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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (77 page)

BOOK: Fuera de la ley
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Mi madre debió de adivinar mis pensamientos, porque me dio un abrazo de costado. Instantes después me soltó, pero el tacto de sus manos húmedas dejó en mí una sensación perdurable.

—No te pongas triste, Rachel. Yo quería mucho a tu padre, pero he sufrido durante tanto tiempo que me olvidé de lo que era la felicidad. Necesito…

Yo asentí, consciente de lo que estaba intentando decirme.

—¿Reemplazarlo con algo bueno para poder pensar en él sin dolor?

Ella confirmó mis palabras con un gesto con la cabeza y volvió a abrazarme con fuerza como si intentara transmitirme un poco de su felicidad.

—Me gustaría ayudar a Ceri a llevarse las cosas —dijo.

Yo me sequé las manos y, juntas, abandonamos la cocina. Ella todavía me tenía cogida por los hombros, haciéndome sentir de nuevo como una niña. Protegida. Amada.

No obstante, apenas entramos en el santuario, el brazo que rodeaba la cintura de mi madre se me cayó de golpe. ¿
Takata también está aquí
?

El brujo, que se encontraba junto al piano, con los dedos en la pasta de azúcar y sus delgados hombros llenos de pixies, me saludó torpemente con la mano. Yo sentí una punzada en el estómago cuando vi que mi madre cambiaba com­pletamente de actitud y se dirigía a él, encantada. Parecía mucho más joven, gracias, principalmente, a su nuevo corte de pelo. Que se hubiera descubierto la verdad le había quitado un peso de encima, y en ese momento lamenté que hubiera tenido que cargar con ello durante tanto tiempo.

Ceri ya se había puesto el impermeable pero, al verme allí sola, agarró a Quen por el brazo y cruzó la habitación. Aquella felicidad contenida la hacía aún más hermosa, y en aquel momento miré a Ivy. La vampiresa la observaba con una voracidad que entendí perfectamente. No se trataba de deseo vampírico, sino del ansia de ver a alguien que tiene algo que tú anhelas, a sabiendas de que, si lo consiguieras, te destrozaría el corazón, la vida y el alma.

Ninguna de las dos sería madre. Era como si Ceri fuera a tener un hijo en nombre de todos nosotros. La pobre criatura iba a tener tantas tías que se pasaría la vida entre algodones.

—Rachel —dijo Ceri cogiéndome las manos con una sonrisa radiante—. Muchísimas gracias por la fiesta. Nunca… —De pronto, la expresión de su rostro cambió y sus maravillosos ojos verdes se llenaron de lágrimas. Quen le tocó el hombro, y ella se irguió, sonriendo de nuevo—. Nunca pensé que fuera a hacer algo así —prosiguió—. Estaba convencida de que moriría, sin ninguna capacidad de discernir, en siempre jamás. Y ahora puedo disfrutar del sol, del amor y de la oportunidad de dar un sentido a mi vida. —Por un momento apretó las manos con fuerza, intentando dar profundidad a las palabras que estaba a punto de decir—. Gracias.

—De nada —respondí sintiendo que los ojos se me humedecían por la muerte de mis propios sueños—. Y ahora, basta; que me vas a hacer llorar.

A continuación, secándome el rabillo del ojo, miré a Quen, que se mantenía estoico, dejando que los estrógenos fluyeran a su alrededor como si no pudieran tocarlo.

Ceri le echó un vistazo y luego volvió a mirarme.

—Si es niña, la llamaremos Ray, y si es niño, Raymond.

—Gracias —respondí con un nudo en la garganta que me impedía tragar.

Entonces se acercó y me dio un rápido abrazo.

—Tengo que irme. Trenton quiere martirizarme con más pruebas —dijo poniendo los ojos en blanco.

—Entonces será mejor que os marchéis —dije retirando la mano. Aparen­temente, Trent había decidido dejarme en paz, pero no me fiaba de su silencio.

De repente su rostro se tensó y me dijo en un susurro:

—Ten mucho cuidado con Al. Si eres honesta con él, es menos probable que te… haga daño. Y si se enfada, prueba a cantar.

Luego se retiró, y yo miré a Quen preguntándome hasta qué punto aquella conversación iba a llegar a oídos de Trent.

—De acuerdo. Gracias. Intentaré acordarme.

No tenía ni idea de en qué podría mejorar las cosas que me pusiera a cantar
Satisfaction
, pero lo de ser honesta, eso podía hacerlo.

Entonces agucé la mirada y ella asintió.

—Me gustaría despedirme de Ivy y de la señora Morgan —dijo Ceri, tocando el brazo de Quen—. ¿Me das un momento?

El elfo se limitó a responder con un «sí» aunque, en realidad, sus ojos parecían decir: «Te daría el mundo entero si me lo pidieras».

Ceri sonrió y nos dejó a solas.

Quen se quedó mirando cómo se alejaba, y cuando oyó que me aclaraba la garganta para llamar su atención, se sonrojó.

—No te preocupes —lo tranquilicé poniendo cierta distancia entre nosotros—. No le contaré a nadie que estás locamente enamorado.

Incómodo, se quedó mirando a un punto detrás de mí y, en cierto modo, algo más alto. Su cicatriz, invisible gracias a un retoque genético ilegal, se había convertido en una masa blanca de tejido prácticamente oculta detrás del cuello de la camisa.

—No creo haberte dado las gracias por tu ayuda —dijo sin alterarse—. Me refiero a la noche de Halloween.

Yo me giré y los dos nos quedamos hombro con hombro, observando como Ceri hablaba con Ivy y con mi madre.

—Sí, bueno… El que se mete a redentor sale crucificado.

Él inclinó la cabeza, pero al ver su expresión impasible, me asaltó una duda.

—Oye —le espeté—, sabéis que lo de convertir a Trent en mi familiar era solo un truco para liberarlo, ¿verdad? No tengo ninguna intención de ponerlo en práctica.

Sin embargo, mi brazo mostraba el atisbo de una marca, y era el reflejo de la de Trent. Había dado por hecho que Newt se la había transferido a Al pero, aparentemente, era yo la que la tenía. ¡Qué curioso!

Quen esbozó una media sonrisa.

—Lo sabe. —Después, tras echar un vistazo a Ceri, se inclinó de manera que solo yo pudiera verle la cara—. Intentó matarte porque lo que su padre te hizo ha permitido que, accidentalmente, los demonios recuperen la posibilidad de tener descendencia. La razón por la que sigues con vida es porque me salvaste cuando él no fue capaz de hacerlo, y porque, poco después, lo rescataste cuando más indefenso estaba, pagando un alto precio por ello. Si no fuera por todo eso, ya habría acabado contigo, con tu iglesia y con todos y todo lo que contiene.

—Sí, vale —dije, nerviosa, convencida de que hablaba totalmente en serio. Trent estaba en su derecho de odiarme, pero me debía un gran favor. Con un poco de suerte, pasaría de mí.

En aquel momento, Quen se quedó mirando cómo Ceri terminaba de despe­dirse, y yo me removí, inquieta. Me quedaba una cosa por decirle y, probable­mente, no volvería a presentárseme otra oportunidad como aquella.

—Quen —dije suavemente, consiguiendo que se detuviera—, ¿podrías decirle a Trent que siento que tuviera que soportar que lo trataran como a un animal por culpa de lo mal que lo gestioné todo? —Él me miró en silencio y yo esbocé una sonrisa forzada—. Nunca debí llevármelo a siempre jamás. Creo que fue una cuestión de ego, que intentaba demostrarle que era mucho más fuerte y más inteligente que él. Fue estúpido y egoísta… y lo siento.

En su rostro cuarteado y picado de viruela se dibujó una sonrisa. A conti­nuación dirigió la vista hacia Ceri y asintió con la cabeza.

—Lo haré.

Luego volvió a mirarme y me tendió la mano. Sintiéndome extraña, se la estreché. Tenía los dedos cálidos, y era como si hubiera podido sentirlos sobre mí incluso después de que se alejara para reunirse con Ceri y acompañarla lentamente hacia la puerta.

Ambos se marcharon en medio de un gran alboroto y, por suerte, se llevaron con ellos a una buena parte de los pixies. Yo solté un suspiro de alivio por en­cima del sonido mitigado del montón de seres alados especialmente excitados por efecto del azúcar. En aquel momento, vi que mi madre y Takata se dirigían hacia mí. Ella llevaba el abrigo y el bolso y, por lo visto, también ellos tenían intención de marcharse.

Yo me apoyé en la mesa de billar sintiendo que un asomo de nerviosismo me tensaba los músculos. Takata jamás ocuparía el lugar de mi padre, y tampoco pensaba que tuviera intención de hacerlo, pero iba a formar parte de mi vida y todavía no sabía lo que aquello significaba. Una vez más, me sorprendí al comprobar lo mucho que nos parecíamos. Especialmente en la nariz.

—Cariño, nosotros también tenemos que irnos —dijo mi madre taconeando elegantemente conforme se acercaba—. Ha sido una fiesta estupenda.

Luego me dio un abrazo golpeándome ligeramente en la espalda con su bolsita de chucherías.

—Gracias por venir, mamá.

—No me lo habría perdido por nada del mundo —dijo dando un paso atrás con los ojos brillantes.

Takata, que la tenía agarrada por el codo, se removió inquieto.

—¿Ya se lo has pedido? —dijo a mi madre. Yo los miré alternativamente. ¿
Pedirme qué
?

Mi madre me agarró la mano intentando tranquilizarme, pero no funcionó.

—Estaba a punto de hacerlo —dijo, sonrojándose. A continuación me miró a los ojos y preguntó—: ¿Te importaría cuidarme la casa durante un par de semanas? Me voy a la Costa Oeste para visitar a Robbie. Por lo visto, ha em­pezado a salir con una chica encantadora y me gustaría conocerla.

De algún modo, no pensé que conocer a la novia de Robbie fuera el motivo por el que sus mejillas habían adquirido aquel particular tono rosado. Takata iba a acompañarla.

—¡Por supuesto! —dije forzando una sonrisa hasta que se volvió auténti­ca—. ¿Cuándo te vas?

—Todavía no lo hemos decidido —respondió mirando tímidamente a Takata. El rockero la observaba con una media sonrisa, aparentemente le divertía tanto como a mí ver a mi madre tan azorada.

—Bueno —dijo finalmente, recobrando la compostura—, pensaba que­darme un poco más para ayudar a recoger, pero no parece que haya quedado gran cosa.

Yo eché un vistazo al santuario, que prácticamente había recuperado su aspecto habitual gracias a la gentileza de Matalina y del resto de su prole.

—No te preocupes, no hace falta.

Ella vaciló.

—¿Estás segura? —inquirió mirando por encima de mi hombro el resto de la iglesia—. Es sábado. ¿No es ese el día…?

Yo asentí.

—Sí, pero todavía está buscando un lugar donde instalarse. Aún me queda una semana de descanso.

Takata se pasó la mano nerviosamente por su rebelde cabello y esbozó una sonrisa irónica.

—Es el mismo demonio que intentaba matarte, ¿verdad? —preguntó.

Podía oler el aroma a secuoya que despedía. Aquello no le gustaba un pelo, pero no le parecía que fuera el mejor lugar para hablar del tema. Una decisión muy sabia por su parte.

—Así es. —A continuación, aprovechando que mi madre no estaba mirando, le lancé una mirada asesina para indicarle que se estuviera callado—. Vendió todas sus posesiones para conseguirme, así que me tratará bien.
De manera que cierra la boca si no quieres que a mi madre le dé un soponcio
.

Mi madre me apretó la mano con gesto orgulloso, pero Takata parecía ho­rrorizado.

—Esa es mi chica —dijo—. Guárdate siempre un as en la manga.

—Lo haré.

Luego me dio un último abrazo de despedida que hizo que me invadiera una sensación de paz. Era una madre genial.

Finalmente nos separamos y, tras mirar a Takata, le di un abrazo también a él. ¡Dios! ¡Era realmente enorme! Parecía complacido hasta que le agarré con fuerza del brazo para retenerlo y susurré:

—Si le haces daño a mi madre, usaré mis poderes para ir a por ti.

—La quiero —respondió quedamente.

—Eso es, precisamente, lo que me da miedo.

Cuando lo solté, me di cuenta de que ella me miraba con el ceño fruncido, como si supiera que lo había amenazado. Pero ¿qué esperaba? De algo tenía que servir tener una hija que se dedicaba a patear culos.

De pronto, Ivy se colocó a mi lado sin que me diera cuenta. Tenía muy buen aspecto, vestida con unos vaqueros y una camiseta.

—Adiós, señora Morgan. Takata… —dijo, impaciente porque se marcharan. No le gustaba alargar las despedidas—. Póngase en contacto conmigo para lo de la seguridad del solsticio. Le haré un buen precio.

—Gracias. Lo haré —dijo dando un paso atrás.

Seguidamente, cogió la bolsa de golosinas de mi madre y la acompañó hasta la puerta. Al verla abierta, Matalina se adelantó y acorraló a sus hijos con la excusa de llevarse al tocón los cuencos de fruta que habían sobrado, vio que la lluvia había amainado. Finalmente la puerta se cerró tras ellos de un portazo mientras mi madre no paraba de parlotear alegremente. Yo solté un suspiro, empapándome agradecida del repentino silencio.

Ivy comenzó a recoger los restos de la basura y yo me puse en marcha.

—Ha sido muy divertido —dijo mientras yo cogía uno de los tacos de billar para desenganchar uno de los extremos del festivo cartel que pendía por encima de las ventanas. Este cayó revoloteando y lo agarré para tirar de la otra punta.

Ivy se acercó para ayudarme a enrollarlo.

—Tu madre ha cambiado de peinado.

Una leve sensación de melancolía me invadió.

—Me gusta —dije—. Está mejor así.

—Parece más joven —añadió Ivy.

Yo asentí con la cabeza. Ambas estábamos ocupadas recogiendo el cartel, do­blándolo hacia delante y hacia atrás por los pequeños corchetes, y acercándonos un poco más con cada pliegue.

—No he avanzado gran cosa en la investigación del asesino de Kisten —dijo inesperadamente—. Solo he conseguido eliminar a algunos sospechosos.

Alarmada, solté el paquete cuando nos encontramos justo en medio. Ella lo agarró con sus característicos reflejos vampíricos antes de que se desdoblara del todo y lo terminó de plegar.

—Tiene que ser alguien de fuera de Cincy —dijo fingiendo que no se había dado cuenta de mi aturullamiento—. Piscary nunca se lo habría concedido a un vampiro inferior fuera de la camarilla, sino a alguien de un rango mayor. Intentaré acceder a los registros de las aerolíneas, pero lo más probable es que huyera en coche.

—De acuerdo. ¿Necesitas ayuda?

Evitando mirarme a los ojos, Ivy metió el cartel en su bolsa y lo dejó a un lado.

—¿Has considerado la posibilidad de hablar con Ford?

¿
Ford
? En aquel momento recordé al psiquiatra de la AFI y me sentí incómoda. Aquel hombre me ponía muy nerviosa.

—Tal vez podría ayudarte a recordar algo. Cualquier cosa —dijo Ivy en un tono que parecía ligeramente asustado—. Aunque solo fuera un olor o un sonido.

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