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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Dumbledore estaba furioso —comentó Hermione con una voz casi atemorizada—. Nosotros lo vimos. Cuando se enteró de que Mundungus había abandonado su puesto antes de que terminara su turno… Daba miedo verlo.
—Pues mira, me alegro de que se marchara —replicó Harry con frialdad—. Si se hubiera quedado, yo no habría hecho magia y seguramente Dumbledore me habría dejado en Privet Drive todo el verano.
—¿No estás…, no estás preocupado por la vista del Ministerio de Magia? —preguntó Hermione con voz queda.
—No —mintió Harry desafiante.
Se apartó de ellos, mirando alrededor, con
Hedwig
acurrucada en su hombro, pero aquella habitación no era lo más apropiado para subirle la moral. Era húmeda y oscura. Un lienzo en blanco con un marco decorado era lo único que alegraba la desnudez de las desconchadas paredes, y cuando Harry pasó por delante de él le pareció oír a alguien que, escondido, reía por lo bajo.
—¿Y se puede saber por qué Dumbledore tenía tanto interés en mantenerme escondido? —preguntó Harry, que seguía intentando controlar su voz y adoptar un tono despreocupado—. ¿Se molestaron en preguntárselo, por casualidad?
Levantó la cabeza justo a tiempo para ver cómo sus amigos intercambiaban una mirada que significaba que estaba comportándose como ellos habían imaginado. Eso no ayudó a mejorar su estado de ánimo.
—Le dijimos a Dumbledore que queríamos contarte lo que estaba pasando —contestó Ron—. Se lo dijimos, Harry. Pero ahora Dumbledore está muy ocupado, sólo lo hemos visto dos veces desde que vinimos aquí, y no tenía mucho tiempo para nosotros; nos hizo jurar que no te contaríamos nada importante cuando te escribiéramos. Dijo que las lechuzas podían ser interceptadas.
—De todos modos habría podido mantenerme informado si se lo hubiera propuesto —replicó Harry de manera cortante—. No irás a decirme que no conoce formas de enviar mensajes sin lechuzas, ¿no?
Hermione miró a Ron y dijo:
—Yo también lo pensé. Pero él no quería que supieras nada.
—Quizá piense que no se puede confiar en mí —dijo Harry, observando con atención sus expresiones.
—No seas idiota —contestó Ron, que parecía muy desconcertado.
—O que no sé cuidar de mí mismo.
—¡Claro que no piensa nada de eso! —exclamó Hermione agitada.
—¿Entonces por qué tenía que quedarme en casa de los Dursley mientras vosotros dos participabais en todo lo que estaba pasando aquí? —preguntó Harry; las palabras salieron atropelladamente de su boca, y a medida que las pronunciaba, el volumen de su voz iba aumentando—. ¿Por qué vosotros dos estáis al corriente de lo que está ocurriendo?
—¡Eso no es cierto! —lo interrumpió Ron—. Mamá no nos deja acercarnos a las reuniones; dice que somos demasiado pequeños…
Pero sin poder contenerse más, Harry se puso a gritar.
—
¡AH, YA!, NO HABÉIS ESTADO EN LAS REUNIONES, ¡QUÉ BIEN! PERO HABÉIS ESTADO AQUÍ, ¿VERDAD? ¡HABÉIS ESTADO JUNTOS! ¡YO, EN CAMBIO, LLEVO UN MES ATRAPADO EN CASA DE LOS DURSLEY! ¡Y YO HE HECHO COSAS MUCHO MÁS IMPORTANTES QUE VOSOTROS DOS, Y DUMBLEDORE LO SABE! ¿QUIÉN SALVÓ LA PIEDRA FILOSOFAL? ¿QUIÉN SE DESHIZO DE RIDDLE? ¿QUIÉN OS SALVÓ LA VIDA CUANDO OS ATACARON LOS DEMENTORES?
Harry soltó todos y cada uno de los amargos y resentidos pensamientos que había tenido durante el último mes: su frustración ante la ausencia de noticias, la ofensa que le producía saber que todos habían estado juntos sin él, la rabia que experimentaba porque habían estado vigilándolo y nadie se lo había dicho… Todos los sentimientos de los que se avergonzaba a medias se desbordaron por fin.
Hedwig
se asustó con el ruido y voló hasta lo alto del armario;
Pigwidgeon
, alarmada, gorjeó y empezó a volar aún más deprisa por encima de sus cabezas.
—
¿QUIÉN TUVO QUE PASAR POR DELANTE DE DRAGONES Y ESFINGES Y DE TODO TIPO DE BICHOS REPUGNANTES EL AÑO PASADO? ¿QUIÉN VIO QUE ÉL HABÍA REGRESADO? ¿QUIÉN TUVO QUE HUIR DE ÉL? ¡YO!
Ron estaba allí plantado con la boca abierta, atónito y sin saber qué decir, mientras que Hermione parecía a punto de llorar.
—
PERO ¿POR QUÉ TENÍA QUE SABER YO LO QUE ESTABA PASANDO? ¿POR QUÉ IBA A MOLESTARSE ALGUIEN EN CONTARME LO QUE SUCEDÍA?
—Harry, nosotros queríamos contártelo, de verdad… —empezó Hermione.
—
NO CREO QUE ESO OS PREOCUPARA MUCHO, PORQUE SI NO ME HABRÍAIS ENVIADO UNA LECHUZA, PERO CLARO, DUMBLEDORE OS HIZO JURAR…
—Es verdad, Harry, nos…
—
HE PASADO CUATRO SEMANAS CONFINADO EN PRIVET DRIVE, ROBANDO PERIÓDICOS DE LOS CUBOS DE BASURA PARA VER SI ME ENTERABA DE LO QUE ESTABA PASANDO…
—Nosotros queríamos…
—
SUPONGO QUE OS HABRÉIS REÍDO DE LO LINDO, ¿VERDAD?, AQUÍ ESCONDIDOS, JUNTITOS…
—No, Harry, en serio…
—¡Lo sentimos mucho, Harry! —dijo Hermione desesperada; tenía los ojos bañados en lágrimas—. Tienes toda la razón. ¡Yo también estaría furiosa si me hubiera pasado a mí!
Harry la fulminó con la mirada, respirando entrecortadamente; luego volvió a apartarse de ellos y se puso a dar vueltas por la habitación.
Hedwig
ululó con tristeza desde lo alto del armario. Hubo una larga pausa, sólo interrumpida por el lastimero crujido de las tablas de madera bajo los pies de Harry.
—A ver, ¿qué es esta casa? —preguntó.
—El cuartel general de la Orden del Fénix —contestó Ron de inmediato.
—-¿Y piensa alguien decirme qué demonios es la Orden del Fénix?
—Es una sociedad secreta —se apresuró a responder Hermione—. La dirige Dumbledore; él fue quien la fundó. La forman los que lucharon contra Quien-tú-sabes la última vez.
—¿Quiénes? —inquirió Harry, y se detuvo con las manos metidas en los bolsillos.
—Bastante gente…
—Nosotros hemos conocido a unos veinte —le contó Ron—, pero creemos que son más.
—¿Y bien? —preguntó Harry, mirándolos con atención.
—Esto… —dijo Ron—. ¿Qué?
—¡Voldemort! —exclamó Harry enfurecido, y Ron y Hermione hicieron una mueca de dolor—. ¿Qué pasa? ¿Qué está tramando? ¿Dónde está? ¿Qué vamos a hacer para detenerlo?
—Ya te lo hemos dicho, la Orden no nos deja participar en sus reuniones —comentó Hermione, nerviosa—. Así que no tenemos muchos detalles; pero sí una idea general —se apresuró a añadir al fijarse en la expresión de los ojos de Harry.
—Verás, Fred y George han inventado unas orejas extensibles —explicó Ron—. Son muy útiles.
—¿Orejas…?
—Extensibles, sí. Pero últimamente hemos tenido que dejar de usarlas porque mamá nos descubrió y se puso hecha una fiera. Fred y George tuvieron que esconderlas todas para que mamá no las tirara a la basura. Pero las usamos bastante antes de que mamá se diera cuenta de lo que estábamos haciendo. Ahora sabemos que algunos miembros de la Orden están siguiendo a unos conocidos
mortífagos
, están vigilándolos…
—Otros se dedican a reclutar a más gente para la Orden… —intervino Hermione.
—Y otros montan guardia no sé dónde —concluyó Ron—. Siempre están hablando de las guardias.
—No será que me vigilan a mí, ¿verdad? —dijo Harry con sarcasmo.
—¡Ah, claro! —aseguró Ron como si acabara de comprenderlo.
Harry soltó un bufido. Se puso a pasear de nuevo por la habitación, mirando a cualquier sitio menos a Ron y a Hermione.
—Entonces, ¿qué habéis estado haciendo vosotros dos, si no os dejaban entrar en las reuniones? —preguntó—. Decíais que estabais muy ocupados.
—Y lo estábamos —contestó Hermione—. Hemos descontaminado esta casa; llevaba muchos años vacía y se había criado de todo. Hemos conseguido limpiar a fondo la cocina, casi todos los dormitorios y creo que mañana nos toca el sa… ¡Aaaaah!
Con dos fuertes estampidos, Fred y George, los hermanos gemelos de Ron, se habían materializado de la nada en medio de la habitación.
Pigwidgeon
gorjeó, más alterada que las otras veces, y echó a volar para reunirse con
Hedwig
en lo alto del armario.
—¡Parad de hacer eso! —ordenó Hermione a los gemelos, que tenían el mismo cabello pelirrojo que Ron, aunque más tupido y ligeramente más corto.
—¡Hola, Harry! —lo saludó George con una radiante sonrisa—. Nos pareció oír tu dulce voz.
—No reprimas tu rabia, Harry, suéltalo todo —le aconsejó Fred, también sonriente—. Quizá haya una o dos personas a ochenta kilómetros de aquí que no te han oído.
—Veo que habéis aprobado los exámenes de Aparición —comentó Harry malhumorado.
—Con muy buena nota —confirmó Fred, que tenía en la mano una cosa que parecía un trozo de cuerda muy largo de color carne.
—Habríais tardado unos treinta segundos más si hubierais bajado por la escalera —dijo Ron.
—El tiempo es galeones, hermanito —repuso Fred—. Bueno, Harry, estás dificultando la recepción. Éstas son las orejas extensibles —añadió ante la expresión de desconcierto de Harry, y le mostró la cuerda que tenía en la mano y que, según vio Harry, empezó a arrastrarse hasta el rellano—. Estamos intentando oír lo que pasa abajo.
—Tened mucho cuidado —les recomendó Ron mirando la oreja—; si mamá vuelve a encontrar una de ésas…
—Vale la pena correr el riesgo; la reunión de hoy es importante —dijo Fred.
Entonces se abrió la puerta y por ella entró una larga cabellera pelirroja.
—¡Hola, Harry! —saludó alegremente la hermana pequeña de Ron, Ginny—. Me pareció oír tu voz. —Miró a Fred y a George, y añadió—: No vais a conseguir nada con las orejas extensibles. Mamá le ha hecho un encantamiento de impasibilidad a la puerta de la cocina.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó George alicaído.
—Tonks me ha explicado cómo descubrirlo —le contó Ginny—. Sólo tienes que lanzar algo contra la puerta, y si no logra hacer contacto quiere decir que la han impasibilizado. He estado lanzándole bombas fétidas desde lo alto de la escalera, pero salían despedidas antes de tocarla, de modo que no hay forma de que las orejas extensibles puedan pasar por debajo.
Fred exhaló un hondo suspiro.
—¡Qué lástima! Estaba deseando averiguar qué ha estado haciendo Snape.
—¡Snape! —saltó Harry—. ¿Está aquí?
—Sí —contestó George, que cerró la puerta con cuidado y se sentó en una de las camas; Fred y Ginny lo siguieron—. Ha venido a dar parte. Es confidencial.
—¡Imbécil! —exclamó Fred sin darse cuenta.
—Ahora está en nuestro bando —le recordó Hermione en tono reprobatorio.
—Eso no significa que no sea un imbécil. Basta con ver cómo nos mira —opinó Ron, soltando un bufido.
—A Bill tampoco le cae bien —intervino Ginny, como si eso zanjara el asunto.
Harry todavía no estaba seguro de que se le hubiera pasado el enfado, pero su sed de información estaba venciendo el impulso de seguir gritando. Se dejó caer en una cama, enfrente de los demás.
—¿Bill también está aquí? —preguntó—. ¿No estaba trabajando en Egipto?
—Solicitó un puesto de oficinista para poder volver a casa y colaborar con la Orden —aclaró Fred—. Dice que echa de menos las tumbas, pero —compuso una sonrisita de suficiencia— esto tiene sus compensaciones.
—¿Qué quieres decir?
—¿Te acuerdas de Fleur Delacour? —dijo George—. Ha aceptado un empleo en Gringotts para «pegfeccionag» su inglés…
—Y Bill le ha dado un montón de clases particulares —añadió Fred con tono burlón.
—Charlie también ha entrado en la Orden —prosiguió George—, pero todavía está en Rumania. Dumbledore quiere que entren en la Orden todos los magos extranjeros que sea posible, y Charlie intenta captarlos en sus días libres.
—¿Eso no podía hacerlo Percy? —preguntó Harry. La ultima noticia que tenía del tercero de los hermanos Weasley era que trabajaba en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional del Ministerio de Magia.
Al oír las palabras de Harry, los Weasley y Hermione intercambiaron miradas cómplices y llenas de misterio.
—Pase lo que pase, no menciones a Percy delante de mis padres —advirtió Ron a Harry con voz tensa.
—¿Por qué no?
—Porque cada vez que alguien nombra a Percy, papá rompe lo que tenga en las manos y mamá se pone a llorar —contestó Fred.
—Ha sido espantoso —añadió Ginny con tristeza.
—Me parece que nos hemos librado de él —dijo George con una expresión muy desagradable en la cara.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Harry.
—Percy y papá discutieron —comenzó Fred—. Nunca había visto a papá discutir así con nadie. Normalmente es mamá la que grita.
—Fue la primera semana después de terminar el curso —continuó Ron—. Estábamos a punto de venir a reunirnos con los de la Orden. Percy llegó a casa y nos dijo que lo habían ascendido.
—¿Bromeas? —dijo Harry.
Aunque sabía que Percy era una persona muy ambiciosa, tenía la impresión de que el hermano de Ron no había logrado mucho éxito con su primer empleo en el Ministerio de Magia. Percy había cometido el grave descuido de no darse cuenta de que su jefe estaba en manos de lord Voldemort (pese a que en el Ministerio nadie lo habría creído, pues todos pensaban que el señor Crouch se había vuelto loco).
—Sí, a todos nos sorprendió —afirmó George—, porque Percy se metió en un buen lío por lo de Crouch, y hubo una investigación y todo. Dijeron que Percy debería haberse dado cuenta de que Crouch estaba chiflado y que habría tenido que informar a algún superior. Pero ya conoces a Percy: Crouch lo había dejado al mando, y él no iba a protestar.
—Entonces, ¿cómo es que lo han ascendido?
—Eso fue exactamente lo que nos preguntamos nosotros —respondió Ron, que parecía encantado de poder mantener una conversación normal ya que Harry había parado de gritar—. Llegó a casa muy satisfecho de sí mismo, más satisfecho incluso de lo habitual, no sé si podrás imaginártelo; y le dijo a papá que le habían ofrecido un cargo en la oficina del propio Fudge. Un cargo muy importante para tratarse de alguien que sólo hacía un año que había salido de Hogwarts: asistente junior del ministro. Creo que esperaba que papá se quedara muy impresionado.
—Pero papá no se quedó nada impresionado —comentó Fred con gravedad.
—¿Por qué no? —preguntó Harry.
—Verás, por lo visto Fudge se pasea hecho una furia por el Ministerio vigilando que nadie tenga ningún contacto con Dumbledore —explicó George.