Fragmentos de una enseñanza desconocida (12 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

BOOK: Fragmentos de una enseñanza desconocida
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—Es una gran cosa cuando el centro sexual trabaja con su energía
propia,
pero esto no sucede sino muy raras veces."

Recuerdo también una observación que más tarde me permitió tocar la causa de un gran número de razonamientos falsos y de conclusiones erróneas. Él decía que los tres centros del piso inferior, los centros instintivo, motor y sexual, trabajan a la manera de
tres fuerzas,
uno con relación a otro —y que el centro sexual, en los casos normales, desempeña el papel de fuerza neutralizante con relación al centro instintivo y motor, que actúan como fuerzas activa y pasiva.

El método de exposición del cual hablo, y las reservas de G. en sus primeras explicaciones, dieron lugar a múltiples malentendidos, sobre todo en los grupos que siguieron después y con los cuales yo no trabajé.

Numerosas personas encontraron contradicciones entre la primera exposición de una idea dada y las explicaciones que siguieron, y algunas veces, al tratar de ceñirse lo más estrictamente posible a la primera explicación, elaboraban teorías fantásticas que no tenían la menor relación con lo que G. había dicho. Por tanto la idea de
tres centros
fue retenida por ciertos grupos, con los cuales, repito, yo no tenía relación alguna. Y esta idea se conectaba, de cierta manera, a la de las
tres fuerzas,
si bien éstas no tenían nada de común entre ellas, ante todo porque no hay tres centros en el hombre ordinario, sino cinco.

Esta unión de dos conceptos, de orden enteramente diferente, situados sobre una escala distinta y de un significado completamente diferente, falseaba radicalmente todo el sistema para los que pensaban de esta manera.

Esta idea —de que los tres centros (intelectual, emocional y motor) son la expresión de las tres fuerzas— surgió, quizás, de aquellas palabras de G., mal comprendidas y mal repetidas, sobre la naturaleza de la relación entre los tres centros del piso inferior.

Desde las primeras conversaciones sobre los centros, G. añadió algo nuevo en casi todas las reuniones. Como lo dije al comienzo, él había hablado en un principio de tres centros, luego de cuatro, de cinco y finalmente de siete centros.

Casi no se trató de las subdivisiones de los centros. G. decía que los centros estaban subdivididos en una parte positiva y una parte negativa, pero no indicó que esta división no era idéntica para todos los centros. Decía que cada centro estaba dividido en tres partes, en
tres pisos
, que a su vez se encuentran divididos en tres partes; pero no dio ejemplos de esto, y no hizo resaltar que el estudio de la atención hace posible distinguir el trabajo de las diferentes partes de los centros. Todo esto sería establecido más tarde, así como tantas otras cosas. Por ejemplo, si bien había dado incontestablemente los principios fundamentales para el estudio de las emociones negativas, de su papel y de su significado, tanto como los métodos de lucha contra ellas —métodos que se referían a la no-identificación, a la no-consideración, y a la no-expresión de estas emociones— no desarrolló, sin embargo, estas teorías, ni explicó que las emociones negativas son enteramente
superfluas
y que no existe para ellas centro normal alguno.

Me esforzaré en reconstruir todo lo que se dijo en el grupo de San Petersburgo y en los grupos posteriores, exactamente como lo recuerdo, y tratando de no volver sobre lo ya dicho en las "Conferencias Psicológicas". Sin embargo, es imposible en algunos casos evitar las repeticiones y además, la exposición fiel de las ideas de la enseñanza de G. tal como él las dio, ofrece, a mi parecer, un gran interés.

Alguien preguntó durante una reunión: "¿Cómo debe comprenderse la evolución?"

—La evolución del hombre, respondió G., se puede comprender como el desarrollo en él de aquellas facultades y poderes que jamás se desarrollan de por sí, es decir, mecánicamente.

Sólo este tipo de desarrollo o de crecimiento marca la evolución real del hombre. No hay, y no puede haber, ninguna otra clase de evolución.

"Consideremos al hombre en el grado actual de su desarrollo. La naturaleza lo ha hecho tal cual es y tomado colectivamente, hasta donde podemos ver, así permanecerá. Los cambios que podrían ir en contra de las exigencias generales de la naturaleza sólo se pueden producir en unidades separadas.

"Para comprender la ley de la evolución del hombre, es indispensable captar que esta evolución, más allá de cierto grado, no es en absoluto necesaria, es decir: de ningún modo necesaria para el desarrollo propio de la naturaleza en un momento dado. En términos más precisos, la evolución de la humanidad corresponde a la evolución de los planetas; pero el proceso evolutivo de los planetas, para nosotros, se desarrolla a través de ciclos de tiempo infinitamente largos. En el espacio de tiempo que el pensar humano puede abarcar, no puede tener lugar ningún cambio esencial en la vida de los planetas, y por consiguiente no puede tener lugar ningún cambio esencial en la vida de la humanidad.

"La humanidad no progresa, ni evoluciona. Lo que nos parece ser progreso o evolución es una modificación parcial que puede ser inmediatamente contrabalanceada por una modificación correspondiente en la dirección opuesta.

"La humanidad, así como el resto de la vida orgánica, existe sobre la tierra para los fines propios de la tierra. Y es exactamente lo que debe ser para responder a las necesidades actuales de la tierra.

"Sólo un pensamiento tan teórico y tan alejado de los hechos como el pensamiento europeo moderno, podría concebir la posibilidad de la evolución del hombre
independientemente de la naturaleza circundante
, o considerar la evolución del hombre como una gradual
conquista de la naturaleza
. Esto es completamente imposible. Ya sea que viva, muera, evolucione o degenere, igualmente el hombre sirve a los fines de la naturaleza, o más bien, la naturaleza se sirve igualmente —aunque quizá por motivos diferentes— de los resultados tanto de la evolución como de la degeneración. La humanidad considerada como un todo jamás puede escapar a la naturaleza, ya que aun en su lucha contra ella, el hombre actúa de conformidad con los fines de la misma. La evolución de grandes masas humanas está en oposición a los fines de la naturaleza. La evolución de un pequeño porcentaje de hombres puede estar de acuerdo con estos fines. El hombre contiene en sí mismo la posibilidad de su evolución. Pero la evolución de la humanidad en su conjunto, es decir, el desarrollo de esta posibilidad en todos los hombres, o en la mayoría de ellos, o aun en un gran número, no es necesaria a los designios de la tierra o del mundo planetario en general, y de hecho, esto podría serle perjudicial o aun fatal. Hay, por consiguiente, fuerzas especiales (de carácter planetario) que se oponen a la evolución de las grandes masas humanas y que las mantienen al nivel en que deben quedar.

"Por ejemplo, la evolución de la humanidad más allá de cierto grado, o más exactamente, más allá de cierto porcentaje, sería fatal para la
luna.
Actualmente la luna se nutre de la vida orgánica, se nutre de la humanidad. La humanidad es una parte de la vida orgánica; esto significa que la humanidad es un
alimento
para la luna. Si todos los hombres llegaran a ser demasiados inteligentes, ya no querrían ser comidos por la luna.

"Pero las posibilidades de evolución existen y se pueden desarrollar en individuos
aislados,
con la ayuda de los conocimientos y de los métodos apropiados. Tal desarrollo puede efectuarse sólo en interés del hombre, en oposición a las fuerzas y, se podría decir, a los intereses del mundo planetario. Un hombre tiene que comprender esto: que su evolución no interesa sino a él. A ningún otro le interesa. Y no debe contar con la ayuda de nadie. Porque nadie está obligado a ayudarle, y nadie tiene la intención de hacerlo. Por el contrario, las fuerzas que se oponen a la evolución de las grandes masas humanas también se oponen a la evolución de cada hombre. Toca a cada uno el chasquearlas. Mas si
un
hombre puede chasquearlas, la humanidad
no puede hacerlo.
Ustedes comprenderán más tarde que todos estos obstáculos son muy útiles; si no existieran, sería necesario crearlos intencionalmente, porque sólo al vencer los obstáculos un hombre puede desarrollar en sí mismo las cualidades que necesita.

"Tales son las bases de un concepto correcto de la evolución del hombre. No hay evolución obligatoria, mecánica. La evolución es el resultado de una lucha consciente. La naturaleza no necesita esta evolución; no la quiere y la combate. La evolución no puede ser necesaria sino al hombre mismo, al darse cuenta de su situación y de la posibilidad de cambiarla, cuando se da cuenta de que tiene poderes que nunca emplea, y riquezas que no ve. Y es en el sentido de lograr la posesión de estos poderes y de estas riquezas que la evolución es posible. Pero
si todos los hombres
, o la mayoría de ellos, comprendieran esto y desearan obtener lo que les pertenece por derecho de nacimiento, la evolución llegaría a ser otra vez imposible. Lo que es posible para cada hombre es imposible para las masas.

"El individuo tiene el privilegio de ser muy pequeño, y por lo tanto de no contar en la economía general de la naturaleza, donde no cambia nada el que haya un hombre mecánico de más o de menos. Podemos darnos una idea de la correlación de magnitudes comparándola a la que existe entre una célula microscópica y nuestro cuerpo entero. La presencia o la ausencia de una célula no cambia nada en la vida del cuerpo. No podemos ser conscientes de ello, y esto no puede tener influencia sobre la vida y las funciones del organismo. Exactamente de la misma manera, un individuo como tal es demasiado pequeño para influir en la vida del organismo cósmico, con el cual está en la misma relación (en lo que se refiere al tamaño) que la de una célula con todo nuestro organismo. He aquí precisamente lo que le puede permitir «evolucionar», he aquí en qué se basan sus «posibilidades».

"En cuanto a la evolución, es indispensable convencerse bien, desde el principio mismo, que nunca existe evolución mecánica. La evolución del hombre es la evolución de su conciencia. Y
la «conciencia» no puede evolucionar inconscientemente.
La evolución del hombre es la evolución de su voluntad, y la «voluntad» no puede evolucionar involuntariamente. La evolución del hombre es la evolución de su poder de «hacer», y el «hacer» no puede ser el resultado de lo que «sucede».

"La gente no sabe lo que es el hombre. Ella tiene que tratar con una máquina muy complicada, mucho más complicada que una locomotora, un auto o un avión —pero no saben nada, o casi nada, de la estructura, de la marcha, ni de las posibilidades de esta máquina; ni siquiera comprenden sus más simples funciones, porque no conocen la finalidad de estas funciones. Imaginan vagamente que un hombre tendría que aprender a manejar su máquina como tiene que aprender a manejar una locomotora, un auto o un avión, y que una maniobra incompetente de la máquina humana es tan peligrosa como una maniobra incompetente de cualquier otra máquina. Todo el mundo se da cuenta si se trata de un avión, de un auto o de una locomotora. Pero muy raras veces uno lo toma en consideración cuando se trata del hombre en general, o de sí mismo en particular. Uno cree que es justo y legítimo pensar que la naturaleza le ha dado al hombre el conocimiento necesario de su propia máquina; no obstante, la gente estará de acuerdo en que un conocimiento instintivo de esta máquina está lejos de ser suficiente. ¿Por qué estudian ellos la medicina y recurren a sus servicios? Evidentemente porque se dan cuenta que no conocen sus propias máquinas. Pero no sospechan que podrían conocerlas mucho mejor de lo que la ciencia las conoce y que entonces podrían obtener de ellas un trabajo completamente distinto."

Muy a menudo, casi en cada conversación, G. volvía sobre la ausencia de unidad en el hombre.

—Uno de los errores más graves del hombre, dijo, que debe serle recordado constantemente, es su ilusión con respecto a su «Yo».

"El hombre tal como lo conocemos, el hombre máquina, el hombre que no puede «hacer», el hombre con quien y a través de quien «todo sucede», no puede tener un «Yo» permanente y único. Su «Yo» cambia tan rápidamente como sus pensamientos, sus sentimientos, sus humores, y comete él un error profundo cuando se considera siempre una sola y misma persona; en realidad,
siempre es una persona diferente,
nunca es el que era un momento antes.

"El hombre no tiene un «Yo» permanente e inmutable. Cada pensamiento, cada humor, cada deseo, cada sensación dice «Yo». Y cada vez, parece tenerse por seguro que este «yo» pertenece al
Todo
del hombre, al hombre entero, y que un pensamiento, un deseo, una aversión, son la expresión de este Todo. En efecto, no hay prueba alguna en apoyo de esta afirmación. Cada pensamiento del hombre, cada uno de sus deseos se manifiesta y vive de una manera independiente y separada de su Todo. Y el Todo del hombre no se expresa jamás, por la simple razón de que no existe como tal, salvo físicamente como una cosa, y abstractamente como un concepto. El hombre no tiene un «Yo» individual. En su lugar, hay centenares y millares de pequeños «yoes» separados, que la mayoría de las veces se ignoran, no mantienen ninguna relación, o por el contrario, son hostiles unos a otros, exclusivos e incompatibles. A cada minuto, a cada momento, el hombre dice o piensa «Yo». Y cada vez su «yo» es diferente. Hace un momento era un pensamiento, ahora es un deseo, luego una sensación, después otro pensamiento, y así sucesivamente, sin fin.
El hombre es una pluralidad.
Su nombre es legión.

"El alternarse de los «yoes», sus luchas por la supremacía, visibles a cada instante, son comandadas por las influencias exteriores accidentales. El calor, el sol, el buen tiempo, llaman inmediatamente a todo un grupo de «yoes». El frío, la neblina, la lluvia llaman a otro grupo de «yoes», a otras asociaciones, a otros sentimientos, a otras acciones. No hay nada dentro del hombre que sea capaz de controlar los cambios de los «yoes», principalmente porque el hombre no los nota, o no tiene ninguna idea de ellos; vive siempre en su último «yo». Algunos, naturalmente, son más fuertes que otros; pero no por su propia fuerza consciente. Han sido creados por la fuerza de los accidentes, o por excitaciones mecánicas externas. La educación, la imitación, la lectura, el hipnotismo de la religión, de las castas y de las tradiciones, o la seducción de los últimos
«slogans»,
dan nacimiento, en la personalidad de un hombre, a «yoes» muy fuertes que dominan series enteras de otros «yoes» más débiles. Pero su fuerza no es sino la de los rollos
[5]
en los centros. Y todos esos «yoes» que constituyen la personalidad del hombre tienen el mismo origen que las inscripciones de los rollos: éstas y aquéllos son los resultados de influencias exteriores y ambos son puestos en movimiento y dirigidos por las últimas influencias en llegar.

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