Fragmentos de una enseñanza desconocida (73 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

BOOK: Fragmentos de una enseñanza desconocida
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"Al mismo tiempo, el «stop» exige una obediencia incondicional, sin la menor vacilación, ni la menor duda. Y esto lo hace un método invariable para estudiar la disciplina de escuela, la cual es algo totalmente diferente de la disciplina militar, por ejemplo. En esta última, todo es mecánico, y mientras más mecánico, mejor. En la disciplina de escuela, por el contrario, todo debe ser consciente, porque la meta consiste en despertar la conciencia. Y para mucha gente, la disciplina de escuela es mucho más difícil de seguir que la disciplina militar. En ésta, todo es siempre parecido, en la otra, todo es siempre diferente.

"Pero se presentan casos muy difíciles. Les voy a contar uno que viví personalmente. Fue hace muchos años, en Asia Central. Habíamos armado nuestra carpa al borde de un
arik,
de un canal de irrigación. Tres de nosotros transportábamos los bultos de una orilla del
arik
a la otra, sobre la cual se hallaba nuestra carpa. En el canal, el agua nos llegaba a la cintura. Uno de mis compañeros y yo acabábamos de trepar la ribera con nuestra carga, y nos preparábamos para vestirnos de nuevo. El tercero todavía estaba en el
arik.
Había dejado caer algo en el agua —luego supimos que se trataba de un hacha— y estaba tanteando el fondo con un palo largo. En ese momento, oímos una voz que venía de la carpa y que ordenaba: «¡stop!». Los dos nos quedamos inmóviles sobre la ribera, tal como estábamos. Nuestro camarada se encontraba justo en el campo de nuestra visión. Se hallaba inclinado sobre el agua, y desde que oyó el «stop», se quedó en esa posición. Pasaron uno o dos minutos, y de repente vimos que subía el agua del canal; sin duda alguien había abierto una compuerta dos kilómetros río arriba. El agua subió muy rápidamente y pronto le llegó a la barbilla. Ignorábamos si el hombre de la carpa sabía que el agua estaba subiendo. No podíamos llamarlo, mucho menos volver la cabeza para ver dónde estaba, ni siquiera mirarnos el uno al otro. Sólo podía oír a mi amigo que jadeaba a mi lado. El agua subía muy rápidamente y pronto la cabeza del hombre desapareció por completo. Sólo se veía una mano, la que se apoyaba en el palo; era lo único visible. El tiempo que pasó me pareció interminable. Por fin oímos: «¡basta!». Saltamos y sacamos a nuestro amigo fuera del agua. Estaba casi asfixiado."

Por nuestra parte, no tardamos en convencernos de que el ejercicio de "stop" no era una broma. En primer lugar, exigía que estuviéramos constantemente alerta, constantemente listos para interrumpir lo que hacíamos o decíamos; luego, a veces, exigía una resistencia y una tenacidad de una calidad muy especial.

El "stop" nos sorprendía en cualquier momento del día. Una tarde, a la hora del té, P., que estaba sentado frente a mí acababa de servirse un vaso de té hirviendo, y lo soplaba a fin de llevárselo a los labios. En ese momento se oyó un "stop" de la pieza vecina. La cara de P., y la mano que sostenía el vaso se hallaban justo bajo mi mirada. Lo vi volverse morado y noté que un pequeño músculo de su párpado se estremecía. Pero sostenía bien su vaso, como si estuviera aferrado a él. Luego me explicó que solamente le habían dolido los dedos durante el primer minuto, después de lo cual, lo más difícil había sido mantener su brazo, que se había doblado inoportunamente, habiéndose detenido en su movimiento a mitad del camino. Pero le quedaron unas enormes ampollas en los dedos y sufrió durante mucho tiempo.

En otra oportunidad, un "stop" sorprendió a Z. cuando acababa de aspirar el humo de su cigarrillo. Luego nos confesó que nunca había pasado por algo tan desagradable en su vida. No podía exhalar el humo y se quedó así, con los ojos llenos de lágrimas, el humo saliendo muy lentamente de su boca.

El "stop" tuvo una enorme influencia en nuestra vida y en nuestra comprensión del trabajo. En primer lugar, la actitud hacia el "stop" mostraba con una precisión indudable la actitud de cada uno respecto al trabajo. Los que habían tratado de esquivar el trabajo esquivaban el "stop". Dicho de otra manera, no oían la orden de "stop", o bien decían que no les concernía. O por el contrario, siempre estaban listos para el "stop", no se permitían ningún movimiento descuidado. procuraban no tener nunca un vaso de té caliente en la mano, se sentaban y se paraban precipitadamente. Hasta cierto punto, era posible trampear con el "stop", pero claro está que esto no podía dejar de notarse. Se podía distinguir así quiénes se protegían, y quiénes habían resuelto no protegerse; quiénes sabían tomar el trabajo seriamente, y quiénes trataban de aplicarle métodos ordinarios, evitar dificultades, "adaptarse". Igualmente, el "stop" mostraba quiénes de los nuestros eran incapaces de someterse a una disciplina de escuela, o aun rehusaban tomarla en serio. Llegó a ser evidente para nosotros que sin el "stop" y los demás ejercicios que lo acompañaban, nunca se podría obtener nada por un camino puramente psicológico.

Pero más tarde, el trabajo nos enseñó precisamente los métodos del camino psicológico.

Para la mayoría de nosotros, la principal dificultad que pronto apareció, era el hábito de hablar. Nadie veía este hábito en sí mismo. Nadie podía combatirlo, porque siempre estaba unido a alguna característica que el hombre consideraba como positiva en él. Si hablaba de sí mismo o de los demás, era porque quería ser "sincero", o deseaba saber lo que otro pensaba, o bien ayudar a alguien, etc., etc...

Rápidamente me di cuenta de que la lucha contra el hábito de charlar o, en general, de hablar más de lo necesario, podía volverse el centro de gravedad del trabajo sobre sí, porque este hábito se relacionaba con todo, penetraba en todo, y para muchos de nosotros era el menos notado. Era verdaderamente curioso observar cómo, en todo lo que el hombre emprende, este hábito (digo hábito a falta de otra palabra; sería más correcto decir: este pecado o esta calamidad) tomaba en seguida posesión de todo.

Durante el mismo período en Essentuki, entre otras cosas G. nos hizo hacer un pequeño experimento de ayuno. Anteriormente yo había hecho experimentos de este género, y me eran en gran parte familiares. Pero para muchos otros, era nueva esta impresión de días interminables, de vacío total, de la futilidad de la existencia.

—Bien, dijo uno de nosotros, ahora veo muy claramente
por qué
vivimos y el lugar que tiene el alimento en nuestras vidas."

Pero en cuanto a mí, lo que me interesaba particularmente, era constatar el lugar que tenía en la vida el parlotear. A mis ojos, este primer ayuno se reducía para cada uno a
charlar
sin parar sobre el ayuno, durante varios días: "dicho de otra manera, cada uno hablaba de sí mismo. A este respecto, recordé viejas conversaciones que había tenido con uno de mis amigos en Moscú sobre el hecho de que el silencio voluntario debía ser la disciplina más severa a la cual un hombre pudiera someterse. Pero en aquella época lo que entendíamos por esto era el silencio absoluto. Una vez más, las explicaciones de G. hicieron resaltar el asombroso carácter práctico que diferenciaba su enseñanza y sus métodos de todo lo que había conocido anteriormente.

—El silencio completo es más fácil, dijo, cuando traté de compartir con él mis ideas sobre este tema. El silencio completo es simplemente un camino fuera de la vida, bueno para un hombre en un desierto o en un monasterio. Aquí, hablamos del trabajo en la vida. Y se puede guardar silencio de tal manera que nadie se dé cuenta. Todo el problema surge del hecho de que decimos demasiadas cosas. Si nos limitáramos únicamente a las palabras realmente indispensables, esto en sí mismo podría llamarse guardar silencio. Y es así para todo: para el alimento, para los placeres, para el sueño; para cada cosa lo que es necesario tiene un límite. Más allá comienza el «pecado». Trate de comprender esto bien: «pecado» es todo lo que no es necesario.

—Pero si desde ahora, en este mismo instante, la gente se abstuviera de todo lo que es inútil, ¿qué sería toda su vida? pregunté. Y ¿cómo distinguirían lo que es necesario de lo que no lo es?

—De nuevo habla usted a su manera, dijo G. Yo no hablaba en absoluto de la «gente». Ésta no va a ninguna parte y para ella no hay pecado. Pecado es lo que clava al hombre en el sitio cuando ha decidido ir, y es capaz de ir. Los pecados son para aquellos que siguen el camino, o que se acercan a él. Y desde entonces pecado es lo que detiene a un hombre, lo que le ayuda a engañarse y a imaginar que está trabajando, cuando simplemente está dormido. El pecado es lo que adormece al hombre cuando ya ha decidido despertar. ¿Y qué es lo que adormece al hombre? Nuevamente, todo lo que es inútil, todo lo que no es indispensable. Lo indispensable siempre está permitido. Pero más allá, inmediatamente comienza la hipnosis. Sin embargo, deben recordar que esto concierne únicamente a los que están o creen estar en el trabajo. Y el trabajo consiste en someterse voluntariamente a un sufrimiento temporal para librarse del sufrimiento eterno. Pero la gente le teme al sufrimiento. Quiere el placer ahora, de inmediato, y para siempre. No quieren comprender que el placer es un
atributo del paraíso,
y que es preciso ganarlo. Y esto es necesario, no por razón o en nombre de alguna ley moral —arbitraria o interior— sino porque si el hombre obtiene el placer antes de haberlo ganado, no estará en condición de mantenerlo, y el placer se volverá sufrimiento. Lo esencial es que hay que ser capaz de conquistar el placer, y ser capaz de conservarlo. Quien puede hacerlo no tiene que aprender. Pero el camino que conduce allí pasa por el sufrimiento. El que se imagina que, tal como es, puede aprovechar del placer, se engaña mucho, y si es capaz de ser sincero consigo mismo, entonces llegará el momento en que podrá darse cuenta."

Pero volvamos a los ejercicios físicos que ejecutábamos en esa época. G. nos enseñó los diferentes métodos en uso en las escuelas. Entre los ejercicios más interesantes, aunque de una dificultad increíble, estaban los que consistían en realizar una serie de movimientos consecutivos, haciendo pasar la atención de una parte del cuerpo a otra.

Por ejemplo, un hombre está sentado en el suelo, con las rodillas dobladas, manteniendo los brazos entre los pies, con las palmas de las manos juntas; luego debe levantar una pierna y contar:
om, om, om, om, om, om, om, om, om, om,
diez veces
om,
luego nueve veces
om,
ocho veces
om,
siete veces
om,
etc. descendiendo hasta uno, y de nuevo dos veces, tres veces
om,
etc. Durante este tiempo, debe tener la "sensación" de su ojo derecho. Luego, apartar el pulgar y tener la "sensación" de la oreja izquierda y así sucesivamente.

Primeramente uno debía recordar el orden de los movimientos y el de las "sensaciones", luego no equivocarse al contar, acordarse de la cuenta de los movimientos y de las "sensaciones". Esto ya de por sí era muy difícil, pero no era todo. Cuando uno de nosotros había dominado este ejercicio y podía hacerlo, digamos durante diez o quince minutos, se le daba como complemento, un ejercicio especial de respiración, a saber: debía aspirar pronunciando
om
un cierto número de veces, e igualmente espirar pronunciando
om
un cierto número de veces; además, la cuenta debía hacerse en voz alta. Luego el ejercicio se volvía más y más complicado, casi hasta lo imposible. Y G. nos contaba que había visto hombres hacer
durante días enteros
ejercicios de este género.

El breve ayuno de que he hablado se acompañaba también con ejercicios especiales. Desde el comienzo, G. explicó que la dificultad en el ayuno consistía en no dejar sin usar las substancias que se elaboran en el organismo para la digestión de los alimentos.

—Estas substancias, dijo, son soluciones muy concentradas. Y si no se les presta atención, envenenan el organismo. Deben ser utilizadas hasta agotarlas. Pero ¿cómo agotarlas si el organismo no toma ningún alimento? Sólo con un aumento de trabajo, con un exceso de transpiración. La gente comete un temible error cuando se pone a «ahorrar sus fuerzas», a hacer la menor cantidad posible de movimientos, etc... mientras ayuna. Por el contrario, hay que gastar la mayor cantidad posible de energía. Sólo entonces el ayuno puede ser de provecho."

Cuando comenzamos nuestro ayuno, G. no nos dejó en paz ni un solo segundo. Nos hacía correr en pleno calor unos tres o cuatro kilómetros, o quedarnos con los brazos extendidos, o marcar el paso a un ritmo acelerado, o ejecutar toda una serie de curiosos ejercicios de gimnasia que él nos enseñaba.

Durante todo este ayuno, G. insistía sin cesar en que estos ejercicios no eran los verdaderos, sino simplemente preliminares y preparatorios.

Con relación a lo que G. decía referente a la respiración y a la fatiga, hice un experimento que me explicó muchas cosas, particularmente porque es tan difícil llegar a algo en las condiciones ordinarias de la vida.

Había ido a un cuarto donde nadie me podía ver y me puse a marcar el paso a un ritmo acelerado, tratando al mismo tiempo de regular mi respiración mientras contaba: aspiraba durante un cierto número de pasos, y espiraba durante otro número de pasos. Al cabo de cierto tiempo, cuando estaba un poco cansado, me di cuenta, o para ser mas exacto sentí muy claramente, que mi respiración se había vuelto artificial e inestable. Sentí que en pocos segundos más sería incapaz de respirar de esa manera continuando marcando el paso, y que mi respiración normal —acelerada por supuesto— volvería a tomar el mando a pesar de la cuenta.

Se me hacía cada vez más difícil continuar respirando y marcando el paso sin dejar de observar la cuenta de las respiraciones y de los pasos. Estaba bañado en sudor, mi cabeza comenzaba a dar vueltas y pensé que me iba a caer. Desesperaba por obtener el más mínimo resultado y estaba a punto de detenerme, cuando de repente me pareció que algo se rompía o se desplazaba dentro de mí; entonces mi respiración regresó tranquila y normalmente al ritmo que yo quería, pero sin ningún esfuerzo de mi parte, y sin dejar de procurarme la cantidad de aire que necesitaba. Era una sensación extraordinaria, y de lo más agradable. Cerré los ojos y continué marcando el paso, respirando cómoda y libremente; me parecía que una fuerza crecía en mí y que yo me volvía más ligero y más vigoroso. Pensé que si pudiera correr de esta manera durante cierto tiempo, obtendría resultados todavía más interesantes, porque habían comenzado a invadir mi cuerpo olas de temblorosa alegría. Y esto —lo sabía por mis experimentos anteriores— precedía siempre lo que yo llamaba la apertura de la conciencia interior.

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