Pero Joaquim era partidario, al parecer, de la opción egipcia, y debía tener sólidas razones personales para ello.
Después de que Josías resultara muerto en Megiddo, el pueblo de Judá aclamó como rey a su hijo menor, Shallum (que al subir al trono adoptó el nombre de Joacaz):
2 Reyes 23.30.
Entonces el pueblo tomó a Joacaz, hijo de Josías, y le ungió rey...
Pero Necao, que entonces dominaba Judá, no lo aceptó. Prefería a su propio candidato, alguien en quien podía confiar, que quizás estuviese comprometido con él por medio de juramentos, y a quien, a su vez, se le prometería el trono. En consecuencia, el monarca egipcio derrocó a Shallum y puso en el trono al hermano mayor de éste:
2 Reyes 23.34.
El faraón Necao puso por rey a Eliaquín, hijo de Josías.... y le mudó el nombre, poniéndole el de Joaquim. Tomó a Joacaz y lo llevó a Egipto, donde murió.
De ese modo, Joaquim pertenecía al faraón egipcio a cambio del trono. Aunque no sintiera remordimientos por quebrantar cualquier juramento de lealtad que hubiera hecho, es muy probable que los sentiría sí Nabucodonosor conquistaba Judá aunque por la pacífica sumisión de Judá el rey babilonio considerase que Joaquim era una marioneta egipcia y, por tanto, poco leal. Haría lo mismo que Necao había hecho y pondría en el trono a un hombre de confianza. Por puro interés egoísta, pues, y enteramente en contra del bien de la nación, Joaquim, era del partido egipcio.
Además, Joaquim no debía sentir mucho afecto hacia Jeremías, porque el profeta había vituperado personalmente al rey, y en términos nada corteses. Entre las manifestaciones del profeta (que lógicamente no se incluirían en el volumen que entregaran al rey, pero que Joaquim debía conocer), estaban:
Jeremías 22.18.
... así dice Yahvé de Joaquim:... No le lamentarán
Jeremías 22.19.
Sepultura de asno será la suya, arrastrado y tirado fuera de las puertas de Jerusalén.
Por consiguiente, cuando un cortesano llamado Judí leyó a Joaquim las pavorosas predicciones de destrucción pronunciadas por Jeremías, Joaquim reaccionó en seguida con cólera amenazadora.
Jeremías 36.23.
Y según iba leyendo Judí tres o cuatro columnas, lo iba rasgando
(el rey)
con el cuchillo de escriba Y lo arrojaba al fuego.... hasta que lo quemó todo.
Jeremías hizo que Baruc volviera a escribir el volumen pero el rumbo proegipcio ya estaba fijado por lo que concernía a Joaquim. Incluso al final, cuando se vio obligado a alabar cautelosamente a Nabucodonosor, se sintió inseguro en el trono y esperó la primera oportunidad para rebelarse.
La oportunidad llegó en el 601 aC, cuando Nabucodonosor sufrió una derrota local a manos de los egipcios. Joaquim se negó en seguida a pagar tributo. A Nabucodonosor le llevó bastante tiempo el tener las manos lo bastante libres para ocuparse enérgicamente de la situación, pero el ejército babilonio sitió Jerusalén en el 597 aC. Joaquim murió durante el asedio, y en su lugar reinó su hijo Joaquín (también llamado en la Biblia Jeconías y Conías).
Jerusalén se vio obligada a capitular, y Nabucodonosor hizo al hijo de Joaquim lo que hubiera hecho a éste si hubiese sobrevivido (y lo que Joaquim habría esperado que hiciese). Nabucodonosor depuso al rey y colocó en el trono a su propio candidato. Joaquín fue deportado a Babilonia tras un reinado de tres meses, y con él fueron a la cautividad gran parte de la aristocracia y los escogidos de la nación. Lo que dejaron se puso bajo la autoridad de otro hijo de Josías:
2 Reyes 24.17.
Luego puso por rey
(Nabucodonosor)
a Matanías, mudándole el nombre en el de Sedecías.
Es concebible que, en los primeros días del reinado de Sedecías, Jeremías adquiriese la esperanza de que todo iría bien.
La nación, consciente del poder abrumador de Babilonia, podría asentarse en un sometimiento tranquilo y experimentar paz y tranquilidad a la sombra de Nabucodonosor, igual que un siglo antes gozó con Manasés de paz y prosperidad a la sombra de Asaradón de Asiria. Pero en tiempos de Manasés, el rey y la nación se habían sumido profundamente en la idolatría. Ahora, según le parecía a Jeremías, con la experiencia de la devastación a manos de Babilonia la nación volvería a Dios y se curaría. Entonces, un Yahvé ablandado perdonaría a su pueblo, destruiría a Babilonia y establecería un Estado ideal en Judá.
Es posible que Jeremías pensase en todo esto en los siguientes versículos:
Jeremías 23.5.
He aquí que vienen días... en que Yo suscitaré... un vástago justo, y reinará...
Jeremías 23.6.
En sus días será salvado Judá..., y el nombre con el que le llamarán será éste: Yahvé es nuestra justicia.
«Yahvé es nuestra justicia» es, en hebreo,
Yahvethtsidkenu
, mientras que Sedecías es «Tsidkiahu», que significa «Justo es Yahvé». Un nombre es el reverso del otro.
Suele considerarse que estos versículos tienen un carácter mesiánico; hablan del rey ideal en un futuro indefinido. Sin embargo, es posible al menos que se aluda al nuevo rey, que acababa de adoptar el nombre de «Justo es Yahvé».
Si Jeremías albergaba esperanzas de paz y recuperación, éstas desaparecieron rápidamente. El partido egipcio seguía siendo fuerte en Jerusalén. Ante la noticia de desórdenes en cualquier parte de Babilonia, sus esperanzas crecían y Sedecías se dejaba llevar por el sentimiento público contra Babilonia. Estúpidamente, Judá trató de formar una coalición de Estados vecinos contra Babilonia, cuando todos ellos juntos no eran rival de Nabucodonosor. Trataron de que Egipto les prometiera ayuda, una nación que siempre había prometido pero jamás había dado.
En Egipto, Necao había muerto en el 593 aC, y Samtic II le había sucedido. Samtic acogió a diversos exiliados judíos que, en épocas inestables, se sentían más seguros huyendo hacia el oeste. Incluso llegó a formar un contingente de soldados judíos para que combatieran en sus ejércitos. Naturalmente, no podía confiar a tal fuerza la frontera noroeste, donde tendrían que combatir con otros judíos y, en consecuencia, cambiarían de bando.
En cambio, los colocó en la frontera sur, en Elefantina, una isla en el río Nilo, justo al sur de la primera catarata (cerca de la frontera sur del Egipto actual). Allí servirían de retén contra las incursiones procedentes del norte, de Etiopía.
En el 588 aC, Samtic II murió y le sucedió el faraón Hofra, a quien los griegos llamaban Apries. Este faraón fue el que intrigó con el partido egipcio de Judá, animando a Sedecías para que se enfrentara con Nabucodonosor.
Para representar la naturaleza absolutamente suicida de esta política, Jeremías se fabricó un yugo y lo llevó, diciendo a todo el mundo que quisiera oírle que Judá debería soportar pacientemente el yugo de Babilonia como único medio de sobrevivir. Lógicamente, su actitud parecía derrotista y antipatriótica, y no fue popular entre la gente, que persistía en su creencia de que Jerusalén y su Templo eran inviolables, fe apoyada por las sentencias de muchos que se decían profetas de Dios. (En este sentido, debió indudablemente animar a los profetas el caso de Senaquerib, que fracasó en su intento de apoderarse de Jerusalén, y el de Nabucodonosor, que fue incapaz de saquear la ciudad después de su primer asedio.)
Jeremías 28.1. ... al comienzo del reinado de Sedecías... en el año cuarto... Ananías... dijo en la casa de Yahvé:
Jeremías 28.2. Así dice Yahvé ... : He roto el yugo del rey de Babilonia.
Jeremías 28.3. Al cabo de dos años haré volver a este lugar todos los utensilios de la casa de Yahvé que de este lugar se llevó Nabucodonosor...
Jeremías 28.4.... y a Jeconías... y a todos los cautivos de Judá... los haré retornar...
Y para dar énfasis a esta afirmación, Ananías rompió el yugo de Jeremías, dando a entender que Dios aplastaría el yugo de Babilonia.
Sin duda, este discurso, pronunciado en el año cuarto de Sedecías (594 aC), debió recibir la frenética aprobación del populacho. Ni siquiera Jeremías se atrevió a enfrentarse con ello por el momento, porque le hubieran hecho pedazos. En cambio, se sumó a la muchedumbre jubilosa:
Jeremías 28.5.
Y dijo Jeremías, profeta...
Jeremías 28.6.
Así sea, hágalo Yahvé, que mantenga Yahvé tu palabra...
Sólo después de que se dispersara la multitud pudo Jeremías anunciar que Ananías era un falso profeta que excitaba las esperanzas nacionalistas del pueblo.
La Biblia menciona que predijo la muerte de Ananías por emitir profecías falsas; Ananías murió al cabo de dos meses. Sin embargo, es evidente que el pueblo de Judá prefería creer las lisonjeras palabras de esperanzas de Ananías, que las lúgubres y desesperadas de Jeremías.
La agitación nacionalista en el interior de Judá tuvo eco en Babilonia. Sin duda, numerosos exiliados creyeron que Dios estaba a punto de destruir Babilonia, tal como vaticinaban algunos profetas, y se encontraron dispuestos a declararse en rebeldía. Tales noticias turbaron a Jeremías.
El exilio del 597 aC se había llevado a los dirigentes de Judá, a sus artesanos, a sus intelectuales. Con amargura, Jeremías se refirió a ello en la parábola de los higos:
Jeremías 24.1.
Mostróme Yahvé dos cestos de higos... después de haber llevado cautivos Nabucodonosor... a Jeconías... a los príncipes de Judá y a los herreros y carpinteros...
Jeremías 24.2.
Uno de los cestos tenía higos muy buenos.... pero el otro tenía higos muy malos, tan malos que de malos no podían comerse.
Jeremías vinculaba a los cautivos con los higos buenos, y a los que permanecían en Jerusalén con los malos. Es evidente que consideraba que una rebelión de los cautivos en Babilonia sería fatal. Sólo conseguirían que los aniquilasen. Para Jeremías, eran la esperanza del futuro. Aunque Jerusalén fuera destruida, pensaba que los exiliados volverían algún día para comenzar de nuevo.
Por consiguiente, cuando Sedecías envió una embajada a Nabucodonosor (tal vez confirmando su lealtad a Babilonia), Jeremías aprovechó la oportunidad para dirigir un mensaje a los exiliados:
Jeremías 29.1.
Estas son las palabras de la carta que desde Jerusalén envió Jeremías... a todo el pueblo que... había llevado Nabucodonosor a Babilonia.
Jeremías 29.5.
Construid casas... plantad huertos...
Jeremías 29.6.
Tomad mujeres y engendrad hijos e hijas.... multiplicaos allí en vez de disminuir.
Jeremías 29.7.
Procurad la prosperidad de la ciudad...
En Babilonia, al menos, venció el punto de vista de Jeremías, Los cautivos en Babilonia crearon una vida nueva sin abandonar el judaísmo. Se les permitió vivir en paz y, a su debido tiempo (menos de los setenta años vaticinados por Jeremías), volver a Judá a aquellos que lo desearon. Además, los que permanecieron en Babilonia eran lo suficientemente ricos como para prestar ayuda financiera a los que volvían (v. cap. 15).
Siglos después, en el 100 aC, se escribió un breve folleto que pretendía ser copia de la carta enviada por Jeremías a los exiliados. En su mayor parte se compone de argumentos contra la idolatría, tratando de demostrar con una diversidad de puntos de vista que los ídolos son inútiles e ineficaces, mera obra de las manos del hombre, etcétera. Los judíos no lo aceptaron como canónico, pero aparece en algunas versiones griegas y siríacas de la Biblia, como los capítulos sexto y último de Baruc. De ese modo se incluye en las versiones católicas de la Biblia y en la King James de los apócrifos, donde se titula «La epístola de Jeremías». En la Revised Standard Version de los apócrifos se presenta como libro aparte, compuesto de un solo capítulo y titulado «La carta de Jeremías».
Si los exiliados de Babilonia vivían en paz y tranquilidad, no sucedía lo mismo a los judíos de la patria. Hacia el 589 aC, la presión de la opinión pública obligó a Sedecías a rebelarse abiertamente contra Nabucodonosor, los ejércitos caldeos sitiaron Jerusalén en el 588 aC, mientras ocupaban el resto de la nación salvo dos o tres lugares fortificados.
Amargamente, Jeremías vaticinó que la ciudad sería destruida si proseguía la resistencia y que la única salvación residía en la rendición. Llegó a urgir al sometimiento individual si la ciudad en conjunto no capitulaba:
Jeremías 21.9.
Los que se queden dentro de esta ciudad morirán por la espada, por el hambre y por la peste. Los que salgan y se entreguen a los caldeos... vivirán...
Lógicamente, los patriotas de Judá consideraron tal profecía como una traición. Una avanzadilla del ejército egipcio obligó a Nabucodonosor a levantar temporalmente el sitio y a apresurarse hacia el oeste para enfrentarse con el grueso de las fuerzas del faraón, y las predicciones de Jeremías parecieron quedarse en nada. Senaquerib había tenido un problema semejante (v. cap. 12), y en aquella ocasión el asedio se levantó definitivamente. Sin duda, volvería a ocurrir lo mismo. Jeremías advirtió al pueblo que no sería así. Nabucodonosor volvería.
Pero Jeremías aprovechó el breve respiro para hacer un viaje a Benjamín y atender a sus propiedades. En seguida lo apresaron unos soldados que lo acusaron de querer desertar a los caldeos. Lo negó vigorosamente, pero no lo escucharon y lo llevaron a prisión.
Sin embargo, Sedecías no estaba en absoluto convencido de que Jeremías fuera el falso profeta que parecía cuando los caldeos levantaron el sitio. Al parecer, tenía una oculta creencia en el valor de Jeremías, y le consultaba incluso en la cárcel, pero en secreto, para evitar que se enterasen los nacionalistas.
Jeremías 37.17.
Mandó a buscarle el rey Sedecías
(a la cárcel)
y le preguntó en secreto en el palacio: ¿Hay palabra de Yahvé?
Pero Jeremías se mostró obstinado. Vaticinó el desastre y volvieron a llevarlo a la cárcel. Según la leyenda, lo metieron en un calabozo sin pan y sin agua, y hubiera muerto sí no hubiesen convencido a Sedecías de que lo sacara en el último momento. Pero de un modo u otro, Jeremías permaneció en prisión durante todo el asedio y sin dejar de vaticinar el desastre y urgir a la rendición.
Sin embargo, mantenía una esperanza lejana, pues estando en la cárcel, dispuso ostentosamente la compra de tierras en su ciudad natal para dar a entender que llegaría un día en que Judá volvería a ser judío pese a la devastación caldea; un día en que sus nuevas posesiones producirían.