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Authors: Ed Greenwood

Fuego mágico (15 page)

BOOK: Fuego mágico
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—Sí, anciano dragón —dijo Shadowsil—, y, sin embargo, debe de haber visto mucho en los últimos días pasados, o incluso podría ser más de lo que parece.

La dama de púrpura dio unos pasos en círculo hasta situarse delante de Shandril. A un gesto suyo, la cuerda se deslizó sumisa como una serpiente dejando libre a Shandril. ésta reunió sus fuerzas para emprender la fuga, pero Symgharyl Maruel se limitó a lanzarle una fría sonrisa y sacudió la cabeza.

—Dime tu nombre —ordenó. Shandril obedeció sin pensar—. ¿Tus padres? —prosiguió la maga apremiante.

—No los conozco —respondió Shandril con sinceridad.

—¿Dónde vivías cuando eras más joven? —insistió Shadowsil.

—En el Valle Profundo, en La Luna Creciente.

—¿Cómo llegaste al lugar donde te encontré?

—Yo... atravesé la puerta luminosa que colgaba en el aire.

—¿Dónde estaba la puerta? —continuó la maga con una nota de triunfo en su voz.

—N... no lo sé. En un lugar oscuro... había una gárgola.

—¿Cómo llegaste allí?

—Po... por arte de magia, creo. Había una palabra escrita en un hueso, y yo la dije...

—¿Dónde está el hueso ahora?

—En una charca, creo..., en esa ciudad en ruinas. Por favor, señora, ¿era eso Myth Drannor?

El dracolich soltó unas ásperas risotadas. Shadowsil guardó silencio, con sus ojos como llamas fijos en los de Shandril.

—¡Dime el nombre de tu hermano! —la conminó la maga.

—No... no tengo ningún hermano.

—¿Quién era tu tutor? —le preguntó con un chasquido de dedos.

—¿Tutor? Nunca tuve... Gorstag me enseñó mis tareas en la posada, y Korvan las de la cocina, y...

—¿A qué parte de los jardines daban las ventanas de tu alcoba?

Shandril se arredró:

—¿Alcoba, señora? Yo... yo no tengo alcoba ninguna. Yo duermo..., dormía, en la buhardilla con Lureene la mayoría de las noches...

—¡Dime la verdad, mocosa! —gritó la dama de púrpura con el rostro deformado por la rabia y los ojos centelleantes.

Shandril la miró con desconsuelo y rompió a llorar. La profunda risa detrás de la maga cortó de plano sollozos y amenazas coléricas.

—Ella dice la verdad, Shadowsil. Mi arte nunca me engaña.

Shandril miró hacia arriba, asombrada.

Symgharyl Maruel abandonó su rabia como si se quitase una máscara y miró con calma a la desmelenada y llorosa muchacha.

—Así que ella no es Alusair, la desaparecida princesa de Cormyr... —dijo en voz alta—. ¿Por qué es pues tan tremendamente inocente? No es muy simple, me parece.

El dracolich volvió a reír:

—Los humanos nunca lo son, por lo que sé. Sigue preguntando; ella me interesa.

Shadowsil asintió con la cabeza y avanzó hasta ponerse frente a Shandril. Sus oscuros ojos capturaron y retuvieron la mirada de la joven ladrona; Shandril rogaba en silencio a todos los dioses que pudieran estar escuchándola que la liberasen de aquel lugar y de aquellos dos horribles y poderosos seres.

Symgharyl Maruel la miró con expresión casi compasiva por una vez y luego preguntó:

—¿Eras tú miembro de la Compañía de la Lanza Luminosa?

Shandril levantó con orgullo la cabeza y dijo:

—Lo soy.

—¿«Lo eres»? —comentó Shadowsil con una breve risa.

Shandril la miró fijamente con miedo creciente. Tenía la secreta esperanza de que Rymel, Burlane y los otros hubieran escapado de alguna manera al gran dragón. Se cubrió la cara con las manos ante el recuerdo del sañudo ataque, pero ahora sabía la verdad. La fría risa de la maga le impedía seguir engañándose por más tiempo. Las lágrimas manaron.

—Fuiste atrapada por el Culto y apresada en Oversember. ¿Cómo escapaste de allí? —continuó presionando Shadowsil.

—Yo... yo —titubeó Shandril con la cara desencajada por el miedo y la pena y por una cólera creciente. ¿Quién era aquella maga cruel, en cualquier caso, para arrastrarla hasta allí y atarla e interrogarla de aquella manera?

La risa profunda y silbante del dracolich resonó en torno a Shandril una vez más:

—Tiene carácter, Shadowsil. Ten cuidado. ¡Ah, esto es divertido!

—Encontré el hueso y leí lo que había escrito en él —respondió Shandril malhumorada—. él me llevó hasta el lugar donde estaba la gárgola. No sé nada más.

Symgharyl Maruel avanzó enojada hacia ella:

—¡Ah, sí que sabes, Shandril! ¿Quién era ese estúpido que me atacó antes de que utilizáramos la puerta para llegar aquí?

Shandril sacudió la cabeza con desesperación.

—¡Mi nombre, bruja —una voz resonó sobre ellos en respuesta—, es Narm!

Hubo un resplandor y un estruendo en el aire, y Shandril vio a la maga tambalearse y casi caer, con su rostro desencajado por el dolor y el asombro, mientras un enjambre de pequeños rayos alcanzaba su cuerpo.

Shandril volvió la mirada hacia atrás a la vez que se ponía en pie. Allá arriba, en la boca de la caverna, había seis humanos. Dos de ellos, con hábitos, precedían a los demás. Uno de ellos —el que había hablado, reconoció— era el mismo que había aparecido en los últimos segundos antes de que Symgharyl Maruel la arrastrase a través de la puerta luminosa. Era joven y exaltado. El otro, una mujer cuyo pelo era tan largo como el de Shadowsil, tenía una mano extendida hacia ellos. Ella había sido quien había arrojado los rayos mágicos a la dama de púrpura.

Shandril no tuvo tiempo de ver más antes de que la caverna entera se estremeciera con el estruendo desafiante de Rauglothgor. El dracolich se elevó sobre sus patas traseras para enfrentarse a los recién llegados con sus terribles ojos y sus óseas alas arqueadas. Shandril se arrojó sin pensarlo sobre Shadowsil, quien se apartó de un salto y, susurrando una apresurada palabra mágica, se desvaneció ante sus ojos antes de que pudiera agarrarla. Rauglothgor lanzó una palabra que resonó con gran eco por toda la gruta, y un reguero de fuego salió disparado por encima de la cabeza de la joven y, al llegar a cierta distancia, estalló en el aire lanzando llamas en todas las direcciones.

Shandril se echó al suelo de plano y miró en torno a sí con gran excitación. Los recién aparecidos descendían a grandes saltos el empinado suelo de la caverna hacia ella, al parecer ilesos por el fuego. Entonces vio aparecer a la maga de púrpura detrás de todos ellos sobre un elevado saliente de la pared rocosa.

—¡Ojo allí! —gritó Shandril señalando por encima de ellos.

Un hombre con hábito liso miró hacia el lugar indicado y hubo una intermitencia luminosa roja cuando éste sacó un pequeño redondel que llevaba. De éste salió disparado un fino rayo de luz que acertó de lleno en Shadowsil. La maga se puso rígida, sus manos temblaron en un intento de trazar un conjuro y, por fin, cayó sobre el muro rocoso mientras se llevaba las manos al costado y gritaba maldiciones de ira y dolor.

El dracolich rugió otra vez, y la mujer de cabello largo le lanzó una respuesta en forma de relámpago. Mientras el trueno retumbaba por encima de sus cabezas, el resplandor dejó perfilarse las siluetas de un hombre alto con una armadura gris azulada y del joven que corrían hacia ella pendiente abajo. El hombre con armadura blandía una espada en su mano.

El joven le gritó:

—¡Señora! ¡Vos, de La Luna Creciente! ¡Venimos a ayudaros! Vamos...

Sus palabras se perdieron en el estruendo producido por la segunda bola de fuego del dracolich, que estalló justo detrás de las dos figuras que corrían. Shandril se volvió aterrada y corrió rampa abajo resbalando sobre monedas, piedras de jade y barras de oro. Detrás de ella se oyó un grito de dolor, la silbante risa del dracolich retumbó a su alrededor y la luz se desvaneció de pronto en la caverna.

Los pies de Shandril resbalaron de nuevo en las movedizas monedas. Recobró su equilibrio con una dolorosa torsión y saltó sobre unas rocas. El silencioso parpadeo de los beljurilos se hizo más intenso a medida que ella se acercó a la pared. Detrás de ella hubo otro resplandor y el tintineante sonido de unos pies que corrían sobre las monedas amontonadas.

Pero aquellos pies no sonaban como si estuvieran siguiéndola. Shandril abrió la boca para tomar aire mientras trepaba por las rocas con gran rapidez. La luz se hizo de golpe otra vez y ella se sumergió de un salto en un hoyo que se abría entre dos rocas. El dracolich rugió de nuevo.

«¡Y ni siquiera tengo una espada!», pensó Shandril poniéndose de pie con tal violencia que se golpeó rodillas y codos. Desde allí miró hacia la caverna donde se desarrollaba la batalla.

Symgharyl Maruel estaba de pie sobre una roca alta, moviendo sus manos... pero no estaba lanzando conjuros. Estaba dando manotazos a algo muy pequeño. ¡Insectos!

La esbelta y hermosa mujer recién llegada estaba lanzando un conjuro hacia el dragón, que estaba frente a ella al otro lado de la caverna. Hundido en monedas hasta las rodillas, a los pies del dracolich, estaba el hombre de la armadura lanzando tajos con su espada a la esquelética forma que se elevaba sobre él. Otro guerrero descendía corriendo por la rampa para unirse a él. ¡Un elfo! éste sostenía también una reluciente espada. El brillo de su espada se vio brevemente eclipsado por una fragorosa ráfaga de llamas procedentes de las óseas fauces del dracolich.

Rauglothgor volvió la cabeza hacia Shandril al tiempo que se elevaba de una oleada de llamas que acababa de arrojar hacia los guerreros. Shandril se volvió, presa de pánico, y comenzó a trepar con desesperación el muro de la caverna, rezando por que el dracolich no la abrasara.

—¡Señora! —se oyó de nuevo la voz.

El joven la perseguía todavía, pero ella no se atrevía a detenerse, y siguió trepando entre rocas y piedras sueltas. El dracolich, Symgharyl Maruel y aquellos poderosos atacantes se hallaban todos entre ella y la vía de escape, decidió, y dudaba mucho de que los dioses a estas alturas se preocupasen demasiado de su salvación. ¡Mejor darse a la fuga mientras ellos estaban ocupados matándose unos a otros!

El deslumbrante fragor de otro estallido de fuego se refractó en las rocas muy cerca de ella. Shandril oyó a un hombre rugir de dolor mientras el fuego se apagaba. Detrás de ella, mucho más cerca de lo que esperaba, pudo oír al joven que la llamaba con insistencia. «¿Estará tratando de atraparme con un conjuro, también?», pensó mientras seguía trepando.

De repente, resbaló y cayó con fuerza al suelo, y quedó sin aliento del golpe. «Los favores de Tymora, como de costumbre», pensó mientras cogía aire con esfuerzo.

Shandril miró hacia arriba, justo a tiempo para ver al joven que había estado persiguiéndola aterrizar con suavidad a su lado. Ella se puso de pie de un salto y levantó un brazo ante su cara en actitud defensiva.

Narm agarró su mano y tiró de ella de nuevo hacia el suelo.

—¡Señora! —jadeó—. ¡Abajo! La bruja...

De pronto, hubo un resplandor y una profunda y resonante explosión, y una lluvia de pequeñas piedras cayó a su alrededor.

—¡Se ha librado de los insectos! —exclamó el joven con la boca abierta mirando frenéticamente en torno a ellos—. ¡Oh, dioses!

Shandril siguió con los ojos su mirada hacia la purpúrea figura de Symgharyl Maruel, que apareció ante ellos con una sonrisa triunfal.

Pero la sonrisa desapareció de su rostro cuando una delgada y oscura figura dio un salto mortal en el aire y se lanzó sobre ella como un proyectil. Los pies del atacante golpearon con aplastante fuerza a Shadowsil en el hombro y el costado. Ambas figuras salieron despedidas y se perdieron de vista tras las rocas.

—¡Me alegro de verte, bruja! —dijo una voz burlona desde detrás de las rocas—. Yo soy Torm, ¡y éstos son mis pies!

Más abajo, Rauglothgor silbaba y rugía con gran estrépito, y Shandril vio su enorme forma ósea retorciéndose e irguiéndose sobre sus patas traseras. A su lado, el atractivo joven entonó:

Por la pata del saltamontes

y el deseo profundamente guardado,

que mi arte surta el efecto deseado.

Después tocó la rodilla de Shandril y dijo:

—¡Saltad! —y colocó algo pequeño en su mano—. Señora —susurró—, romped esto, dad la vuelta y saltad allá arriba. ¡La maga!

Lanzada a un agitado frenesí por el miedo, Shandril manoseó con torpeza la brizna durante unos instantes, la rompió y saltó. El arte mágico la llevó hasta una altura prodigiosa de un solo salto. Aterrizó en un saliente en lo alto de la caverna. Tras ella oyó a Shadowsil entonando un cántico agudo y chirriante y, entonces, hubo otro resplandor. Shandril aterrizó de nuevo con ligereza sobre unas rocas caídas. Cualquiera que fuese el conjuro que la maga le había lanzado, había errado.

Shandril miró hacia abajo y se encontró con los ojos de Symgharyl Maruel que lanzaban destellos de cólera. Estaba intentando otro conjuro con ondulantes movimientos de manos, cuando otra vez la acrobática figura vestida de gris ceniciento saltó sobre ella desde un lado. Shadowsil se agachó sin embargo en el último segundo y, volviéndose con una risotada de triunfo, lanzó al saltimbanqui de Torm el conjuro destinado a Shandril. Pero dos dagas salieron disparadas de las manos de éste dando vueltas en el aire.

Shandril se volvió de espaldas y siguió corriendo sin esperar a ver quién de los dos iba a morir. Un sordo y retumbante estallido se oyó por detrás a bastante distancia de ella, y las piedras se movieron bajo sus pies. El suelo de la caverna estaba cubierto de riquezas esparcidas. Los rostros de reyes muertos mucho tiempo atrás, tallados en frío marfil blanco, la miraban fijamente cuando pasaba, y ella se estremecía al pensar en lo grandes que debían de haber sido las bestias a las que habían pertenecido aquellos colmillos.

Shandril tanteaba su camino más allá de una cortina de ámbar ensartado, con el dentado techo de la caverna muy cerca por encima de su cabeza, cuando hubo otra potente explosión tras ella. Pequeños fragmentos de roca llovieron a su alrededor levantando un remolino de polvo. Shandril oyó los apresurados y trastabillantes pasos de alguien que corría tras ella sobre pedazos de roca desmoronada y monedas. Ella apretó el paso y tropezó por centésima vez; extendió las manos hacia delante para amortiguar la caída. Los pasos se oían cada vez más cerca.

—¡Condenación! —maldijo en voz alta—. Ya no puedo correr más. ¿Cuándo terminará esta pesadilla?

Y los dioses la oyeron. Hubo un estruendo ensordecedor procedente de la caverna y Shandril salió despedida hacia adelante en medio de una desbandada general de rocas, monedas, piedras preciosas, cadenas de oro y asfixiante polvo. Por encima del estrépito, la muchacha del Valle Profundo oyó al dracolich Rauglothgor soltar un agónico y vociferante rugido que primero fue en ascenso, luego disminuyó y, por fin, se desvaneció en una serie de huecas resonancias.

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