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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (37 page)

BOOK: Hablaré cuando esté muerto
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43

Cuando Maria llegó a la explanada de gravilla frente a la casa de los Fredlund, vio que la luz del dormitorio estaba encendida. En la penumbra gris del cielo encapotado, la luz adquiría un tono azulado y Maria imaginó que Gunnar se hallaba ante el ordenador. Llovía con fuerza, así que decidió esperar en el coche hasta que la lluvia remitiera. Aprovechó para llamar a Erika Lund y preguntarle si se sabía algo de las huellas dactilares de la pala con la que habían atacado a Mirja Fredlund. Como de costumbre, Erika se mostró reacia a dar cualquier información antes de haberla comprobado al cien por cien, pero en lo relativo a la pala las huellas coincidían con las que habían tomado a Gunnar Fredlund. Es decir, no habían limpiado la pala como sí habían hecho con la barra de hierro empleada en el asesinato de Ingrid y con las cizallas utilizadas en la fabricación de las cuñas metálicas de la puerta de la sauna. Erika pudo desvelarle asimismo que en la hoja de la pala habían encontrado rastros de sangre del grupo sanguíneo de Mirja Fredlund. «No entres sola. Espera a que lleguen refuerzos», le había dicho Erika justo antes de que Maria apagara el teléfono. ¿Por qué? El hecho de que Gunnar Fredlund cavara con su propia pala era la cosa más normal del mundo. Justo por ese motivo se necesitaban sus huellas, como control, ¿no es cierto? Profundizó entonces en su análisis del caso. Si Frida Norrby hubiera asesinado a las mujeres en un ataque de locura, ¿habría tenido la presencia de ánimo suficiente para borrar las huellas que iba dejando? «Supongamos que nuestra anterior hipótesis es cierta; que se ha vuelto senil y sufre manía persecutoria», había dicho Erika. «No sería algo demasiado inusual. En ese caso, podría haber actuado de un modo bastante astuto, obsesionada con la idea de que iban a por ella y querían hacerle daño».

Maria decidió no esperar más y salió corriendo bajo la lluvia. Fue Mirja quien le abrió la puerta, ataviada con una bata demasiado grande y con manchas de café que Maria supuso había tomado prestada de su marido.

—¡Entra! Vas a acabar empapada —dijo Mirja observando a Maria y sonriendo por el aspecto de su pelo; tenía mechones de cabello pegados a la cara. Fuera caía una lluvia intensa procedente de un manto de nubes uniforme—. ¿Has venido a recoger el jersey que te olvidaste? —Mirja se adentró en la casa sin esperar respuesta—. Gunnar, tenemos visita, tal vez puedas dejar un instante el ordenador. Voy a preparar un poco de café.

Maria se sentó junto a la mesa de la cocina y oteó a través de la lluvia la casa de Lennart Björk. Mirja se detuvo con la cafetera en la mano y se quedó también mirándola.

—Lennart acaba de llamar desde el hospital —dijo Mirja—. ¡Gracias a Dios que está vivo! ¿No tenéis ni idea de quién le agredió? Él dice que fue Frida Norrby, pero me cuesta creerlo, aunque, por otra parte, yo tampoco pensaba que mi propio esposo fuera capaz de zurrarme. Gunnar, podrías venir aquí y confesar lo que hiciste… Con un marido así, quién necesita asesinos en serie, ¿verdad, Gunnar?

—Cuéntaselo tú, que ya sabes que se te da muy bien —soltó arisco desde su despacho.

—Preferiría que lo hicieras tú mismo.

Maria se puso seria de inmediato. Gunnar apareció desnudo de cintura para arriba; tenía un moratón enorme en el pecho, presumiblemente causado por el golpe que Mirja le había arreado con el candelabro. Era una pieza importante en la investigación de los asesinatos y Maria había dado con ella por casualidad. Si Gunnar había golpeado a su esposa, ebrio, deberían haber avisado a la policía en cuanto se le hubiera pasado la borrachera y hubiera comprendido lo que había hecho, de ese modo podrían haber descartado esa agresión de la investigación.

—No es algo de lo que me sienta precisamente orgulloso. ¡Estaba como una cuba! —dijo dejándose caer pesadamente en una silla junto a la mesa de la cocina.

Maria se preguntó si eso no formaba parte de lo habitual. Tampoco en ese momento parecía sobrio y ni siquiera eran las doce de la mañana, pero se guardó sus reflexiones para sí misma.

—Tenías una cogorza de padre y muy señor mío, oíste ruidos y… claro, no tenías más remedio que hacerte el superhéroe, salir para tumbar al asesino y así luego aparecer en los periódicos.

—¡Calla un momento! ¿Me dejas contarlo a mí?

—¡Vale, vale! —Mirja agitó los brazos en el aire.

—Salí para mear y oí ruidos. En realidad, no tengo ni pajolera idea de lo que hice ahí fuera.

—Eso forma parte de lo habitual —interrumpió Mirja—. La verdad es que da miedo. No sabe ni lo que hace. ¿Te das cuenta del peligro? Yo me niego a dormir en la misma habitación que él cuando está borracho. O sea… Nunca dormimos juntos.

Gunnar protestó por lo bajo. Probablemente era cierto.

—Cuéntalo desde el principio —le instó Maria.

—¡No puede tener la boca cerrada…! —dijo Gunnar lanzando a Mirja una mirada llena de reproches, luego acercó la silla a la mesa y carraspeó—. Cuando iba en bicicleta a tu encuentro no podía dejar de pensar en el asesino y en que mi pequeña Mirja no debería volver sola a casa. Por eso seguramente luego me quedé dormido con esa idea en la cabeza. Oí ruidos raros y salí en nuestra defensa. Se me había metido en la cabeza que el asesino trataba de matarnos, así que le arreé a mi esposa con la pala en defensa propia. Luego no sé qué se me pasó por la mente, la vi tirada en el suelo, me entró miedo y corrí de regreso a la casa. Volví a quedarme dormido hasta que me despertaron otros ruidos, y entonces estabas tú aquí y después llegaron más policías.

—¿Estás seguro de eso, de que fuiste tú quien le pegaste? Al principio no te acordabas…

—Estaba borracho. Recuerdo que cogí la pala, que estaba apoyada sobre el muro de la leñera. No, no lo soñé. Luego le aticé.

—Mira ese cardenal. Fue él a quien le di con el candelabro. Qué suerte que no me mataras, Gunnar. Una verdadera suerte para ti, ¿sabes?

Maria llamó a Hartman con el móvil y le comunicó el nuevo giro que había dado la investigación. Gunnar se mostró arrepentido y dispuesto a presentarse ante la policía. Como bebedor habitual que era, no necesitó mucho tiempo para recuperar la sobriedad. Una vez completada la autoinculpación formal, Maria le planteó la misma pregunta que había hecho a Lennart Björk pero disimulada entre frases cuidadosamente escogidas sobre Roma en tanto que comarca histórica.

—Después de Ansgar llegó a Birka el obispo Unni, que murió allí y cuya cabeza fue enviada a Bremen. ¿Cuáles serían las consecuencias si se hallara la tumba de Unni en Gocia?

En un primer momento Gunnar pareció sorprendido, pero luego sonrió. Probablemente se sintió halagado de que le preguntaran algo dentro de su especialidad.

—Significaría que Birka, la Birka de Ansgar, la gran metrópoli comercial, estaba justo aquí, tal vez incluso en Roma.

Mirja lanzó una mirada severa y rápida a Gunnar.

—Pero, por supuesto, eso no es así —intervino Mirja—. Es completamente imposible. Todo el mundo sabe que Birka está en Björkó. Se ha demostrado científicamente. ¿Cómo se te ha podido ocurrir siquiera una idea tan descabellada?

—Si la Birka de Ansgar estuviera en Gocia, ¿qué implicaría eso para el Centro de Spa de Björkóbrunn y Hovgárd? —continuó Maria con calma. En ese mismo instante se dio cuenta de que no podría solicitar una plaza para Per hasta que no se hubiera completado la investigación de los asesinatos. Fue una elección dificilísima. ¿Podría mirarse a sí misma con respeto, podrían los demás confiar en ella si se aprovechaba de su posición para lograr ventajas? Independientemente de su decisión, el resultado no sería positivo. Tal vez lo de Per pudiera resolverse de otra forma. Tenía que haber otras alternativas.

—¿Por qué dices eso? ¿Existe alguna prueba de ello? —contestó Mirja indignada—. ¿Es Frida Norrby quien lo dice? Chochea.… Todo el mundo lo sabe.

—Mi esposa y yo hemos invertido todo lo que tenemos en ese centro. Pero no somos los únicos, hay más gente que ha puesto dinero. Lennart Björk, por ejemplo. Hay gente que ha invertido capital en la creación de una residencia exclusiva para anciano en Björkó y seguimos buscando nuevos patrocinadores cuyas marcas puedan verse beneficiadas por su vinculación con un lugar que es Patrimonio de la Humanidad. Si nuestros socios capitalistas se echaran para atrás por un rumor malintencionado sería una catástrofe económica. El hecho de que Björkó sea Patrimonio de la Humanidad resulta esencial desde una perspectiva de marketing.

—Exacto. Eso es exactamente: un rumor falso —insistió Mirja—. Espero que esa vieja chalada no acuda a algún periódico que se trague sus disparates. A día de hoy prácticamente todas las plazas del centro están reservadas y hay muchas personas en lista de espera para la residencia de ancianos. Lo peor de todo es que si le exigieras una indemnización por difamación, esa anciana chiflada no tendría con qué pagar. Desde que se le quemó la casa no le queda un céntimo. Puede pasearse por ahí y seguir arrojando mierda. ¡Así está nuestra sociedad! Ya no hay justicia, nadie nos protege de la gentuza. ¿Sabes lo que te digo? ¡Habría que encerrarla!

Maria sintió que la ira crecía en sus venas.

—Cualquier persona puede caer enferma. Tú y yo también —dijo pensando en Per y en la vergüenza que le ocasionaba su propia depresión. Una buena parte del sufrimiento que causa la enfermedad se debe a la reacción de tu entorno.

La mirada de Mirja cambió, adquirió una intensidad que requería plena atención.

—Me he enterado de que conoces bien a Per Arvidsson.

Era imposible pasar por alto los matices ocultos que escondía tras su sonrisa. Mirja prosiguió:

—Su esposa me ha suplicado una plaza en Björkóbrunn. Si la he entendido bien, tú también tienes interés por que se recupere. ¡Vaya! Parece que he tocado un nervio sensible… —dijo Mirja entre risas al ver la expresión de Maria y su mutismo—. Hagamos lo siguiente. Si pones todo de tu parte para acallar esas habladurías sobre obispos decapitados te prometo que buscaré un lugar para tu amado. Quid pro quo, ya sabes. Así es como funcionan las cosas.

La respuesta de Maria llegó sin reflexión previa alguna, directamente del alma:

—Haré constar tu propuesta en las actas del interrogatorio. Intento de chantaje… ¿o cómo debo interpretarlo si no?

Más tarde, mientras volvía a la ciudad, Maria Wern no dejaba de dar vueltas a su decisión. Tal vez la lamentaría el resto de su vida, pero en ese momento no tenía otra alternativa. Llevaba grabado dentro, en algún lugar, el sentido de la honradez. La ética debía guiar los actos de un policía más que los de cualquier otra persona, porque el cargo de policía implica una defensa de la ley, una incorruptibilidad que te lleva a rechazar ganancias y no implicarte en situaciones de tipo delictivo. A veces el precio que debes pagar es inhumano. ¿No debería haber renunciado a su convicción moral para salvar a Per, solo por esta vez? Tal vez era cierto lo que Mirja afirmaba, que Frida Norrby era una loca que había conseguido reclutar a un alma perdida en su viaje a ninguna parte. ¿De qué servía entonces la insobornabilidad y el orgullo?

La lluvia había cesado y el sol buscaba abrirse paso entre la capa de nubes en retirada. Maria llamó a Hartman para decirle que estaba en camino y se enteró de que Stina Haglund, la ex novia de Joakim, había ido a presentar una denuncia por malos tratos. Las cosas no pintaban nada bien para ese joven. Conectó entonces la radio para escuchar, como mínimo por quinta vez esa mañana, que la policía había ordenado la busca y captura de Frida Norrby y Joakim Rydberg. Descripción, vehículo y «… pedimos a la ciudadanía mucha precaución, ya que no se puede excluir la posibilidad de que el joven vaya armado». Maria se preguntó si habían recibido nueva información o simplemente preferían curarse en salud. El miedo hace peligrosas a las personas. La agresión de Gunnar Fredlund sobre su esposa no era la única prueba de ello. La gran cantidad de armas que había en circulación suponía un verdadero problema. En ese mismo instante recibió la llamada de Jesper Ek.

—Sé que no debía ponerme en contacto contigo ahora porque me han apartado del caso, pero estoy muy preocupado por Joakim. Temo que se halle oculto en algún sitio, acosado y asustado. No creo que sea culpable, aunque tal vez lo crea porque eso es lo que deseo. Sé que se ha comportado de forma violenta en algunas ocasiones, pero no le creo capaz de asesinar.

—¿Se ha comunicado contigo? —preguntó Maria yendo al grano. Las opciones de Joakim no mejoraban precisamente escondiéndose.

—No, pero sé que anda muy corto de dinero. Es probable que se presente en mi casa si vuelve a quedarse sin blanca. ¿Qué le digo? ¿Qué posibilidades tiene de evitar la cárcel? Respóndeme con franqueza, Maria. ¿Qué debo decirle a mi hijo?

—Que le quieres porque eres su padre y que sientes no haber estado con él más tiempo. Ese es tu papel ahora. Eres su padre, Jesper, no un policía. Por eso te han retirado del caso.

—Si fuera tu hijo, ¿qué harías?

—Le rogaría que saliera de su escondrijo y contara lo que supiera para atenuar la pena. No puede permanecer oculto para siempre y, sin dinero, hay un riesgo inminente de que cometa nuevos delitos. Trata de hacerle hablar. Si le condenan a prisión, pondré todo de mi parte para que vaya a un lugar decente donde puedan ayudarle de verdad.

—Pensará que le estoy traicionando.

—No si le pides que lo haga por su propio bien.

—Maria, hay algo más que quiero contarte. Pero no debes decírselo a nadie. Debe quedar entre nosotros.

—Jesper, eres mi mejor amigo, pero no puedo hacerte esa promesa. Lo sabes tan bien como yo.

—Te lo diré de todas maneras y que tu conciencia te dicte qué hacer con esa información. Me consta que Joakim ha maltratado a su madre. Le pregunté por sus moratones y ella me contó la verdad. Necesita ayuda para controlar sus accesos de ira. Su madre sospecha que se ha llevado su Rohipnol. ¿Sabes los efectos de combinar ese fármaco con el alcohol? Por eso se le va la pinza. En realidad es un buen chico. Podría haberle ido tan bien… si no fuera porque yo…

Maria advirtió que la voz de Jesper se quebraba.

—Lo siento tanto por ti, Jesper… De verdad —dijo Maria, impotente—. Si quieres hablar, aquí me tienes. Seré todo oídos.

44

Joakim Rydberg estaba sentado, arropado por una manta y observando a una mosca atrapada en una telaraña. No dejaba de zumbar, cada vez más agotada en su lucha a vida o muerte, mientras la araña aguardaba su momento. Así se sentía él en ese instante. La policía le acechaba, él se debatía como un loco por liberarse y Frida era la telaraña que lo mantenía apresado. Seguía sin saber qué pensar. ¿Estaba loca, era muy inteligente o una combinación de ambas cosas? En ese momento dormía y roncaba envuelta en su chal, cual capullo presto a incubar nuevas ideas sobre obispos sin cabeza. Joakim miró a la mosca y se preguntó cómo sería estar muerto. Más allá del tiempo, sin sentir nada en absoluto. Poder librarse de toda esa mierda. A veces pensaba que una maldición había caído sobre su vida. Seguramente el hada mala estaba en guardia en la sección de maternidad la noche en que él nació y, cuando nadie la vio, alzó su varita sobre él y pronunció el conjuro que lo convertiría en una persona malvada. Su terrible risa resonaba a veces dentro de su cabeza. Tenía que haber sido algún tipo de maldición, porque siempre que todo iba bien y se sentía a gusto se veía obligado a destruirlo, aun a su pesar. Había una fuerza superior a la que no podía resistirse. Ya le había pasado de pequeño, con ese conejito que tenía. Era tan mono… Primero le acariciaba suavemente y luego sus dedos se enfadaban y empezaba a pasarle la mano cada vez con mayor fuerza hasta que el conejito comenzaba a retorcerse de dolor y se asustaba, lo cual a él le irritaba aún más y le llevaba a agarrarlo con más fuerza. Luego, cuando estaba con alguna chica que valía la pena, la cosa funcionaba hasta que empezaba a gustarle demasiado y se sentía atrapado, entonces no le quedaba otra que estropearlo todo, agarrándola también con demasiada fuerza, dándole calabazas o fornicando a diestro y siniestro… a ser posible con su mejor amiga, para que acabara enterándose. Si eres malo porque has sido víctima de una terrible maldición, no puedes escapar, tienes que afrontarlo. Todo eso se lo había contado a Frida, y ella le había escuchado sin juzgarlo, limitándose a asentir con un sordo murmullo para sus adentros, tratando de entenderle e invitándole a que continuara hasta que él se cortaba; entonces, al sorprenderse a sí mismo en su confesión, comprendía la insensatez de todo aquello y solo quería huir de esas desgracias que había causado completamente en vano. En cierta manera, lo peor de todo era que no había servido para nada, eran fantasmas de su mente, cosas terribles y, para colmo, sin sentido alguno.

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