—Debo advertirte que el alguacil Pursuivant es un personaje ficticio —dijo Faetón—. La precéptrix de la comandancia local me avisó que ese nombre y personalidad pueden ser cargados por cualquiera que desee donar tiempo para la prestación de servicios públicos como alguacil. La personalidad incluye memoria y entrenamiento.
—Supongo que no hay chequeos de seguridad para impedir que esa personalidad sea ejecutada por cualquier ciudadano al azar.
—¿Para qué molestarse? —dijo Faetón.
—Entiendo. La sociedad es mucho más pacífica y confiada que cuando yo era joven. ¿Eso significa que no puedo fiarme de lo que me dijo Pursuivant?
—No lo sé. Yo mismo fui visitado por un alguacil Pursuivant. La comandancia local me dijo que no hay registro de esa visita.
—¿Y sospechas que es tu ficticia raza alienígena extrasistémica? —dijeron las cabezas de buitre.
—Es la Ecumene Silente.
Tanto Antisemris como el cíborg sacudieron las cabezas con asombro. Era un gesto humano, a pesar de sus cabezas inhumanas, un atavismo de su estructura neuronal central. En lo profundo, ambos seguían siendo humanos.
Las tres cabezas de buitre cerraron los picos ganchudos con un chasquido.
—La Ecumene Silente está muerta.
—Muchos dicen lo mismo de la Composición Belígera.
—¿Me estás diciendo que regresaron de la tumba y saltaron de un agujero negro tan sólo para hojear mi bitácora? En tal caso, ¿por qué el alguacil no responde preguntas sobre lo que sucedió? ¿Por qué no han sacado a Atkins de su almacenaje en archivos?
—Atkins no está almacenado. Yo lo he visto.
—¡Ah! ¡Si Atkins recorre nuevamente la Tierra, la batalla y la muerte no están lejos!
Faetón miró fijamente los rojos ojos de buitre. ¿Esta criatura quería una guerra? La simpatía humana que había sentido por el cíborg se disipó.
Antisemris evidentemente quería intervenir en la conversación.
—¡Hola, cabeza de chorlito! Estás diciendo tonterías. Esto es una broma de la Mascarada. Los Exhortadores no permitirían que ocurriera.
—No son todopoderosos —respondió Belígero.
—Alguien leyó tu bitácora —dijo Faetón—, y eso debe estar consignado en alguna parte. ¿Qué mostraba la identificación normal, cuando interrogaste al intruso?
—La interrogación del intruso fue enmascarada por el protocolo de la Mascarada. El intruso se comunicó con pseudónimo.
—¿Con qué nombre?
—El tuyo. Se presentó como Faetón de Radamanto.
Faetón frunció el ceño, intrigado. ¿Por qué su nombre?
—¿Qué se hizo para permitirle acceso a tus registros? En definitiva, tú me habías transportado.
—No oficialmente. Te consigné como polizón.
—Pero este truco de la ley no se aplicaría a alguien que se disfrazara de cliente, sólo a alguien que realmente fuera cliente. Así, a menos que haya un Profundo que me persigue…
—Hay alguien que trasladé a tu posición. Una forma humana, no un Profundo.
—¿Aquí? ¿A Talaimannar? ¿Quién?
—No tendrías que haber dicho tu posición —dijo Belígero—. Esta línea no es segura.
Las serpientes de Antisemns se sacudieron a un costado, la pantalla se puso negra y fue reemplazada por un texto de letras blancas:
Lo lamento, Faetón, pero estaban dispuestos a ofrecerme seiscientos mil segundos y permitirme regresar, siempre que yo dejara de ayudarte. No recibiré más mensajes tuyos, así que no intentes llamar.
Faetón no entendía. ¿Antisemris confesaba que había ayudado a los silentes? No, absurdo, alguna conversación de velocidad superalta debía haber ocurrido entre los Exhortadores y Antisemns, a quien habían sobornado para que retirase su apoyo a Faetón. Su enlace con los neptunianos se cortó de nuevo.
Al mismo tiempo, vio fogonazos en las ventanas de la derecha.
Luego oyó una explosión.
Faetón corrió a las ventanas para mirar.
Encima de los acantilados, frente a la bahía, podía ver parte del cementerio de casas, donde había rescatado materiales esa mañana. Estaba en llamas.
Por un instante creyó ver una silueta humana que volaba, camuflada con armadura negra contra el cielo negro. Luego descendió al cementerio ardiente y, con un relampagueo, se enterró en el acantilado bajo el cementerio.
Mientras Faetón parpadeaba, tratando de entender qué había visto, otra explosión sacudió las frágiles siluetas de caracola de las casas muertas y defectuosas. Mientras saltaba fuego de las ventanas, las siluetas altas y delgadas oscilaban y caían.
Luego, ese ruido se sofocó, mientras todas las casas que Faetón acababa de resucitar, todas las casas de los floteros, lanzaban un gemido enorme y desgarrador.
Faetón subió por la escalerilla a la proa de la barcaza.
El fulgor rojo del incendio trepaba por el acantilado norte e iluminaba la escena. Faetón miró hacia arriba y vio, a través de los pisos de cristal de los pabellones, sombras negras que se agitaban y gruñían en la oscuridad. Los operarios nocturnos se habían desconectado de su labor. Quizá las líneas estuvieran cortadas; quizá Antisemris hubiera cerrado el servidor. Al oír el griterío de las casas, aquellas siluetas se pusieron de pie (si tenían pies) y sus alaridos de furia, temor y asombro se mezclaron con el clamor general.
—¡Calma, calma! —exclamó Faetón—. No son nuestras casas las que arden. Sólo los edificios vacíos del cementerio. ¡Nadie corre peligro!
Drusillet se adelantó. Era una de las pocas que había aprobado las innovaciones de Faetón y lucia orgullosamente la chaqueta y la falda del uniforme que él había suministrado. La mantilla que usaba para protegerse la cabeza del calor del trópico, originalmente diseñada con mil microporos que soplaban una fría mezcla de oxígeno, ahora también presentaba varios tipos de conexión. Comparada con la Mentalidad, esta pequeña red, que abarcaba los pocos cientos de metros ocupados por las casas de los floteros, era patética. Pero esas conexiones demostraban que por lo menos una persona tenía ambición suficiente para aprovechar los contactos que Faetón había configurado entre las casas flotantes. Y ahora era útil.
—¿Cuál es la situación? —preguntó Faetón.
—Son los Exhortadores —gritó ella en respuesta—. Presentaron una petición para que la propiedad abandonada fuera destruida como estorbo público, expusieron un plan para la quema pública y obtuvieron autorización para proceder, todo en el último medio segundo. Los incendios se producen con energía irradiada desde puestos de la ciudad anular. Alguaciles con inhibidores y escudos de sofocación de pseudomateria patrullan la zona para impedir que las llamas se propaguen, y además Nabucodonosor Sofotec inventó y manufacturó una nube de nanomáquinas que puede controlar el incendio. Ésa es la niebla que surge del agua. O bien Nabucodonosor engatusó a Madre-del-Mar, o bien encontró células manufactureras que ella no controla.
—¿Corremos algún peligro?
—¿Por el incendio? No. Nuestras casas gritan porque se han activado sus alarmas. Traté de hablar a nuestras casas para silenciarlas, pero necesito tu orden de anulación.
—No tengo una orden de anulación.
—No tenemos una red municipal para controlar las mentes de las casas. Sólo los propietarios tienen autoridad para silenciar la alarma contra incendios, pero la mayoría no sabe cómo.
—Las instrucciones están escritas en código icónico holográfico de la Estética Estándar, en los bordes de las paredes interiores.
—La mayoría no sabemos leer.
Faetón dominó su impaciencia.
—Entonces apaga la energía y reconfigura.
—¿Y si las baterías de la casa están programadas para hacerse cargo durante un corte energético? La rutina puede haber mutado desde esta mañana.
Ella tenía razón. Faetón no sabía cómo lidiar con máquinas que no eran más listas que él.
No obstante, Drusillet envió una orden de apagado y reinicio. Los gemidos y chillidos de las casas flotantes se extinguieron. Los ecos flotaron un instante sobre las olas, y luego se disiparon. El ruido más intenso era el crujiente rugido de esas llamas lejanas. La oscuridad cubrió la bahía. Las casas, brillantes un instante atrás, ahora eran meras sombras rojizas en la noche, tan despojadas de energía como cuando Faetón las había visto por primera vez.
—Reinicia.
—Lo hice. Debe de haber un fallo en la rutina.
Magnífico,
pensó Faetón.
—Bien, al menos todavía tenemos luz de aquellos incendios —dijo.
En ese momento, la llamarada cambió en los acantilados del norte. La niebla del mar se cerró sobre las casas, formando una telaraña semejante a la seda, bombeando oxígeno puro en las casas ardientes. Cada casa y cada ruina ardía con silenciosas llamas de color blanco azulado, que se consumieron enseguida. Las telarañas de seda ahogaron todos los focos en un santiamén.
Todo quedó iluminado un instante con una luz blanca como el magnesio. Faetón vio los rostros airados y hostiles de muchos de sus operarios en los balcones de los pabellones. Algunos miraban al norte con odio en los ojos. Pero otros, con la misma expresión, lo miraban a él. Luego la oscuridad rodó sobre la escena, como una ceguera súbita.
Al morir la luz, Faetón creyó ver algo que reptaba y se retorcía a lo largo de los acantilados del norte. Maldijo su falta de una visión adecuada. Pero supuso que las bolsas de seda se estaban alterando para adquirir nuevas funciones y esterilizar el terreno para que las semillas que volaran de las casas dañadas no echaran raíces.
—Es grave —murmuró Drusillet.
—No pueden destruir los cerebros de las casas que ya hemos rescatado del cementerio, pues son obviamente de nuestra propiedad. Pero las casas estaban abandonadas. Tenían tanto derecho a incendiarlas como nosotros a saquearlas.
—Es grave. Sin nuevos cerebros, no habrá casas nuevas.
—Los que tenemos durarán, con una limpieza y reestructuración periódicas adecuadas.
Drusillet no parecía convencida.
—¿Con qué frecuencia cosecháis una casa nueva?
—Cada semana…
—¡Cada semana! Esas cosas pueden durar cuatrocientos años.
—Los floteros no son muy cuidadosos con sus casas.
—¿No mantienen sus hogares, no educan la mente del hogar? ¿No las limpian?
Drusillet lucía abatida.
—No. Cuando se vaciaba la alacena, o se ensuciaban las alfombras, o se taponaban los filtros, talábamos una nueva casa. Era una excusa para hacer una fiesta.
Faetón sacudió la cabeza y miró hacia otro lado.
—Bien —dijo al fin—, en todo caso, lamento no haber presentado una reclamación legal de posesión adversa sobre el cementerio. Había olvidado cuan rápidamente piensan los sofotecs, con qué velocidad pueden actuar…
Se preguntaba si los Exhortadores no habían sabido dónde estaba hasta el momento en que reveló su posición por el canal público, hablando con Belígero. En tal caso, los Exhortadores no habían enviado al alguacil Pursuivant.
Si no habían sido los Exhortadores, ¿quién? ¿Los silentes? ¿Algún tercero a quien Faetón pasaba por alto, y a quien Belígero había llevado a la isla?
Pursuivant quizá no perteneciera a los silentes. Parecía improbable que, aun con un sofisticado conjunto de entidades virales, los agentes de la Ecumene Silente pudieran infiltrarse tan descaradamente entre los alguaciles locales sin que un segmento de la Mente Terráquea lo notara. Y, si fueran tan poderosos, no tendrían la menor necesidad de ser sigilosos, pues ya se habrían adueñado de toda la Mentalidad.
Un momento. La intuición le decía que había un fallo en su lógica, un aspecto obvio de estos acontecimientos que él pasaba por alto. ¿Cuan poderoso y sofisticado era Nada Sofotec?
Pero Faetón no era Taumaturgo; no podía llevar automáticamente sus intuiciones a la consciencia. El pensamiento se extinguió cuando un grupo de floteros subió a la cubierta para exigir a gritos que les pagaran el resto de su turno interrumpido.
La muchedumbre era borrosa en la oscuridad, y Faetón tuvo que entornar los ojos para distinguirlos.
El grupo consistía en una pequeña mente triple (cuyos tres cuerpos parecían hostias de ojos grandes), un neomorfo rezongón en una caja flotante y dos básicos de rostro tatuado y camisa rasgada, un neutro y un hermafrodita.
Los básicos, en vez de usar los uniformes de Faetón, se habían rociado el cuerpo con pintura inteligente, de modo que abanicos de colores cambiantes vibraban en su carne mientras la pintura les refrescaba la piel o (más probablemente) les inyectaba sustancias químicas en los poros. El perfume de la pintura era muy potente. Faetón retrocedió con disgusto, llevándose un fragmento del traje a la nariz como un pañuelo.
—No puedo hacer nada por vosotros —dijo—. No puedo pagaros con segundos de dinero que no tengo. Los clientes para quienes trabajabais aún no me han pagado; tampoco pueden hacerlo, hasta que encontremos un modo de sortear el bloqueo que instaló Antisemris al cerrar su servicio.
Los tres cuerpos de la mente triple hablaron al mismo tiempo, un borbotón de palabras, y Faetón lamento una vez más no tener un filtro sensorial para traducir a un formato lineal.
—¡Es problema tuyo! —dijo uno—. Nosotros hicimos nuestra parte.
—¿No tienes dinero? —dijo el segundo—. ¿Qué hay de esa gran cuenta de gastos que te dieron para llamar a Neptuno?
El tercero mencionó arteramente que los Exhortadores no los habían molestado hasta que las ambiciones y elevados ideales de Faetón habían desencadenado la ira de los Exhortadores contra ellos.
—¡Queremos que vuelva Ironjoy! —exclamó uno de los básicos. El otro acusó a Faetón de traidor.
Pero el neomorfo del ataúd flotante tenía un altavoz sintonizado para sofocar a todos los demás.
—En los días en que estábamos aislados de la Gran Mente, o fallaban los servicios, o se cortaban las líneas, el viejo Ironjoy declaraba una fiesta de descanso, ¿verdad? Tenía sueños a puñados, y muchos puñados, y entregaba cables como si fueran golosinas. Teníamos fluido, cerveza y enchufes felices. Para fiestas desenfrenadas, nos hacíamos conectar mentes bestiales, para eliminar todos esos pensamientos del córtex, y dejábamos que nuestro yo inferior y nuestro mesencéfalo salieran a retozar y jugar. Para fiestas sexuales, nos enlazábamos a través de la tienda con algunos de los ricos y maduros simulacros y sueños eróticos que Ironjoy mantiene en sus archivos. ¡No sólo zambullidas dóciles, sino auténticas orgías de obscenidad, con todos los picaros subpensamientos reprimidos leídos por el archivo secreto y emitido a doble sensación! ¡Ah, qué tiempos! ¡Qué diversión! ¡Qué vida! ¿Qué tenemos ahora, eh? ¡Un hombre que usa el nombre de Faetón, hijo de rico, el hombre que cree poseer el Sol! ¿Y qué hace por nosotros, para ayudarnos a sobrevivir nuestras últimas horas y años? ¿Fiestas de reunión? ¿Bebamos y ensartemos y soñemos y enchufemos y gocemos? ¡En absoluto! ¡Nos viste con elegancia, nos presiona, nos aprieta y nos sermonea y nos encierra hasta que todo es suyo o nuestro! ¡Basta de compartir! ¡Basta de juego limpio! ¿Qué opináis? ¿Queréis parrandear? ¿O queréis que un ricachón consentido como Faetón nos sermonee?