Read Gusanos de arena de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Gusanos de arena de Dune (7 page)

BOOK: Gusanos de arena de Dune
8.88Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Sheeana estaba en pie en una cámara interior de reuniones, con las puertas selladas, como una severa maestra de escuela, ante nueve de sus más importantes detractoras. Aquellas mujeres se habían opuesto al proyecto ghola desde su concepción, y habían vuelto a manifestar su total oposición cuando Sheeana decidió reiniciar el proyecto.

Bajo aquel severo escrutinio, Garimi le devolvió la mirada, mientras sus partidarias se mostraban abiertamente hostiles… sobre todo la achaparrada Stuka.

—¿Por qué iba yo a dañar un tanque axlotl? No tiene sentido, en su mente, entre las vidas de las Otras Memorias, Sheeana oyó la voz ahora familiar de la antigua figura de Serena Butler, Parecía horrorizada.
¡Asesinar a un bebé!
Serena era una visitante muy ocasional en las Otras Memorias, una mujer cuyos antiguos pensamientos no tendrían que haber viajado por los corredores de tantas generaciones, y sin embargo, ya hacía unos años que estaba con Sheeana.

—Con anterioridad has manifestado el deseo de matar niños ghola. —Finalmente Sheeana se sentó.

Garimi hizo un esfuerzo por controlar los temblores.

—Traté de salvarnos a todos antes de que Leto pudiera convertirse en una amenaza, antes de que pudiera volver a convertirse en el Tirano. Eso es todo, y fracasé. Mis razones son de sobra conocidas, y las mantengo. ¿Por qué llegar a tales extremos ahora? ¿Qué me importa a mí Halleck? ¿O el viejo general Xavier Harkonnen? Incluso Serena Butler está tan y tan lejos en nuestro pasado que es poco más que el humo de una leyenda. ¿Por qué preocuparme por ellos cuando los peores gholas (Paul Muad’Dib, Leto II, la caída dama Jessica y Alia la Abominación) ya caminan entre nosotros? —Garimi profirió un desagradable rugido—. Tus sospechas me ofenden.

—A mí me ofenden las pruebas.

—A pesar de nuestros desacuerdos, todas somos hermanas —insistió Garimi.

Al principio las Bene Gesserit fugitivas compartían una causa, un objetivo común. Pero pocos meses después de la huida de Casa Capitular empezaron las divisiones, las luchas de poder; el cuestionar el mando, la disparidad de opiniones. Duncan y Sheeana se concentraban en huir del Enemigo Exterior, mientras que Garimi deseaba fundar una nueva central y adiestrar a la población Bene Gesserit según las normas establecidas.

¿Cómo hemos podido cambiar tan drásticamente? ¿Cómo han podido acentuarse tanto las divisiones?

Sheeana paseó su mirada de una cara a otra, buscando algún indicio de culpabilidad, sobre todo en los ojos. Stuka, bajita y con el pelo rizado, tenía una línea de sudor sobre el labio superior, un claro indicador de nerviosismo. Pero no detectó odio en ella, no vio el desprecio suficiente para desencadenar un acto tan brutal. Para su desazón, no tuvo más remedio que aceptar que el responsable no estaba allí.

—Entonces necesito vuestra ayuda. La persona que tenemos a nuestro lado podría ser un saboteador. Debemos entrevistar a todo el mundo. Reunir Decidoras de Verdad cualificadas y utilizar nuestras últimas reservas de la droga para inducir el Trance de Verdad. —Sheeana se frotó las sienes, temblando ante la inmensidad de aquella tarea—. Por favor, dejadme sola para que pueda meditar.

Cuando las nueve detractoras salieron, Sheeana se quedó sola, con los ojos entrecerrados. Con los años, la población del
Ítaca
había aumentado. Ni siquiera ella estaba segura de cuántos niños había a bordo, aunque eso podía comprobarse fácilmente. O eso creía.

—Bueno —murmuró dirigiéndose a las Otras Memorias—, Serena Butler… ¿estaba tu asesina en la habitación? Y, si no son ellas ¿quién puede haber sido?

La voz de Serena le habló, llena de pesar.
Un mentiroso puede ocultarse tras una barricada, pero todas las barricadas acaban por ceder. Tendrá otras oportunidades de descubrir al asesino. Porque sin duda habrá nuevos sabotajes.

— o O o —

Las Decidoras de Verdad se probaron entre ellas.

Veintiocho reverendas madres cualificadas escogidas entre las seguidoras de Garimi y la población general de hermanas. Las mujeres no protestaron defendiendo su inocencia ni se quejaron por las sospechas que recaían sobre ellas. En lugar de eso, aceptaron el mutuo interrogatorio.

Sheeana observó con frialdad mientras las mujeres se dividían en tríos. Dos actuaban a modo de interrogador y la tercera era interrogada. En cuanto la interrogada superaba el riguroso interrogatorio, cambiaban los papeles, de modo que todas pasaban por la prueba. Una a una, las Decidoras de Verdad iban formando un grupo cada vez mayor de investigadoras de confianza. Todas pasaron la prueba.

Cuando las Decidoras de Verdad hubieron confirmado su inocencia, Sheeana permitió que la interrogaran a ella. Garimi y sus hermanas disidentes también afrontaron el desafío y demostraron su inocencia, al igual que las seguidoras incondicionales de Sheeana.

Todas.

A continuación, con una Decidora de Verdad llamada Calissa a su lado, Sheeana se plantó ante un rígido Duncan Idaho. La sola idea de que Duncan fuera un asesino y un saboteador le parecía absurda. Sheeana no lo habría creído de ninguna de las personas que viajaba a bordo, y sin embargo, tres tanques axlotl y tres niños ghola habían sido destrozados.

Pero Duncan… tenerlo tan cerca, percibir el olor de su sudor, sentir que de alguna manera llenaba la habitación con su presencia, despertaba peligrosos recuerdos en ella. Sheeana había utilizado sus capacidades de sometimiento sexual para liberarlo de Murbella. A pesar de los antecedentes de los dos, ambos sabían que aquel encuentro apasionado fue más que una simple tarea necesaria. Desde entonces Duncan se había mostrado incómodo en su presencia, tenía miedo de sucumbir.

Pero esta vez no había ni amor ni tensión sexual, solo acusaciones.

—Duncan Idaho, ¿sabes cómo eludir las cámaras del centro médico?

Él miraba al frente, sin pestañear.

—Eso está dentro de mis capacidades.

—¿Cometiste ese terrible acto y borraste el rastro?

Ahora sus ojos la buscaron.

—No.

—¿Tenías alguna razón para evitar que Gurney Halleck, Serena Butler o Xavier Harkonnen nacieran?

—No la tenía.

Ahora que tenía a Duncan ante ella y una Decidora de Verdad, habría sido fácil preguntarle por su relación con ella. No podía mentir, no podía fingir. Pero le daban miedo las respuestas. No se atrevió a preguntar.

—Dice la verdad —declaró Calissa—. No es nuestro saboteador.

Duncan permaneció en la habitación cuando el bashar Miles Teg entró para su interrogatorio. Calissa pasó imágenes de la terrible escena de la sala de partos.

—¿Eres en algún sentido responsable de esto, Miles Teg?

El bashar miró las imágenes, la miró a ella, se volvió a mirar a Duncan.

—Sí.

Sheeana estaba tan perpleja que tuvo que pensar una nueva pregunta.

—¿En qué sentido? —preguntó Duncan.

—Soy responsable de la seguridad a bordo de la no-nave. Es evidente que he fracasado en mis obligaciones. De haber hecho un buen trabajo, esta atrocidad no habría tenido lugar. —Lanzó una mirada a la atormentada Calissa—. Puesto que me habéis preguntado en presencia de una Decidora de Verdad, no podía mentir.

—Muy bien, Miles Teg. Pero no es a eso a lo que me refería. ¿Cometiste sabotaje o lo autorizaste? ¿Estabas al corriente del asunto?

—No —contestó él con énfasis.

Se prepararon docenas de salas individuales, donde los interrogatorios pudieran continuar ininterrumpidamente. Y se preguntó a cada uno de los niños ghola, desde Paul Atreides hasta Leto II, de nueve años. Las Decidoras de Verdad no detectaron ninguna falsedad criminal.

Luego vinieron el rabino y sus judíos.

Y el resto de los pasajeros de la no-nave.

Nada. No parecía haber ni una sola persona relacionada con el incidente. Duncan y Teg utilizaron sus capacidades de mentat para revisar y volver a revisar las listas de pasajeros, pero no encontraron errores. Nadie había eludido los interrogatorios.

Sentado ante Sheeana en la sala de interrogatorios vacía, Duncan juntó los dedos de sus manos.

—Tenemos dos posibilidades. O el saboteador tiene capacidad para engañar a una Decidora de Verdad… o hay alguien escondido en el
Ítaca
sin que nosotros lo sepamos.

— o O o —

En equipos bien organizados, las Bene Gesserit clausuraron y dividieron las cubiertas de la no-nave, avanzando metódicamente de camarote en camarote, de cámara en cámara. Pero era una labor formidable. El
Ítaca
tenía el tamaño de una ciudad pequeña, de más de un kilómetro de largo, con cientos de cubiertas de altura, cada una de ellas llena de pasajes, cámaras, puertas ocultas.

Mientras trataba de pensar cómo podía haberse colado alguien en la nave sin que se dieran cuenta, Duncan se acordó de cuando encontró los restos momificados de las prisioneras Bene Gesserit que las Honoradas Matres habían torturado hasta la muerte. Aquella cámara de los horrores había pasado inadvertida durante todo el tiempo que Duncan estuvo prisionero en el interior de la nave en la pista de aterrizaje de Casa Capitular.

¿Es posible que otra persona —una Honorada Matre, quizá hubiera permanecido oculta en la nave todo ese tiempo? ¡Más de treinta años! No parecía probable, pero en la nave había miles de muelles de trabajo, alojamientos, corredores, zonas de almacenamiento.

Otra posibilidad: durante la huida del planeta de los adiestradores, varios Danzarines Rostro se habían estrellado con sus pequeños cazas contra el casco de la no-nave. Encontraron algunos cuerpos destrozados entre los restos de las naves… Pero ¿es posible que no hubiera sido más que una estratagema? ¿Y si alguno sobrevivió al impacto y se escabulló al interior de la nave? Quizá había uno o más Danzarines Rostro acechando en los corredores desiertos de la no-nave, buscando la forma de atacar.

Si eso era cierto, era imperativo que los encontraran.

Teg había instalado cientos de nuevas cámaras de seguridad en lugares estratégicos, pero en el mejor de los casos aquello no era más que una medida provisional. El
Ítaca
era tan inmenso que incluso el mejor material de vigilancia tendría miles de puntos muertos y, sencillamente, no tenían personal suficiente para controlar las cámaras que ya tenían. Era una tarea imposible.

Aun así, lo intentaron.

Mientras acompañaba a un grupo de cinco rastreadores, pensó en una batida avanzando entre la hierba alta en una partida de caza mayor. ¿Conseguirían hacer salir a un mortífero león de algún lugar en la inmensidad de la nave?

Registraron una cubierta tras otra, pero incluso con una docena de equipos, una inspección exhaustiva desde la cubierta más alta a la cubierta de carga más baja habría llevado muchísimo tiempo y, en los registros limitados que realizaron, no encontraron nada. Duncan estaba agotado y estresado.

Y el asesino o asesinos seguían a bordo.

10

En estos momentos solo tenemos dos opciones: defendernos o rendimos ante el Enemigo. Pero si alguno de vosotros cree que la rendición es una opción viable, entonces ya hemos perdido.

B
ASHAR
M
ILES
T
EG
, discurso pronunciado ante el Compromiso Pellikor

Tras dejar los destructores en Ix para que los fabricadores los estudiaran y duplicaran, Murbella viajó a los astilleros principales de la Cofradía, en Conexión.

El administrador Rentel Gorus, de cabellos largos y claros y ojos lechosos, acompañó a Murbella entre muelles de construcción, grúas suspensoras, cintas transportadoras y ensambladores, todos ellos bullendo de actividad. Los edificios eran altos y de formas cúbicas, las calles prácticas más que hermosas. En Conexión todo estaba hecho a una escala apabullante. Grandes elevadores subían los componentes al esqueleto de naves gigantescas, ensamblando una tras otra. El aire tenía el regusto del metal caliente, los residuos químicos que resultaban de la soldadura de componentes dispares para crear inmensas naves.

Gorus parecía excesivamente orgulloso.

—Como puede ver, tenemos las instalaciones que pide, madre comandante, siempre y cuando el precio sea el adecuado.

—El precio será el adecuado. —Con la riqueza de la Nueva Hermandad en melange y soopiedras, Murbella podría satisfacer prácticamente cualquier pago que le exigieran—. Pagaremos bien por cada nave que construyáis, cada aparato que pueda mandarse al combate, que pueda plantar cara al ejército de máquinas pensantes. El fin de nuestra civilización es inminente si no logramos derrotar a las máquinas pensantes.

Gorus no parecía impresionado.

—Cada bando en cada guerra cree que su conflicto es crucial para la historia. Pero en la mayoría de los casos son pensamientos alarmistas y engañosos. Esta guerra podría haberse acabado antes de que tenga que recurrir a tales medidas.

Ella frunció el ceño.

—No sé a qué se refiere.

—Hay otras formas de resolver el problema. Sabemos que las fuerzas exteriores están irrumpiendo en muchos sistemas planetarios. Pero ¿qué quieren? ¿Ante qué argumentos cederían? Consideramos que es importante hablarlo. —Sus ojos lechosos pestañearon.

—¿Qué clase de truco está tratando de hacernos esta vez la Cofradía?

—Nada de trucos, sensatez. El comercio debe continuar, al margen de la política, La desesperación de los tiempos de guerra inspira la innovación tecnológica, pero la paz fomenta beneficios a largo plazo. Gane quien gane, el comercio seguirá vivo.

Los cruceros eran las naves de lujo del universo desde hacía mucho tiempo; y ahora Murbella obligaba a la Cofradía Espacial a dedicar sus astilleros a crear las herramientas para la guerra. Durante siglos, la Cofradía había tenido una flota comercial estable, y el comercio no dejaba de aumentar conforme llegaba más gente procedente de la Dispersión. Sin embargo, ahora que la flota de Omnius estaba eliminando poblaciones enteras y enviando hordas de refugiados asustados de vuelta al corazón del Imperio Antiguo, se respiraba una profunda agitación entre la CHOAM y la Cofradía.

Un aire caliente procedente de los muelles de ensamblaje dio a Murbella en la cara, quemando sus fosas nasales con el humo acre de los humos residuales. Un estremecimiento le recorrió la columna.

—Sin duda nuestro enemigo común es racional —siguió diciendo Gorus—. Por tanto, hemos enviado emisarios y negociadores a la zona de guerra. Encontraremos a las máquinas pensantes y haremos una propuesta. La Cofradía preferiría seguir comerciando independientemente del resultado de este desacuerdo.

BOOK: Gusanos de arena de Dune
8.88Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Bet on Me by Alisha Rai
Not Quite Perfect Boyfriend by Wilkinson, Lili
Here Comes the Night by Linda McDonald
Mistaken Identity by Diane Fanning
El último Dickens by Matthew Pearl
Madrigals And Mistletoe by Hayley A. Solomon