Goma de borrar

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Authors: Josep Montalat

BOOK: Goma de borrar
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Desternillante novela en la que se narran las aventuras que en un periodo de 3 años le sobrevienen a un joven al que llaman Cobre, cuando a mitad de los años 80 se traslada de Barcelona a la Costa Brava para abrir un restaurante. En clave de humor la obra pretende de ser de ayuda a una de las principales causas de separación de las parejas: la infidelidad.

Josep Montalat

Goma de borrar

Aventuras y desventuras del chico perfecto

ePUB v1.0

Mezki
24.11.11

Título: Goma de borrar : aventuras y desventuras del chico perfecto

Autor/es: Josep Montalat Coll

Lengua de publicación: Castellano

Edición: 1ª ed., 1ª imp.

Fecha Edición: 03/2010

Publicación: Tarannà Edicions i Distribucions, S.L.

Colección: Colección Ginesta

Materia/s: 821.134.2-3 - Literatura española. Novela y cuento.

ISBN 13: 978-84-96516-54-0

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela. asi como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia

CAPÍTULO 1

El Pollo Feliz

El nombre que figuraba en su DNI era Santiago Repuyo Gómez. Seguramente, este nombre no les dice nada, pero ¿acaso saben de algún nombre que hable? Pese a estos ilustres apellidos, sus amigos le llamaban Cobre, porque su pelo era ligeramente pelirrojo. Cuando comenzaron a llamarlo así, no se quejó; prefería este mote al otro que tuvo durante algún tiempo y que alguien, no recordaba quién, le había puesto en el colegio: Repuyo-capullo.

Cobre había nacido en Hospitalet de Llobregat, ciudad dormitorio situada junto a Barcelona. Sus padres habían llegado a la población a mediados de los años cincuenta procedentes de un pequeño pueblo extremeño, Navalvillar de Pela. Su padre había conseguido un trabajo en la SEAT como montador de motores del nuevo modelo 1400 con la ayuda del tío Juan, que vivía ahí desde hacía tres años, y gracias a ese empleo pudieron salir adelante con sus dos hijos. En Cataluña la prole creció. Cobre fue el quinto y último hijo; se le adelantaron dos hermanas que habían nacido cinco y tres años antes que él. Esto le reportó infinidad de ventajas y un solo inconveniente. Como se llevaba más de un lustro con sus hermanos varones, no tuvo que reutilizar su ropa ni sus libros, y además sus dos hermanas le eximieron de los trabajos caseros. El único inconveniente fue que, al no relacionarse con otros niños o niñas de su edad, su infancia fue reservada y, por consiguiente, nunca llegó a jugar a médicos y enfermeras, lo que le ocasionó una obsesión crónica que arrastró durante largo tiempo.

A diferencia del resto de sus hermanos, que habían empezado a trabajar y se habían casado rápidamente en cuanto terminaron los estudios primarios, Cobre se planteó unos objetivos más ambiciosos que los de crear una pronta familia y vivir de un mísero sueldo. Quería disfrutar la vida al máximo y, claro está, contar con el dinero suficiente para ello.

Aunque repitió curso en COU, el hijo mimado de la casa consiguió finalmente acabar el bachillerato, y —gracias a la mejor posición económica de su padre, que había ascendido a encargado de sección— empezar una carrera en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Barcelona. Sin embargo, la abandonó después de un año ocasionando un gran disgusto a su madre. Su padre también se contrarió, pero enseguida lo animó a que buscase trabajo. Por supuesto, lo de trabajar no formaba parte de su plan, así que pasado el verano cambió radicalmente de carrera y se matriculó en Empresariales, en la Universidad de Barcelona.

Fue precisamente el año en que Tejero se plantó en el Congreso de los Diputados acojonando a la mayoría de las señorías presentes y a muchísimos otros españoles, incluido el padre de Cobre, que era del comité de la UGT en la SEAT. Afortunadamente, al final de aquel día, el rey Juan Carlos I, en un mensaje televisivo, había calmado los miedos de la población y había puesto las cosas —los tanques, para ser precisos— en su sitio, ganándose el agradecimiento del pueblo y que nadie volviera a reprocharle su extravagancia de hablar con una patata metida en la boca. Fue así como surgió en España una muy deseada tolerancia, de la que Cobre enseguida se benefició al mostrar sus pésimos resultados universitarios. Por aquel entonces, estaba en edad de hacer el servicio militar, pero las prórrogas de estudios, que cada año se cuidaba de solicitar, le permitían decidir si alistarse o esperar otro destino más ventajoso. Así había renunciado a Ceuta y Cartagena, pero en su tercer año, con dos asignaturas pendientes del segundo curso y una del primero, canceló la prórroga y se fue a cumplir la mili a las Islas Canarias, convencido de que «las Islas Afortunadas» podían ser un buen destino para perder un año de su juventud y empezar a conocer mundo.

Durante el periodo de instrucción en Hoya Fría, en Tenerife, conoció al que iba a convertirse en su buen amigo Gaspar, un vasco del que enseguida admiró su acomodada posición familiar, su gusto en el vestir, su capacidad dialéctica y su agudo sentido del humor. Enseguida hicieron migas: tenían la misma edad, 23 años, y  los mismos deseos de exprimir la vida al máximo.

También coincidían en sus carreras universitarias sin terminar, ya que al vasco, aun teniendo una estupenda letra de médico, le había faltado constancia para terminar sus estudios de Medicina.

Gaspar se vanagloriaba de ser un «gentleman», y se ufanaba de sus apellidos. Afirmaba que en su familia no corría más sangre que la vasca y, aparte de sus dos apellidos: Inzaurrieta Bazagoitia, era capaz de recitar de corrido otros veinte apellidos de sus antepasados: Zulueta, Fagoaga, Ibarbide, Marcoa, Goizueta, Baigorri, Tellechea, Machinena, Garate, Labarrieta, Olaizola..., y así hasta que terminaba o se le pedía que parara.

Con la excusa de no dejar sus estudios, se matricularon en la Universidad de la Laguna, ciudad cercana a Santa Cruz de Tenerife —donde estaban destinados—, y presentaron a sus respectivos superiores militares la matrícula, consiguiendo con ello el ansiado pase de «per nocta» que les daba derecho a dormir fuera del cuartel, en un pequeño piso alquilado. No contentos con ello, y con el propósito de conseguir continuos permisos de al menos dos o tres días, hacían ver que eran visitados por sus padres, hermanos, tíos y cuanta parentela se les ocurría, presentando a sus mandos militares copias falsificadas de sus billetes de avión.

Mientras que Gaspar disponía de dinero gracias a los frecuentes envíos que reclamaba a sus padres en Vitoria, Cobre tuvo que ingeniárselas para obtener el sustento económico que requería el alto nivel de gastos de su vida «militar». Compinchado con otro soldado del cuartel de Almeida donde estaba destinado, que tenía la llave de un viejo almacén en el que se guardaban diversos objetos antiguos, fueron sacándolos poco a poco y vendiéndolos a un anticuario inglés que regentaba un comercio en la Rambla Pulido de la capital tinerfeña. La venta de algunas armas, cuadros y mobiliario diverso de los siglos XVIII y XIX le ofreció unos suculentos beneficios que se encargó de dilapidar en sus correrías diurnas y —las más numerosas— nocturnas.

A estos ingresos, sumaba otros del economato militar, del que había sido nombrado encargado gracias a sus estudios de Empresariales. Hábilmente, incrementaba las listas de la compra de algunos mandos militares y obtenía productos que luego revendía a sus compañeros; o les decía a los proveedores que la «última partida había sido defectuosa» y la recolocaba a un precio de ganga a la tropa. Siempre mantuvo estos manejos en el más absoluto secreto, incluso con Gaspar, al que hacía creer que, al igual que él, recibía una buena remuneración de sus progenitores.

También en el terreno sexual fue realizando interesantes progresos con la ayuda de su amigo. En esa época postfranquista de gobierno socialista, se defendía la igualdad de sexos y las mujeres preferían que los hombres se fijaran más en su inteligencia que en su belleza; pero en las Canarias, a causa del permanente clima estival, las chicas dificultaban sobremanera esta tarea con sus provocativos escotes y falditas. Gaspar como muchos otros, se distrajo en este empeño y se ligó a una despampanante chica en la discoteca El Coto, de La Laguna, donde habían descubierto que existía la que les pareció una muy interesante vida nocturna. La chica en cuestión era cuatro años mayor que él y a los dieciocho había sido elegida «miss» de aquella población. Cobre, sólo por aprender lo que aún le faltaba por conocer en esas artes, salió con la mejor amiga del vasco, una chica que no hubiera pasado de miss Simpatía en la oficina de la Delegación de Hacienda en la que trabajaba.

En cuanto a las drogas, aparte del hachís y la marihuana —que ya conocía de su vida universitaria—, Cobre tomó contacto con la cocaína, que le pareció la droga más «in» para la vida que pretendía. También conoció algo parecido al LSD que le hizo muy poco efecto, así como la heroína, que ni siquiera quiso probar, viendo lo colgado que estaba un compañero del cuartel que se pasaba los días confinado en el calabozo entretenido con las moscas, a las que recortaba las alas y trataba de hacer desfilar en filas de a tres.

Los dos amigos aprovecharon aquel año de vacaciones pagadas para recorrer la isla de juerga en juerga y de chica en chica, cual abeja de flor en flor, hasta que en los últimos meses de mili, Cobre se enamoró perdidamente.

La belleza en cuestión contaba con dieciocho abriles y se llamaba Ruth María. Sus padres gozaban de una acomodada situación —el padre era un miembro destacado de la Cámara de Comercio— y no vieron con buenos ojos la relación que su hija mantenía con un soldado peninsular del que no sabían nada y que le sacaba seis años a su niña. Ella, sin embargo, no quiso dejarlo y, al terminar el servicio, Cobre le prometió regresar a la isla. Suponiendo que su marcha era definitiva, los padres de la chica se alegraron enormemente y la obsequiaron con un flamante Renault 5 blanco.

Ya en la Península, Cobre dedicó su tiempo a recaudar fondos entre sus familiares para hacer posible su pronto retorno a Tenerife, y hablaba cada noche por teléfono con Ruth María prometiéndole amor eterno.

Incluso Gaspar, que había regresado al País Vasco y trabajaba en la bodega vinícola de su familia, colaboró con la causa cuando descubrió la situación económica real de la familia de Cobre durante una visita que hizo a Hospitalet en busca de juerga.

Así, después de un par de meses en su casa dejándose querer y mimar, Cobre regresó a la isla con el fresco peculio fruto de sus sablazos y se instaló en un apartamento en Puerto de la Cruz, adonde Ruth María, que ahora estudiaba el primer curso de Derecho, iba a visitarlo casi cada día con su coche, muchas noches y todos los fines de semana.

Decidido a encontrar un empleo, Cobre acudió a varias entrevistas de trabajo. En una de ellas, el noruego con el que habló supuso que tenía dotes comerciales al observar que sus orejas podían sostener un lápiz, y lo contrató de vendedor en su inmobiliaria, vendiendo apartamentos a jubilados, en una modalidad nueva: el Time Sharing —en español, «tiempo compartido»—, que permitía a cada jubilado disponer del apartamento durante quince días al año. Como no dominaba ningún idioma se ocupaba de los clientes peninsulares.

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