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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (119 page)

BOOK: Festín de cuervos
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—Entiendo. —La sonrisa se desvaneció en el rostro de Qyburn—. No sé qué deciros, Alteza. No sé qué puedo aconsejaros...

Pese a su estado de agotamiento y terror, la reina sabía que no podía confiar su destino a un tribunal de gorriones. Tampoco podía contar con que interviniera Ser Kevan, después de las palabras que se habían cruzado en su última reunión.

«Tendrá que ser un juicio por combate. No hay otra salida.»

—Qyburn, por el amor que me profesáis, os ruego que enviéis un mensaje en mi nombre. Si es posible, con un cuervo; si no, con un jinete. Enviadlo a Aguasdulces, a mi hermano. Decidle lo que ha pasado, y escribid... Escribid...

—¿Sí, Alteza?

Se humedeció los labios, temblorosa.

—«Vuelve ahora mismo. Ayúdame. Sálvame. Te necesito como no te había necesitado jamás. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Vuelve ahora mismo.»

—Como ordenéis. ¿«Te quiero» tres veces?

—Tres veces. —Tenía que conmoverlo—. Vendrá. Sé que vendrá. Tiene que venir. Jaime es mi única esperanza.

—Mi reina —titubeó Qyburn—, ¿lo habéis olvidado? Ser Jaime ya no tiene la mano de la espada. Si es vuestro campeón y pierde...

«Abandonaremos este mundo juntos, como llegamos a él.»

—No perderá. Jaime no perderá. No si mi vida está en juego.

JAIME (7)

El nuevo señor de Aguasdulces estaba tan furioso que le temblaban las manos.

—Nos han engañado —dijo—. ¡Este hombre nos la ha jugado bien jugada! —La salivilla rosada le salía de entre los labios mientras le hincaba el dedo a Edmure Tully—. ¡Haré que le corten la cabeza! Yo mando en Aguasdulces por decreto del Rey; yo...

—Emmon —interrumpió su esposa—, el Lord Comandante ya sabe lo del decreto del Rey. Ser Edmure sabe lo del decreto del Rey. Los mozos de cuadra saben lo del decreto del Rey.

—¡Soy el señor y quiero que le corten la cabeza!

—¿De qué se me acusa? —Pese a lo flaco que estaba, Edmure seguía teniendo más planta de caballero que Emmon Frey. Llevaba un jubón acolchado de lana roja con la trucha saltarina bordada en el pecho. Sus botas eran negras, y sus calzones, azules. Tenía el pelo castaño lavado y peinado, y la barba rojiza bien recortada—. Hice todo lo que se me pidió.

—Ah, ¿sí? —Jaime Lannister no había dormido desde que Aguasdulces les abriera las puertas, la cabeza le retumbaba—. No recuerdo haberos pedido que dejarais escapar a Ser Brynden.

—Me ordenasteis que entregara el castillo, no a mi tío. ¿Acaso tengo la culpa de que vuestros hombres le permitieran cruzar las líneas de asedio?

Jaime no le encontraba la gracia.

—¿Dónde está? —preguntó sin disimular la irritación. Sus hombres ya habían registrado Aguasdulces tres veces, y Brynden Tully no había aparecido.

—No me dijo adónde pensaba ir.

—Y vos no se lo preguntasteis, claro. ¿Cómo salió?

—Los peces nadan. Hasta los negros —sonrió Edmure.

Jaime sintió la tentación de darle un buen golpe en la boca con la mano dorada. Seguro que se acabarían las sonrisas cuando tuviera unos cuantos dientes menos. Para ir a pasarse prisionero el resto de su vida, Edmure parecía demasiado pagado de sí mismo.

—Debajo de Roca Casterly hay celdas tan ajustadas como armaduras. En ellas no hay forma de volverse, ni de sentarse, ni de llevarse la mano a los pies cuando las ratas se empiezan a comer los dedos. ¿Queréis reconsiderar vuestra respuesta?

La sonrisa de Edmure se esfumó.

—Me disteis vuestra palabra de que se me trataría de manera honorable, como corresponde a mi categoría.

—Y así será —replicó Jaime—. Caballeros más nobles que vos han muerto sollozando en esos calabozos, y puede que hasta algún que otro gran señor. Y un par de reyes, si mal no recuerdo las lecciones de historia. Si lo deseáis, vuestra esposa puede alojarse en la celda contigua. No quisiera separaros.

—Se fue nadando —dijo Edmure con tono hosco. Tenía los mismos ojos azules que su hermana Catelyn, y Jaime vio en ellos el mismo desprecio con que lo había mirado la dama—. Levantamos el rastrillo de la Puerta del Agua. No del todo; sólo una vara o así, lo justo para que hubiera un hueco bajo el agua y la puerta siguiera pareciendo cerrada. Mi tío es un buen nadador. Cuando oscureció, se escurrió entre las púas.

«Igual que se escurrió bajo nuestra barrera, no me cabe ninguna duda.»

Una noche sin luna, unos guardias aburridos, un pez negro en unas aguas negras flotando en silencio corriente abajo. Si Ruttiger, Yew o alguno de sus hombres habían llegado a oír un chapoteo, lo habrían atribuido a una tortuga o una trucha. Edmure había aguardado casi todo un día antes de arriar el lobo huargo de los Stark en gesto de rendición. El castillo cambió de mano y, en la confusión, llegó la mañana siguiente antes de que informaran a Jaime de que el Pez Negro no estaba entre los prisioneros.

Se asomó a la ventana y contempló el río. Era un luminoso día de otoño; el sol centelleaba en las aguas.

«El Pez Negro debe de estar ya a diez leguas corriente abajo.»

—Tenéis que dar con él —insistió Emmon Frey.

—Lo encontraremos. —Jaime hablaba con una seguridad que estaba lejos de sentir—. He puesto sabuesos y cazadores tras su rastro. —Ser Addam Marbrand estaba al mando de la búsqueda por la orilla sur del río, y Ser Dermot de La Selva, por la norte. Había pensado en utilizar también a los señores de los ríos, pero lo más probable era que Vance, Piper y los demás ayudaran al Pez Negro a escapar en vez de ponerle los grilletes. No tenía demasiadas esperanzas—. Puede que nos esquive durante un tiempo —dijo—, pero al final tendrá que salir a la superficie.

—¿Y si intenta arrebatarme mi castillo?

—Tenéis una guarnición de doscientos hombres. —Demasiado numerosa, desde luego, pero Lord Emmon era de naturaleza ansiosa. Al menos no tendría problemas para darles de comer. Tal como había dicho, el Pez Negro había dejado provisiones más que abundantes en Aguasdulces—. Con todas las molestias que se ha tomado Ser Brynden por abandonarnos, dudo mucho que tenga intención de volver.

«A menos que sea a la cabeza de un grupo de bandidos.»

De lo que no le cabía duda era de que el Pez Negro pretendía seguir luchando.

—Es tu asentamiento —le dijo Lady Genna a su esposo—. A ti te corresponde defenderlo. Si no puedes, préndele fuego y vuelve a la Roca.

Lord Emmon se frotó la boca y retiró la mano manchada de babas rojizas por la hojamarga.

—Desde luego. Aguasdulces es mío; nadie me lo arrebatará jamás.

Lanzó una última mirada de desconfianza en dirección a Edmure Tully mientras Lady Genna lo sacaba a rastras de sus habitaciones.

—¿Hay algo más que queráis contarme? —le preguntó Jaime a Edmure cuando se quedaron a solas.

—Estas eran las habitaciones de mi padre —respondió Tully—. Desde aquí gobernó con sabiduría y bondad las tierras de los ríos. Le gustaba sentarse junto a esa ventana. Había buena luz, y cuando miraba hacia abajo veía el río. Cuando se le cansaba la vista, le pedía a Cat que le leyera. Una vez, Meñique y yo construimos un castillo con bloques de madera ahí, junto a la puerta. Nunca sabréis el asco que me da veros en esta habitación, Matarreyes. Nunca sabréis cuánto os desprecio.

En eso se equivocaba.

—Me han despreciado hombres mejores que vos, Edmure. —Jaime llamó a un guardia—. Llevaos a su señoría a su torre y ocupaos de que le lleven comida.

El señor de Aguasdulces salió en silencio. Al día siguiente emprendería el viaje hacia el oeste. Ser Forley Prester estaría al mando de su escolta de cien hombres, veinte de ellos caballeros.

«Más vale que sean el doble. Puede que Lord Beric intente liberar a Edmure antes de que lleguen al Colmillo Dorado.» Jaime no quería tener que capturar a Tully por tercera vez.

Volvió a sentarse en la silla de Hoster Tully, extendió el mapa del Tridente y lo alisó con la mano dorada.

«¿Adónde iría yo si fuera el Pez Negro?»

—¿Lord Comandante? —Había un guardia junto a la puerta abierta—. Lady Westerling y su hija están aquí, como ordenasteis.

Jaime apartó el mapa.

—Hazlas pasar.

«Menos mal que no ha desaparecido la niña también.»

Jeyne Westerling había sido la reina de Robb Stark, la muchacha que tan cara le había costado. Si tenía un lobo en la barriga, podía resultar más peligrosa que el Pez Negro.

Pero no lo parecía. Jeyne era una muchachita espigada aunque de caderas generosas, de no más de quince o dieciséis años, más torpe que grácil. Tenía los pechos del tamaño de manzanas, una mata de bucles castaños, y los ojos dóciles y marrones de un cervatillo.

«No está mal —decidió Jaime—, pero tampoco justifica el perder un reino.»

Tenía el rostro hinchado y una costra en la frente, semioculta por un rizo.

—¿Qué os ha pasado? —preguntó.

La niña giró la cabeza.

—No es nada —dijo su madre, una mujer de rostro austero ataviada con una túnica de terciopelo verde. Llevaba en torno al cuello largo y delgado un collar de conchas marinas doradas—. No quería entregar la coronita que le regaló el rebelde, y cuando fui a quitársela de la cabeza, la muy testaruda se enfrentó a mí.

—Era mía —sollozó Jeyne—. No tenías derecho. Robb la mandó hacer para mí. Me quería.

Su madre hizo ademán de abofetearla, pero Jaime se interpuso entre ellas.

—No pienso tolerarlo —advirtió a Lady Sybell—. Sentaos las dos. —La niña se acurrucó en la silla como un animalillo asustado, pero su madre se sentó rígida, con la cabeza bien alta—. ¿Queréis una copa de vino? —preguntó.

—No, gracias —dijo su madre.

La niña no respondió.

—Como gustéis. —Jaime se volvió hacia la hija—. Siento mucho vuestra pérdida. El muchacho tenía valor, lo reconozco. Tengo que haceros una pregunta. ¿Estáis esperando un hijo suyo, mi señora?

Jeyne se levantó como una exhalación, y habría salido corriendo de la estancia si el guardia de la puerta no la hubiera retenido por el brazo.

—No —dijo Lady Sybell mientras su hija se debatía por escapar—. Ya me aseguré de eso, como me pidió vuestro señor padre.

Jaime asintió. Tywin Lannister no era alguien que pasara por alto detalles así.

—Suelta a la chica. Por el momento he terminado con ella. —Se centró en la madre mientras Jeyne bajaba por las escaleras entre sollozos—. La Casa Westerling ha recibido el perdón, y vuestro hermano Rolph ha sido nombrado señor de Castamere. ¿Qué más queréis de nosotros?

—Vuestro señor padre me prometió buenos matrimonios para Jeyne y para su hermana pequeña. Señores o herederos, me lo juró, nada de segundones ni caballeros de una casa cualquiera.

«Señores o herederos. Claro, claro.»

Los Westerling eran una casa antigua y orgullosa, pero Lady Sybell había nacido con el apellido Spicer, perteneciente a una estirpe de mercaderes enriquecidos. Si no recordaba mal, su abuela había sido una especie de bruja medio loca del este. Y la familia estaba en la ruina. Si las cosas hubieran seguido su curso normal, las hijas de Sybell Spicer habrían podido aspirar a desposarse con segundones, pero un buen cofre de oro de los Lannister haría que hasta la viuda de un rebelde muerto le resultara atractiva a algún señor.

—Esos matrimonios se celebrarán —le aseguró Jaime—, pero Jeyne tiene que esperar dos años antes de volver a casarse.

Si la chica volvía a contraer nupcias demasiado pronto y se quedaba embarazada, no habría manera de impedir los rumores que atribuyeran la paternidad al Joven Lobo.

—También tengo dos hijos varones —le recordó Lady Westerling—. Rollam está conmigo, pero Raynald era caballero y fue a Los Gemelos con los rebeldes. Si hubiera sabido qué iba a suceder allí, no lo habría permitido. —Había un atisbo de reproche en su voz—. Raynald no sabía nada de... del acuerdo al que había llegado con vuestro señor padre. Puede que todavía esté prisionero en Los Gemelos.

«O puede que esté muerto.» Walder Frey tampoco estaría al tanto del «acuerdo».

—Haré averiguaciones. Si Ser Raynald sigue prisionero, pagaré el rescate en vuestro nombre.

—También se habló de buscarle esposa, una prometida de Roca Casterly. Vuestro padre dijo que Raynald estaría en la gloria si todo iba según lo esperado.

«La mano muerta de Lord Tywin sigue controlándonos desde la tumba.»

—Gloria es la hija natural de mi difunto tío Gerion. Podemos organizar el compromiso si lo deseáis, pero el enlace tendrá que esperar. La última vez que la vi, Gloria tenía nueve o diez años.

—¿Hija natural? —Lady Sybell parecía haberse tragado un limón—. ¿Pretendéis casar a un Westerling con una bastarda?

—No, igual que no quiero que Gloria se case con el hijo de una zorra intrigante y cambiacapas. Se merece algo mejor. —Jaime habría estrangulado de buena gana a la mujer con su propio collar de conchas. Gloria era una chiquilla dulce, aunque solitaria; su padre había sido el tío favorito de Jaime—. Vuestra hija vale diez veces más que vos. Partiréis con Edmure y con Ser Forley al amanecer. Procurad que no vuelva a veros hasta entonces.

Llamó a gritos a un guardia, y Lady Sybell salió con los labios apretados. Jaime se preguntó cuánto habría sabido Lord Gawen de las intrigas de su esposa.

«¿Cuánto sabemos los hombres de lo que piensan ellas?»

Cuando Edmure y los Westerling se pusieron en marcha, cuatrocientos hombres cabalgaban con ellos. Jaime había vuelto a doblar la escolta en el último momento. Los acompañó unas cuantas leguas para conversar con Ser Forley Prester. Aunque llevaba una cabeza de toro en el jubón y cuernos en el casco, Ser Forley no podía ser menos bovino. Era un hombrecillo bajo, flaco, testarudo. Con la nariz alargada, la calva y la barba castaña enmarañada, tenía más aspecto de posadero que de caballero.

—No sabemos dónde está el Pez Negro —le recordó Jaime—, pero si puede, liberará a Edmure.

—No lo permitiré, mi señor. —Como la mayoría de los posaderos, Ser Forley no tenía un pelo de tonto—. Llevamos una avanzadilla de exploradores, y por las noches fortificaremos los campamentos. He seleccionado a diez hombres, mis mejores arqueros, que no dejarán solo a Tully en ningún momento. Si se sale del camino, aunque sea sólo un palmo, le clavarán tantas flechas que hasta su madre lo confundiría con un puerco espín.

—Bien. —Jaime prefería que Tully llegara sano y salvo a Roca Casterly, pero si no había más remedio, mejor que muriese a que quedara en libertad—. Será mejor que también pongáis unos cuantos arqueros que vigilen a la hija de Lord Westerling.

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