Authors: Josep Montalat
Se incorporó de golpe al oír como se abría una puerta y apareció Gunter abrochándose los botones de la camisa mientras se le acercaba.
—¿Tú... trico-trico? —preguntó el alemán cuando llegó a su lado, señalando la habitación de donde había salido.
—¿Trico-trico? —preguntó Cobre extrañado.
—Janet… Cobra… ¿trico-trico? —dijo el alemán, haciendo el peculiar gesto de un dedo entrando en un aro que le había hecho antes.
—¿Yo trico-trico con Janet?
—
Ja
… sí. Ñaca-ñaca —dijo ahora, moviendo su cintura, animándolo a entrar.
Cobre se lo pensó. Nunca se había tirado a una rubia que sobrepasara los 190 cm y le tentó la oferta. Abrió despacio la puerta, miró en su interior y vio a Janet boca abajo sobre la cama completamente desnuda. Cerró la puerta tras él y gracias a la luz del nuevo día que se colaba por la ventana se acercó a ella sin tropezar con nada. De pie, se quedó mirando a la chica que parecía dormida. Su vista quedó fijada en su blanco culo. Lo acarició con la mano y lo sintió frío. Se sentó sobre la cama y la besó en el cuello, al tiempo que puso la mano derecha entre sus piernas hasta localizar su pelambrera y le acarició el sexo, moviendo sus dedos en círculos sobre su clítoris. Al ver que la chica no reaccionaba, probó moviendo los dedos en sentido contrario al de las agujas del reloj, pero ella seguía inerte, como si fuese un cuerpo recién salido de un frasco de formol. Se sintió ridículo, se levantó y salió de la habitación.
—¿No trico-trico? —le preguntó el alemán nada más verlo aparecer.
—No… Janet está durmiendo —respondió alzando los brazos en plan de resignación.
—
Ja… bessoffene.
(«Sí... borracha.») —dijo Gunter, gesticulando con las manos y la cara dando a entender que había bebido mucho.
Cobre se sentó a su lado y encendió un cigarrillo. El extranjero le dijo que no podía dormir, se levantó y regresó con un vaso lleno de agua en el que puso una pastilla efervescente. Le dijo que era para la resaca y le ofreció una. Cobre viendo que aquella noche se había quedado sin chicha y sin limonada aceptó el medicamento y se fue a buscar otro vaso de agua. Estuvieron hablando cerca de dos horas, entendiéndose como pudieron, utilizando palabras en español, en francés, en inglés y en alemán, mezcladas con todo tipo de gestos en otros idiomas. El hombre le explicó que padecía de insomnio crónico y apenas dormía, le contó que las chicas eran belgas, de la zona alemana de aquel país. Hacía sólo dos días que las había conocido, en una discoteca de Empuriabrava llamada Girasol. Estaban en un camping y les había propuesto instalarse en su casa.
Contó que él era de la zona de Baviera, que había nacido en una ciudad llamada Friedberg pero que vivía en Munich y se dedicaba a los
business
, dijo en inglés. Cobre le habló de él. Le explicó que había abierto un restaurante en Empuriabrava, donde hacían pollos con fuego de leña. Gunter le prometió pasar a verlo y a cenar. El sol hacía rato que había salido y los haces de luz entraban por las rendijas de los ventanales. El alemán se levantó y subió la persiana de la puerta que comunicaba con el cobertizo. La luz del día inundó el salón. Salieron a un porche que daba a un jardín muy bien cuidado, dieron un pequeño paseo por entre los setos y los árboles hasta que llegaron a un canal. Allí había una gran lancha motora, de dieciocho metros de eslora, varada junto a la parcela. Subieron al enorme barco y el alemán le mostró la cabina de mando y el interior, en el que había un pequeño comedor y varios camarotes. Toda la embarcación estaba enmoquetada y decorada con gusto. Se sentaron en el suelo de la cubierta y dejaron que el sol los bañase. Gunter se recostó y abrió su camisa para que el sol lo tostase. Cobre pensó que tendría unos cincuenta y pico años y que se le veía muy bien conservado. Permanecieron tumbados un buen rato.
Con el cansancio acumulado, Cobre, que ya de por sí era de sueño fácil, se quedó completamente dormido. Cuando despertó, el alemán no estaba. Lo encontró sentado bajo el porche de la casa, en una mesa en la que daba el sol, tomándose un suculento desayuno compuesto por varias lonjas del jamón serrano de Guijuelo recién adquirido. En el salón, había una mujer limpiando, que ya había arreglado el desorden de la pasada noche y estaba barriendo entre los sofás. Vio su camisa colgada aún sobre la silla y fue a recogerla. Entonces se dio cuenta de que no estaba la ropa de su amiga. Salió a la terraza.
—¿Y Azucena? —pregunto a Gunter extrañado.
El alemán, como pudo, le explicó que hacía un rato se había marchado con Elga.
—¿A pie?
El hombre le hizo entender que las chicas belgas tenían su coche aparcado fuera de la casa. Luego lo invitó desayunar con él. Tenía hambre y aceptó. Gunter le recortó algunos trozos de la ya muy descarnada pata negra que había en un soporte de madera sobre la mesa. Poco después, el alemán se fue al baño de arriba, mientras él se quedó degustando con hambre el delicioso jamón de bellota. Al volver, le notó algo raro en el rostro y se dio cuenta de que estaba sin sus dientes. Gunter le explicó que había dejado su dentadura limpiándose y Cobre comprendió que después de aquel atracón, los dientes se merecían un descanso, y sin hacer ningún comentario siguió tomándose su desayuno, hasta que poco después se despidieron dándose la mano y salió de la casa.
Automáticamente, dirigió sus pasos hacia el restaurante, un lugar que le otorgaba cierta paz después de lo sucedido, que no acababa de asimilar y lo perturbaba. Azucena le gustaba y las ilusiones que durante los últimos tiempos lo habían estimulado se esfumaban.
El éxtasis
Cobre estuvo una semana sin salir. Se sentía bajo de ánimos y se centró en el trabajo. Un fin de semana, Gunter apareció en el restaurante con un grupo de extranjeros entre los que reconoció a Elga y Janet. El alemán le dijo que después de la cena iban a ir al tablao flamenco de Los Arcos, a ver bailar a Azucena. Por lo que entendió, no era la primera noche que iban a verla. Gunter lo invitó a encontrarse con ellos allí más tarde. Él le dijo que quizás iría, pero sabía de antemano que no lo haría. El hecho de que la andaluza gozase con el efecto Axe había roto sus esquemas.
Aquel día, tampoco salió, aunque, no obstante, tres noches después de aquella visita se animó a salir con David. Fueron primero al
pub
de siempre, el Captain Dick, donde coincidieron con Rosi, la amiga de Azucena. Estaba con otra chica, bailarina también, a la que conocía de vista. Preguntó por Azucena y Rosi le dijo que últimamente solía ir muy a menudo al Girasol, una discoteca que se encontraba junto a la playa, con el alemán del accidente y otros extranjeros. Cobre supuso que Rosi no conocía todo lo ocurrido en casa de Gunter. Como tampoco se lo había explicado a David, no quiso hacerle más preguntas delante de él y se fueron al Chic.
El sábado siguiente salió solo y se atrevió a ir al Girasol. Nunca había estado allí, pensaba que iban sólo turistas. Encontró a Gunter. Bueno, más bien fue él quien lo encontró, ya que al asomarse a la enorme terraza, el alemán de lejos le hizo señas para que se acercara a su mesa.
—Amigoooo... Cabraaaa —le saludó efusivamente nada más llegar a su altura.
—Hola, Gunter, ¿qué tal? —le dijo Cobre sin rectificar esta vez el nombre.
Azucena, Elga y Janet estaban con él, junto con otros extranjeros.
—Hola, Cobre —saludó la andaluza contenta de verlo.
—Hola, Azucena. ¿Cómo estás? —contestó él, acercándose a su asiento, dándole dos besos en las mejillas.
—Bien, qué alegría verte de nuevo —respondió la andaluza mirándolo a los ojos, con una sincera sonrisa en su hermoso rostro.
—Hola, Cobre —oyó que le saludaba Elga con acento extranjero, sentada a su lado.
—Hola —contestó, besándola también.
—Cabra… ¿Champán? —le preguntó Gunter, que estaba sentado al lado de Janet.
—Ja, ja, ja —rio Azucena—. Siempre dice Cabra cuando habla de ti. Yo ya se lo he corregido varias veces.
—Es Cobre. Mi nombre es Cobre, no Cabra —dijo un poco molesto.
—Ah…
Ja
… Cobre… ¿champán? —le ofreció Gunter, alzando sonriente la botella.
—No, gracias. Estoy tomando un gin-tonic —respondió, señalando su bebida.
—Fiestaaa —gritó el alemán alegre como siempre, levantando la copa.
—Fiesta —respondió él por cortesía, sin entusiasmo, levantando su vaso de gin-tonic hacia Gunter y Janet, que le sonreía.
—Siéntate aquí con nosotras —invitó Azucena.
—No, gracias. Estoy con un amigo —mintió, empezando a darse la vuelta.
—Espera —le dijo ella entonces, levantándose—. Voy contigo dentro.
Juntos se apartaron del grupo.
—Estás enfadado conmigo, ¿verdad? —le preguntó Azucena nada más alejarse de la mesa.
—Bueno, la verdad es que sí… un poco... bueno, bastante —puntualizó.
—Debía habértelo dicho antes.
—Supongo que sí.
—Bueno… ahora ya lo sabes… me gustan las chicas… no es algo que se vaya diciendo por ahí... supongo.
—Ya, supongo que no —respondió secamente Cobre.
Estaban a las puertas de la pista de baile, que lindaba con la terraza. La música sonaba fuerte y mucha gente bailaba. Se quedaron fuera en el umbral.
—Lo siento, Cobre. Siento que tuvieras que saberlo así. Me caes muy bien y me gustaría poder seguir siendo tu amiga —le dijo mirándolo a los ojos con sentido afecto.
—Ya, ¿amigos?, sólo amigos, supongo que es lo que quieres decir —dijo él, mirándola con crudeza.
Azucena bajó la mirada, dolida. Cobre vio que unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas, pero sin decirle nada se apartó de ella entrando a la discoteca. Se mezcló entre la gente y, protegido por ellos, miró hacía la puerta. Azucena lo buscaba con sus ojos llorosos sin verlo; entonces dejó su bebida apoyada en el primer sitio que encontró a mano y salió del Girasol.
Poco a poco, reanudó su vida normal, incluidas las salidas, día sí, día no, a la discoteca Chic. Allí conoció a un chico de Barcelona llamado Tito, cuyos padres tenían un chalet en Roses y con el cual, a falta de David —que salía poco—, empezó a conllevar su afición a la cocaína y al desmadre nocturno. Tito le presentó a su grupo de amigos, gente bien, de Barcelona en su mayoría, cuyos padres tenían segundas residencias en aquella zona costera.
Y entre esas amistades, una de esas noches, las hormonas de Cobre volvieron a descontrolarse atraído por las homologadas redondeces de Mamen, una de las amigas de su nuevo amigo, que le hizo olvidar el desengaño sufrido con Azucena. Tras las preguntas que le hizo a Tito, llegó a saber que hacía poco había cortado con un chico de Sabadell y estaba libre «temporalmente».
Supo que era la hija menor y rezagada de un médico que tenía la consulta privada en su domicilio de la parte alta de Barcelona y sus padres tenían una casa sobre la playa de Canyelles Petites, una hermosa cala cercana a Roses. También se enteró de que los dos hermanos que la precedían le llevaban casi veinte años de diferencia, eran hijos de la primera mujer de su padre y Mamen apenas tenía contacto con ellos. Al igual que sus amigos, era una chica pija, se le notaba el ramalazo en el hablar y en el hacer. Su mejor amiga, Belén, también formaba parte del grupo de Tito. Las dos compartían afición por la ropa de calidad. Su marca preferida era Privata. Ambas tenían unas pequeñas libretas en las que anotaban detalladamente su vestuario y el modo de combinarlo y antes de salir de casa escogían con detenimiento lo que se iban a poner. Entre ellas era normal intercambiarse ropa, ya que de cuerpo eran como una fotocopia. Mamen tenía casi la altura de Cobre, el pelo lacio, casi rubio y una esbelta figura.
En una conversación telefónica con Gaspar le habló de su especial interés por aquella chica. Hacía un par de meses que su amigo se había echado novia fija y lo animó a seguir su ejemplo, diciéndole que no la dejase perder si realmente le gustaba tanto.
—Además te será agradable estar en la cama con una mujer que no tengas que hinchar —añadió el vasco al final con su acostumbrada puya.
A primeros de agosto Gunter se presentó a cenar en El Pollo Feliz, junto a un numeroso grupo de personas. Elga y Janet se habían ido a Bélgica, y no parecía echarlas en falta, ya que venía con otras chicas extranjeras, una de las cuales, por lo que vio, estaba sustituyendo a la espigada belga. No hablaron de Azucena y Gunter le comentó que el viernes de la semana siguiente iba a celebrar su fiesta de cumpleaños en el Girasol, que estaba invitado y que llevase a quien quisiera. Cobre para quedar bien le dijo que lo tendría en cuenta, aunque no estaba muy convencido de presentarse, sobre todo ahora que habían cambiado las circunstancias con la aparición en escena de Mamen, de quien se había enamorado y que, precisamente, también esa noche apareció en el restaurante, con Tito y varios amigos y amigas. Se sintió muy nervioso al verla y no dejó de mirarla y de hacerse notar mientras atendía la mesa en la que se sentaron.
Cobre al final de la cena, avisó a Tito de que iba a preparar un par de rayas de cocaína en los servicios. Tito dejó pasar unos minutos y se dirigió a los baños, y mientras tomaba su porción de droga le propuso encontrarse con ellos en Roses, en un
pub
que se inauguraba esa noche llamado Daikiri, cuyo propietario era un conocido suyo.
—No sé. No tenía pensado salir esta noche —dudó Cobre—. Estoy un poco cansado.
—Te tomas otra raya y listos. Venga… que estará Mamen, y la semana que viene se va a Irlanda —lo animó, dándole un pequeño golpe en el abdomen.
—¿A Irlanda? ¿Para qué?
—A estudiar inglés. Si no aprovechas, igual allí le toca la gaita a otro.
—Vale, me pasaré un rato.
Mientras hacían la caja del día, Cobre convenció a David para que lo acompañara al nuevo
pub
, que, según Tito, estaba en la zona de Salatá, cerca del lugar donde había habido un castillo. Cerraron el restaurante, tomaron una ducha en el apartamento y se fueron cada uno con su coche, ya que David había quedado con Montse, su reciente conquista, en el Chic y él no estaba seguro de proseguir la noche.
Encontraron fácilmente el Daikiri. Ocupaba lo que antes había sido un chalet y estaba decorado al estilo hawaiano, con abundante madera. Resultaba acogedor y estaba muy animado. Enseguida vieron a Tito y lo saludaron.
—Nos acabamos de tomar un éxtasis —les comentó.