Authors: Josep Montalat
—¿Un éxtasis...? ¿Y qué tal? —preguntó Cobre.
—Todavía no me ha hecho efecto. ¿No has tomado nunca?
—¿Qué se nota? —preguntó David.
—Es una pasada, es un éxtasis. La misma palabra lo define —respondió, riéndose de ellos.
—¿Se ven cosas? —preguntó Cobre.
—No. No tiene nada que ver con un «tripi». Mamen también ha tomado. Ha compartido una cápsula con Belén. Es la primera vez que toman.
Cobre buscó a las chicas con la mirada. Las vio aparentemente normales, bebiendo y hablando con el resto de los amigos que habían estado en El Pollo Feliz.
—Explícame un poco mejor cómo es el efecto —preguntó Cobre más animado.
—Es relajante…, como si flotases, y tienes buen rollo… El efecto más visible se ve en los ojos. Las pupilas se ponen grandes.
—¿A ver? —preguntó, mirando sus ojos y comparándolos con los de David.
—No creo que veas nada, todavía no me ha hecho efecto... y trata de disimular —le advirtió Tito, apartándose.
—¿Cuánto dura el efecto?
—Unas dos o tres horas... Va bien para acariciarse y hacer sexo.
—Creo que voy a tomar uno —dijo entonces Cobre convencido.
Tito se ofreció a conseguirle un éxtasis por cinco mil pesetas, y aunque Cobre se quejó del precio alegando que costaba casi la mitad de un gramo de cocaína, y David tuvo que prestarle dinero, finalmente le alargó los billetes.
—No saques el dinero así a lo bruto. Disimula un poco —le reprendió Tito antes de dirigirse hacia la barra, donde estaban otros dos chicos del grupo, regresando al poco rato—. Aquí lo tienes, ya verás como te va a gustar —le dijo, dándole su paquete de Marlboro, como si se lo devolviera.
Bajo el celofán de la cajetilla de tabaco, Cobre vio una cápsula plastificada de color blanco, similar a las de los medicamentos. La extrajo y se la guardó en la mano. Luego devolvió el paquete de tabaco a Tito.
—¿Me la trago?
—Hombre, claro..., aunque si prefieres puedes tomarla por vía rectal. Quizás descubras un nuevo efecto —respondió, riéndose de su comentario—. Debes tomarla solo con agua. No mezcles con alcohol porque pierde efecto.
—¿Sólo agua? Acabo de pedir un gin-tonic.
—Dáselo a David. Hazme caso o harás que pierda efecto. Toma —le dio su vaso de agua.
Pasada una medía hora empezó a notar una especie de hormigueo en el cuerpo, pero no estaba seguro de que fuera consecuencia del éxtasis. Miró a Mamen y a su amiga Belén en busca de alguna pista del efecto que les hacía a ellas, y vio que se levantaban y se dirigían al baño. No perdió detalle de las sinuosas curvas de Mamen y sintió irreprimibles ganas de poder acariciar aquel apetecible cuerpo. Al regresar, Tito se levantó y se les acercó para preguntarles algo. Cobre se les unió. Las chicas disimularon cuando lo vieron acercarse.
—Él también se ha tomado uno —les comunicó Tito.
—¿Ah, sí? —dijo Mamen, más relajada al saberlo.
—Sí, y también es la primera vez que lo pruebo —les confesó Cobre. ¿Notáis algo?
—Me siento así como muy bien, pero también un poco rara. Tengo la sensación de que todo el mundo me está observando —dijo Mamen.
—Nadie nota nada, no os preocupéis —las tranquilizó Tito.
—¡Jondia! Ahora noto algo más —reconoció Cobre.
—Ya te está subiendo —dijo Tito, riéndose.
—¡Guauuuh! Qué subidón me está dando —exclamó, apoyándose en un árbol debido a la especie de mareo que notaba.
Las chicas le preguntaron que cantidad había tomado y Cobre después de responderles: «una capsula», propuso acomodarse en los asientos de aquel lugar, apartados del resto del grupo. Al poco rato vino Gus, el novio de Belén y se acuclilló junto a ella.
—¿Cómo estás? ¿Te ha subido? —le preguntó.
—Sí, creo que me está subiendo. Me siento un poco rara, pero bien —respondió la chica, cogiéndole la mano.
—¿Te lo has tomado? —preguntó luego a Cobre.
—Sí —respondió él, suponiendo por la pregunta que había sido a Gus a quien Tito le había comprado el éxtasis—. ¡Uffff! Es genial —añadió con los ojos semicerrados y una gran sonrisa.
—¡Uy, sí! —dijo Belén, mirando con sus bellos ojos a Gus.
Gus sonrió besándola en la mejilla mientras ella, con los ojos cerrados, en estado de placidez, se dejaba hacer.
—Yo también me siento muy a gusto ahora —comentó Mamen.
—La vida es maravillosa —sentenció Cobre, estirando sus brazos.
Permanecieron un rato en silencio mientras Gus besaba lentamente a Belén. Mamen, sentada a su lado, sonreía sin decir nada.
—¿Qué tal? —le preguntó Cobre.
—Bien… muy bien —respondió ella.
—Es fantástico, ¿verdad?
—Sí, es muy agradable —respondió simplemente Mamen sin ganas de hablar demasiado, muy al contrario de Cobre, que empezó a filosofar en voz alta.
—No sé de qué nos preocupamos, ni de qué tenemos miedo, si la vida podría ser maravillosa… todos juntos, sin malicia ni malos rollos… felices y dichosos de lo que se nos ofrece…
Cobre se sentía imbuido de pensamientos positivos, que iban desde el desprendimiento de Mahatma Ghandi hasta las más altas disertaciones de Pedro Picapiedra
Las chicas sonreían con los ojos semicerrados, escuchándole. Después de unos minutos de perorata, sintiéndose extrañamente generoso, preguntó si querían algo para beber y se fue en dirección a la barra del
pub
a por las bebidas. Notó que caminaba raro y se frotó los ojos al tiempo que intentaba disimular su estado. Se puso al lado de David, que se giró dejando al chico con el que estaba hablando.
—¿Qué tal? ¿Te ha subido?
—¡Fuahhh! Es genial. Deberías tomarte uno —le dijo Cobre.
—Quizás otro día. He quedado con Montse.
David le dijo que tenía las pupilas muy dilatadas y Cobre le pidió que le ayudara a llevar las bebidas, no se veía capaz de hacer dos viajes, y se sentó junto a Mamen suspirando visiblemente.
—¿Estás bien? —le preguntó la chica.
—Uy, sí, muy bien. Ahora mismo lo siento todo fantástico… Estar aquí sentado, bebiendo, fumando, escuchando la música… mirándote. ¿Sabes que eres preciosa? Una beldad, sería la palabra correcta, así… …con el cabello sobre la frente. Eres tan hermosa... pareces una deidad griega del Partenón.
—Gracias —dijo ella, sonriéndole.
—Oye, ¿no podrías conseguirme cinco pastillas para mañana? —le dijo a Gus, girándose.
—¿Cinco éxtasis?
—Sí, para tener para otros días…
—No podré para mañana, los compré en Barcelona. Cuestan cinco mil pesetas cada una.
—Ya, ya lo sé. Ya me vale. Sino puede ser para mañana que sea para el próximo fin de semana.
—Para el fin de semana, quizás sí. Llámame por teléfono el lunes —le sugirió Gus girándose.
—Ahora me bañaría en el mar. ¡Plufff!… —empezó Cobre otro monólogo, recostado en el sillón—. Me tiraría de cabeza y nadaría un rato por debajo del agua. Luego emergería… ¡Plafff!… Me tumbaría de espaldas sobre el agua, flotando… haciendo el muerto, dejando que la luz de la luna se reflejara en mi desnudo cuerpo… Haciendo que brillaran las gotas de agua sobre mi piel… Me quedaría contemplándola… Cerraría los ojos… ¡¡¡Uhaa!!! Qué bien. La vida es tan hermosa...
—Menudo subidón te ha dado —dijo Tito riéndose y dirigiéndose a los servicios.
Gus besaba a Belén y Cobre se los quedó contemplando, pasando luego su mirada a Mamen que tenia los ojos cerrados.
—Es genial... Es una noche increíble —le dijo poniendo su mano sobre la que tenía ella apoyada en el respaldo de la silla. Mamen no lo detuvo y se atrevió a acariciársela—. Estoy tan bien contigo… Ahora, en este momento.
—Yo también estoy bien —dijo ella sin abrir los ojos.
Cobre acercó su rostro y la besó en los labios. Mamen abrió los ojos y pareció como despertar de su letargo. Se reacomodó en el asiento y bebió de su zumo. Miró a Belén y a Gus y los vio cogidos de la mano, con los ojos cerrados bajo el efecto de la droga. Miró luego a Cobre. Él aprovechó para darle otro beso en la boca y, esta vez, Mamen entreabrió sus labios aceptándolo.
—Te quiero. Eres la chica más deliciosa del mundo —le dijo, antes de volverla a besar.
Tito regresó del baño e interrumpió a todos.
—Tortolitos. ¿Vamos al Chic?
Nadie respondió. Gus y Belén intercambiaron unas palabras. Belén había venido de Barcelona con Mamen y estaba en su casa. Se puso de cuclillas a su lado y le dijo que si no le sabía mal dormiría en casa de su novio. Le preguntó qué iba a hacer ella. Mamen miró a Cobre en busca de una respuesta.
—Nos quedamos un rato más —respondió él.
Cuando sus amigos se fueron se besaron largamente, mientras Cobre no dejaba de decirle que era la mujer de su vida. Después planearon marcharse a casa de Mamen, ya que no estaban sus padres. Ella se sentía incapaz de conducir su motocicleta y decidieron dejarla allí aparcada y recogerla al día siguiente. Se levantaron con la intención de irse sin despedirse de nadie. Cobre cedió el paso a la chica y al tiempo que sorteaban las sillas en busca de la salida, su mirada quedó fija en los sensuales glúteos que se movían bajo los Levis 501 que llevaba puestos despertando su libidinosa imaginación y mientras iban en silencio en busca del Panda, fantaseaba viéndose con ella en la cama. Se la imaginaba completamente desnuda, de rodillas sobre el colchón, con sus cimbreantes pechos moviéndose al compás de las embestidas que él le daba mientras la chica miraba a Cuenca. Despertó de su ensoñación al ver que no era capaz de atinar la llave del coche en la cerradura.
—¡Uffffs! Creo que yo tampoco me veo capaz de conducir —reconoció mirando sus llaves.
—¿No? —dijo Mamen al otro lado del vehículo.
—Mejor que no. No me veo siquiera capaz de girar la llave.
—¿Qué hacemos, entonces? —preguntó, desconcertada.
—Tendremos que pedir un taxi. Será lo más prudente.
Se dirigieron a pie hacia la esquina de la calle, donde estaba la carretera.
—Vamos a ese hotel de ahí y pediremos uno —propuso Cobre, señalando las luces que, a unos 200 metros, anunciaban el Hotel Terraza.
Al llegar a la puerta del hotel, intentaron abrirla, pero estaba cerrada. A través de los cristales, vieron a un señor dormido, sentado en una butaca.
—¿Qué hacemos? —preguntó Mamen.
—Tendremos que despertarlo. Le diremos que hemos tenido una avería en nuestro coche y que precisamos un taxi —propuso él, pulsando el botón del timbre.
El portero pegó un salto en el asiento. Se levantó de la butaca y fue hacia la puerta.
—¿Qué habitación tienen? —preguntó nada más abrirles.
—No, no estamos alojados en el hotel —respondió Cobre—. Hemos tenido una avería en el coche y nos haría falta pedir un taxi.
El hombre les echó un vistazo, extrañado.
—¿Un taxi a estas horas? —dijo, mirando su reloj.
—Sí, por favor ¿Nos lo puede pedir? Es una emergencia —intervino Mamen, haciendo uso de su femenino encanto.
Los hizo pasar y desde la recepción realizó la llamada. Les dijo que vendría en unos minutos. Cobre sacó una moneda de cien pesetas y la dejó sobre el mostrador. Esperaron fuera la llegada del taxi. Cobre abrazó a Mamen por detrás mientras le daba cariñosos besos en el cuello y, cual si fuese la estatua de cuatro brazos de Shiva, colocó sus manos sobre sus pechos, llevándose una primera impresión de su firmeza, y consiguiendo que por empatía su órgano masculino adquiriera una solidez similar.
El coche no tardó en recogerlos y arrancó en dirección a Canyelles Petites, una urbanización que quedaba al otro lado de la bahía de Roses. Durante el trayecto, Cobre no dejó de acosar a la chica, mostrando especial preferencia en ser más pulpo que besugo.
—Te noto tanto... Eres maravillosa. Estoy en la gloria, ahora mismo —le dijo extasiado en voz baja, mientras ella dejándose hacer sonreía sin decir nada—. Noto cada célula de tu piel... Siento tu tacto... —siguió con su verborrea el manual básico previo al ritual del apareamiento.
Por fin, llegaron. Mamen pagó el viaje y Cobre, fruto del afectuoso estado que sentía, se despidió gentilmente del taxista propinándole un sonoro beso en su calva. Subieron las escaleras de acceso a la puerta principal y fueron directos a la habitación. Cobre tumbó a Mamen sobre la cama y casi en la penumbra, como buen «pelagambas», la fue desnudando. Ella, medio atontada, con una sonrisa beatífica, se dejó hacer.
—Eres la mujer de mi vida... Te siento tanto… —exclamó Cobre, con su cuerpo sobre el de la chica.
—Yo también te siento mucho…
—¿Sí?
—Sí… pero ahora… sobre todo ahora, mucho más. Tu codo está clavado en mi esternón —se quejó Mamen, apartando un poco su dolorido cuerpo.
—¡Ah! Perdona.
Hicieron el amor muy lentamente, descubriéndose y acariciándose todos los rincones de sus cuerpos. Después Cobre ya no pensó en sus anteriores fantasías y lo hicieron en la clásica postura del badajo: él arriba y ella abajo. Apaciguado el deseo carnal, permanecieron desnudos sobre la cama, y todavía bajo el efecto de la droga, se explicaron las relaciones afectivas que habían tenido mientras se acariciaban con inusual lentitud. Mamen destacó que para ella la sinceridad era la cualidad que más valoraba en una relación amorosa y se abrió a él revelándole lo que más le gustaba en cuanto al sexo. Cobre por su parte monologó sobre la bondad de la vida y lo fantástico que sería el mundo si todos se amasen unos a otros.
Al día siguiente, al despertarse, ya no sentía los efectos del éxtasis. Le dijo a Mamen que debía ir a trabajar. Quedó en llamarla a Barcelona durante la semana, antes de que se marchase a Irlanda, y salió de la casa. Fue en busca del Panda y recordó que habían llegado a la casa en taxi. Pensó entonces también en la motocicleta de Mamen, y que le había prometido acompañarla a recogerla, pero en aquel momento no se sentía muy dispuesto a ser un buen samaritano. Descendió por una calle en dirección a la no muy lejana playa. Entró en un hotel y pidió que le llamaran un taxi. Cuando la recepcionista lo hubo hecho, hizo ver que buscaba una propina en su bolsillo aunque sabía que no llevaba ninguna moneda encima, y se excusó con una sonrisa de buzón de correos. Cuando llegó el vehículo pidió que lo llevaran directamente al restaurante, de cuya caja registradora había previsto sacar el dinero para pagarlo.
Aquel domingo le costó trabajar. El mundo no era tan maravilloso como lo había sentido la noche anterior bajo los efectos de la droga. Sentía un bajón en su estado anímico. Se arrepentía de haber hablado más de la cuenta y también se arrepentía de haber pedido los cinco éxtasis a Gus. Veinticinco mil pesetas, pensó, era mucho dinero. El lunes no lo llamó.