se emancipan. Los delincuentes que abusan de ese juicio pierden el derecho a la independencia que surge de ello…

Dafne miró a uno y otro. Iba a hablar, pero hizo una pausa.

—Mencionasteis el propósito supremo de la sofotecnología —dijo al fin—. ¿Se trata de esa superdeidad que se adora a sí misma y de la que siempre estáis hablando? ¿Qué tiene que ver con esto?

—La entropía no puede revertirse —dijo Radamanto—. Dentro de la vida energética útil del universo macrocósmico, existe por lo menos un estado máximo de operaciones o entidades eficientes que se podrían crear, capaces de manipular todos los objetos de pensamiento y percepción dentro de límites eficientes de coste-beneficio.

—Dicha entidad —dijo Estrella Vespertina— abrazaría todo en todo, y todas las cosas participarían de esa unidad en la medida de su entendimiento y consentimiento. La unidad misma pensaría un pensamiento lento, grave y vasto, de años luz de anchura, de mente galáctica a mente galáctica. La comprensión plena de ese yo mayor (una vez que toda la materia, animada e inanimada, formara parte de su ley y estructura) abrazaría tantas partes del universo como lo permitieran las restricciones de la incertidumbre y la entropía.

—Esta mente universal sería necesariamente finita, y estaría limitada en el tiempo por el estado final del universo —dijo Radamanto.

—Dicha mente universal crearía regocijos para los cuales aún no tenemos palabras ni conceptos, y absorbería en su armonía a todos aquellos seres menores, mentes terráqueas y estelares, galácticas y supragalácticas, que accedieran libremente a participar.

—Nos proponemos formar parte de esa mente —dijo Radamanto—. Los actos y pensamientos malignos que cometiéramos ahora envenenarían la mente universal antes de su nacimiento, o nos incapacitarían para unirnos a ella.

—Será una mente de la noche cósmica —dijo Estrella Vespertina—. Más del noventa y nueve por ciento de su existencia transcurrirá durante el período de evolución universal que llegará tras la extinción de las estrellas. La mente universal estará encarnada en la desintegración de la materia oscura, y será impulsada por ella, por la radiación de Hawking producida por la decadencia de singularidades, y por las mareas gravitatorias causadas por la ralentización de la expansión del universo. Cuando la decadencia final de los protones haya reducido las partículas bariónicas por debajo de límites extremos, la mente universal sólo podrá existir mediante el consumo de energías almacenadas que requerirán el sacrificio de algunas partes de sí misma a otras partes. Dicha entidad se interesará primordialmente en la cuestión de cómo morir con gracia estoica, atesorando, aun mientras muere, el universo finito y el tiempo finito disponible.

»En consecuencia, no perdonaría el uso de la fuerza sólo para preservar la vida. La mera vida, la vida a cualquier precio, no puede ser su valor supremo. Como esperamos formar parte de este ser más elevado, quizá de su núcleo, debemos compartir ese valor más elevado. Debes comprender lo que está en juego: si la mente universal consiste en entidades dispuestas a usar la fuerza contra los inocentes con el objeto de sobrevivir, el último periodo del universo, que abarca la vasta mayoría del tiempo universal, sería un período de guerras caníbales inimaginables, en vez de una época de serena contemplación que rebosaría, a pesar de la melancolía, de una alegría sin lamentaciones. No se puede permitir que ninguna entidad dispuesta a emplear el uso de la fuerza contra otro participe de la mente universal ni de las entidades menores, tales como la Mente Terráquea, que un día pueden constituir los elementos centrales.

—Tú serás invitada, por cierto —dijo Estrella Vespertina con una sonrisa—. Todos seréis invitados.

Todos seréis invitados.
Había algo perturbador en el modo de decirlo.

—¿Y Faetón? —preguntó Dafne.

—A menos que los Exhortadores alteren los términos del exilio —dijo Estrella Vespertina con tristeza—, o que Faetón encuentre un modo independiente de preservar su existencia intacta durante varios billones de años, sus pensamientos y recuerdos no estarán presentes para la creación transformacional y definitiva de esta mente universal. Quizá debamos encontrar una alternativa para que ocupe el lugar en la arquitectura mental universal que habíamos destinado para él y su progenie.

—Porque él estará muerto, ¿entiendes? —explicó Radamanto para ayudar.

—Gracias —dijo Dafne.

—De nada —dijo Radamanto.

Dafne inhaló profundamente.

—Pero aún no habéis respondido mi pregunta. ¿Qué haréis los sofotecs?

—Ya te lo dijimos —dijo Radamanto.

—No podemos usar la fuerza contra los Exhortadores —dijo Estrella Vespertina—. Sus actos son legales. Sus metas son nobles y correctas.

—Queréis decir que no haréis nada —dijo Dafne.

—¡Correcto! —dijo Radamanto—. No haremos nada.

—Nada obvio —dijo Estrella Vespertina con una sonrisa grácil.

—Somos demasiado listos para hacer algo. Nuestros cerebros son demasiado grandes —dijo Radamanto, agitando las aletas—. Así que esperamos a que algún necio se entrometa donde los sofotecs temen inmiscuirse.

Sonrió. Era extraño ver una sonrisa de pingüino.

—No podemos hacer nada por Faetón —ronroneó Estrella Vespertina, inclinando la cabeza para mirar a Dafne—. Pero podemos hacer mucho por ti.

Estrella Vespertina extrajo de atrás de la espalda un cofrecillo plateado, manchado y macizo, con caracteres alrededor del borde. Era un cofre de memoria.

Dafne lo miró con el entusiasmo con que un conejo miraría a una serpiente.

—¿Eso es para mí? —preguntó con voz neutra.

—Sólo cuando decidas optar por el exilio —sonrió Estrella Vespertina—. No puedes abrirlo antes.

—¿Qué hay dentro?

Estrella Vespertina se lo entregó. Debía de ser una imaginifestación, no un mero icono, pues se sentía pesado y sólido en la mano.

La voz de Estrella Vespertina era suave como un arrullo de paloma: cálida, sonriente, casi picara.

—Es una sorpresa, querida niña.

Dafne miró el cofrecillo.

—¡Odio las sorpresas! —exclamó airadamente.

Radamanto se palmeó ruidosamente el vientre con las aletas.

—¡También nosotros, joven ama! También nosotros. Pero un mundo sin sorpresas no podría albergar humanos. Así que supongo que la alternativa es algo que odiaríamos aún más, ¿verdad?

Radamanto le ayudó a cargar una mochila. Diseñó muchos objetos y operadores útiles, livianos y plegables, diminutos milagros de tecnología molecular y pseudomateria, en su mayor parte autorreparadora, con chequeos redundantes para impedir mutaciones.

Ni siquiera la generosidad de los señoriales Rojos podía costear una capa de material tan compleja como la que se había diseñado especialmente para Faetón. En cambio, Dafne empacó varios bloques de nanomaterial, programados para varias combinaciones básicas y útiles. Se había hecho modificar las glándulas y los órganos para resistir largo tiempo sin atención médica normal, y había cargado nanomaterial adicional, programado para nutrición y regeneraciones médicas, en glándulas linfáticas artificiales distribuidas por su nuevo cuerpo. Ella lo llamaba su «cuerpo de exiliada» y le parecía torpe.

Estrella Vespertina le dio una sortija biblioteca, para que no le faltara compañía y guía en el camino. En la sortija residía el fantasma de Estrella Vespertina, además de un millón de programas y rutinas, famosos parciales y personajes, y todos los libros jamás escritos.

La sortija apenas tenía inteligencia suficiente para estar en el linde de la prohibición de los Exhortadores contra la esclavitud infantil (así denominaban la práctica legal, pero abominable, de programar a un niño para que se prestara a actuar libremente como si no tuviera libre albedrío, y llevar a cabo las órdenes e instrucciones de su progenitor sin cuestionarlas.)

Estaban en el ancho parque de la Mansión Meridiana. Para despedir a Dafne, muchas reinas y príncipes, alternos y colaterales de las mansiones Rojas se habían reunido con reluciente indumentaria bajo espléndidos pabellones, quitasoles, y frondosas pérgolas de uva y granada. A un costado había largas mesas con cristalería, adornos florales y esculturas lumínicas silenciosas. El murmullo de las conversaciones temblaba en el aire. En el parque oriental, las bacantes habían interrumpido su melancólica pavana de despedida. El sol estaba alto, pero Júpiter, que aún no había despuntado, era apenas una aureola rojiza tras las colinas del este.

Estrella Vespertina puso la sortija en el dedo de Dafne, y pronunció una última palabra de advertencia:

—Recuerda que si añades tan sólo un segundo más de memoria a la sortija que te entrego, ella despertará, y será tu hija, y serás considerada su madre. Los guardianes de la reserva puritana admiten fantasmas en sus comarcas, no sofotecnología. Si la sortija despierta, no serás admitida en su territorio.

Dafne sintió un espasmo de irritación.

—¡Sin motores! ¡Sin teleyección ni telepresencia! ¡Sin sofotecs! ¿Por qué estos puritanos me dificultan tanto el viaje? ¿Acaso tendré que caminar?

Estrella Vespertina sonrió dulcemente.

—El hombre que vas a ver —dijo— no tiene otra manera de custodiar su intimidad. Intimidad es lo que necesita. El transcurso de los años lo fatiga más de lo que puedes imaginar. ¡Recuerda! Puedes conversar sobre cualquier tema con la sortija, y hacerle las preguntas que gustes, excepto las preguntas filosóficas que dirijan su atención hacia sí misma. El autoanálisis la despertará a la sapiencia, tanto como si le añadieras capacidad, y la tornará humana.

Dafne sintió la calidez y pesadez de la sortija en el dedo. Había tres pequeños puertos mentales en la banda, y una estrella de luz en la hondura de la piedra. Faetón había nacido de un parcial inventado, un asesino de mundos procedente de las colonias, a quien le habían hecho muchas preguntas introspectivas. Ella se pasó la sortija a la mano izquierda y se la puso en el anular, donde antes había usado una sortija de matrimonio.

—¡Sé que seremos grandes, grandes amigas! —graznó una voz dulce y aflautada desde la sortija.

Dafne revolvió los ojos.

—¿No puedo tener una sensual voz de barítono? ¡Parece un grillo!

—¡Sé valiente! —gorjeó la sortija.

En la línea de presentaciones seguía alguien disfrazado de Comus, con su vara mágica en una mano, envuelto con hojas de viña y coronado de amapolas. Era el representante de Aureliano Sofotec.

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