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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (12 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Siendo vigilante de Lichtenburg, María Mandel trabajó con otras cincuenta mujeres de las
Waffen-SS
con quienes compartía mucho más que un posible acercamiento al gobierno alemán. En este caso la mayoría de las chicas con educación moderada se habían encontrado con una difícil situación financiera y bajos salarios, y ese empleo era una salida a sus problemas. De ahí que Mandel se sintiera prácticamente obligada a tomar la radical decisión de formar parte de uno de los primeros
Konzentrazionslager
femeninos.

No obstante, cuando en su momento se le preguntó si sabía de primera mano lo que suponía un cargo como el de
SS-Aufseherin
, la guardia nazi aseguró que desconocía completamente cuáles iban a ser sus funciones y que de hecho, su intención era obtener un empleo como enfermera. Este dato es cuanto menos curioso, ya que Mandel jamás recibió una educación ni pertinente ni conveniente en este sentido. Por tanto, ante la incongruencia en sus palabras, los investigadores que llevaron su caso dieron por sentado que, o bien les estaba mintiendo, o bien les estaba ocultando la verdad.

Respecto a las funciones que María Mandel realizó como vigilante de las SS en Lichtenburg, estas quedaron recogidas en el acta levantada en Cracovia el 19 de mayo de 1947 por la investigadora Jana Stehna.

«Elegí este trabajo porque oí decir a los supervisores de las mujeres de los campos de concentración que ganaban mucho dinero y esperaba ganar más de lo que podía hacerlo como enfermera. Antes de mi servicio en el campamento de Lichtenburg no sabía lo que eran los campos de concentración ni lo que era su equipo».

El auto no solo especificaba el protocolo empleado por María Mandel en el campamento, sino que hacía hincapié en el hecho de que a los presos se les proporcionaba unas condiciones de vida razonables. Si por desgracia morían, era debido a la vejez. Ni siquiera la
Aufseherin
mencionó los castigos corporales que hipotéticamente se aplicaban a los prisioneros de las instalaciones:

«Comencé a trabajar en Lichtenburg el 15 de octubre de 1938. Inicialmente y durante el primer trimestre trabajé allí de prueba. En ese tiempo a solas no cumplí ninguna función sin estar acompañada de una de mis compañeras para familiarizarme con el trabajo en el campamento. El campamento estaba ubicado en un antiguo castillo, donde se encontraban cerca de 400 reclusas alemanas que en su mayoría eran asociales, después la mayor parte representaban a escritores, sindicatos criminales, judíos y un pequeño porcentaje de presos políticos. Además, allí trabajé con 12 supervisores de la Guardia Senior (Oberaufse-herin), el primero fue Stolberg y Johanna Langefeld, que más tarde trabajaron en Birkenau. Al final del cuarto periodo de prueba, fui contratada como guardiana en Lichtenburg y así hasta el 15 de mayo de 1939».

Como vemos, su estancia en el KL de Lichtenburg fue relativamente corta, no llegó al año, sobre todo porque dichas instalaciones comenzaron a quedarse pequeñas. Uno de estos hechos nos remonta a mayo de 1939 cuando en torno a mil prisioneras de Lichtenburg fueron trasladadas al recién inaugurado campo de Ravensbrück, cerca de Fürstenberg, a 90 kilómetros al norte de Berlín y considerado un monumental campo de concentración para mujeres en territorio alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Junto a las reclusas también se reubicaron a decenas de supervisores. Les ofrecían un excelente alojamiento en un edificio de viviendas construido para la tripulación de las SS y situado a poca distancia del recinto.

A partir de entonces Ravensbrück se convirtió en el principal campo femenino. Su control fue absoluto pasando a desempeñar las mismas funciones que en su momento tuvo el de Lichtenburg. Se calificó a Ravensbrück como «campo de concentración modelo», todo un ejemplo para los futuros centros de internamiento para mujeres que luego se transformarían en los mayores habitáculos de destrucción humana de la historia.

RAVENSBRÜCK, UN PUNTO Y APARTE

En «El Puente de los Cuervos», fúnebre traducción de la palabra alemana Ravensbrück, María rápidamente impresionó a sus superiores por dos motivos: primero por su físico, era muy atractiva, de estatura mediana, pelo rubio, ojos grandes y azules, de tez rosada, rasgos regulares y buena constitución, además de joven, tan solo tenía 30 años de edad; y segundo, por las aptitudes y actitudes que mostraba en la ejecución de sus funciones. La severidad y la extralimitación fueron piezas claves para conseguir un rápido ascenso como
SS-Oberaufseherin
(supervisora) en junio de 1942.

Sin embargo, ese aspecto enigmáticamente hermoso y bien constituido y tan típicamente ario, aparte de proferirle el beneplácito de sus dirigentes, le sirvió para ganarse la simpatía de sus internas en las distancias cortas.

En el campamento María pasaba lista de forma estricta sobre los trabajos y tareas que diariamente tenían que llevar a cabo las prisioneras, si alguna no cumplía con lo requerido les infligía como consecuencia un duro castigo. Las penas que recibían eran de una iniquidad tal que Mandel pasó a tratar a sus reclusas como «mascotas judías». Tras pegarles palizas y practicarles todo tipo de flagelaciones y torturas, las condenaba a muerte. Dichas ejecuciones las consumaba cuando se cansaba de sus «conejillos de indias».

Aquel uso indebido sobre los judíos fue tan impresionante que de los 55.000 guardias que prestaron servicio en el campo de Ravensbrück, de las cuales 3.600 eran mujeres, jamás destacó nadie por encima de Mandel. La inflexibilidad y el salvajismo de sus acciones y los injustos asesinatos que perpetró siempre sobresalieron sobre sus camaradas.

De las 250.000 mujeres que trabajaban para el régimen nazi las 3.600 de Ravensbrück estaban integradas en el llamado
SS-Helferinnenkorps
(Cuerpo Auxiliar) por lo que no formaban parte de la
Schutzstaffel
(escuadras de protección) abreviado por las siglas
SS
. Es decir, estas féminas no tenían realmente ninguna deferencia militar, lo que significaba que no estaban autorizadas a portar armas ni nada que se le pareciese, y desde luego, no podían impartir órdenes a ningún varón, cualquiera que fuese su rango. Es por ello que a este cuerpo jamás se le permitió convertirse en miembro de las SS con igualdad de derechos. Aunque por otro lado, las supervisoras femeninas sí vestían su uniforme y recibían un salario procedente de este grupo. Como vemos, detalles incoherentes.

Estas empleadas de las
Waffen-SS
, eran en su mayor parte campesinas reclutadas en la
Bund Deutscher Madel
(BDM), Liga de Muchachas Alemanas, a través de la Oficina de Trabajo, familiares de combatientes caídos o heridos en combate. En un principio, su cometido se limitaba al ámbito administrativo: correos, comunicaciones, intendencia… Pero a partir de 1943, la reubicación forzosa de buena parte del personal civil, en combinación con las circunstancias especiales derivadas de la guerra, dio lugar a un universo nuevo de posibilidades. Aquellas jóvenes nazis podrían tener más voz y más voto dentro de estas instalaciones de sangre y muerte.

Entre las víctimas que lograron salvarse de esta hecatombe, se encuentra Urszula Winska que afirmó que «Mandel estaba intoxicada por su propia autoridad». No era para menos, si contamos con el hecho de que las mismas prisioneras comentaban de ella que era una auténtica «bestia» oculta bajo la piel de una mujer.

Señalar además que durante el testimonio judicial presentado en Cracovia, María Mandel siempre ocultó conscientemente la magnitud de los crímenes cometidos entre mayo de 1939 y octubre de 1942. Incluso intentó pormenorizarlos y reducirlos a pequeñas muestras correctivas.

A pesar de sus frustrados intentos, la documentación recopilada por el personal de Auschwitz que contiene multitud de informes y memorias de expresos acerca de las actividades de María Mandel, actualmente se halla en posesión del Museo de Auschwitz-Birkenau. Uno de los extractos se refiere al testimonio de Helena Tyrankiewiczowa, reclusa número 7.604, que explica todo lo relacionado a la principal supervisora del campo de Ravensbrück:

«Han introducido un nuevo gerente de Ravensbrück, la hermosa Mandel, sedienta de sangre y antijudía por supuesto. Fue animal resistente, de naturaleza hermosa, siempre enojada; pantera de cabellos dorados con los ojos relucientes; lince que sabe llegar silenciosamente por detrás donde nadie lo espera y golpea contra el suelo con la mano de acero con un pequeño pero fuerte golpe.

Los ojos de Mandel brillaban como el fósforo en la oscuridad, apretaba los dientes blancos y puntiagudos y su voz implacable lanza palabras de veneno, odio y desprecio. ¿Por qué golpear y patear? Por la suciedad en los zapatos, por volver la cabeza, por limpiarte la nariz. Golpear en un paroxismo de furia le causó placer, y, evidentemente, era su forma de cultivar la belleza, porque después de cada ejecución, se hizo más hermosa. Los ojos verdes le brillaban como estrellas, su rostro adquiría un color rosa e incluso el pelo de oro parecía brillar más. Mandel generalmente fluía entre judío y hacer un pogromo (devastación) real».

Como vemos, Mandel levantaba «pasiones» en todos los sentidos a la par que toda clase de repulsiones. Su belleza instigadora se colaba entre los pensamientos de las internas y sus propios compañeros alababan su personalidad sombría y brusca que rompía la armonía que reinaba a lo largo y ancho del campo.

Entre las mentiras que Mandel certificó durante una audiencia en la Corte, estaba aquella que apuntaba a la información sobre los tratamientos que habían tenido lugar en Ravensbrück. La supervisora parecía no saber a qué se estaban refiriendo cuando hablaban exactamente del mal «trato» durante su servicio. Las pruebas aportadas aludían a los obvios experimentos pseudomédicos efectuados a los reos durante su estancia en el campo y que teóricamente ella desconocía. Durante ese tiempo y hasta octubre de 1942, el número de presos aumentó hasta casi 8.000, en su mayoría polacos y rusos. Según palabras de Mandel, estos confinados se utilizaban para labores de costura, tejidos, fabricación de abrigos, agricultura, cocina, para trabajo de oficina, extracción de arena, etc. Pero en ningún momento tuvo constancia de los procedimientos experimentales que impartían los doctores del campamento, porque simplemente ella era una mera vigilante o guardiana.

VEJACIONES EN EL BÚNKER

Dotada de una gran inteligencia, de ese físico aterrador que ya comentábamos anteriormente y con un carácter inflexible, hicieron de Mandel, una obsesa del trabajo. Esa obstinada dedicación por hacer cumplir las normas en el campo de internamiento para mujeres originó que desde el otoño de 1941 hasta la primavera de 1942 condenase a muerte y sin apenas pruebas a innumerables presos por delitos menores. Para llevar a cabo sus andanzas la
Aufseherin
utilizó el edificio de ladrillo que estaba situado fuera del campamento, del que también era la directora. Se trataba de una especie de búnker dividido en tres apartados: el primero, destinado para las reclusas que habían cometido crímenes de campo; el segundo, para las que habían cometido delitos políticos; y por último, la tercera, para las denominadas
Sonderhäftlinge
(prisioneras especiales).

Entre las acciones que se evaluaban como delito y que estaban prohibidas dentro del campamento: caminar del brazo por las calles del campo, visitar a los presos que se encontraban en la habitación de la enfermería, permanecer en el exterior del bloque sin orden alguna, hablar o mirar a un superior sin su permiso.

Destacar también que los presos que habían cometido delitos políticos estaban bajo la supervisión de Ludwika Ramdohra, jefe de la División Política.

Su principal deleite era una tortura de lo más sofisticada, una especie de inyección de tinta, que utilizaba con los subordinados «más especiales». Una vez administrada, se obligaba a la víctima a desnudarse para rociarla con agua. El único afán que perseguían era que su piel cambiase de color. Jamás se consiguió tal efecto.

En aquel temido búnker también se practicaron muy diversas aflicciones y flagelaciones. Se empleaba especialmente para encarnizadas actividades. De hecho, en la soledad de la noche, tan solo el silencio era roto por los gritos y llantos de las prisioneras sacrificadas entre aquellas cuatro paredes. Lo que empezó siendo un refugio para el aislamiento y simples castigos, acabó transformándose en una especie de mazmorra con fines oscuros, sin mesas ni sillas, ni siquiera camas. Tan solo había un lavabo y un retrete. Las internas que desgraciadamente eran recluidas en aquel búnker permanecían allí de 7 a 14 días. Algunas lo sufrieron durante casi dos meses. En este tiempo las instalaciones permanecían cerradas a cal y canto y solo podían entrar María Mandel y algunas de sus más devotas auxiliares y guardianas.

La interna Aleksandra Steuer afirmaba con rotundidad: «Mandel fue una vigilante muy cruel en el búnker». Al fin y al cabo, en aquel tétrico edificio las víctimas eran despojadas de sus ropas y zapatos, y permanecían desnudas por completo durante todo el confinamiento. Dos veces a la semana eran alimentadas con víveres previamente cocidos o con un café y un pedazo de pan duro. Frecuentemente, las aberraciones eran tan severas que durante tres días las reas no podían comer nada, y también eran obligadas a hacer huelga de hambre con cualquier pretexto de lo más trivial. A lo largo de este correctivo los castigos mínimos fueron el fustigamiento y los golpes, al menos 25 latigazos, después 50, 75 y hasta 100. Posteriormente se duchaba a la persona con agua fría y la sacaban al exterior para dejarla a la intemperie. Su época favorita era el invierno, por lo que la mayoría expiraba de hipotermia.

El búnker estuvo al servicio de los supervisores y guardianes más peligrosos y decadentes del campamento. Mandel, como directora del mismo y hasta su nombramiento como
Oberaufseherin
en abril de 1942, también hizo las delicias más pérfidas y agresivas que nos podamos imaginar.

«En el momento de mi llegada al campo María Mandl sirvió allí como Bunkeraufseherin (guardia del búnker). (…) Mandl era conocida como una guardiana muy cruel e infame en todo el campamento. Desde el búnker al campamento se escuchaban los terribles gritos de los prisioneros torturados por Mandl. Ella propinaba golpes y patadas por todo el cuerpo mientras el recluso torturado caía sin fuerzas y se hacía un ovillo. Ella tenía la costumbre de sacarse el guante de su mano para azotar. En el tiempo que Mandl estuvo en el búnker muchos presos murieron de hambre. Mandl no lo ocultaba y los reclusos que informaban sobre lo que habían experimentado y lo denunciaban, les notificaban que estaban equivocados y que no se quejaran más. Los casos de muerte por hambre se repetían muy a menudo en el búnker de la disciplinada Mandl»
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