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Authors: J. H. Marks

Girl 6 (9 page)

BOOK: Girl 6
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—La verdad es que sí. Estoy muy caliente.

El tejano supuso que ella permanecería unos instantes en silencio mientras él se ponía en situación. Pero Girl 6 no quería que la conversación languideciera. Lo que le interesaba era que el cliente siguiese en la línea. En aquel trabajo los minutos eran preciosos.

—¿Eres soltero?

—No.

—¿Sabe tu mujer que me estás llamando?

—Qué va. ¿Y tú? ¿Eres soltera?

Como Girl 6 «era» soltera el tejano sintió nostalgia de su propia soltería.

—¡Qué envidia! —exclamó Cliente 3—. Tú puedes hacer lo que te dé la gana.

Girl 6 adivinó qué era exactamente lo que quería oír.

—Puedo hacer lo que tú quieras, encanto.

El tejano se quedó sin habla, expectante. Ella notó que lo tenía atrapado.

—¿Te vas a comportar? ¿Estás en condiciones?

¡Ya lo creo que estaba en condiciones el tejano!

Antes de que Girl 6 cerrase el trato, para prolongar la conversación por otros derroteros, Ronnie, el vigilante portador de las viandas chinas, gritó que la cena estaba lista. Desde la oficina, Lil lo mandó callar.

—¡Chitón! Y tráeme una guirnalda.

Ronnie sabía que, en algún lugar de la inmensa América, un tipo solitario estaba a punto de llegar al orgasmo acompañado por la voz de una de las empleadas de la sala contigua. Se encogió de hombros y fue a hacer lo que le habían pedido. Estaba más interesado en la ternera al curry y en el pollo Kung Pao que en el imbécil que se estuviese tocando los
wang-tungues.

—Estás a punto de correrte, ¿eh? —dijo Girl 6 muy concentrada.

—Sí —repuso Cliente 3—. Siéntate en mis rodillas y menéate.

—Así, encanto —dijo Girl 6 obediente—. Llevo camiseta blanca y minifalda.

El tejano aceleró de tal manera que a Girl 6 no le dio tiempo a decirle cómo iba vestida.

—Menéate, Lovely. Así. Da saltitos. Que te las vea yo menearse.

—Me encanta estar sentada en tus rodillas —dijo Girl 6 jadeante—. Así, con las tetas arriba y abajo, Steve.

Fulminante.

El tejano acababa de encontrar petróleo.

—¡Ooooh! ¡Aaaaah! ¡Uhhhh!... Gracias, nena.

Cliente 3 colgó sin decir una palabra más y el teléfono de Girl 6 volvió a dar señal de marcar, pero sólo un instante.

—¡Te felicito! —exclamó Comercial 1, que había seguido la conversación de Girl 6 desde la oficina.

Girl 6 estaba exultante. Le parecía increíble haber conseguido que un tío llegase al orgasmo sólo con hablarle por teléfono. ¡Madre mía! ¡A eso se le llamaba tener gancho!

—El tal Steve se ha corrido. Espero haberlo hecho bien.

Girl 6 lo había hecho bien y Lil entró en su cubículo con una guirnalda, envuelta en plástico, que Ronnie acababa de sacar del frigorífico.

—Ha colgado satisfecho —la elogió Lil—. Buen trabajo. ¿Cómo se siente?

Girl 6 se sentía perfectamente. Sólo tenía un poco de sequedad de boca. Lil se hizo cargo.

—Bebe tónica. Así. Y esto es para ti. Te has estrenado muy bien —le dijo Lil, que le colgó la guirnalda del cuello y la miró orgullosa.

Girl 6 se estremeció al sentir el contacto de las gélidas flores.

CAPÍTULO 9

Girl 6 llevaba dos semanas en la línea de teléfono erótico. Su cubículo parecía ahora algo más personal, aunque no demasiado, porque lo compartía con otras dos empleadas.

Estaba sentada frente a su consola. Llevaba una peluca de color castaño claro y, como de costumbre, iba innecesariamente bien vestida.

Revisaba su archivo de personajes y clientes cuando apareció en la pantalla la señal parpadeante. Indicaba que tenía una llamada y en seguida leyó lo que quería el cliente.

Pasó revista a los personajes disponibles. El cliente quería una fantasía con un ama de casa rubia.

Girl 6 encontró en el archivo la ficha del personaje adecuado.

—Hola —dijo tras ajustarse los auriculares—. Encantada de que me llames.

Cliente 4 era de los que iba al grano.

—Te llamo desde mi casa de la playa, «marujita». Empecemos en la cocina. Tengo mantequilla a mano...

Sentado en la playa, Cliente 4 jugueteaba con la arena. Estaba en Florida, bajo un cielo azul. Hacía un día espléndido.

El chaparrón que cayó a primera hora de la tarde había dejado la playa casi desierta. El cliente estaba solo, sin más compañía que las olas y las gaviotas. Sonrió y se puso un poco tenso en cuanto Girl 6 empezó a hablar.

—Oh. Me he pasado el día de pie y ahora estoy a cuatro patas, fregando el suelo de la cocina. Me encantará darme un respiro y charlar contigo.

A Cliente 4 le gustaba que las mujeres con las que se lo quería montar estuviesen en el suelo e hiciesen trabajos ínfimos.

—Fregando el suelo, ¿eh? Bien. Pues no pares de fregar, si no te importa. Podemos hablar mientras friegas.

Sentada en su cubículo, Girl 6 pensó que, quizá, al cliente le gustase la humillación. O acaso era un maníaco de la limpieza y quería que ella terminase lo que había empezado. Le daba igual. De un modo u otro, lo llevaría adonde quería llegar.

Mientras Girl 6 hablaba con Florida, varias compañeras se tomaron un descanso. Tenían un saloncito sin más muebles que unas cuantas sillas y un sofá con la tapicería raída. También había una máquina de café y un frigorífico.

Era ya tarde y Girl 39, Girl 4 y Girl 58 estaban sentadas en el saloncito. Tomaban café y picaban patatas fritas.

Girl 19 intentaba hablar con su novio desde el teléfono privado del saloncito. Confiaba en que su novio no oyese lo que sus amigas hablaban. Era un hombre de mentalidad abierta, pero sólo para lo que hacía él. Girl 19 dudaba que la dejase hacer un trabajo como aquél. Le había dicho que estaba en una empresa de venta por teléfono, que ofrecía hacer gestiones en otros estados, «poder llegar y "tocar" puntos clave». Y así era en cierto modo.

Girl 39 tenía un sarcástico sentido del humor. Le encantaba su trabajo. Se ganaba dinero y lo consideraba como una especie de broma. Quizá fuese algo más que una broma. De un modo un tanto perverso, encajaba con sus convicciones feministas. Para ella, equivalía a aligerarle el bolsillo a una pandilla de misóginos calentorros. Sin embargo, no se sinceraba con sus compañeras, que no acababan de entender que se pasase el día riendo.

Girl 39 llegó a Nueva York hacía muchos años sin ningún objetivo concreto. Era de Detroit y lo único que quería era perder de vista su ciudad cuanto antes.

El día que decidió ir a la central de autocares de la Greyhound —cuya flota llegaba hasta los lugares más remotos del país—, descubrió que tenía bastante dinero para llegar a Manhattan pero no a Los Ángeles. De manera que... a Nueva York se ha dicho. Puro azar.

Girl 39 se lo pasó en grande al contarles a las demás su última llamada.

—Antes de dejar que se me cepillase, le he hecho imitar a todos los animales de la granja. Lo he puesto a rebuznar y a mugir que para qué os cuento... En serio.

Girl 58, que tarareaba en aquellos momentos una canción infantil, se la quedó mirando.

—¿No se te habrá tirado el Mulo Francis?

Todas se echaron a reír y Girl 39 rió también con ganas.

—Mulo no sé si será, pero, de que lo he puesto hecho un mulo estoy segura —dijo Girl 39 que, en vista de que sus compañeras le reían las gracias, se animó a proseguir—. Si quieres tirarte a esa vaca, le he dicho, tienes que mugir bien, esclavo. Y entonces tu ama Tina te dejará que te tires a la vaca. Y, bueno, pues ha empezado... ¡muuuuuu! ¡muuuuuu! De verdad... En serio...

Mientras tanto, Girl 19 seguía al habla con su novio. No sabía cómo poner el teléfono para que no se oyesen el alboroto y las risas. Como difícilmente iba a poder explicar lo de los mugidos no se molestó en intentarlo. Por suerte, su novio estaba tan cansado —después de pasar todo el día en el taller de reparación de automóviles en el que trabajaba— que si oyó mugir a la vaca no acertó a preguntar nada. Además, Girl 19 no le dio demasiada opción a pensar.

—Mira, cariño, no tienes por qué pasar a recogerme. Puedo ir a casa sola. A las siete de la mañana es de día, y no va a pasarme nada. ... Suscripciones. Sí... a revistas.

Días antes, para demostrarle que quería ayudarla en su trabajo, su novio se ofreció a desplazarse desde Sprint con el coche para pasar a recogerla a la salida.

Girl 19 se apresuró a decirle que su «división» la acababa de comprar Publisher's Clearing House y que, de un momento a otro, tendría que hacer suscripciones.

A Girl 19 se le daba bien contar «cuentos». Al fin y al cabo, así era como se ganaba la vida. Quizá era un buen momento para volver a oír el mugido de la vaca. Habría sido más fácil contestarle.

Girl 39 siguió con los detalles de su conversación con el «mulo».

—Después de tirarse a la vaca Bossy...

—¿Incluso tienen nombre sus «animales»? —preguntó Girl 4 muerta de curiosidad.

—¡Qué va! —exclamó Girl 39—. ¡Hasta los nombres he tenido que poner yo! Pero a lo que iba: después de cepillarse a Bossy, le toca el turno a Freddy, el cerdo.

A un cerdo llamado Freddy... No cuadra, pensó Girl 4, porque ella conocía a un Freddy que tenía un palacete.

Girl 19 seguía interesada en oír cosas del cerdo, de la vaca o de cualquier otro animal de granja. Tenía que distraer a su novio como fuese. Era un buen chico pero un poco pesado. Se empeñaba en ayudarla. Como lo de la línea erótica no lo iba a encajar, tendría que contarle el cuento de las suscripciones a una revista. Pero ¿qué revista?
Time, Newsweek, Cosmo,
etc. ¡Madre mía...!

Girl 39 terminó de contar su historia con una imitación del gruñido del cerdo.

Girl 19 pensó que había llegado el momento de colgar. Pulsó repetidamente el botón, como si hubiese interferencias en la comunicación, y colgó.

Girl 6 seguía al teléfono con su fantasía del ama de casa. Era una llamada rentable. El cliente acumulaba minutos.

En el cubículo contiguo, Girl 42 hablaba de una fantasía en el supermercado con Cliente 16 y, mientras lo excitaba sexualmente, hacía un trabajo de trigonometría que tenía que presentar en la facultad.

Girl 6 no se distraía fácilmente. Seguía concentrada en su trabajo.

Girl 42 había ido a comprar al supermercado.

—Fui sin sostenes —dijo—. Ya sabes... Fui a comprar algo de fruta al super sin sostenes.

Cliente 16 no tenía mucho sentido del humor y no acertó más que con un chiste fácil.

—Pues yo soy el chico de la frutería y te voy a coger los melones.

Podía haberse ahorrado la broma porque a Girl 42 le habían dicho lo mismo muchas veces.

—Pues bueno —prosiguió ella—. Ayer fui a la compra...

—¿Y qué compraste? —la interrumpió de nuevo Cliente 16.

A Girl 42 no le importaba en absoluto que la interrumpiera. No haría más que alargar la duración de la llamada.

—Un sobre de sopa, espárragos y condimentos con sabor a ostra, ya sabes..., para la sopa.

No era una respuesta muy excitante, pero estaba absorta con su problema de trigonometría y él no era exigente.

Girl 6 tenía a Cliente 4 completamente «enganchado» a la línea.

—Paso la bayeta en círculo sobre el suelo y hago espumita con mi cepillo.

A Cliente 4 le gustaban los detalles.

—¿De qué color es el suelo?

¡Qué más daría! Pero ¡qué puñeta! El cliente quería colorido..., pues, colorido.

—Amarillo.

A Cliente 4 el amarillo le pareció perfecto. Sentado en su tumbona de la playa, Cliente 4 contemplaba el oleaje. Detrás de él, un niño se aplicaba a construir un complicado castillo de arena. El cliente escuchaba a Girl 6 casi hipnotizado.

—Es amarillo, con unos dibujitos de flores; margaritas. Tengo las manos y las rodillas llenas de espumita blanca...

Cliente 4 quiso saber también dónde estaban los niños de su rubia ama de casa.

Dormían.

Perfecto.

Cliente 4 detestaba que los niños interrumpiesen durante sus románticos escarceos. Ya estaba listo para pasar a la acción.

—Te levanto la falda hasta las caderas. Te voy a montar «estilo perro».

Girl 6 gimió seducida ante la perspectiva. Cliente 4 tenía más instrucciones que darle.

—No dejes de fregar mientras te penetro, «marujita». Tienes mucho que hacer. No dejes de fregar. No dejes.... de fregar, que a una mujer nunca se le acaba el trajín...

La noche pasó rápidamente. Ya amanecía. A Girl 6 se le había dado bien y estaba contenta. Salió con Girl 39 y fueron juntas a pie de vuelta a casa.

Aunque ya lucía el sol, quienes vivían en las afueras y trabajaban en el centro aún estaban bajo la ducha o desayunando.

Girl 39 estaba interesada en saber cómo le iba a Girl 6, que no le ocultó su satisfacción.

—¡Esta noche ha sido la primera vez que han pedido hablar concretamente conmigo!

Aunque Girl 39 se alegró por ella, creyó que debía darle un consejo. Había observado la manera de trabajar de Girl 6 y le preocupaba.

—Haz algo mientras hablas. Lee una revista o lo que sea. Si no haces más que hablar por la línea puedes «engancharte».

Girl 6 no se veía capaz de hacerlo. Era demasiado novata.

—Es que tengo que concentrarme.

A Girl 6 no le seducía la idea de hacer otra cosa mientras trabajaba. Quizá estuviese bien para las demás, pero ella quería ser la mejor en todo lo que hiciera. Sin concentración no se podía rendir al máximo. Y si no se rendía al máximo, perdía un tiempo y dinero con los clientes. Y Girl 6 necesitaba el dinero más que las otras chicas. Eso era todo. Trabajaba allí para ganar dinero. Cuanto más dinero ganase, antes podría dejarlo.

A Girl 39 no le convenció la respuesta de Girl 6 e insistió.

—Hazme caso. Haz algo. ¿Entendido?

A Girl 6 empezaba a hartarle la conversación.

—Está bien —se limitó a decir con acritud. Porque casi se sintió insultada.

Mala cosa, pensó Girl 39. Notaba a Girl 6 a la defensiva. Quizá hubiese empezado ya a «engancharse». No le pareció oportuno, por si acaso, andarse con rodeos ni ser diplomática.

—No te corres con ellos, ¿verdad?

Girl 6 puso cara de asombro. Estaba demasiado cansada para enfadarse.

—Por favor... —repuso, como si su compañera dijese el mayor de los disparates.

Al llegar a su calle, Girl 39 se detuvo y miró a Girl 6. No creía que supiese de verdad en lo que se había metido. Pero no pensaba decirle una palabra más sobre el asunto. Le había dado un buen consejo. Allá ella.

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