Goma de borrar (41 page)

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Authors: Josep Montalat

BOOK: Goma de borrar
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Después de este suceso, Mamen dio por definitivamente terminada su relación con Cobre y estuvo un tiempo sin venir por Roses. Al hecho del desplante que le había hecho su novio en la casa de Gunter, se había añadido la confidencia que le relató Sonia de que lo había visto con una chica rubia, alta y de apariencia extranjera cenando en una pizzería de Empuriabrava, y que los dos habían estado hablando durante toda la comida con mucha confidencialidad.

Cobre, a través de Tito, había ido conociendo algunos de los movimientos de Mamen. Supo, entre otras cosas, que había dicho a Belén que no iba a volver con él, que seguía con sus estudios de filología y que se había apuntado a la asociación de «Cáritas» para ayudar, dos tardes a la semana, a gente mayor con pocos recursos que vivía sola. Pasados dos meses, su amigo le contó que su ex salía con alguien. Eso le dolió mucho. Se sentía culpable de haber echado a perder la relación con aquella chica y desgraciadamente para él se daba cuenta demasiado tarde. Consideraba que desde la noche de Halloween había cambiado mucho y que ahora quería dejar sus correrías, en busca de chicas variadas de buen ver y mejor tocar, y tener una relación de pareja que fuera para toda la vida, pero ya no tenía la posibilidad de hacérselo ver a Mamen. También se había propuesto hacer una vida más sana. Buscarse un trabajo normal, dejar el tabaco y el consumo abusivo de cocaína y apuntarse en un gimnasio. Por aquellos días, un amigo le habló de una señora que adivinaba el futuro con las cartas. Fue a verla. Lo que le dijo no le reconfortó. Al final de la conversación le comentó que con un «pequeño suplemento» a sus honorarios habituales podía arreglar cualquier asunto de amores. Cobre le dijo que lo pensaría, ya que no llevaba bastante dinero.

Poco tiempo después, la noche de un sábado, bastante tarde, vio a Mamen en la discoteca Chic. Estaba en la zona más tranquila, hablando con un chico al que no conocía, con sus manos puestas sobre las de ella, los dos hablando muy acaramelados, mirándose a los ojos. Se sintió muy celoso. Discretamente, los estuvo espiando. Más tarde los vio salir y subirse en un coche rojo. Cobre corrió hacia el suyo y estuvo pendiente de la aparición del vehículo cuando salió del parking y enfiló en dirección a Roses. Sospechó acertadamente que los padres de Mamen no debían de estar en su casa de Canyelles y que se dirigían hacia allí. Al llegar vio el coche aparcado delante de la puerta de la casa y comprobó que el Renault 15 de los padres de Mamen no estaba. Sentado dentro del Volskwagen Golf se quedó observando la casa. Vio que la habitación de Mamen se iluminaba y que unas sombras pasaban por delante de la ventana. Poco después, la luz bajó de intensidad y veinte minutos más tarde se apagaron del todo. En aquel instante por el rostro de Cobre se deslizaron unas lágrimas.

Pocos días después, le llamó Gunter diciéndole que Sindy había muerto. Cogió un avión y viajó a Amsterdam para participar en su sepelio. Petra estaba desconsolada y Gunter se mostró muy afectado. El hermano de Sindy, Adriaen, al que conocía de cuando había estado en Empuriabrava y que hablaba español, le contó al día siguiente en un bar lo que había sucedido. A Sindy la encontraron muerta en su habitación en la casa de Otto. Fue Noai, la sirvienta antillana, quien la halló sin vida. Otto estaba de viaje con el equipo del Ajax, y Noai había llamado a Adriaen, que no vivía muy lejos. Se presentó en la casa y vio a su hermana caída en una extraña posición sobre la cama con una jeringuilla a sus pies. Avisó enseguida a una ambulancia y cuando llegó confirmaron que estaba muerta. Adriaen, mientras había estado esperando los auxilios médicos, recogió la papela con la heroína que estaba sobre la mesilla y se guardó la mitad en un sobre. Aquella misma mañana el laboratorio le había dado los resultados del análisis de la droga, que habían detectado, mezclado con la heroína, «Diazepan», «Fenobarbital», bicarbonato, tripelanamina, estrictina e incluso talco, o sea, una mezcla mortal. Cobre regresó a España muy trastornado.

Desde la noche de Halloween, se había planteado dejar el negocio de la venta de cocaína, pero con la muerte de Sindy, desde el avión de Iberia en que regresaba a Barcelona y contemplaba distraídamente las cercanas nubes, se sintió mucho más decidido a dar este profundo giro a su vida. Una azafata que repartía la prensa le ofreció un periódico en español. Lo cogió y pasó las hojas en busca de su horóscopo. «No son buenos momentos para hacer cambios», leyó, entre otras cosas, debajo del signo de Sagitario. Dudó de sus buenos propósitos. Hojeó el resto del diario de aquel doce de febrero. En el apartado de sociedad leyó un artículo que hablaba sobre las costumbres y el gasto previsto de los españoles en el ya próximo Día de San Valentín. Con tristeza, pensó en Mamen y, mientras seguía mirando por la ventanilla, recordó imágenes y situaciones con ella. La veía riéndose, cogiéndose el pelo, caminando alegre a su lado, bailando en el Chic y encima de la carroza en los carnavales, nadando con la ropa interior en la piscina de Le Rachdingue, mostrando alegre una seta en el bosque, cerrando sus hermosos ojos cuando hacían el amor. Con una sonrisa, recordó la vez que, en Canyelles, en casa de sus padres, saliendo del baño resbaló desnuda y cayó de bruces al suelo junto a la cama. Unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas y con disimulo, tratando de evitar que lo viera la señora sentada a su lado, se las secó con el dorso de la mano. Estaba en plena fase «corazón partío». Reconocía que con su actuar había obtenido por méritos propios la cátedra de idiota. Le vino a la mente el comentario que Petra hizo en el entierro de Sindy, cuando preguntó por ella y se enteró que lo habían dejado. Le había dicho que lo más valioso de las relaciones era la comunicación, que aunque no lo pareciera estaba muy unida con Gunter, y que gracias a esto seguía felizmente casada. Él por el contrario había perdido a Mamen para siempre y ahora, cuando no tenía oportunidad de recuperarla, se daba cuenta de que realmente la quería.

Llegó cerca de las once de la noche a Empuriabrava. Había comido algo en la autopista y estaba cansado. Cuando iba subiendo las escaleras hacia su habitación un pensamiento cruzó por su mente. Bajó los cinco escalones y entró en la habitación de enfrente. Abrió la luz, recogió la estampa del barbudo santo que estaba sobre la cómoda y se la llevó arriba. Sentado sobre la cama, contemplando la imagen, rezó con devoción una oración pidiendo ayuda para recuperar a Mamen. Pero la imagen no emitió ninguna luminiscencia como esperaba. Probó con una segunda oración y luego con una tercera, concentrándose en cada una de las frases. Decepcionado, se desvistió, se metió en la cama y cerró la luz.

Esa noche soñó. En su sueño conocía a una chica extranjera, alemana, sobrina de Gunter. Se casaban. Con el dinero de ella pagaban el traspaso del
pub
New York y lo abrían con el nombre de Bonnie & Clay. Al principio parecía ir todo bien pero él empezaba a engañarla con una de las camareras del pub. Su esposa lo descubría y discutían violentamente. Pasaban un periodo de semitranquilidad en el que dejaba en estado a su mujer, pero en los siguientes meses después de tener al niño, él se aficionaba a la bebida y a visitar un club de chicas de la carretera de La Escala. La relación entre los dos iba fatal. Las discusiones eran continuas y él cada vez bebía más. Sabiendo los frecuentes deslices que Cobre tenía con todo tipo de chicas, la alemana se liaba sin que él se enterara con el profesor de aeróbic de un gimnasio recién inaugurado en el Club Náutico de Empuriabrava. Después, su mujer se quedaba embarazada de su atlético amante y tenía una hija sin que Cobre supiera que no era suya. Unos meses más tarde, después de continuas discusiones y engaños, la alemana lo plantaba por el monitor del gimnasio y con los dos niños se marchaban a vivir a Mallorca. Cobre se despertó de un sobresalto; estaba sudoroso. Aliviado, vio que todo había sido una pesadilla. Poco después volvió a dormirse y a soñar de nuevo. Esta vez se le aparecía el santo de la ilustración con un iluminado aura alrededor de la cabeza. Le decía que el sueño que había tenido sería su vida si no cambiaba. Que podía modificarla si borraba su pasado, actuaba correctamente con la gente próxima a él y se dejaba de adivinadoras y horóscopos. También le decía que el día trece de marzo era la fecha en que se celebraba su onomástica y que en aquel día podría ayudarlo al disponer de «gracias especiales», siempre y cuando pusiera también algo de su parte.

Por la mañana, Cobre despertó recordando perfectamente los dos extraños y tan distintos sueños. Vio la estampa del santo sobre la mesilla de noche, se la puso en su cartera y se fue a desayunar a El Bodegón, su lugar de costumbre. Después de pedir el tradicional bocadillo de lomo con queso y un café con leche, preguntó al dueño del bar por Hanz, un alemán que trabajaba en una inmobiliaria cercana y que cada día a las once y media solía tomarse una cerveza en el bar, y el hombre le dijo que todavía no había venido aquella mañana. Cogió El Punt Diari y pese a sus deseos no leyó el horóscopo. Cuando ya terminaba el desayuno llegó Hanz. Lo hizo sentarse con él, le mostró la estampa y le pidió que le dijera de qué santo se trataba. Hanz le dijo que ahí ponía que era san Humberto y que el escrito que figuraba bajo la imagen del barbudo no era una oración sino una breve explicación de su vida. Le tradujo lo que decía. Cobre tomó nota mental de algunos datos significativos. El santo había nacido en Aquitania en el siglo VII y había muerto en el año 727. Era el patrón de los cazadores, lo que le justificó que la ilustración estuviera en la casa de Gunter. Etimológicamente, el nombre venía de la lengua alemana y significaba «el pensador luminoso», lo cual le sorprendió notablemente. Pero mucho más le sorprendió lo que Hanz leyó del final del texto. Originalmente, la fecha de celebración de ese santo había sido el trece de febrero, o sea, la fecha de aquel mismo día, y luego se trasladó al trece de marzo, que, tal como recordaba, era el día en que el santo le había dicho en su sueño que podría volver a ayudarlo. Se quedó más que sorprendido pensando que los sueños de la pasada noche podían ser una pequeña ayuda que le había ofrecido el santo en su antiguo aniversario. Animado, salió del bar y se dirigió a una floristería, donde pagó un ramo de flores para que le fuera entregado a Mamen en Barcelona, con una nota en la que le decía que había descubierto que la quería más de lo que pensaba, que lo perdonara y que por favor aceptara verlo.

A la mañana siguiente, fue a la iglesia de Castelló d’Empúries con la intención de confesarse. Fue recitando al capellán lo que llevaba anotado en un papel y al cabo de unos veinte minutos, el sacerdote que lo había estado escuchando pacientemente, le dio la absolución. Por la tarde, fue a Figueres a ver a David, su antiguo socio de El Pollo Feliz. Tomaron unas bebidas en el bar cercano a la gestoría y le pidió perdón por todo lo sucedido cuando trabajaban juntos. De vuelta a Empuriabrava, llamó a su amigo Gaspar al País Vasco y le reveló el verdadero motivo por el que había tenido que dejar el negocio de los pollos.

—No existe adversidad que por sinecura no se trueque —le respondió su amigo.

—¿Qué quieres decir?

—No hay mal que por bien no venga —le tradujo—. Ahora gano más con el restaurante. Cobre le contó lo de su ficticio trabajo en la inmobiliaria y le explicó lo de su dedicación profesional al comercio con la cocaína y que ahora estaba muy dispuesto a hacer un profundo cambio en todos los aspectos de su vida. Gaspar, un poco incómodo con aquella repentina sinceridad, quiso distender la conversación.

—Bueno, me parece bien que hagas ese gran cambio —le dijo al otro lado de la línea—. Pero los grandes cambios entrañan ciertos riesgos a los que tú no estás acostumbrado, y debes vigilar por tu espalda. Pídele al médico que no te ponga unos pechos demasiado exagerados —bromeó el vasco—. ¡Ah! Y además vigila que el coño no te esté grande y también puedas disfrutar con los penes pequeños.

Unas semanas más tarde, Cobre, de nuevo a través de Tito, se enteró de que Mamen había cortado con el chico con el que había estado saliendo. La llamó. Esta vez ella aceptó verlo y le dijo que la semana siguiente iría a Roses con sus padres. Llegó el fin de semana y el sábado por la tarde se encontraron para tomar un café. Hablaron mucho. Cobre le contó su extraña experiencia con la imagen del santo la noche de Halloween, y cómo lo había cambiado. Mamen escuchó con paciencia su relato, sus disculpas y su proposición de recuperar la relación, pero seguía muy dolida y no se avino a volver a salir con él. A la salida del bar se despidieron con un beso en la mejilla.

Los siguientes fines de semana, Cobre la llamó por teléfono para volver a verse, pero ella le daba largas. Llegó el día trece de marzo y, recordando el sueño de san Humberto, rezó varias oraciones frente a su imagen. Luego llamó a Mamen. Esta vez ella aceptó verlo, y quedaron el sábado, en la casa de Gunter.

La tarde de aquella cita llovía levemente y Mamen entró en la casa plegando un pequeño paraguas. Se sentaron en los sofás para hablar. Al principio, la conversación no iba muy bien, pero media hora más tarde se vislumbró una pequeña esperanza.

—La clave está en la goma de borrar —le dijo Cobre.

—¿Qué quieres decir?

—Si te parece, nos lo contamos todo, sin escondernos nada. Cogemos la goma de borrar y lo borramos para siempre. Luego, si a los dos nos parece bien, empezamos de nuevo, desde cero.

—No lo veo claro —respondió ella, poco dispuesta.

—Lo probamos durante un fin de semana. Si no nos sentimos bien juntos, lo dejamos y ya está.

Mamen no estaba muy convencida. Puso un montón de objeciones, a las que Cobre fue respondiendo. Finalmente, aceptó lo de la «goma de borrar», pero haciendo hincapié, e hincamano, en que el hecho de hacerlo no significaba que ella quisiera reanudar la relación y que al final decidiría si le convenía. Quedaron, pues, en explicarse todo lo que le pudiera doler al otro, si alguno de los dos se hubiese enterado a través de otra persona.

—Empieza tú, pues —le pidió Mamen.

—Vale. Supongo que yo debo ser el primero. ¡Ejem! ¡Ejem! —carraspeó Cobre, aclarándose la garganta, dispuesto a renunciar a su doctorado con «
Cum Fraudem
» y ser por una vez sincero, mientras ella esperaba a que hablase—. Bueno, ahí va lo primero. En este tiempo, desde que dejé el restaurante, no he trabajado en ninguna inmobiliaria —soltó Cobre de sopetón, pendiente de la reacción de Mamen.

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