Gusanos de arena de Dune (3 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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—¿Un trofeo, madre comandante? —preguntó Laera, una Reverenda Madre de piel oscura que con frecuencia apoyaba discretamente a Murbella—. ¿O un prisionero de guerra?

—Es el único que nuestros ejércitos encontraron intacto. Volamos cuatro naves mecánicas antes de retirarnos y dejar que destruyeran el planeta. Ya habían liberado sus epidemias en Ronto y Pital, y no había supervivientes. Las pérdidas entre la población se cuentan por billones.

Las de Duvalle, Ronto y Pital eran tan solo las bajas más recientes causadas por el avance del ejército de las máquinas por los sistemas periféricos. Debido a las distancias y el poderío de las naves atacantes, los informes eran fragmentarios y a menudo desfasados. Los refugiados y los correos huían de las zonas de conflicto, dirigiéndose hacia el interior desde los límites de la Dispersión.

Murbella dio la espalda al robot desactivado para mirar a las hermanas.

—Sabemos que la tormenta se acerca. Tenemos la opción de limitarnos a evacuar… de abandonar todo lo que tenemos. Esa es la manera de las Honoradas Matres.

Algunas hermanas pestañearon por el comentario. Tiempo atrás, las Honoradas Matres habían escogido huir del Enemigo, saqueándolo todo a su paso, con la esperanza de mantenerse siempre un paso por delante de la tormenta. Para ellas, el Imperio Antiguo no fue más que una simple barricada que arrojar contra el Enemigo y que pudiera darles tiempo para escapar.

—O podemos proteger las ventanas, reforzar las paredes y expulsarlo. Y rezar para que sobrevivamos.

—Esto no es una simple tormenta, madre comandante —dijo Laera—. Las repercusiones ya se están haciendo sentir. Los refugiados que huyen del frente están colapsando los sistemas de soporte de los mundos de la segunda oleada, que también se están preparando para la evacuación. La gente no se quedará a luchar.

—Como ratas que se arraciman en una esquina cuando el barco de hunde —musitó Kiria.

—Y eso lo dice una Honorada Matre, que hizo exactamente lo mismo —dijo Janess desde el extremo de la mesa, y trató de disimular el comentario sorbiendo ruidosamente su café de especia. Kiria la miró furiosa.

—Una sombra que enturbia nuestro pasado de Honoradas Matres —dijo Murbella—. Por culpa de su soberbia y la tendencia a golpear primero y pensar después, las rameras han provocado todo esto. —Buscando en las profundidades de su mente y en la historia, ella había sido la primera en recordar cómo las hermanas fallecidas tiempo atrás habían provocado estúpidamente a las máquinas pensantes.

Kiria estaba indignada, pues obviamente seguía considerándose una Honorada Matre. A Murbella le resultaba turbador.

—Usted misma reveló por que las Honoradas Matres son lo que son, madre comandante. Descendientes de tleilaxu torturadas, Reverendas Madres salvajes y unas pocas Habladoras Pez. Tenían todo el derecho a buscar venganza.

—¡No tenían derecho a ser estúpidas! —espetó Murbella—. Su pasado doloroso no les daba derecho a arremeter contra todo lo que encontraban. No podían salvar su conciencia fingiendo que sabían lo que estaban haciendo Cuando atacaron una avanzadilla de las máquinas y robaron un armamento que no entendían. —Sonrió levemente—. Si acaso, puedo entender, aunque no la apruebo, su venganza contra los mundos de los tleilaxu. Por las Otras Memorias sé lo que los tleilaxu hicieron a mis antepasadas… recuerdo haber sido uno de sus odiosos tanques axlotl. Pero no os equivoquéis, este tipo de violencia provocativa y mal planificada ha causado un daño inconmensurable a la raza humana. ¡Y mirad a lo que nos enfrentamos ahora!

—¿Cómo podemos prepararnos para la tormenta, madre comandante? —La pregunta venía de la anciana Accadia, una reverenda madre que vivía en los Archivos de Casa Capitular. Accadia casi nunca dormía y rara vez dejaba que la luz del sol tocara su piel ajada—. ¿Qué defensas tenemos? —Desde el rincón donde lo habían dejado los operarios, el voluminoso robot de combate parecía burlarse de ellas.

—Tenemos el arma de la religión. Sobre todo a Sheeana.

—¡Sheeana no nos es de ninguna utilidad! —dijo Janess—. Sus seguidores creen que murió en Rakis hace décadas.

En otro tiempo, los sacerdotes de Rakis habían sabido sacar partido a aquella joven capaz de controlar a los gusanos de arena. Las Bene Gesserit habían creado una religión local en torno a Sheeana, y la aniquilación de Dune si acaso sirvió a los propósitos más elevados de la Hermandad. Tras su supuesta muerte, la joven rescatada fue aislada en Casa Capitular, para que algún día pudiera «regresar de entre los muertos» entre bombo y platillo. Pero la Sheeana real había huido con Duncan Idaho en la no-nave hacía más de veinte años.

—No es necesario que la tengamos a ella físicamente. Solo tenemos que buscar hermanas que se parezcan y aplicar el maquillaje y las modificaciones faciales necesarias. —Murbella tamborileó con los dedos sobre sus labios—. Sí, empezaremos con doce nuevas Sheeanas. Las repartiremos ente los mundos de los refugiados, porque sin duda los desplazados serán los reclutas más impresionables. Quedará como si la Sheeana resucitada hubiera reaparecido en todas partes a la vez, como un Mesías, una visionaria, una líder.

Laera habló con voz razonable.

—Las pruebas genéticas demostrarán que esas impostoras no son Sheeana. Su plan se volverá en nuestra contra cuando la gente comprenda que hemos tratado de engañarles.

Kiria ya había pensado en la solución más obvia.

—Podemos hacer que sean doctoras Bene Gesserit, doctoras Suk, quienes hagan esas pruebas… y que mientan por nosotras.

—Y tampoco debemos subestimar nuestra mejor baza. —Murbella extendió la palma como un mendicante pidiendo limosna—. La gente quiere creer. Durante miles de años, nuestra Missionaria Protectiva ha inculcado creencias religiosas entre las gentes. Ahora debemos utilizar esas técnicas no solo para protegernos, sino como arma, como un medio para influir en los ejércitos. Ya no será una fuerza pasiva y protectora, sino activa. Una Missionaria Aggressiva.

A las otras mujeres pareció gustarles la idea, sobre todo a Kiria. Accadia miró con expresión ceñuda sus láminas de cristal riduliano, como si tratara de encontrar profundas respuestas en aquellos caracteres incomprensibles.

Murbella lanzó una mirada desafiante al robot de combate.

—Las doce Sheeanas llevarán especia de nuestros stocks. Y cada una la repartirá con generosidad mientras pronuncia sus discursos. Dirán que Shaitán les ha dicho en un sueño que la especia pronto volverá a fluir. Aunque Dune ha quedado tan muerto y quemado como Sodoma y Gomorra, muchos nuevos Dunes aparecerán por todas partes. Sheeana lo prometerá. —Años antes, algunas reverendas madres habían sido enviadas en una dispersión secreta, llevando consigo las importantísimas truchas de arena para sembrar nuevos planetas y crear otros mundos desérticos para los gusanos.

—Falsos profetas y avistamientos del Mesías. Se ha hecho antes. —Kiria parecía aburrida—. Diga, en qué puede beneficiarnos.

Murbella le dedicó una sonrisa calculada.

—Sacaremos partido de la superstición. La gente cree que debe sufrir tribulaciones, un ciclo tan antiguo como las más antiguas religiones, mucho antes del Primer Gran Movimiento o el
hajj
zensuní. Y amoldaremos esa creencia a nuestros propósitos. Las máquinas pensantes son el mal que debemos destruir antes de que la humanidad pueda conseguir su recompensa.

Se volvió hacia la anciana ama de los archivos.

—Accadia —dijo—, lee todo lo que puedas encontrar sobre la Yihad Butleriana y cómo Serena Butler guió a sus fuerzas. Y lo mismo con Paul Muad’Dib. Hasta podemos decir que el Tirano empezó a prepararnos para esto. Estudia sus escritos y saca las secciones que haga falta de contexto para apoyar nuestro mensaje, así la gente se convencerá de que este conflicto universal estaba anunciado: el Kralizec. Si creen en las profecías, seguirán luchando mucho después de que cualquier esperanza racional desaparezca.

Hizo un gesto para indicar a las mujeres que siguieran con sus tareas.

—Entretanto, yo he preparado un encuentro con los ixianos y la Cofradía. Dado que Richese ha sido destruido, exigirá que pongan todas sus instalaciones industriales al servicio del esfuerzo de guerra. Necesitamos cada pedazo de resistencia que podamos arañar.

Cuando ya se iba, Accadia preguntó:

—¿Y si las viejas profecías resultan ser ciertas? ¿Y si realmente estamos en los Tiempos del Fin?

—Entonces nuestros esfuerzos están más justificados. Y seguiremos luchando. Es lo único que podemos hacer. —Mirando al robot, Murbella habló como si la mente de la máquina aún pudiera oírla—. Y así es como te derrotaremos.

4

Soy guardián de conocimientos privados e incontables secretos. ¡Tú jamás sabrás lo que yo sé! Si no fueras un infiel te compadecería.

Espejismo en el camino de la Shariat
, escrituras apócrifas tleilaxu

Ninguno de los pasajeros del inmenso crucero de la Cofradía podía sospechar lo que el navegante y su maestro tleilaxu cautivo estaban haciendo delante de sus narices.

Al retener los suministros de melange como rescate, las brujas Bene Gesserit habían acorralado a la Cofradía Espacial y les habían obligado a buscar alternativas drásticas. Conscientes de que se enfrentaban a la extinción por falta de especia, la facción de los navegantes apremiaba a Waff para que completara su tarea más deprisa. El maestro tleilaxu también sentía la necesidad de apresurarse, también él se enfrentaba a la extinción, aunque por motivos diferentes.

Dando la espalda a la lente de observación, Waff consumió subrepticiamente otra dosis de melange. Aquel polvo de canela le había sido suministrado estrictamente para propósitos científicos.

Rozó con aquella sustancia ardiente los labios, la lengua, cerró los ojos en éxtasis. En los tiempos que corrían, una cantidad tan pequeña, apenas una pizca, bastaba para comprar una casa en un mundo-colonia. El tleilaxu sintió que la energía volvía a inundar su cuerpo achacoso. Edrik no le negaría aquella pequeña cantidad de melange para ayudarle a pensar bien.

Normalmente, los maestros tleilaxu pasaban de un cuerpo a otro en una cadena de inmortalidad ghola. Habían aprendido la virtud de la paciencia y la planificación a largo plazo de la Gran Creencia. ¿Acaso no había vivido el Mensajero de Dios tres milenios y medio? Pero para acelerar el desarrollo de Waff en el tanque axlotl se habían utilizado técnicas prohibidas. Las células de su cuerpo se consumían como las llamas consumen el bosque, y le hicieron pasar de la niñez a la adolescencia y la madurez en unos pocos años. La restauración de sus recuerdos había sido imperfecta, y solo había podido recuperar fragmentos de su vida y sus conocimientos pasados.

Cuando escapó de las Honoradas Matres, Waff no había tenido más remedio que buscar refugio entre la facción de los navegantes. Edrik y los suyos habían financiado su resurrección ghola, así que ¿por qué no pedirles asilo? Aunque el pequeño hombre no recordaba cómo crear melange con los tanques axlotl, decía poder hacer lo imposible… resucitar a los supuestamente extinguidos gusanos de arena. Una solución mucho más espectacular y necesaria.

En el laboratorio aislado del crucero, Edrik le había proporcionado todas las herramientas, material técnico y material genético que pudiera necesitar. Y Waff hizo lo que los navegantes pedían. Recuperar los extraordinarios gusanos que habían sido exterminados en Rakis ofrecía simultáneamente la posibilidad de producir especia y recuperar a su Profeta.

¡Debo hacerlo! El fracaso no es una opción.

Con su madurez acelerada, Waff ya no estaría mucho más en su plenitud —la mejor salud, la mente más aguda—. Antes de que se iniciara el inevitable y rápido declive, tenía mucho que hacer. Aquella tremenda responsabilidad le carcomía.

¡Concéntrate, concéntrate!

Se encaramó a un taburete y miró al interior de un tanque lleno de arena de la mismísima Rakis. Dune. Dada la importancia religiosa del planeta, los peregrinos que no podían costearse aquel viaje interplanetario se conformaban con reliquias, fragmentos de piedra de las ruinas del palacio original de Muad’Dib, retazos de la tela de especia bordada con los dichos de Leto II Incluso los más pobres entre los devotos querían una muestra de arena rakiana, para poder tocarla con sus dedos y sentirse más próximos al Dios Dividido. Los navegantes habían adquirido cientos de metros cúbicos de auténtica arena rakiana. Aunque era dudoso que el origen de los granos tuviera ningún efecto en las pruebas con los gusanos, Waff prefería eliminar todas las variables aleatorias.

Se inclinó sobre el tanque abierto, se llenó la boca de saliva y dejó que una larga gota cayera sobre la arena. Como pirañas en un acuario, unas figuras empezaron a moverse bajo la superficie, desplazándose con rapidez para capturar el líquido invasor. En otro lugar, en otro tiempo, escupir —compartir el agua personal— era una señal de respeto entre los fremen. Waff la utilizó para atraer a las truchas a la superficie.

Pequeños hacedores. Especímenes de truchas de arena. Mucho más preciosos incluso que las arenas de Dune.

Años atrás, la Cofradía había interceptado una nave Bene Gesserit que transportaba truchas de arena en su cubierta de carga. Cuando las brujas se negaron a explicar cuál era su misión, fueron asesinadas, la carga fue requisada y Casa Capitular ni siquiera se enteró.

Cuando supo que la Cofradía poseía algunos de los vectores de los gusanos inmaduros, Waff exigió que se los dieran para su trabajo. Aunque no recordaba cómo crear melange en un tanque axlotl, aquel experimento tenía mucho más potencial. Si resucitaba a los gusanos de arena, no solo recuperaría la especia, ¡sino también al Profeta!

Sin miedo, metió su pequeña mano en el acuario. Agarró a una de aquellas criaturas correosas por los bordes y la sacó de la arena. Al percibir la humedad del sudor de Waff, la trucha de arena se pegó a sus dedos, rodeó su mano, sus nudillos. Y él tocaba y pinchaba la superficie blanda, rehaciendo los bordes.

—Pequeña trucha de arena, ¿qué secretos tienes para mí? —Formó un puño y la criatura lo rodeó formando una especie de guante de gelatina. Waff notaba que su piel se secaba.

Con la trucha de arena en la mano, fue hasta la prístina mesa de investigación y colocó encima un recipiente ancho y hondo. Trató de soltar la trucha de sus nudillos, pero cada vez que movía la membrana, esta se pegaba más allá. Sintiendo que su piel se desecaba, Waff vertió una jarra de agua limpia en el recipiente. La trucha de arena, atraída por aquella mayor cantidad, se dejó caer enseguida.

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