Desde luego, si un individuo relativamente débil como Zorobabel mereció ser saludado como el Mesías por Ageo (v. capítulo I, 37), bien pudo serlo también cualquiera de los heroicos macabeos.
Pero en los libros proféticos del Antiguo Testamento se insistía una y otra vez en que el Mesías descendería de la línea de David. Zorobabel tenía ciertamente esa ascendencia, pero no así los Macabeos, y por tanto no podían éstos incluir al Mesías en su familia, en opinión de los judíos devotos, por muchos otros argumentos que pudiera haber a favor de ello.
En tiempo de los Macabeos, el Mesías seguía perteneciendo al futuro. Mientras el reino macabeo fue próspero, las ansias mesiánicas pudieron acallarse, pero cuando el reino se desmoronó y Judea cayó bajo la dominación de Roma, tales deseos volvieron a agudizarse. Mateo empieza su buena nueva, o evangelio, con el anuncio del advenimiento del Mesías:
Mateo 1.1.
Genealogía de Jesucristo...
La palabra hebrea «mesías» significa «el ungido». El término griego «krisma» designa el aceite empleado para ungir (nuestra palabra «crema» proviene de «krisma»). El Mesías, a quien se aplica tal aceite, sería «Kristos» en griego, «Christus» en latín y «Cristo» en castellano. Como Jesús es la forma griega del nombre hebreo Josué, el primer versículo de Mateo equivale a «Genealogía de Josué el Mesías...».
Para alguien tan versado en la tradición judía como Mateo es evidente que, para contar la historia del Mesías, la primera tarea a emprender es demostrar que es el Mesías. Y para ello debe probar en primer lugar que el Mesías pertenece al linaje de David. Por consiguiente. Mateo empieza por dar una genealogía:
Mateo 1.1.
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
La genealogía empieza con Abraham, que desde luego no es el primer hombre pero sí con el que Dios hizo primero una alianza relativa al pueblo judío, que sería descendiente de él. Por la interpretación judía de la historia como la narración de una alianza entre el hombre y Dios, un pacto que sería coronado por el Mesías, lo más natural sería empezar por Abraham, y Mateo, con su bien arraigado carácter judío, hace exactamente eso.
Mateo sigue un plan sumamente artificial para presentar tal genealogía:
Mateo 1.17.
Son, pues, catorce las generaciones desde Abraham hasta David, catorce desde David hasta la cautividad de Babilonia, y catorce desde la cautividad de Babilonia hasta Cristo.
Por qué Mateo creería necesario establecer tal simetría, no es seguro. Tal vez pensara que indicando los grandes acontecimientos que tuvieron lugar después de dos series de catorce generaciones, sería razonable esperar al Mesías al cabo de una tercera serie de catorce generaciones.
Quizá exista una significación numerológica ya perdida o tal vez trate Mateo de establecer alguna técnica acróstica que ya no puede comprenderse. En cualquier caso, con el fin de obtener las series de catorce generaciones Mateo se vio obligado a distorsionar la genealogía, lo que no favorece la credibilidad de la argumentación, cualquiera que ésta fuese.
La primera serie de catorce la componen: (1) Abraham, (2) Isaac, (3) Jacob, (4) Judas, (5) Fares (Perez), (6) Esrom, (7) Aram (Ram), (8) Aminadab, (9) Naasón, (10) Salmón, (11) Booz (Boaz), (12) Obed, (13) Jesé, y (14) David.
El Génesis da los nombres hasta Pérez y los restantes vienen en Rut.
Hay tres mujeres incluidas en la lista y, cosa bastante curiosa, de una manera o de otra las tres son impuras. La primera aparece como sigue:
Mateo 1.3.
Judá engendró a Fares y a Zara en Tamar...
Se menciona Zara porque era hermano gemelo de Perez: ambos nacieron al mismo tiempo. Sin embargo, a través de Perez fue como David y, por tanto, Jesús, hallaron su ascendencia. Tamar los engendró de Judá por una especie de engaño que quedó justificado según la costumbre patriarcal; pero al perpetrarlo, desempeñó el papel de una ramera:
Génesis 38.15.
Judá, al verla, la tomó por una meretriz, pues tenía tapada la cara.
Las otras dos mujeres se mencionan poco después:
Mateo 1.5.
Salmón
(engendró)
a Booz
(Boaz)
en Rahab; Booz engendró a Obed en Rut...
Rut era, desde luego, una mujer moabita, algo que incomodaría a un judío estricto en tiempos del Nuevo Testamento, aunque fuese antepasada de David.
Pero la verdadera curiosidad es Rahab. Las historias de Tamar y de Rut se cuentan con cierto detalle en el Antiguo Testamento, pero al menos en los libros canónicos no se menciona en absoluto matrimonio alguno entre Salmón y Rahab.
Salmón se menciona al final del libro de Rut como miembro de la línea que va de Perez a David, pasaje que Mateo utiliza como referencia. Sin embargo, en Rut no se da esposa alguna para Salmón.
El libro de 1 Crónicas menciona a una persona con nombre semejante al de Salmón en las listas genealógicas:
1 Crónicas 2.5.
Salma, padre de Belén...
Si este Salma es el mismo Salmón tatarabuelo de David entonces este versículo podría significar que Salmón fue el primero de la familia en asentarse en Belén. Incluso pudo mandar e contingente que arrebató tal ciudad a los cananeos. Pero no se menciona esposa alguna.
¿Quién es Rahab, entonces? Hay una Rahab en el Antiguo Testamento: la mujer que dio hospital a los espías de Josué cuando entraron en Jericó (v. cap. 1,6). Sin embargo, esa mujer no se limitaba a desempeñar el papel de meretriz, como hizo Tamar. Según la aseveración bíblica, era una ramera.
Josué 2.1.
Josué ... mandó ... dos espías, y entraron en la casa de una cortesana de nombre Rahab y pararon allí.
¿Puede aludirse a esa Rahab como esposa de Salmón? Cronológicamente es posible. Si David nació en el 1050 aC como hijo menor de Jesé, quien, por tanto, pudo nacer hacia el 1100 aC, es muy posible que el abuelo de Jesé acometiese sus empresas guerreras entre el 1200 y el 1170 aC, cuando pudo tener lugar la conquista de Josué.
Es muy probable que, en una tradición judía posterior, se viera a Rahab como una conversa al judaísmo después de la caída de Jericó, y como merecedora de una recompensa por dar protección a los espías. Si fuese una conversa, como Rut, bien pudo merecer una parte en la ascendencia de David, igual que Rut.
Claro que uno se maravilla de la mucha significación que se da al término «meretriz». Es posible que fuese la sacerdotisa de una diosa cananea y que, como tal, participase en ritos de la fertilidad. Ello la convertiría en ramera a los puritanos ojos de los judíos yahvistas, pero desde luego no sería una meretriz corriente en el sentido moderno de la palabra.
Tal vez las mencionara Mateo porque cada una de ellas se vio envuelta en un hecho pintoresco apuntado en el Antiguo Testamento que probablemente fuese popular entre los lectores judíos y que estuviera rodeado de leyenda. Por esa razón tal vez cayera en la tentación de la pedantería y desplegara su conocimiento e interés hacia las Sagradas Escrituras. Por otro lado, también podría pensarse que si hay moabitas y rameras en el linaje de Jesús, ello tendría el significado de que el Mesías surgió de todas las capas del pueblo y, por consiguiente, sufrió por toda clase de gentes, tanto por los pecadores como por los santos, por los gentiles y por los judíos.
La lista de catorce nombres que siguen a David hasta la cautividad de Babilonia son: (1) Salomón, (2) Roboam, (3) Abías (Abiam), (4) Asa, (5) Josafat, (6) Joram, (7) Ozías, (8) Jotam, (9) Ajaz, (10) Exequías, (11) Manasés, (12) Amón, (13) Josías, y (14) Jeconías.
Entre este grupo se menciona a una cuarta mujer:
Mateo 1.6. ...
David a Salomón en la mujer de Urías...
Se trata, claro está, de Betsabé, con quien David cometió adulterio (v. cap. I, 11). Por lo que menciona a otra mujer protagonista de una historia dramática que implica un proceder impuro.
Mateo enumera catorce reyes que reinaron después de David, pero al conseguir lo que para él era el número mágico de catorce, omite varios. Así, afirma:
Mateo 1.8. ...
Joram a Ozías.
Pero Joram murió en el 844 aC y Ozías empezó a reinar en el 780 aC, lo que deja un vacío de sesenta y cuatro años. Esa laguna contiene tres reyes de Judá, así como una reina usurpadora. A Joram le sucedió su hijo Ajías, a quien (después de un interregno en que reinó la reina Atalía) siguió su hijo Joás, que dejó el trono a su hijo Amasías. Después vino Ozías como hijo de Amasías.
Ajías, primero de los reyes omitidos, era hijo de Atalía y por tanto nieto de Acab de Israel y de su mujer, Jezabel (v. capítulo I, 12). Podría sospecharse que se omitió a Ajías y a sus descendientes inmediatos con el fin de no mencionar ese hecho. Sin embargo, se mencionen o no, de la genealogía de Mateo se desprende que las perversas reinas Jezabel y Atalía deben incluirse entre los antepasados de Jesús.
De la línea de sucesión se omite un cuarto rey:
Mateo 1.11.
Josías a Jeconías
(Joaquín)...
Pero Josías era el padre de Joaquim, que a su vez fue padre de Joaquín.
La última parte de la genealogía de Mateo incluye a los descendientes de Joaquín después del Exilio. Las dos generaciones primeras siguen la genealogía dada en el libro de 1 Crónicas (véase cap. I, 13):
Mateo 1.12.
Después de la cautividad de Babilonia, Jeconías
(Joaquín)
engendró a
(1)
Salatiel, Salatiel a
(2)
Zorobabel.
Después de Zorobabel se da una lista de nombres que no se encuentran en ninguna otra parte de la Biblia y que, si es válida, debemos suponer que se ha tomado de tablas genealógicas que ya no están a nuestro alcance. Son: (3) Abiud, (4) Eliacim, (5) Azor, (6) Sadoc, (7) Aquim, (8) Eliud, (9) Eleazar, (10) Matán, (11) Jacob, y (12) José.
Se llega al punto culminante de la genealogía:
Mateo 1.16.
Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació
(13)
Jesús, llamado Cristo.
Los nombres de este tercer grupo sólo llegan a trece, pese a la aseveración de Mateo de que son catorce. Como no hay duda de que Mateo sabía contar, sólo podemos suponer que cuando se realizaban las primeras copias de esta lista, se omitió un nombre del tercer grupo que se ha perdido para siempre.
Se han hecho intentos de forzar las cosas para que se alcance el número mágico de catorce en esta lista. Algunos incluyen a Joaquín pese al hecho de que también se cuenta en la segunda. Otros tratan de incluir a María en una generación aparte, ya que se la menciona, pero en ese caso habría que incluir también a Tamar, Rahab, Rut y Betsabé.
No, lo mejor que puede hacerse es declarar a la vista de ello que hay catorce generaciones desde Abraham a David, dieciocho desde David al Exilio, y trece desde la cautividad a Jesús. Afortunadamente, el pequeño juego de Mateo con los números carece realmente de importancia y no se le presta mucha atención salvo como una singularidad interesante en el pensamiento del evangelista.
En el versículo 1.16, Mateo no concluye su tabla genealógica diciendo que José engendró a Jesús. Más bien identifica cuidadosamente a José sólo como marido de María, «de la cual nació Jesús».
Eso allana el camino para el relato de Mateo en cuanto a que Jesús nació de una virgen:
Mateo 1.18
. La concepción de Jesucristo fue así: estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo.
El espíritu representa algo intangible que puede considerarse como la esencia de la vida, aparte del cuerpo material. Puede ser la esencia de la vida en el interior del cuerpo (el alma del hombre), o la esencia de la vida en ausencia de cuerpo alguno (un ser sobrenatural).
En general, los pueblos primitivos consideran que el universo está habitado por miríadas de espíritus de todas clases; espíritus capaces de inmiscuirse en las actividades humanas y, en algunos casos, de apoderarse de un cuerpo humano en competición triunfante con su propio espíritu.
Los judíos, monoteístas, también tenían leyendas populares de espíritus malignos capaces de apoderarse de cuerpos humanos (como en el libro de Tobías, v. cap. 1). Incluso en sus momentos de mayor elevación, el judaísmo habla de ángeles, aunque siempre los considera como mensajeros de Dios, incapaces de obrar por su cuenta. (El caso de Satanás y de su rebelión contra Dios es una innovación tardía en el pensamiento judío, adoptada a raíz del contacto con el dualismo persa, v. cap. I, 13.)
Los ángeles pueden considerarse como una mera extensión de Dios, como representantes del espíritu divino, que se manifiesta en la Tierra con el fin de orientar el comportamiento de los hombres.
Se pensaba que siempre que un hombre emprendía una acción decisiva y mostraba dotes extraordinarias de mando, ello no se debía tanto a la actividad de su propio espíritu, débil, como a la del Espíritu de Dios, que entraba en él y le guiaba. Así:
Jueces 3.10.
Vino sobre él
(Otoniel)
el espíritu de Yahvé, y gobernó a Israel, saliendo a hacer la guerra...
O bien:
Jueces 6.34.
El espíritu de Yahvé revistió a Gedeón, que tocó la trompeta...
Y otra vez, cuando se narra una hazaña donde Sansón despliega una energía sobrehumana:
Jueces 14.6.
Apoderóse de Sansón el espíritu de Yahvé; y sin tener nada a mano, destrozó al león como se destroza un cabrito...
El espíritu de Dios bien podría llamarse Espíritu Santo para no utilizar el término «Dios», algo que los judíos del período del Nuevo Testamento evitan siempre que les es posible, Mateo en especial. En la versión King James se le denomina Espíritu Santo («Holy Ghost»), cosa que viene a ser lo mismo. Sin embargo, el uso popular de «espíritu» («ghost»), con referencia al espíritu de los muertos, ha eliminado de tal manera la dignidad del vocablo, que «Holy Ghost» suena raro a oídos modernos, por lo que es preferible «Holy Spirit». La revised Standard Versión siempre emplea «Holy Spirit».
[2]
Entonces, decir que María «se halló haber concebido... del Espíritu Santo», es afirmar que su embarazo era consecuencia directa de la divina influencia que obró en su interior, sin que aquello tuviese nada que ver con la forma habitual de conseguir la gravidez.