Tesla nació en una pequeña ciudad de la actual Serbia, y llegó sin un céntimo a Estados Unidos en 1884. Pronto se convirtió en ayudante de Thomas Edison, pero debido a su brillo acabó siendo rival. En una famosa competición, que los historiadores calificaron como «la guerra de las corrientes», Tesla se enfrentó a Edison. Este creía que podía electrificar el mundo con sus motores de corriente continua (DC), mientras que Tesla fue el padre de la corriente alterna (AC) y demostró satisfactoriamente que sus métodos eran muy superiores a los de Edison y reducían de manera considerable las pérdidas de energía con la distancia. Hoy todo el planeta está electrificado sobre la base de las patentes de Tesla, no de Edison.
Las invenciones y patentes de Tesla superan las 700 en número y contienen algunos de los hitos más importantes en la moderna historia eléctrica. Los historiadores han argumentado con verosimilitud que Tesla inventó la radio antes que Guglielmo Marconi (ampliamente reconocido como el inventor de la radio) y que estaba trabajando con rayos X antes de su descubrimiento oficial por Wilhelm Roentgen. (Tanto Marconi como Roentgen ganarían más tarde el premio Nobel por descubrimientos hechos probablemente por Tesla años antes).
Tesla creía también que podía extraer energía ilimitada del vacío, una afirmación que por desgracia no demostró en sus notas. A primera vista, la «energía de punto cero» (o la energía contenida en un vacío) parece violar la primera ley de la termodinámica. Aunque la energía de punto cero desafía las leyes de la mecánica newtoniana, la noción de la energía de punto cero ha resurgido recientemente desde una nueva dirección.
Cuando los científicos han analizado los datos procedentes de satélites que están actualmente en el espacio, como el satélite WMAP, han llegado a la sorprendente conclusión de que un 75 por ciento del universo está hecho de «energía oscura», la energía de un vacío puro. Esto significa que el mayor reservorio de energía en todo el universo es el vacío que separa las galaxias en el universo. (Esta energía oscura es tan colosal que está apartando a unas galaxias de otras, y con el tiempo puede desgarrar al universo en un big freeze).
La energía oscura está en todos los lugares del universo, incluso en el salón de nuestra casa y en el interior de nuestro cuerpo. La cantidad de energía oscura en el espacio exterior es verdaderamente astronómica, y supera a toda la energía de las estrellas y las galaxias juntas. También podemos calcular la cantidad de energía oscura en la Tierra, y es muy pequeña, demasiado pequeña para ser utilizada para impulsar una máquina de movimiento perpetuo. Tesla estaba en lo cierto sobre la energía oscura, pero equivocado sobre la cantidad de energía oscura en la Tierra.
¿O no?
Una de las lagunas más embarazosas en la física moderna es que nadie puede calcular la cantidad de energía oscura que podemos medir con nuestros satélites. Si utilizamos la teoría más reciente de la física atómica para calcular la cantidad de energía oscura en el universo, llegamos a un número que está equivocado ¡en un factor de 10
120
! Esto es, «uno» ¡seguido de ciento veinte ceros! Es con mucho el mayor desacuerdo entre teoría y experimento en toda la física.
La cuestión es que nadie sabe cómo calcular la «energía de la nada». Esta es una de las preguntas más importantes en física (porque finalmente determinará el destino del universo), pero por el momento estamos sin claves acerca de cómo calcularla. Ninguna teoría puede explicar la energía oscura, aunque la evidencia experimental a favor de su existencia esté delante de nosotros.
Así pues, el vacío tiene energía, como sospechaba Tesla. Pero la cantidad de energía es probablemente demasiado pequeña para ser utilizada como una fuente de energía útil. Existen enormes cantidades de energía oscura entre las galaxias, pero la cantidad que puede encontrarse en la Tierra es minúscula. Pero lo embarazoso es que nadie sabe cómo calcular esta energía, ni de dónde procede.
Lo que quiero resaltar es que la conservación de la energía surge de razones cosmológicas profundas. Cualquier violación de estas leyes significaría necesariamente un cambio profundo en nuestra comprensión de la evolución del universo. Y el misterio de la energía oscura está obligando a los físicos a encarar de frente esta cuestión.
Puesto que la creación de una verdadera máquina de movimiento perpetuo quizá nos exija reevaluar las leyes fundamentales de la física en una escala cosmológica, yo colocaría las máquinas de movimiento perpetuo como una imposibilidad de Clase III; es decir, o bien son realmente imposibles, o bien necesitaríamos un cambio fundamental en nuestra comprensión de la física fundamental en una escala cosmológica para hacer posible una máquina semejante. La energía oscura sigue siendo uno de los grandes capítulos inacabados de la ciencia moderna.
Una paradoja es la verdad puesta boca abajo para llamar la atención.
N
ICOLAS
F
ALLETTA
¿Existe algo tal como la precognición, o visión del futuro? Esta antigua idea está presente en todas las religiones, desde los oráculos griegos y romanos o los profetas del Antiguo Testamento. Pero en tales historias, el don de la profecía también puede ser una maldición. En la mitología griega existe la historia de Casandra, la hija del rey de Troya. Debido a su belleza atrajo la atención del dios del sol, Apolo. Para ganarse su amor, Apolo le concedió la capacidad de ver el futuro. Pero Casandra rechazó las pretensiones de Apolo. En un arrebato de ira, Apolo le dio una vuelta a su don, de modo que Casandra podría ver el futuro pero nadie la creería. Cuando Casandra advirtió al pueblo de Troya de su fin inminente, nadie la escuchó. Ella predijo la traición del caballo de Troya, la muerte de Agamenón e incluso su propia muerte, pero en lugar de prestarle atención, los troyanos pensaron que estaba loca y la encerraron.
Nostradamus, que escribía en el siglo XVI,y más recientemente Edgar Cayce han afirmado que podían levantar el velo del tiempo. Aunque se ha afirmado muchas veces que sus predicciones han resultado ciertas (por ejemplo, predecir correctamente la Segunda Guerra Mundial, el asesinato de J.F.K. y la caída del comunismo), la forma oscura y alegórica en que muchos de estos videntes registraban sus versos admite una gran variedad de interpretaciones contradictorias. Las cuartetas de Nostradamus, por ejemplo, son tan generales que se puede leer en ellas casi cualquier cosa (y la gente lo ha hecho). Una cuarteta dice:
Desde el centro del mundo suben fuegos que conmueven la Tierra:
Alrededor de la «Nueva Ciudad» la Tierra es un temblor
Dos grandes nobles librarán una guerra infructuosa
La ninfa de las fuentes hace brotar un nuevo río rojo.
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Algunos han afirmado que esta cuarteta demostraba que Nostradamus predijo la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Pero durante siglos se han dado muchas otras interpretaciones a esta misma cuarteta. Las imágenes son tan vagas que son posibles muchas interpretaciones.
La precognición es también un artificio favorito en las obras de teatro que hablan de la caída inminente de reyes e imperios. En Macbeth de Shakespeare la precognición es fundamental para el tema de la obra y para las ambiciones de Macbeth, que encuentra a tres brujas que predicen su ascenso para convertirse en rey de Escocia. Desencadenadas sus ambiciones asesinas por la profecía de las brujas, empieza una campaña sangrienta para deshacerse de sus enemigos, que incluye matar a la esposa y los hijos inocentes de su rival Macduff.
Después de cometer una serie de horribles crímenes para hacerse con la corona, Macbeth sabe por las brujas que él no puede ser derrotado en batalla o «vencido hasta que el gran bosque de Birnam ascienda por las colinas de Dunsinane y llegue hasta él», y que «nadie nacido de mujer podrá dañar a Macbeth». Macbeth se siente seguro con esta profecía, porque un bosque no puede moverse y todos los hombres han nacido de mujer. Pero el gran bosque de Birnam se mueve y avanza hacia Macbeth cuando las tropas de Macduff se camuflan tras ramas del bosque; y el propio Macduff nació por cesárea.
Aunque las profecías del pasado tienen muchas interpretaciones alternativas, y por ello son imposibles de comprobar, hay una serie de profecías fáciles de analizar: las predicciones de la fecha exacta del fin de la Tierra, el Día del Juicio Final. Desde que el último capítulo de la Biblia, el Apocalipsis, presentó con gran detalle los días finales de la Tierra, cuando el caos y la destrucción acompañarán la llegada del Anticristo y la final segunda venida de Cristo, los funda-mentalistas han tratado de predecir la fecha exacta del fin de los días.
Una de las más famosas predicciones del Día del Juicio Final fue hecha por astrólogos que predijeron un gran diluvio que acabaría con el mundo el 20 de febrero de 1524, basándose en la conjunción de todos los planetas en los cielos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Una oleada de pánico barrió Europa. En Inglaterra, 20.000 personas huyeron de sus casas presas de la desesperación. Alrededor de la iglesia de San Bartolomé se construyó una fortaleza con reservas de comida y agua para los dos últimos meses. Por toda Alemania y Francia la gente se afanó en construir grandes arcas para sobrevivir al diluvio. El conde Von Iggleheim construyó incluso una enorme arca de tres pisos preparándose para este suceso trascendental. Pero cuando por fin llegó la fecha, solo hubo una ligera lluvia. El miedo de las masas se transformó rápidamente en ira. Quienes habían vendido todas sus pertenencias y habían cambiado de vida por completo se sintieron traicionados. Turbas furiosas empezaron a causar estragos. El conde fue apedreado hasta morir, y cientos de personas murieron cuando la turba salió en estampida.
Los cristianos no son los únicos que creen en el don de la profecía. En 1648 Sabbatai Zevi, el hijo de un rico judío de Esmirna, se proclamó Mesías y predijo que el mundo se acabaría en 1666. Apuesto, carismático y bien versado en los textos místicos de la Cabala, no tardó en reunir a un grupo de seguidores leales, quienes difundieron la nueva por toda Europa. En la primavera de 1666, judíos de regiones tan distantes como Francia, Holanda, Alemania y Hungría empezaron a hacer sus equipajes y acudir a la llamada de su Mesías. Pero ese mismo año Zevi fue arrestado por el gran visir de Constantinopla y arrojado a la prisión con cadenas. Enfrentado a una posible sentencia de muerte, se deshizo de sus vestimentas judías, adoptó un turbante turco y se convirtió al islam. Decenas de miles de sus devotos seguidores abandonaron el culto con gran desilusión.
Las profecías de los videntes resuenan incluso hoy, e influyen en la vida de decenas de millones de personas en todo el mundo. En Estados Unidos, William Miller declaró que el día del Juicio Final llegaría el 3 de abril de 1843. Mientras las noticias de esta profecía se difundían por Estados Unidos, una espectacular lluvia de meteoritos, una de las mayores de su clase, iluminó el cielo nocturno en 1833, lo que dio más fuerza a la profecía de Miller.
Decenas de miles de devotos seguidores, llamados milleritas, esperaron la llegada del Armagedón. Cuando llegó 1843 y pasó sin que llegara del Fin de los Días, el movimiento millerita se dividió en varios grupos. Debido al enorme número de seguidores que habían acumulado los milleritas, cada una de estas sectas iba a tener un gran impacto en la religión hasta hoy. Una gran fracción del movimiento millerita se reagrupó en 1863 y cambió su nombre por el de Iglesia Adventista del Séptimo Día, que hoy cuenta con unos 14 millones de miembros bautizados. Entre sus creencias ocupa un lugar central la inminente Segunda Venida de Cristo.
Otro secta de milleritas derivó más tarde hacia la obra de Charles Taze Russell, que retrasó la fecha del Día del Juicio Final a 1874. Cuando esa fecha también pasó, revisó su predicción, basada en el análisis de las grandes pirámides de Egipto, para situarla en 1914. Este grupo se llamaría más tarde Testigos de Jehová, con una afiliación de más de 6 millones de personas.
Pese a todo, otras fracciones del movimiento millerita continuaron haciendo predicciones, lo que precipitaba nuevas divisiones cada vez que fallaba una predicción. Un pequeño grupo escindido de los milleritas se denominó la Rama Davidiana, que se separó de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en la década de 1930. Tenían una pequeña comuna en Waco, Texas, que cayó bajo la influencia carismática de un joven predicador llamado David Koresh, que hablaba hipnóticamente del fin del mundo. Este grupo tuvo un violento final en un trágico enfrentamiento con el FBI en 1993, cuando un voraz infierno consumió la finca, incinerando a 76 miembros, entre ellos 27 niños, y también Koresh.
¿Pueden tests rigurosamente científicos demostrar que algunos individuos pueden ver el futuro? En el capítulo 12 hemos visto que el viaje en el tiempo podría ser compatible con las leyes de la física, aunque solo para una civilización avanzada de tipo III. Pero ¿es posible la precognición hoy en la Tierra?
Sofisticados tests realizados en el Centro Rhine parecen sugerir que algunas personas pueden ver el futuro; es decir, pueden identificar cartas antes de que sean desveladas. Pero experimentos repetidos han demostrado que el efecto es muy pequeño, y suele desaparecer cuando otros tratan de reproducir los resultados.
De hecho, es difícil reconciliar la precognición con la física moderna porque viola la causalidad, la ley de causa y efecto. Los efectos ocurren después de las causas, y no al revés. Todas las leyes de la física que se han descubierto hasta ahora llevan la causalidad incorporada. Una violación de la causalidad señalaría un colapso importante de los fundamentos de la física. La mecánica newtoniana se basa firmemente en la causalidad. Las leyes de Newton son tan omnicomprensivas que si se conoce la posición y la velocidad de todas las moléculas en el universo, se puede calcular el movimiento futuro de todos los átomos. Así pues, el futuro es calculable. En teoría, la mecánica newtoniana afirma que si tuviéramos un ordenador suficientemente grande, podríamos computar todos los sucesos futuros. Según Newton, el universo es como un reloj gigantesco, al que Dios dio cuerda en el comienzo del tiempo y que desde entonces marcha según Sus leyes. No hay lugar para la precognición en la teoría newtoniana.