Fragmentos de una enseñanza desconocida (11 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

BOOK: Fragmentos de una enseñanza desconocida
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"De esta manera, cuando un hombre alcanza la voluntad por el cuarto camino, se puede servir de ella, porque ha adquirido el control de todas sus funciones físicas, emocionales e intelectuales. Y por añadidura, ha ahorrado mucho tiempo al trabajar a la vez, paralelamente, sobre los tres lados de su ser.

"A veces al cuarto camino se le llama
el camino del hombre ladino.
El «hombre ladino» conoce un secreto que no conocen el faquir, el monje ni el yogui. Cómo ha aprendido este secreto el hombre ladino —nadie lo sabe. Quizás lo ha encontrado en un libro antiguo, quizás lo ha heredado, quizás lo ha comprado o a lo mejor se lo ha robado a alguien. No importa. El hombre ladino conoce el secreto y con su ayuda, deja muy atrás al faquir, al monje y al yogui.

"Entre los cuatro, el faquir es el que actúa de la manera más tosca; sabe muy poco, y comprende muy poco. Supongamos que después de un mes de torturas intensivas, llega a desarrollar cierta energía, cierta substancia que produce en él cambios definidos. Esto lo hace absolutamente en la oscuridad, con los ojos cerrados, sin conocer ni la meta, ni los métodos, ni los resultados, por simple imitación.

"El monje sabe un poco mejor lo que quiere; lo guía su sentimiento religioso, su tradición religiosa, un deseo de realización, de salvación; tiene fe en su maestro que le dice lo que debe hacer y cree que sus esfuerzos y sacrificios «complacen a Dios». Supongamos que en una semana de ayuno, de oraciones continuas, de privaciones y penitencias, llega a alcanzar lo que el faquir no ha podido desarrollar en sí mismo sino en un mes de torturas.

"El yogui sabe mucho más. Sabe lo que quiere, sabe por qué lo quiere y sabe cómo lo puede alcanzar. Sabe, por ejemplo, que para arribar a sus fines, tiene que desarrollar en él cierta substancia. Sabe que esta substancia se puede producir en un día, a través de cierta clase de ejercicio mental o a través de concentración intelectual. De este modo, fija su atención sobre un ejercicio por un día entero, sin permitirse una sola idea ajena, y así obtiene lo que necesita. De esta manera, en sólo un día, un yogui llega a lo mismo que llega el monje en una semana y el faquir en un mes.

"Pero en el cuarto camino, el conocimiento es aún más exacto y más perfecto. El hombre que lo sigue conoce con precisión qué substancias necesita para alcanzar sus fines y sabe que estas substancias pueden ser elaboradas en el cuerpo por un mes de sufrimiento físico, una semana de tensión emocional o un día de ejercicios mentales —y también,
que estas substancias pueden ser introducidas desde afuera en el organismo, si se sabe cómo arreglárselas
. Y así, en lugar de perder un día entero en ejercicios como el yogui, una semana en oraciones como el monje o un mes en suplicios como el faquir, el hombre que sigue el cuarto camino se contenta con preparar y engullir una pequeña píldora que contiene todas las substancias requeridas y de esta manera sin pérdida de tiempo obtiene los resultados deseados."

—Igualmente hay que tener en cuenta, dijo G., que fuera de estos caminos justos y legítimos, hay también caminos artificiales, que no dan sino resultados temporales, y caminos francamente malos que aun pueden dar resultados permanentes, pero nefastos. Igualmente en estos caminos el hombre busca la llave de la cuarta habitación y algunas veces la encuentra. Pero lo que encuentra en la cuarta habitación, nadie lo sabe.

"También sucede que la puerta de la cuarta habitación sea abierta artificialmente, por medio de una ganzúa.

"Y en estos dos casos se puede encontrar la habitación vacía."

Durante una de las reuniones siguientes, se abordó una vez más la cuestión de los caminos.

—Para un hombre de cultura occidental, dije, naturalmente es difícil creer y aceptar la idea de que un faquir ignorante, un monje ingenuo, o un yogui retirado del mundo pueda estar en el camino de la evolución mientras que un europeo cultivado, armado de su «ciencia exacta» y de los últimos métodos de investigación, no tiene ninguna oportunidad y gira en un círculo del cual no puede esperar salir.

—Sí, esto es porque la gente cree en el progreso y en la cultura, dijo G. Pero
no hay ningún progreso
, de ninguna clase. Nada ha cambiado en miles de años. Sólo la forma exterior cambia. La esencia no cambia. El hombre sigue siendo exactamente igual. La gente «culta» y «civilizada» vive movida por los mismos intereses que los salvajes más ignorantes. La civilización moderna está basada en la violencia, la esclavitud y las frases bellas. Pero todas las frases bellas sobre la civilización y el progreso no son más que palabras."

Esto no podía dejar de producir en nosotros una impresión particularmente profunda, porque fue dicho en 1916, cuando el último beneficio de la "civilización", bajo la forma de una guerra como el mundo jamás había visto, no hacía sino crecer y ampliarse, arrastrando en su órbita de semana en semana a nuevos millones de hombres.

Recordaba haber visto, unos días antes, en la Liteyny, dos enormes camiones cargados hasta la altura de un primer piso, de muletas nuevas de madera, todavía sin pintar. No sé por qué estos camiones me habían asustado particularmente. En estas montañas de muletas,
para las piernas que todavía no habían sido mutiladas
, había, con respecto a todas las ilusiones con que la gente se arrulla, una ironía particularmente cínica. A pesar mío, me representé el hecho de que camiones exactamente semejantes rodaban en Berlín, París, Viena, Londres, Roma y Constantinopla. Y actualmente todas estas ciudades, que yo conocía y amaba, justamente en razón de sus diferencias y contrastes, se habían tornado hostiles para mí, así como en adelante serían hostiles entre sí, separadas por nuevos muros de odio y de crimen.

Un día que nos encontrábamos reunidos, hablé de aquellos camiones y de su carga de muletas, y de los pensamientos que se habían suscitado en mí.

—¿Qué quiere usted? me dijo G. Los hombres son máquinas. Las máquinas son necesariamente ciegas, inconscientes. No pueden ser de otra manera y todas sus acciones tienen que corresponder a su naturaleza.
Todo sucede.
Nadie hace nada. El «progreso» y la «civilización», en el sentido real de estas palabras, no pueden aparecer sino al término de esfuerzos
conscientes.
No pueden aparecer como resultado de acciones inconscientes y mecánicas. ¿Qué esfuerzos conscientes puede hacer una máquina? Y si una máquina es inconsciente, lo son también cien y mil máquinas y cientos de miles y millones de máquinas. Ahora bien, la actividad inconsciente de
millones de máquinas
se reúne necesariamente para el exterminio y la ruina. Es precisamente en las manifestaciones inconscientes o involuntarias en las que reside todo el mal. Ustedes no comprenden todavía, y no pueden imaginar todas las consecuencias de esta plaga. Pero llegará el tiempo en que comprenderán."

Capítulo
tres

Las ideas fundamentales de G. acerca del hombre. Falta de unidad. Multiplicidad de "yoes". Estructura de la máquina humana. Los centros psíquicos. Cómo exponía G. las ideas del sistema. Repeticiones inevitables. Lo que significa la evolución del hombre. El progreso mecánico es imposible. Idea occidental de la evolución del hombre. En la naturaleza todas las cosas se interrelacionan. La humanidad y la luna. Ventaja del hombre individual sobre las masas. Necesidad de conocer la máquina humana. Ausencia de un Yo permanente en el hombre. El papel de los pequeños "yoes". Ausencia de individualidad y de voluntad en el hombre. Alegoría oriental de la casa y de sus servidores. El "mayordomo suplente". El faquir sobre un lecho de clavos. La magia en el Budismo.

En noviembre de 1915, yo había captado ya algunos de los puntos fundamentales de la enseñanza psicológica de G.

El primero, sobre el cual insistía más, era
la ausencia de unidad en el hombre.

—El peor error, decía el, es el de creer en la unidad permanente del hombre. Pero el hombre nunca es uno; cambia continuamente. Raras veces permanece el mismo hombre, aun por media hora. Pensamos que un hombre llamado Iván es siempre Iván. De ningún modo. Ahora es Iván, un minuto más tarde es Pedro y más tarde aún, Nicolás, Sergio, Mateo o Simón. Pero todos ustedes piensan que él es Iván. Ustedes saben que Iván no puede cometer ciertos actos. Por ejemplo, no puede mentir. Luego ustedes descubren que Iván ha mentido, y se sorprenden completamente de que él, Iván, haya podido cometer un acto parecido. Es verdad, Iván no puede mentir —es Nicolás el que ha mentido. Y en cada ocasión Nicolás volverá a mentir, porque Nicolás
no puede dejar de mentir.
Se sorprenderán al darse cuenta de la multitud de estos Ivanes y de estos Nicolases que viven en un solo hombre. Si ustedes aprenden a observarlos, ya no necesitarán ir al cine.

—¿No se relaciona esto con la conciencia de las diferentes partes y órganos del cuerpo? pregunté. Creo comprender lo que usted ha dicho, porque a menudo he sentido la realidad de estas conciencias. Yo sé que no solamente cada órgano, sino cada parte del cuerpo que tiene una función distinta, tiene una conciencia distinta. La mano derecha tiene una conciencia, la mano izquierda otra. ¿Es esto lo que quiere usted decir?

—No del todo, dijo G. Estas conciencias existen también, pero son relativamente inofensivas. Cada una de ellas conoce su sitio y sabe lo que tiene que hacer. Las manos saben que deben trabajar y los pies que deben andar. Pero esos Ivanes, Pedros y Nicolases son todos diferentes: todos ellos se llaman a sí mismos «Yo». Se consideran todos como el Amo y ninguno de ellos quiere reconocer a otro. Cada uno de ellos es Califa por una hora, hace todo lo que quiere sin tener en cuenta a nadie; más tarde los otros tendrán que pagar. No reina ningún orden entre ellos. El que toma el mando es el amo. Distribuye latigazos por todos lados y no tiene consideración de nada. Pero un momento después, cuando otro toma el látigo, le toca a él ser fustigado. Y así andan las cosas toda la vida. Imagínense un país en el que cada uno pueda ser rey por cinco minutos y durante esos cinco minutos hacer de todo el reino exactamente lo que le venga en gana. He aquí nuestra vida."

G. volvió otra vez a la idea de los diferentes cuerpos del hombre.

—Que el hombre pueda tener varios cuerpos, dijo, debe comprenderse como una idea, como un principio. Pero esto no se aplica a nosotros. Nosotros sabemos que tenemos un cuerpo físico y no sabemos nada más. Es el cuerpo físico el que debemos estudiar. Sólo debemos recordar que el asunto no se limita al cuerpo físico y que ciertos hombres pueden tener dos, tres, o más cuerpos. Pero para nosotros, personalmente, ¿qué cambia con esto? En América, Rockefeller puede tener muchos millones. Pero ¿me ayudarán estos millones, si no tengo con qué comer? Es exactamente lo mismo. Piense entonces cada uno en sí mismo; es ridículo e insensato apoyarse en los demás o consolarse con pensar en riquezas que no poseemos.

¿Cómo puede uno saber si un hombre posee un cuerpo astral? pregunté.

—Hay maneras muy precisas de reconocerlo. En algunos casos el cuerpo astral puede ser visto; puede ser separado y hasta fotografiado al lado del cuerpo físico. Pero es más fácil establecer la existencia del cuerpo astral considerando simplemente sus
funciones.
El cuerpo astral tiene funciones bien definidas que el cuerpo físico no puede tener. La presencia de estas funciones indica la presencia del cuerpo astral. La ausencia de estas funciones prueba la ausencia del cuerpo astral. Pero todavía es prematuro hablar sobre esto. Toda nuestra atención debe dirigirse al estudio del cuerpo físico. Es indispensable comprender la estructura de la máquina humana. Nuestro error principal es el creer que tenemos un solo cerebro. Llamamos a las funciones de ese cerebro lo consciente; todo lo que no entra en él lo llamamos lo inconsciente o lo subconsciente.

"En esto reside nuestro principal error. Hablaremos más tarde de lo consciente y de lo inconsciente. En este momento, quiero explicarles que la actividad de la máquina humana, es decir la del cuerpo físico, está regida no por uno sino por varios cerebros, enteramente independientes entre sí, con funciones distintas y distintos dominios de manifestación. Es esto lo que debe ser comprendido ante todo, porque todo lo que podamos considerar más tarde dependerá de esto."

G. explicó entonces las diferentes funciones del hombre, y los centros que las rigen, de la misma manera en que se explica en las "Conferencias Psicológicas".
[4]

Estas explicaciones y todas las conversaciones relacionadas a ellas tomaron un tiempo bastante largo, porque regresábamos casi siempre a las ideas fundamentales sobre la "mecanicidad" del hombre, su ausencia de unidad, su imposibilidad de escoger, su incapacidad de
hacer,
y así sucesivamente. Naturalmente es imposible reconstruir todas estas conversaciones exactamente como se desarrollaron. Por esta razón he repartido todo el material psicológico y todo el material cosmológico en dos series de "Conferencias".

A propósito, debo hacer notar que no se nos dieron las ideas bajo la forma en que están expuestas en mis "Conferencias". G. revelaba las ideas poco a poco, como si las defendiera de nosotros. Cada vez que tocaba nuevos temas, no bosquejaba sino las líneas generales, reservando a menudo lo más esencial. Algunas veces él mismo indicaba lo que podía parecer contradictorio en las ideas que había expuesto; la razón de esto era que siempre había retenido ciertos puntos. La próxima vez, al retomar el mismo tema, en lo posible bajo un ángulo diferente, lo ampliaba más, y la tercera vez aún más. Por ejemplo, cuando se trató de las funciones y de los centros, la primera vez no habló sino de
tres centros:
intelectual, emocional, motor; primeramente trató de enseñarnos a distinguir las funciones, a encontrar ejemplos y así sucesivamente. Solamente después de esto agregó el centro instintivo, del que habló como de una máquina independiente, que se bastaba a si misma; luego del centro sexual. Recuerdo que algunas de sus observaciones me llamaron la atención. Por ejemplo, hablando del centro sexual, dijo que éste casi nunca trabajaba de una manera autónoma, porque siempre estaba bajo la dependencia de otros centros: el intelectual, el emocional, el instintivo y el motor.

En cuanto a la energía de los centros, regresaba a menudo a lo que el llamaba el mal trabajo de los centros, y el papel del centro sexual en este trabajo. Hablaba mucho de la manera en que todos los centros le roban energía al centro sexual, produciendo con esta energía un trabajo completamente equivocado, lleno de excitaciones inútiles y devolviendo al centro sexual una energía inutilizable, con la cual éste es incapaz de trabajar. Me acuerdo de sus palabras:

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