Read Filosofía en el tocador Online
Authors: Marqués de Sade
SRA. DE SAINT-ANGE: En el agotamiento en que ambos estáis, será prepararle un buen trabajo.
DOLMANCÉ: Estoy de acuerdo, por eso me gustaría que viniese, de vuestra casa o de vuestros campos, algún joven muy robusto que nos sirva de maniquí y sobre el que podamos dar las lecciones.
SRA. DE SAINT-ANGE: Tengo precisamente lo que me pedís.
DOLMANCÉ: ¿No será por casualidad un joven jardinero, de rostro delicioso y de unos dieciocho o veinte años, que he visto hace un momento trabajando en vuestro huerto?
SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Agustín! ¡Sí, precisamente, Agustín, cuyo miembro tiene trece pulgadas de largo por ocho y medio de circunferencia!
DOLMANCÉ: ¡Ah, santo cielo! ¡Qué monstruo!... Y eso ¿eyacula?...
SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Oh, como un torrente!... Voy a buscarlo.
PERSONAJES:
DOLMANCÉ, EL CABALLERO, AGUSTÍN, EUGENIA, SRA. DE SAINT-ANGE.
SRA. DE SAINT-ANGE,
trayendo a Agustín
: Aquí está el hombre del que os he hablado. Vamos, amigos míos, divirtámonos. ¿Qué sería la vida sin placer? ¡Acércate, pánfilo! ¡Oh, qué tonto! ¿Podéis creer que hace seis meses que trabajo por desbravar a este gran cerdo sin conseguirlo?
AGUSTÍN: ¡Vaya, zeñora! Deciz a veces que empiezo hora no ir tanto mal, y cuando hay terreno barbecho, siempre a mi lo dais.
DOLMANCÉ,
riendo
: ¡Ah, encantador... encantador! Nuestro querido amigo es tan franco como fresco...
(Señalando a Eugenía.)
Agustín, aquí tienes un bancal de flores en barbecho; ¿quieres encargarte?
AGUSTÍN: ¡Ay, caray, señores, tan gentiles pedazoz no están hecho para nozotroz.
DOLMANCÉ: Vamos, señorita.
EUGENIA,
ruborizándose
: ¡Oh, cielos, qué vergüenza!
DOLMANCÉ: Alejad de vos ese sentimiento pusilánime; de todas nuestras acciones, sobre todo de las del libertinaje por sernos inspiradas por la naturaleza, no hay ninguna, sea cual fuere la especie de que podáis suponerla, por la que debamos sentir vergüenza. Vamos, Eugenia, haced acto de putanismo con este joven; pensad que toda provocación de una muchacha a un muchacho es una ofrenda a la naturaleza, y que vuestro sexo nunca la sirve mejor que cuando se prostituye al nuestro: en una palabra, que habéis nacido para ser jodida, y que la mujer que se niega a esta intención de la naturaleza no merece ver la luz. Bajad vos misma los calzones de este joven hasta más abajo de sus bellos muslos, enrolladle la camisa debajo de la chaqueta de modo que la delantera... y el trasero, que tiene, entre paréntesis, muy hermoso, se encuentren a vuestra disposición. Que ahora una de vuestras manos se apodere de ese gran trozo de carne que pronto, lo estoy viendo, va a espantaros por su forma, y que la otra se pasee por las nalgas, y le haga cosquillas, así, en el orificio del culo... Sí, así...
(Para demostrar a Eugenia cómo debe hacerlo, él mismo socratiza a Agustín.)
Descapullad bien esa cabeza rubicunda; no la cubráis nunca al masturbarla; mantenedla desnuda... tensad el frenillo hasta romperlo... ¡Bien! ¿Veis ahora el efecto de mis lecciones?... Y tú, hermoso mío, te lo ruego, no te quedes así con las manos juntas; ¿no tienes en qué ocuparlas?... Paséalas por ese hermoso seno, por esas hermosas nalgas...
AGUSTÍN: Zeñorez, ¿no pudiera yo bezar a zeñorita que me da tanto placer?
SRA. DE SAINT-ANGE: Pues bésala, imbécil, bésala cuanto quieras, ¿o es que no me besas a mí cuando me acuesto contigo?
AGUSTÍN: ¡Ah, caray! ¡Qué hermosa boca!... ¡Qué frezca eztáiz!... Me parece tener la nariz zobre laz rozaz de nuestro jardín.
(Mostrando su polla tiesa.)
¡Veiz, zeñorez, veiz el efecto que ezo ha producido!
EUGENIA: ¡Cielos! ¡Qué larga!...
DOLMANCÉ: Que vuestros movimientos sean ahora más regulares, más enérgicos... Dejadme el sitio un momento, y mirad bien cómo lo hago.
(Se la menea a Agustín.)
¿Veis cómo estos movimientos son más firmes y al mismo tiempo más blandos? ... Tomad, seguid, y sobre todo no tapéis el capullo... ¡Bien! Ya está en toda su potencia; examinemos si es cierto que la tiene más gorda que el caballero.
EUGENIA: No hay ninguna duda: ya veis que no puedo empuñarla.
DOLMANCÉ,
mide
: Sí, tenéis razón: trece de longitud por ocho y medio de circunferencia. Nunca la he visto tan gorda. Es lo que se dice una polla soberbia. ¿Y os servís de ella, señora?
SRA. DE SAINT-ANGE: Regularmente todas las noches cuando estoy en este campo.
DOLMANCÉ: Espero que por el culo.
SRA. DE SAINT-ANGE: Con más frecuencia por el coño.
DOLMANCÉ: ¡Ay, rediós! ¡Qué libertinaje! Pues bien, palabra de honor que no sé si me va a caber.
SRA. DE SAINT-ANGE: No os hagáis el estrecho, Dolmancé; entrará en vuestro culo como entra en el mío.
DOLMANCÉ: Ya lo veremos: me halaga que mi Agustín me haga el honor de lanzarme un poco de leche en el trasero; se lo devolveré; pero prosigamos nuestra lección... Vamos, Eugenia, la víbora va a vomitar su veneno; preparaos; que vuestros ojos estén fijos en la cabeza de este sublime miembro; y cuando, en prueba de su pronta eyaculación, lo veáis hincharse y matizarse del púrpura más bello, que vuestros movimientos adquieran toda la energía de que son capaces; que los dedos que cosquillean el ano se hundan lo más profundo que puedan; entregaos por completo al libertino que goza de vos; buscad su boca para chuparla; que vuestros atractivos vuelen, por así decir, hacia sus manos!... ¡Se corre, Eugenia, ahí tenéis el instante de vuestro triunfo!
AGUSTÍN: ¡Ají! ¡Ají! ¡Ají! ¡Zeñorita, me muero!... ¡No puedo máz!... Ahora máz fuerte, oz lo zuplico... ¡Ay, redióz, no veo nada claro!...
DOLMANCÉ: ¡Más fuerte, más fuerte, Eugenia, sin miramientos, está en la ebriedad!... ¡Ah, qué abundancia de esperma!... ¡Con qué vigor la ha lan zado!... Ved las huellas del primer chorro: ha saltado más de diez pies... ¡Recristo! ¡Ha llenado toda la habitación!... Nunca he visto a nadie correrse así; y decid, señora, ¿os ha jodido esta noche?
SRA. DE SAINT-ANGE: Nueve o diez veces, me parece: hace tiempo que ya no contamos.
EL CABALLERO: Hermosa Eugenia, estáis toda cubierta.
EUGENIA: Quisiera estar inundada.
(A Dolmancé.)
Y bien, maestro mío, ¿estás contento?
DOLMANCÉ: Mucho, para empezar; pero todavía hay algunos episodios que habéis descuidado.
SRA. DE SAINT-ANGE: Esperemos: en ella no pueden ser más que fruto de la experiencia; en cuanto a mí, lo confieso, estoy muy contenta de mi Eugenia; anuncia las mejores disposiciones, y creo que ahora debemos hacerla gozar de otro espectáculo. Hagámosle ver los efectos de una polla en el culo. Dolmancé, voy a ofreceros el mío; yo estaré en brazos de mi hermano; él me la meterá por el coño, vos por el culo, y será Eugenia la que preparará vuestra polla, quien la colocará en mi culo, regulará todos los movimientos y los estudiará a fin de familiarizarse con esta operación que inmediatamente le haremos sufrir a ella misma con la enorme polla de este hércules.
DOLMANCÉ: Me agrada la idea, y ese lindo culito será pronto desgarrado ante nuestros ojos por las violentas sacudidas del bravo Agustín. Apruebo, entre tanto, lo que proponéis, señora, pero si queréis que os trate bien, permitidme añadir una cláusula: Agustín, a quien voy a lograr que se le ponga tiesa con dos pasadas de mano, me enculará mientras yo os sodomizo.
SRA. DE SAINT-ANGE: Apruebo de buena gana el arreglo; yo saldré ganando, y para mi alumna serán dos excelentes lecciones en vez de una.
DOLMANCÉ,
apoderándose de Agustín
: Ven aquí, muchachote mío, ven que te reanime... ¡Qué guapo eres!... Bésame, amigo mío..., todavía estás todo mojado de leche, y es leche lo que yo te pido... ¡Rediós, tengo que chuparle el culo a la vez que se la meneo!...
EL CABALLERO: Acércate, hermana; para responder mejor a las intenciones de Dolmancé y a las tuyas, voy a tumbarme en esta cama, te acostarás en mis brazos, exponiéndole a él tus hermosas nalgas lo más separadas posible... Sí, así: ahora ya podemos empezar.
DOLMANCÉ: Todavía no, esperadme, antes tengo que encular a tu hermana, puesto que Agustín me lo insinúa; luego os casaré a vosotros: serán mis dedos los que os unan. No faltemos a ninguno de los principios: pensemos que una alumna nos mira, y que le debemos lecciones precisas. Eugenia, venid a meneármela mientras yo decido al enorme aparato de este mal sujeto; mantened la erección de mi polla masturbándola levemente sobre vuestra nalgas.
(Ella lo pone en práctica.)
EUGENIA: ¿Lo hago bien?
DOLMANCÉ: Siempre ponéis demasiada blandura en vuestros movimientos; apretad mucho más la polla que meneáis, Eugenia: si la masturbación sólo es agradable porque comprime más que el goce, la mano que coopera tiene que volverse, para el aparato que trabaja, un lugar infinitamente más estrecho que ninguna otra parte del cuerpo... ¡Mejor, mucho mejor, así!... Separad el trasero un poco más, para que, a cada sacudida, la cabeza de mi polla toque el ojete de vuestro culo... ¡Sí, así! Masturba a tu hermana entretanto, caballero; estamos contigo dentro de un minuto... ¡Ah, bien, ya se le pone tiesa a mi hombre!... Vamos, preparaos, señora; abrid ese culo sublime a mi ardor impuro; guía el dardo, Eugenia; ha de ser tu mano la que lo encamine a la brecha; es preciso que sea ella la que lo haga penetrar; cuando esté dentro, cogerás el de Agustín, con el que llenarás mis entrañas; ésos son tus deberes de novicia; en todo ello hay enseñanzas que puedes sacar; por eso te mando que lo hagas.
SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Mis nalgas están bien para ti, Dolmancé? ¡Ay, ángel mío! ¡Si supieras cómo te deseo, cuánto tiempo hace que quiero que me encule un bujarrón!
DOLMANCÉ: Vuestros deseos van a ser saciados, señora; mas permitid que me detenga un instante a los pies del ídolo: ¡quiero festejarlo antes de introducirme hasta el fondo de su santuario!... ¡Qué culo divino!... ¡Dejadme que lo bese!... ¡Que lo lama mil y mil veces!... Toma, aquí está esta polla que deseas!... ¿La sientes, granuja? Di, di: ¿sientes cómo penetra?...
SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Ay, métemela hasta el fondo de las entrañas!... ¡Oh, dulce voluptuosidad, cuán poderoso es tu imperio!
DOLMANCÉ: No he jodido otro culo igual en mi vida: ¡es digno del mismo Ganímedes! Vamos, Eugenia, que por vuestros cuidados Agustín me encule al instante.
EUGENIA: Aquí está, os lo traigo.
(A Agustín)
. Vamos, angelito, ¿ves el agujero que tienes que perforar?
AGUSTÍN: Veo bien... ¡Maldizión! Ahí zí que hay zitio!... Entraré mejor que en voz, zeñorita; bezarme un poco para entrar mejor.
EUGENIA,
besándole
: ¡Oh, todo lo que quieras.... estás tan fresco!... Pero empuja... ¡Qué pronto ha entrado la cabeza!... Me parece que el resto no tardará mucho...
DOLMANCÉ: ¡Empuja, empuja, amigo mío!... Desgárrame si hace falta... Venga, que mi culo ya está dispuesto... ¡Ay, rediós, qué maza! ¡No he recibido nunca nada semejante!... ¿Cuántas pulgadas quedan fuera, Eugenia?
EUGENIA: Dos apenas.
DOLMANCÉ: ¡Tengo, por tanto, once pulgadas en el culo!... ¡Qué delicia!... ¡Me revienta, no puedo más!... Vamos, caballero, ¿estás listo?...
EL CABALLERO: Prueba y dime lo que te parece.
DOLMANCÉ: Venid, hijos míos, que os case... quiero cooperar lo mejor posible a este divino incesto.
(Introduce la polla del caballero en el coño de su hermana.)
SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Ay, amigos míos, heme aquí jodida por los dos lados!... ¡Rediós! ¡Qué divino placer!... ¡No, no hay nada en el mundo que pueda comparársele!... ¡Ay, joder! ¡Qué pena me da la mujer que no lo haya probado!... ¡Sacúdeme, Dolmancé, sacúdeme!..., fuérzame con la violencia de tus movimientos a precipitarme en la espada de mi hermano, y tú, Eugenia, contémplame; ven a mirarme en el vicio; ven a aprender siguiendo mi ejemplo, a gustarlo con arrobo, a saborearlo con delicia... Mira, amor mío, mira todo lo que hago a la vez: ¡escándalo, seducción, mal ejemplo, incesto, adulterio, sodomía!... ¡Oh, Lucifer, solo y único dios de mi alma, inspírame alguna cosa más, ofrece a mi corazón nuevos extravíos y verás cómo me sumerjo en ellos!
DOLMANCÉ: ¡Voluptuosa criatura! ¡Cómo empujas mi leche, cómo me obligas a correrme con tus frases y con el extremado calor de tu culo!... Todo me fuerza a correrme hora mismo... Eugenia, da ánimos al coraje de mi jodedor; oprime sus flancos, entreabre sus nalgas; ahora ya sabes el arte de reanimar los deseos vacilantes... Tu sola proximidad da energía a la polla que me jode... La siento, sus sacudidas son más vivas... ¡Bribona, tengo que cederte lo que hubiera querido deber sólo a mi culo!... Caballero... te vas, lo siento... ¡Espérame!... ¡Esperadnos!... ¡Oh, amigos míos, corrámonos juntos: es la única felicidad de la vida!...
SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Ay! ¡Joder, joder! Correos cuando queráis... yo no aguanto más. ¡Rediós en quien me jodo!... ¡Sagrado bujarrón de dios! ¡Descargo!... Inundadme, amigos míos, inundad a vuestra puta..., lanzad las olas de vuestra leche espumosa hasta el fondo de mi alma abrasada: sólo existe para recibirlas. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Joder... joder!... ¡Qué increíble exceso de voluptuosidad!... ¡Me muero!... ¡Eugenia, déjame que te bese, que te coma, que devore tu leche mientras pierdo la mía!...
(Agustín, Dolmancé y el caballero le hacen coro; el temor a ser monótonos nos impide transcribir expresiones que, en tales instantes, siempre son parecidas.)
DOLMANCÉ: ¡Ha sido uno de los mejores goces que he tenido en mi vida!
(Señalando a Agustín.)
Este bujarrón me ha llenado de esperma... ¡Pero bien os lo he devuelto, señora!...
SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Ay, no me habléis, estoy inundada!
EUGENIA: ¡Yo no puedo decir otro tanto!
(Arrojándose retozona en los brazos de su amíga.)
Dices que has cometido muchos pecados, querida; ¡pero yo, gracias a Dios, ni uno solo! ¡Ay, si como mucho tiempo pan con humo como ahora, no tengo que temer ninguna indigestión!
SRA. DE SAINT-ANGE,
estallando de risa
: ¡Qué pícara!
DOLMANCÉ: ¡Es encantadora!... Venid aquí, pequeña, que os azote.
(Le da cachetes en el culo.)
Besadme, que pronto os tocará.
SRA. DE SAINT-ANGE: De ahora en adelante, hermano mío, sólo tenemos que ocuparnos de ella; mírala, es tu presa; examina esa encantadora virginidad, pronto te va a pertenecer.