Fuera de la ley (74 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Fuera de la ley
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—Relájate —dijo Al acercándome todavía más a su olor a ámbar quemado en el momento en que nos deteníamos respetuosamente sobre la alfombra redonda que cubría los toscos tablones de madera justo delante de la mesa—. Se supone que tenían que haberme exiliado esta mañana. Se habrían llevado una gran decepción si no hubiera hecho algo dramático.

De pronto, en el bote neumático que se encontraba atado al muelle y expuesto al sol se removió una especie de bulto gris y yo dirigí la mirada hacia él.

¡Oh, Dios! ¡Era Trent! Mientras se balanceaba al ritmo de la falsa marea lo encontré muy delgado y descolorido. Al verme, sus ojos inyectados de sangre se llenaron de odio. Tenía que saber que estaba allí para rescatarlo, ¿no?

El demonio de detrás de la mesa suspiró, y volví a concentrarme en él. En cierto modo, no se podía decir que desentonara mucho allí fuera, bajo la sombra del toldo y a la fresca brisa que olía a ámbar quemado, con una taza de café y un montón de archivos. Por debajo de la mesa de caoba asomaban unas chanclas de playa, y la camisa de estampado hawaiano dejaba entrever un mechón del pelo de su pecho. En ese momento dejó el bolígrafo sobre la mesa e hizo un gesto de irritación.

—¡Por la colisión de los dos mundos, Al! ¿Qué diantres estás haciendo en mi oficina?

Cuando el demonio lo reconoció, Al se irguió y esbozó una sonrisa, mientras tiraba de la cinta que rodeaba los puños de su camisa y frotaba sus relucientes botas contra los tablones.

—Elevar tu estatus, querido Dali.

Dali se inclinó hacia delante y se quedó mirando a la mujer que esperaba en silencio.

—¿Antes o después de que arroje tu maldito culo a la superficie? —preguntó con voz grave y tono molesto. Entonces se me quedó mirando y frunció breve­mente los labios—. ¿Cómo pretendes elevar a nadie? Te has quedado sin nada. Y matarla delante de los tribunales no servirá para que te perdonemos que le enseñaras a almacenar energía luminosa y la dejaras corretear por ahí sin la obligación de tener la boca cerrada.

—¡Eh! —protesté queriendo dejar las cosas bien claras—. Sí que me obligó a mantener la boca cerrada. Y también a Ceri. De hecho, teníamos muchísimas obligaciones. —Al me agarró el brazo y me obligó a bajar un escalón mientras yo añadía—: No te puedes imaginar la cantidad de obligaciones que teníamos.

—No has entendido nada, honorabilísimo lameculos —dijo Al apretando las mandíbulas ante mi arrebato—. Preferiría morir antes que entregar a Rachel Mariana Morgan a los tribunales. No he venido hasta aquí para matarla, sino para solicitar que se retiren los cargos de estupidez supina que se me imputan.

Mi sorpresa ante el comentario de «honorable lameculos» se vio ofuscada por la existencia de una ley contra la estupidez supina, y me pregunté qué podía hacer para que también nosotros tuviéramos una. Entonces me acordé de Trent y le asesté un codazo a Al.

—¡Ah, sí! —añadió el demonio—, y también me gustaría que liberarais al familiar de mi discípula y que me otorgarais la custodia. Nos espera un día muy ajetreado y podría servirnos de ayuda. Tenemos que empezar a formarlo desde cero.

Trent, que seguía en el bote, se alzó y se sentó en el banco con dificultad, como si le doliera algo. Tenía una humillante cinta roja alrededor del cuello y me pregunté por qué la llevaba pero, tras descubrir que tenía los dedos rojos e hinchados, decidí que no le dejaban que se la quitara.

Dali apartó los papeles de su mesa y echó un vistazo a la mujer.

—Aprecio mucho tus esfuerzos por librarte de cien años de servicios a la comunidad, pero no te queda nada. Lárgate.

En aquel momento miré a Al y me di cuenta de que su rostro adquiría un tono de rojo diferente.

—¿Servicios a la comunidad? ¡Me dijiste que te iban a exiliara la superficie!

—Y así es —masculló pellizcándome el codo—. Y ahora, cállate.

Yo solté un bufido, pero Al ya se había vuelto hacia Dali.

—He adoptado a Morgan como discípula, no como familiar —explicó—. No es ilegal, ni se considera una estupidez supina, enseñar a un discípulo a almacenar energía luminosa. Lo que pasa es que, en aquel momento, no pensé que mereciera la pena mencionarlo.

Dali se nos quedó mirando con incredulidad. En el suelo, el odio de Trent aumentó, pero esta vez tenía un objetivo muy preciso. De repente, sentí un escalofrío. Aquello no pintaba nada bien, tendría que haber hecho algo que me permitiera explicarme. Con una amplia sonrisa, Al entrelazó su brazo con el mío.

—Intenta parecer sexi —me susurró clavándome el codo hasta que puse la espalda recta.

—¿Discípula? —le espetó Dali apoyando ambas manos sobre la mesa—. Al…

—Es capaz de almacenar energía luminosa —lo interrumpió Al—. Su sangre puede modificar maldiciones demoníacas y adoptó a un humano como familiar antes de que yo rompiera el vínculo.

—Eso lo sabe todo el mundo —dijo el demonio apuntándole airadamente—. Antes has hablado de elevar mi estatus. Dame algo que no sepa o lárgate a la superficie, el lugar donde deberías estar desde hace tiempo.

Al inspiró preocupado. Su rostro permaneció inmutable, pero me encon­traba tan cerca de él que pude sentirlo. Y, en cierto modo, aquello resultaba inquietante. Entonces expulsó el aire e inclinó la cabeza, como hubiera hecho un alumno con su maestro. Era la primera vez que mostraba una señal de respeto, y aquello me asustó aún más. Entonces miró a la mujer del espejo adivinatorio y Dali alzó las cejas.

El demonio de mayor edad apretó los labios e hizo un gesto a la mujer para que se marchara. Ella se puso en pie en silencio, dejó el espejo sobre la mesa con evidente desagrado y desapareció de golpe con un leve estallido que se perdió en el sonido del viento contra el agua.

—Espero que sea bueno —rezongó Dali—. Le pago por horas.

Al tragó saliva, y yo hubiera jurado que era capaz de oler hasta el más mí­nimo rastro de sudor en su piel.

—Esta bruja puede ser invocada —dijo quedamente, con un brazo delante y otro detrás—. Puede viajar a través de las líneas, se la invoca con una palabra clave. —Dali resopló y Al añadió alzando ligeramente la voz—: Lo sé porque me robó la mía y la invocaron en mi lugar.

Dali se inclinó hacia delante.

—¿Fue así como logró escapar? —A continuación se giró hacia mí—. ¿Robaste el nombre de invocación de Al? ¿Voluntariamente? —me preguntó. Yo abrí la boca para decirle que lo había hecho para que Al dejara en paz a mi familia, pero Dali había vuelto a concentrarse en Al—. ¿La invocaron? Y entonces, ¿tú cómo conseguiste salir?

—Porque, a cambio, ella me invocó a mí —explicó Al bajando el tono de voz—. Eso, precisamente, es lo que estoy intentando decirte. Integró su contraseña lo suficientemente bien en nuestro sistema como para que pudiera servir para invocar. Es capaz de utilizar la magia demoníaca, e incluso convirtió a su novio en un familiar accidentalmente.

—Exnovio —puntualicé entre dientes, a pesar de que nadie me estaba es­cuchando.

—Y ahora, ¿vas a entregarme una pala para que pueda excavar un túnel por el que escapar? —preguntó Al—, ¿o me expulsarás a la superficie y desperdiciarás esta magnífica oportunidad arrojando esta pelotita contra el muro de mierda élfica para quedarte mirando cómo se hace añicos? Ninguno de vosotros tiene la astucia suficiente para manejar esto. Quizá Newt, si estuviera sana… pero no es el caso. Además, ¿tú te fiarías de que no la matara? Yo no.

Dali entrecerró los ojos.

—¿Crees que…? —caviló.

—Lo sé —respondió Al. Solo de pensar en lo que podría haber dicho, sentí que se me helaba la sangre en la venas. Entonces miré a Trent, que escuchaba desde el bote. ¡Maldita sea! Ceri había insistido en que yo no era un demonio, pero aquello… aquello tenía muy mala pinta.

—Es mi discípula —declaró Al en voz alta—. Hemos cerrado el trato y ya es mía. Pero quiero liberarla de la marca de Newt para evitar posibles… malentendidos. Solo te pido que actúes de testigo y que establezcas un lugar seguro para que pueda pactar con ella.

El miedo hizo que me pusiera derecha de golpe. ¿
Va a negociar ahora
? ¿
Estando yo presente
?

—¡Eh, chicos! ¡Un momento! —exclamé reculando hasta que Al me fulmi­nó con la mirada—. Es de Newt de quien estamos hablando, ¿verdad? Pues lo siento mucho, pero no lo acepto. ¡De ninguna manera!

Ignorándome, el demonio de detrás de la mesa se mostró algo dubitativo. A continuación colocó ambas manos delante del estampado floral de su camisa uniendo las yemas de los dedos, mientras el viento le alborotaba los cabellos. De pronto me acordé de que, apenas un año antes, yo le había pedido a Edden que me arrojara un conservante para poder salir de mi propia fiesta de mierda. ¡Maldita sea! ¿Tanto nos parecíamos Al y yo? Al fin y al cabo, ambos éramos capaces de cualquier cosa con tal de salvarnos el pellejo.

—Llámala —dijo Al sacando una pequeña cajita para esnifar del bolsillo in­terior de su chaqueta. A continuación se acercó un pequeño pellizco a la nariz y yo percibí un ligero tufillo a azufre.

—Newt no recuerda una mierda de Morgan, pero sabe que ha olvidado algo. Aceptará darme la marca de la bruja a cambio de sus recuerdos y, cuando se entere de que fue Minias el que la hizo olvidar, independientemente de que fuera un accidente, lo matará. De ese modo, solo lo sabremos tres personas —dijo con una sonrisa taimada—. Y tres es un número muy estable.

—¿Y qué pasa con Trent? —pregunté pensando que la cosa se estaba vol­viendo mucho más compleja de lo que jamás hubiera soñado—. El trato era que lo conseguiría.

—Paciencia, bruja piruja —masculló sin dejar de sonreír a Dali mientras me pasaba el brazo por encima de los hombros. Yo le obligué a soltarme y miré a Trent. Tenía que saber que estaba haciendo todo aquello para liberarlo y que no era cierto que fuera a convertirlo en mi familiar. Sin embargo, su mirada estaba cargada de odio.

El mayor de los demonios se removió en su silla y, cuando nuestras miradas se cruzaron, tuve que reprimir un escalofrío. De pronto, Dali agarró el espejo adivinatorio. Luego lo colocó delante de él y sonrió a Al con malicia.

—Déjame ver qué tal anda de la cabeza esta mañana.

El corazón empezó a latirme con fuerza y las manos se me empaparon de sudor. Casi de inmediato, Dallkarackint frunció el ceño, a continuación su rostro se relajó, y por último esbozó una sonrisa.

—Al… —susurré dando un paso atrás al recordar la poderosa y desequilibrada presencia de Newt destrozándome la sala de estar y dominando tres círculos de sangre mientras registraba la iglesia buscando quién sabe qué—. Al, esto no es una buena idea. Tienes que creerme. No es una buena idea.

Él resopló y me agarró los hombros, obligándome a quedarme de pie junto a él.

—Me pediste un jodido milagro. ¿A quién pensabas que tendría que recurrir para conseguirlo? Sé buena chica y ponte derecha de una vez.

Yo intenté zafarme, pero dejé de moverme cuando emergió la figura an­drógina de Newt, calva y descalza, con sus huesudas mejillas sonrojadas y las cejas levantadas, con expresión interrogante. Llevaba una especie de túnica a medio camino entre un kimono y un sari, similar a la que solía llevar Minias, pero de color granate y mucho más liviana. Tenía los ojos completamente negros, incluida la esclerótica, y recordé el tacto de su mano en mi mandíbula cuando me examinó la cara el día que nos conocimos, comparándola con la de su hermana. Con la boca seca, intenté que Al se interpusiera entre nosotras, sin importarme si parecía asustada. Al fin y al cabo, lo estaba.

Ella se giró lentamente, y su negra mirada pasó de la pequeña embarcación a la ampulosa mesa.

—Dali —dijo en un tono tranquilo, aunque con un deje masculino, y el demonio retiró la mano del espejo. Entonces se quedó mirando a Al—. ¿Algaliarept? —inquirió—. ¿No deberías estar construyéndote un refugio para protegerte del sol?

Fue entonces cuando descubrió mi presencia.

—¡Tú! —exclamó adelantándose con una expresión vehemente y señalán­dome con el dedo.

Con el corazón a punto de salírseme del pecho, me arrimé a Al. Resultaba chocante lo seguro que me parecía en aquel momento.

—Newt, querida —la tranquilizó Al extendiendo una mano envuelta por una neblina negra, y yo tuve la sensación de que la tensión se resquebrajaba—. Estás estupenda. No querrás estropear tu bonito vestido. Está aquí por una razón. ¿Te gustaría oírla antes de arrancarle la cabeza?

Newt vaciló y, mientras yo sentía el martilleo de mi pulso en el oído, se aco­modó elegantemente en la tumbona en la que había estado sentada la secretaria de Dali. Él seguía detrás de la mesa, pero se había puesto en pie.

—Tu familiar tiene algo que me pertenece —dijo en un tono casi petulante—. Doy por hecho que has venido para venderla. ¿Intentas comprarte un poco de espacio en el zoo?

Dali se aclaró la garganta, rodeó la mesa y le ofreció un vaso de tubo con una bebida que parecía té helado y que, apenas un segundo antes, no estaba allí.

—Al está intentando librarse de su deuda y, por lo visto, necesita la marca que te vincula con la bruja —explicó el mayor de los demonios reclinándose sobre la mesa con los tobillos cruzados en una sutil muestra de sumisión—. Sé buena y véndesela, querida.

Ella había agarrado la bebida, y los cubitos tintinearon suavemente cuando la dejó sobre una mesa que apareció en el mismo instante en que separó la mano del cristal.

—Teniendo en cuenta que es Al el que lo quiere, la respuesta es no.

Al dio un paso adelante, haciendo que me sintiera totalmente indefensa.

—Newt, querida, estoy seguro de que…

—Soy yo la que está segura de que te has quedado sin nada, querido —añadió con un soniquete burlón—. Lo vendiste todo, incluidas tus habitaciones, y te lo gastaste en un soborno para postergar lo más posible la fecha del juicio y en pagar la fianza. Estoy loca, pero no soy tonta.

La mandíbula inferior se me descolgó y me calenté.

—¿Que hiciste qué? —exclamé. Genial. Era la discípula de un demonio indi­gente. Sin embargo, en aquel momento descubrí que Newt me estaba mirando, y di un paso atrás.

—Tiene algo que me pertenece —dijo—. Y lleva mi marca. Si me la das, tal vez me decida a comprar tus habitaciones y devolvértelas.

Al oír aquello, Al esbozó una sonrisa. Luego se arrodilló ante ella y cogió su bebida.

—Lo que tiene es el recuerdo de cuando os conocisteis y de lo que descubriste. Algo que nadie más ha conseguido averiguar excepto yo. Dame la marca de la bruja —susurró Al entregándole el vaso—, y te lo revelaré. Mejor aún, te lo recordaré cada vez que el cabrón de Minias te suministre una droga para que lo olvides… una vez más.

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