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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (34 page)

BOOK: Hablaré cuando esté muerto
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—¿De qué se trata? —preguntó Lennart, paciente, aunque en su voz se advertía que estaba a punto de estallar. Le costaba no perder los papeles ante la actitud infantil de esa mujer. La habría zarandeado allí mismo, con su barbilla altiva, su boquita enfurruñada y sus ojos cerrados de enfado.

—Una fuente —confesó Bibbi tras un momento de reflexión—. Blanca y azul. Nunca devuelve lo que se le presta. De hecho, la tiene desde la víspera de San Juan del año pasado.

—¿Y te parece que después de ese brutal ataque era el momento más adecuado para recuperarla? —le espetó Maria sin poder contenerse. Lennart Björk estaba en el hospital, debatiéndose entre la vida y la muerte, y esa mujer tenía los redaños de meterse en su casa en busca de una fuente que le había prestado.

—Bueno, también tengo una cosa en su oficina… Si me dejáis recogerla, no os molestaré más —respondió Bibbi; acto seguido se metió en la boca un puñado de patatas, se levantó y apoyó ambas manos en la barandilla. Erika le lanzó una mirada asesina: acababa de dejar nuevas marcas de grasa en la madera.

—Eriksson, llévatela al coche y seguid hablando allí del asunto. Aquí tenemos que trabajar —ordenó Hartman.

Su colega hizo un gesto de resignación a modo de respuesta. Lo último que le apetecía era continuar la discusión con Bibbi Johnsson.

—¡Tengo derecho a coger lo que es mío! —vociferó Bibbi desde la puerta mientras trataba de deshacerse de su guardián—. ¡No podéis impedírmelo!

Erika Lund soltó un profundo suspiro en el momento en que Haraldsson apareció portando un fajo de cartas en la mano. No llevaba guantes. Ni siquiera un trapito para evitar dejar nuevas huellas.

—Seguramente quería esto. Cartas de amor —aclaró el agente—. Son tan ridículas que comprendo que no quisiera que nadie las leyera. Escuchad esto…

—¡Déjalo y sal de una vez! Como toquéis algo más aquí dentro, paso de todo y me vuelvo a la comisaría, ¡al menos allí seré de más utilidad! —exclamó Erika, su voz retumbó en toda la casa.

—Salgamos todos —ordenó Hartman.

—Me pregunto qué puede ser esto. —Maria, en el piso de arriba, contemplaba, con ambas manos a la espalda, la reproducción en blanco y negro de la lápida—, ¿Alguno de vosotros ha estudiado latín?

Hartman se detuvo en la puerta.

—Yo estudié latín en el instituto, pero de eso hace ya mucho —respondió y, sin tocar la baranda, fue al encuentro de Maria. Buscó las gafas en el bolsillo interior de su chaqueta y las sacó. Al poco dijo—: No estoy del todo seguro, pero Marianne es un hacha con el latín.

Cogió el móvil, habló un momento con su esposa y finalmente dijo:

—Nos sale «Obispo Unni».

—¿Obispo Unni? Tal vez sea algo importante —repuso Maria, que no creía haber oído antes ese nombre.

—Lo mejor será que te encargues de comprobarlo. No parece algo muy reciente que digamos. Me pregunto si Unni es nombre propio o apellido.

—Muy bien, pensaré en cómo resolver ese asunto. El problema es que no conozco a ningún experto en historia eclesiástica.

Bajo otras circunstancias, podría haber hablado con Lennart Björk. ¿A quién podía preguntar? Dejó volar sus pensamientos mientras escuchaba distraídamente a Hartman y Erika.

—Bibbi Johnsson vio salir a un hombre por esta puerta. Llevaba un saco grande o un fardo. ¿Qué pudo haber sido? Después oyó arrancar un coche, pero no lo vio.

—Tenemos a un testigo que vio a un hombre subir en coche desde el camino de tierra de detrás de la casa —dijo Erika, y en ese preciso instante Haraldsson regresó y escuchó su resumen—. Era un hombre solo, y el coche, un Toyota Carina de color burdeos. Iba en dirección a Visby.

Hartman rebuscó en su memoria, pero Haraldsson se le adelantó:

—Joakim Rydberg tiene un Toyota Carina. Anoche, después del ataque que sufrió Mirja Fredlund, nos pusimos en contacto con él; nos aseguró que iría a la comisaría, pero aún no lo ha hecho. El oficial de guardia acaba de confirmármelo.

—En ese caso hay que ordenar su búsqueda —dijo Hartman volviendo a echar mano a su móvil.

—El oficial de guardia me ha comunicado otra cosa un tanto peculiar —añadió Haraldsson con una amplia sonrisa—. Sobre la bañera del cuarto de baño de Joakim Rydberg han encontrado unas medias de señora de esas del año catapún, color beis, y también ropa interior en remojo dentro de un cubo. O sea, ropa interior de señora mayor de color salmón; podría ser para disfrazarse o podría ser de una señora muy vieja.

—¡Frida Norrby! ¡Tal vez la tenga de rehén! —exclamó Maria, que había pensado mucho en esa respetable señora, esperando y deseando que estuviera viva.

—Pero ¿por qué narices? ¿Para qué iba a tenerla escondida?

—Eso no lo sabemos, pero sabemos que se conocen —dijo Hartman—. Joakim la llevó en taxi la noche en que se supone que ambas mujeres fueron asesinadas. ¿Proporcionó el testigo alguna descripción del hombre del vehículo? —preguntó sintiendo que recuperaba el ánimo. Por fin algo sobre lo que trabajar.

—Según Bibbi, era alto, delgado y de pelo oscuro. El otro testigo solo dijo que era un hombre de estatura algo superior a la media.

—Entonces, ¿es posible que Frida Norrby haya estado todo este tiempo en el apartamento de ese chico? —intervino Erika—. Si es así, seguramente podemos conseguir bastantes huellas. Tal vez en la orden de búsqueda deberíamos indicar que es probable que se hallen juntos.—Erika había humedecido la mancha de sangre del suelo para extraer el ADN; luego se puso a duras penas en pie con la mano en el costado—. Parece que no me voy a aburrir. ¿Quién me lleva a la ciudad?

—Yo me quedo aquí —dijo Maria—. Creo que Gunnar Fredlund tal vez pueda decirme quién fue el obispo Unni.

39

No pienso beberme eso. ¡Ni hablar! —gritó Joakim mirando fijamente la espalda de Frida, quien, sentada en una banqueta, vertía la leche dentro de un tarro metálico. Bl mero olor de los animales le cortaba la respiración.

—No tengas tantas manías. Sé que estás muerto de hambre. Ya verás como todo te parecerá mejor cuando hayamos cenado.

—¡A la mierda! Tal vez haya matado a ese tío, nos están buscando, la policía anda detrás de nosotros, y mi padre también. Mi madre está cabreadísima porque he desatendido mi trabajo con el taxi. Y usted aquí como una boba ordeñando vacas. ¡Esto es lo peor que me ha pasado nunca! —dijo Joakim y comenzó a darse con la cabeza sobre las palmas de las manos, como para despertarse de esa pesadilla. Tenía ganas de gritar a Frida Norrby, pero ella nunca parecía perder el temple. Después de vivir ochenta años, probablemente estés curtido, pensó.

—Entonces la cosa no puede ir a peor, ¿cierto? Solo mejorar poco a poco. Nos conformaremos con panecillos con leche, a no ser que decidamos tomarle prestada a Signe un poco de mantequilla…

—Usted está fatal de la cabeza. ¿Tiene algún plan o va improvisando? ¿Cómo piensa que vamos a resolver esto?

—Cuando oscurezca iremos a Atlingbo a buscar la lápida del obispo. Ojala Helge hubiera dejado escrito todo bien clarito y no tuviéramos que adivinar qué quería decir. Me encantaría acabar lo que él comenzó.

—Eso si la pasma no nos pilla antes. La vieja de la despensa grita como una descosida. Se oye hasta en la granja. Como pase alguien… Teníamos que haberla silenciado mejor.

—Ya verás como eso se arregla. Dentro hay un barril de cerveza de Gocia; cuando se le reseque la boca de tanto berrear, acabará dormida como un tronco.

Joakim agitó su moreno cabello rizado. La situación no parecía muy prometedora.

—¿Cómo iremos hasta allí? Están buscando el coche. No llegaremos muy lejos.

—¡Ja, ja! Eso ha tenido gracia —rió Frida—. Los jóvenes tenéis tanta prisa… ¿Cómo crees que se las arreglaba la gente antes, cuando no había coches? Mi madre trabajaba de criada en Stenkyrka; para visitar a sus padres en Frqjel caminaba sesenta kilómetros, ida y vuelta, y mientras, es decir, conforme andaba, hacía encajes de sábanas a ganchillo y tejía medias.

—¿Las que heredó? —soltó Joakim con una carcajada, y Frida enseguida lo acompañó, pero reían de cosas distintas.

—Es posible… Duraban mucho, porque tejía con hilo doble de algodón. Ya no fabrican ese tipo de medias. Lo que quiero decir es que tenemos toda la noche para caminar hasta Atlingbo. No hay prisa. En la oscuridad no nos ven, y conozco el camino como la palma de mi mano.

—Explíquemelo otra vez. ¿Para qué vamos a cavar en Atlingbo? ¿Y cómo sabe exactamente dónde tendremos que cavar?

—En el mapa hay un triángulo, ya hemos hablado de eso. El primer vértice es Kulstáde, al oeste, donde se construyó la primera iglesia de madera de Goci…

—¿Vamos a excavar también en Kulstáde? —preguntó Joakim con un hondo suspiro. La pesadilla no parecía tener fin.

—No, eso ya lo hizo Helge y no dio resultado. En el vértice número dos tenemos la iglesia del sur. Atlingbo era una primitiva iglesia de la parroquia de Medeltreding, tal vez la más antigua. Puede que enterraran allí al obispo Unni —dijo Frida, y a continuación se sumergió en sus pensamientos.

—¿Y el tercer vértice? —preguntó Joakim, impaciente.

—El tercero está en el este: la Casa del Abad de Kungsgárd. Puede haber sido la pequeña iglesia de Ansgar, que el pueblo dejó en pie en la segunda visita del patriarca a Birka tras el regreso a sus antiguos dioses. Los tres puntos forman un triángulo, un símbolo de la Santísima Trinidad —explicó Frida mientras la leche caía en finos hilos al ritmo de sus palabras; giró levemente la cabeza para ver si Joakim la seguía—. Aunque en la Casa del Abad nunca vivió ningún abad, o al menos así lo indica Helge en el dorso del mapa. Eso se lo inventaron después. En 1936 la Dirección Nacional de Aviación cubrió con hormigón el suelo de guijarros. Cabría preguntarse para qué. Aunque lo más extraordinario es lo que contenía ese triángulo. ¿Te ves capaz de adivinarlo? —preguntó Frida bajando la voz en un tono conspiratorio.

—¡Cuente! —repuso Joakim, ansioso como un niño que espera oír el final de un cuento.

—Agárrate. Ahí se encuentra la villa de Björke, también conocida como Birka. Totalmente enmarcada.

—¿Y qué tiene eso de peculiar? —Joakim golpeó con un puño la pared del establo; la vaca que Frida estaba ordeñando se sobresaltó y la salpicó de leche.

—De la misma manera que el triángulo delimita el terreno, excluye el antiguo lugar de culto donde se hallaba la asamblea del
Thing
y se adoraban a los antiguos dioses. El triángulo simboliza la tierra de cristiandad, mientras que lo de fuera pertenece a lo pagano. Se me ponen los pelos de punta… ¿A que es apasionante? Casi como El código Da Vinci.

—A usted quizá eso le dé un subidón, pero a mí no —dijo Joakim, que definitivamente se hallaba con un ánimo propio del final de los tiempos—. ¿Por qué no pasamos de todo? Me siento fatal.

—Tonterías —dijo Frida—. Pareces una vieja…

Avanzaban al amparo de la oscuridad por la carretera que conducía a la iglesia de Atlingbo. Soplaba viento del este y Frida se apretó el chal alrededor de la cabeza. Mientras caminaban, hablaba a Joakim sobre épocas pasadas, cómo era servir de criada a los señores y tener que limpiar toda su porquería, hacer reverencias y tratarles con títulos y apellidos.

—¿Sabes? Hasta lavé preservativos de seda de los señores; al tender la colada había que esconderlos bajo una toalla para no exponerlos a la contemplación pública.

—¡Condones de seda! ¿Y eran seguros?

—Tan fiables como una corteza de tocino bajo una piedra en una noche de luna llena —respondió Frida dejando escapar una risita—. Las mujeres listas preferían introducirse una rodaja de limón.

Cuando conoció a Helge, Frida trabajaba de niñera; su salario consistía en una habitación propia con radio y comida gratis, de ese modo no era una carga para sus padres.

—Fui seis años a la escuela, pero no podían permitirse que siguiera estudiando. No había dinero para eso.

—Creo que yo también he hecho solo seis años. En total, quiero decir —añadió Joakim pensativo.

—Pero a ti te dieron la oportunidad, tontín. Esa es la diferencia. Yo quería estudiar, y tenía cabeza para eso, pero no me dejaron. El dinero era para escolarizar a mí hermano, que se sacó el bachillerato.

—¡Qué injusto! —dijo Joakim, que por fin había divisado la iglesia.

—No se lo podían permitir, y él era hombre. Sobre él caería más tarde la obligación de mantener a la familia; yo saldría adelante si conseguía casarme, aunque estudiar se me diera mejor que a él. Por la mañana, temprano, cogía sus libros y los leía, y también cuando él dormía. Te mereces una buena tunda por no aprovechar la oportunidad de estudiar que te han dado…

—Hay luz en la iglesia. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Joakim, rehuyendo los comentarios de Frida sobre los estudios.

—Tenemos tiempo. Esperaremos hasta que se vayan a casa —dijo Frida. Acto seguido se tumbó con cuidado en el suelo, reclinó la cabeza contra un árbol y cerró los ojos. Parecía tener una capacidad asombrosa para echar una cabezada y despertarse plena de energía. Joakim se sentía cada vez más angustiado y lleno de dudas acerca de la cordura de la anciana. Quizá todo aquello no fueran más que fantasías de un cerebro trastornado que había perdido el vínculo con la realidad.

—Pero entonces ¿tal vez no podamos entrar en la iglesia? —protestó.

—Sí, si quisiéramos entrar creo que podríamos, pero no necesitamos hacerlo porque vamos a cavar fuera. El coro del antiguo templo de piedra que había debajo de esa construcción se hallaba hacia el este. A mediados de los cincuenta sacaron a la luz la vieja iglesia. Si hubiera habido algo, lo habrían encontrado. Quiero que excavemos fuera del muro oriental del santuario. El coro se ubicaba por allí, justo donde Helge puso una cruz —dijo Frida alzando el mapa y señalando con su dedo torcido—. Una característica bastante peculiar de esta iglesia es que cuenta con un hagioscopio en el muro sur. ¿Sabes qué es eso? No a todo el mundo se le permitía entrar en la iglesia; si, por ejemplo, consideraban que eras impuro, habías cometido alguna fechoría o no formabas parte de la verdadera fe, no podías entrar. En ese caso, tenías que permanecer en esta sala de oración, como si fuera un rincón de castigo —explicó Frida; luego calló un instante—. Están apagando las luces. ¿Sabes una cosa, Joakim? No puedo dejar de pensar en Lennart Björk. Te estoy tan agradecida de que me salvaras la vida…, pero al mismo tiempo espero que no le haya pasado nada demasiado malo. Y eso lo deseo por tu bien. Cuando Björk me agarró, yo también le cogí a él. Quizá pensó que era yo quien quería matarle.

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