Authors: Josep Montalat
El chico que estaba hablando con Tito se acercó a ella.
—¿Tienes fuego? —oyó que le pedía.
Distraídamente, Mamen, mientras seguía pendiente del alegre simio bailarín, puso las manos en su cuerpo en busca del fuego.
—Lo siento —se excusó, sin dejar de mirar al gorila que, haciendo el tonto con sus movimientos, seguía siendo el punto de referencia en la pista—. No tengo fuego —le dijo ahora mirando quién era.
—Yo tampoco —respondió el chico, sonriéndole—. Pero siendo una cerilla tan maja, si quieres te rasco en algún sitio para encenderte.
—Ja, ja, ja —oyó como se carcajeaba Tito, un poco más alejado de ellos, pendiente de la broma.
—Debes de ser una cerilla muy ardiente. ¿Te apetece que juguemos un rato con fuego? —insistió el chico.
Mamen se alejó molesta con el vaso de bebida y se colocó en otro lugar para seguir observando al gorila. Su furia iba creciendo proporcionalmente a lo que contemplaba. Ahora el gorila se golpeaba el pecho con los puños y movía el enorme miembro arriba y abajo delante de las chicas que lo rodeaban divertidas. Una de ellas, precisamente Olga, la que Belén sospechaba que podía tener una relación con Tito, se inclinó y puso su boca en contacto con el extremo del pene de plástico, haciendo el gesto de estar chupándoselo, mientras sus amigas se reían a su lado.
Tito y su amigo habían cambiado de sitio, uniéndose al baile, haciendo el bobo al lado del gorila. Mamen no se aguantaba de rabia y bebió toda la bebida del vaso y fue a prepararse otra copa. Esta vez apenas puso «Schweppes» de limón en un gran vaso de plástico cargado de vodka. Con la pajita fue bebiéndoselo sin perder de vista al simio. El calor del licor no la reconfortó de los celos que sentía, sabiendo que Cobre nunca bailaba cuando estaba con ella y ahora no paraba de moverse al son de la música haciendo el idiota con todas las chicas. Vio que Tito y su amigo hablaban al gorila y los tres fueron en dirección a un pasillo de la casa.
Se moría de ganas de encender un cigarrillo. No llevaba ninguno a causa de su disfraz, por lo que se lo pidió a un chico que estaba a su lado. Mientras lo fumaba pensaba en lo que haría. Se sirvió otro vodka y con él en la mano fue hacia otro lado para poder ver mejor lo que sucedía en el pasillo. Al poco rato vio que los tres salían del baño. Tito dejó pasar al gorila y volvió a entrar en el servicio, esta vez solo. Los otros dos enfilaron en dirección al salón de la casa y al llegar junto a Mamen se detuvieron. Ella se quedó quieta de pie, expectante.
—¡Cuidado! Que mi amigo quema y podría encenderte —le dijo el chico, señalando a su peludo acompañante—. Es de los que les gusta meter leña al fuego.
—Ja, ja, ja. Juuu, juuu, juuu —se rieron los dos, detenidos frente a ella.
El gorila con su peluda mano movió el pene de broma, tocando con su punta el cuerpo de Mamen, que tuvo que colocar su mano para apartarlo.
—¿No te gusta este tipo de cerillo? —preguntó el chico—. También tiene la punta roja. Ja, ja, ja, Juuu, juuu, juuu —se alejaron, sin parar de reír.
Se fueron a la pista y el gorila siguió haciendo idioteces con las chicas que bailaban. Mamen pidió otro cigarrillo. Lo fumaba nerviosa pendiente de él, sin perder detalle, y cada vez se iba sintiendo más furiosa. Fue en busca de más bebida para ayudarse y se llenó un vaso sólo con vodka. Al fin, no pudo más, dejó el vaso y se fue hacia allá.
Se puso a bailar delante del gorila dispuesta a comprobar hasta dónde era capaz de llegar. Él, viendo que la cerilla roja le hacía mucho caso, se centró en ella haciéndole bobadas. Le rozaba el miembro de plástico por su bien dibujado cuerpo y luego se lo ponía en su entrepierna. La cerilla roja se dejaba hacer. La abrazó seguidamente por detrás y con una de las manazas le tocó los glúteos. Mamen lo dejó hacer. El gorila se fue animando y al cabo de poco, abrazándola por delante le pasó su peluda mano por el sexo y se lo acarició descaradamente. Tampoco esta vez la cerilla puso impedimento a estos insolentes toqueteos y el gorila alentado hizo el gesto de darse golpes con los puños en su pecho y mover el miembro arriba y abajo delante de ella. Mamen siguió moviendo su atractivo cuerpo al ritmo de la música haciendo ver que le gustaba. Envalentonado, esta vez la abrazó acariciándola con descaro por todas partes. Luego la cogió de una mano, y pasando entre el resto de invitados, se la llevó en dirección al pasillo donde estaban las habitaciones.
El chico que había estado gastando bromas a la cerilla roja lo había observado todo y más que sorprendido fue a contárselo a Tito. Él imitó al gorila, haciendo el gesto de darse golpes en el pecho y riéndose decidieron ir a ver lo que estaba pasando. Abrieron con cuidado la primera puerta que encontraron en el pasillo. Había alguien, pero vieron que el gorila no estaba y la cerraron. Probaron con otra y no vieron a nadie dentro; luego abrieron una tercera puerta. Ahí si vieron a la chica disfrazada de cerilla, de pie, abierta de piernas, con su malla blanca completamente bajada, aguantada sola por un tobillo, y el gorila detrás, follándosela. La cerilla estaba inclinada con la espalda arqueada y se apoyaba con las manos en un mueble. El gorila le había subido también la parte de arriba del ajustado jersey blanco y sus pechos se movían al compás de las embestidas que le propinaba por detrás, mientras de vez en cuando los acariciaba con sus peludas manos. Se quedaron un rato contemplando la escena. El chico propuso a Tito entrar, pero él opinó que era mejor dejarlos hacer y cerró la puerta.
Regresaron al salón mientras comentaban riéndose lo que habían visto. Al cabo de un rato vieron que la cerilla roja pasaba delante de ellos con la malla blanca visiblemente manchada y desaparecía por la puerta. Los dos se rieron.
Poco después apareció Juanjo. Lo llamaron e hicieron bromas con él. Le dijeron de hacer otra raya y los tres se fueron al baño. Ahí dentro Juanjo se quitó la peluda cabeza.
—Joder, tío, menudo polvo le has pegado a la cerilla esa —dijo el chico.
—Ahhgggiii. Jjuu, jjuu, jjuu —se rio—. Ñnnaca—ñnncaa.
—¿Le has metido la tuya o la de plástico? —preguntó Tito, haciendo reír a su amigo.
—Aaamía. Hata ehfoonndo. Jjuu, jjuu, jjuu —se reía Juanjo.
—Ja, ja, ja. Joder si se la ha metido. Toda ahí espatarrada, la tía —comentó el chico.
—Ahhgggiii. Jjuu, jjuu, jjuu —dijo Juanjo, riendo al tiempo que hacía el gesto de follar.
—Joder, con la cerilla roja —comentó otra vez el chico—. La has dejado bien encendida.
—Ahhgggiii. Jjuu, jjuu, jjuu —rio Juanjo.
—El disfraz te ha ido bien. Ya puedes dar gracias a Cobre por este polvo.
En Barcelona, dentro del yate, el aludido Cobre, ajeno a lo que sucedía en la fiesta, recibía el dinero de la cocaína. Lo contó. Ocho millones justos. Después, despidiéndose de todos, salió de la embarcación. En la autopista paró a poner gasolina y cenar algo. Mientras comía leyó en el periódico lo que pronosticaba su horóscopo. «Un día muy malo para los asuntos de dinero y excelente para su relación de pareja». Asustado, miró a sus pies y se tranquilizó al ver que ahí seguía la bolsa de deporte en la que llevaba los fajos de billetes. Se la puso entre las piernas y siguió comiendo mientras leía el apartado de los deportes. Llegó a Empuriabrava cerca de la una de la madrugada. Se acostó, cansado pero feliz del redondo día que había tenido sin necesidad de comer donuts.
A la mañana siguiente, se despertó tarde. Estaba lloviznando y hacía un día poco apetecible. Llamó a Mamen. Le preguntó cómo se encontraba. La notó rara, pero pensando que todavía no estaba recuperada de su resfriado no lo vio extraño.
—¿Y la fiesta? ¿Qué tal? —preguntó ella, como de paso.
—Bien, había bastante gente —mintió Cobre, haciendo ver que había ido para no tener que explicar su viaje a Barcelona.
—¿Bailaste mucho?
—No, ya sabes que no me gusta mucho bailar. Además, el disfraz de gorila daba mucho calor.
—¡Ah! Calor, claro.
—Estuve casi todo el rato sentado.
—Ya —dijo Mamen—. ¿Estuviste mucho rato?
—No, a las ocho me fui. Estaba cansado y sin ti no es lo mismo. ¿Quieres que nos veamos? —preguntó Cobre, cambiando de tema.
—No, todavía no me siento muy bien. Me marcharé temprano con mis padres a Barcelona. Con el tiempo que hace no quieren quedarse hasta tarde —respondió ella, dolida por las mentiras.
Cobre seguía arriesgándose a perder la relación que mantenía con aquella chica y se podría pensar que era tonto y actuaba como un tonto, pero no nos dejemos engañar, era realmente un tonto. Comió tranquilamente en casa y después de dormir la habitual siesta miró un rato la televisión. Hacia las tres y media llamaron a la puerta. Era Juanjo que venía a darle el dinero que le había entregado Alain por la venta de la cocaína y a devolverle el disfraz. Cogió el sobre y la bolsa donde iba la vestimenta de gorila y le hizo pasar.
—Bueno, gracias por el favor —le dijo Cobre—. ¿Qué tal la fiesta? —se interesó, mientras contaba los billetes sobre la mesa del comedor.
—Uuuuauuhhh! Ñnnaca-ñnnnaca —dijo Juanjo, haciendo el gesto de follar.
—¿Ñaca-ñaca? Jondia ¿Había mucho desmadre? —preguntó, pensando que se había perdido otra buena fiesta del francés.
—Uuuuhhh. Ahhgggiii. Jjuu, jjuu, jjuu. Uchaaas Hiiitis.
—¿Muchas titis? —preguntó, por si no lo había entendido bien.
—Ahhgggiii —respondió él—. Hee holleeé uhhha.
—¿Te follaste una? —entendió bien esta vez.
—Ahhgggiii —dijo Juanjo y luego con las manos describió un redondo culo.
—¿Una con un buen culo? Ja, ja, ja —rio, imaginándose a una chica obesa.
—Uuuuauhhh! Jjuu, jjuu, jjuu —rio también Juanjo.
—¿Era muy gorda?
—Ñnooo. Heaaba Huuu gggena.
—¿Estaba muy buena? ¿Con buenas tetas? —le siguió la corriente.
—Ahhgggiii. Jjuu, jjuu, jjuu —describió Juanjo con las manos el tamaño de los pechos de la chica—. Aiica aaaivva Enya ojja («La chica iba de cerilla roja.»).
—No te entiendo ahora. Siéntate y me lo explicas —le dijo Cobre, sonriéndole—. ¿Quieres una cerveza?
Juanjo se sentó en uno de los sofás del salón y Cobre fue a la cocina en busca de dos cervezas. Al volver se sentó frente a él y, todavía sonriendo, le pidió que le explicara.
—Hee holleé uhha hivva ennyyyaa ohha.
Cobre esta vez tampoco lo entendió. Juanjo hizo el gesto de encender un fósforo.
—¿Una cerilla? —adivinó.
—Ahhgggiii. Ojja
—¿Una cerilla rota? ¿Qué quieres decir?
—Heyaaa haaivva Ifassaaa dee ennyyyaa ojja —farfulló Juanjo, nervioso de que no le entendiera, describiendo con sus manos las formas de una chica. Luego volvió a hacer el gesto de encender una cerilla y señaló el color del cojín que tenía a su lado.
—¿Una cerilla roja? ¿Llevaba un disfraz de cerilla roja? —adivinó finalmente, alegrándose Juanjo de que lo entendiera—.
Jondia, a quién coño se le ocurre ir de cerilla roja —dijo Cobre, tomando un trago de su cerveza.
Se lamentó de haberse perdido aquella fiesta pensando que si hasta Juanjo había hecho sexo, debía de haber habido mucha juerga. Luego se interesó por lo que hizo Tito, y le dijo que no lo había visto con ninguna chica.
Entretanto, al otro lado de la bahía de Roses, las lagrimas seguían recorriendo el bello rostro de Mamen mientras meditaba tumbada en la cama, herida y desilusionada de la desleal actitud de Cobre por no haberle dicho la verdad. ¿Era acaso una quimera el hecho de poder compartirlo todo con la pareja si realmente se querían?, se preguntaba llorosa.
Cobre por su parte, no tenía ninguna duda sobre el coche que quería, y aquella semana fue a Figueres a comprar su ansiado Volkswagen Golf azul metalizado. Llamó a Mamen para darle la noticia. Ella seguía mostrándose distante, pero ante su alegría fue un poco más cordial. No obstante, le dijo que no iba a venir de Barcelona aquel fin de semana. Le mintió, diciéndole que debía estudiar, pero en realidad había quedado para salir con Belén de juerga las dos y desquitarse de sus mujeriegos novios.
Mamen le había explicado a su amiga lo sucedido. No descuidó detalle y le pidió que no dijera nada del disfraz a Tito ni a nadie, para que Cobre no descubriera que en realidad había hecho el amor con ella y ver si finalmente se lo decía él mismo.
Belén le hizo muchas preguntas referentes a Tito. Mamen le contó lo de la broma que le habían hecho pidiéndole fuego y cómo se habían reído los dos. A ella no le hizo mucha gracia. Le dijo que había visto a Tito bailar en la pista y que Olga estaba bailando con ellos. Esto tampoco le hizo gracia. Reconoció que no pudo prestar mucha atención a Tito, ya que después de que Cobre hiciera sexo con ella se había marchado de la fiesta para que no la descubrieran. Le dijo que antes de encontrar una habitación libre, su imaginado novio vestido de gorila miró otras que estaban ocupadas y que en toda la casa había mucho desmadre. A Belén tampoco le gustó este último comentario.
Tito sí vino el fin de semana y Cobre le mostró su estupendo coche nuevo. Fueron con el Golf a cenar a un restaurante de un pueblo cercano y hablaron de sus respectivas novias. Tito le explicó que Belén sospechaba del rollo que había tenido con Olga y seguía sin querer verlo. Que la había llamado por teléfono a su casa y que no se quiso poner. Cobre le contó que Mamen también estaba un poco rara con él.
—Las tías son complicadas —dijo Tito.
—¿Qué tal la fiesta de Alain? ¿Mojaste otra vez con Olga? —le preguntó Cobre, cambiando de tema.
—No, al final la tía se enrolló con Manolo. El que sí mojó fue Juanjo.
—Ja, ja, ja —se rio Cobre—. Ya me lo contó, con una chica que iba disfrazada de cerilla roja —se rio de nuevo, pensando en la escena.
—Pues la tía estaba buena. Tenía un buen polvo. Se le marcaba todo con el disfraz, incluso la raja del chocho.
—Jondia con el Juanjo, menuda guarra se tiraría —se rio Cobre otra vez—. ¿Sabes que tiene un nabo así? —dijo, levantando su brazo—. Se lo vi cuando se ponía el traje de gorila. Tiene el defecto ese del habla, pero la polla es de orangután. En este aspecto iba conjuntado con lo que llevaba puesto —acabó, riéndose de lo que había dicho.
—Con Manolo, fuimos a mirar a la habitación donde estaban —le explicó Tito—. El Juanjo nos vio, pero la tía creo que no, ya que tenía la cabeza bajada así —describió con su cuerpo la postura de la chica—. Estaba completamente espatarrada con las piernas abiertas y el Juanjo detrás, dale que te pego.