Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Pero Dumbledore no quiere…
—Claro que no —dijo el señor Weasley—. A él nunca le ha interesado el cargo de ministro, aunque mucha gente quería que lo ocupara cuando Millicent Bagnold se jubiló. Fue Fudge quien ocupó el cargo de ministro, pero nunca ha olvidado del todo el enorme apoyo popular que recibió Dumbledore, a pesar de que éste ni siquiera optaba al cargo.
—En el fondo, Fudge sabe que Dumbledore es mucho más inteligente que él y que es un mago mucho más poderoso; al principio siempre estaba pidiéndole ayuda y consejos —prosiguió Lupin—. Pero por lo visto se ha aficionado al poder y ahora tiene mucha más seguridad. Le encanta ser ministro de Magia y ha conseguido convencerse de que el listo es él y de que Dumbledore no hace más que causar problemas porque sí.
—¿Cómo puede pensar eso? —dijo Harry con enojo—. ¿Cómo puede pensar que Dumbledore sería capaz de inventárselo todo, o que he sido yo quien se lo ha inventado?
—Porque aceptar que Voldemort ha vuelto significaría asumir que el Ministerio tendrá que enfrentarse a unos problemas a los que no se enfrenta desde hace casi catorce años —contestó Sirius con amargura—. Fudge no puede asimilarlo, así de sencillo. Para él es mucho más cómodo convencerse de que Dumbledore miente para desestabilizarlo.
—Ya ves cuál es el problema —continuó Lupin—. Mientras el Ministerio siga insistiendo en que no hay motivo alguno para temer a Voldemort, resulta difícil convencer a la gente de que ha vuelto, sobre todo cuando, en realidad, a la gente no le interesa creerlo. Por si fuera poco, el Ministerio está presionando duramente a
El Profeta
para que no informe de nada de lo que ellos llaman «rumores sembrados por Dumbledore», de modo que la comunidad de magos, en general, no sabe nada de lo que ha pasado, y eso los convierte en blancos fáciles para los
mortífagos
si éstos están utilizando la maldición
Imperius
.
—Pero vosotros se lo contáis a la gente, ¿no? —preguntó Harry mirando sucesivamente al señor Weasley, Sirius, Bill, Mundungus, Lupin y Tonks—. Les contáis que ha regresado, ¿verdad?
Todos sonrieron forzadamente.
—Bueno, como todo el mundo piensa que soy un asesino loco y el Ministerio le ha puesto un elevado precio a mi cabeza, no puedo pasearme por las calles y empezar a repartir panfletos, ¿no crees? —respondió Sirius con nerviosismo.
—Y yo tampoco tengo muy buena prensa entre la comunidad —añadió Lupin— Es el inconveniente de ser un hombre lobo.
—Tonks y Arthur perderían su empleo en el Ministerio si empezaran a irse de la lengua —añadió Sirius—, y para nosotros es muy importante tener espías dentro del Ministerio porque, como podrás imaginar, Voldemort debe tenerlos.
—Pero hemos logrado convencer a un par de personas —informó el señor Weasley—. Tonks, por ejemplo; era demasiado joven para entrar en la Orden del Fénix la última vez, pero contar con la ayuda de
aurores
es fundamental. Kingsley Shacklebolt también ha sido una ayuda muy valiosa; se encarga de la caza de Sirius, y ha informado al Ministerio de que Sirius está en el Tibet.
—Pero si ninguno de vosotros está extendiendo la noticia de que Voldemort ha vuelto… —empezó a decir Harry.
—¿Quién ha dicho que ninguno de nosotros esté propagando la noticia? —lo atajó Sirius—. ¿Por qué crees que Dumbledore tiene tantos problemas?
—¿Qué quieres decir?
—Están intentando desacreditarlo —explicó Lupin—. ¿No leíste
El Profeta
la semana pasada? Dijeron que no lo habían reelegido para la presidencia de la Confederación Internacional de Magos porque está haciéndose mayor y está perdiendo los papeles, pero no es verdad; los magos del Ministerio no lo reeligieron después de que pronunciara un discurso anunciando el regreso de Voldemort. Lo han apartado del cargo de Jefe de Magos del Wizengamot, es decir, el Tribunal Supremo de los Magos, y ahora están planteándose si le retiran también la Orden de Merlín, Primera Clase.
—Pero Dumbledore dice que no le importa lo que hagan mientras no lo supriman de los cromos de las ranas de chocolate —añadió Bill con una sonrisa.
—No tiene gracia —dijo el señor Weasley con severidad—. Si Dumbledore sigue desafiando al Ministerio, podría acabar en Azkaban, y lo peor que podría pasarnos sería que lo encerraran. Mientras Quien-tú-sabes sepa que Dumbledore está en activo y al corriente de sus intenciones, tendrá que andarse con cuidado. Si quitaran a Dumbledore de en medio…, entonces Quien-tú-sabes tendría vía libre para actuar.
—Pero si Voldemort está intentando reclutar a más
mortífagos
, acabará sabiéndose que ha regresado, ¿no? —dijo Harry, desesperado.
—Voldemort no se presenta en las casas de la gente y se pone a aporrear la puerta, Harry —replicó Sirius—. Los engaña, les echa maldiciones y los chantajea. Está acostumbrado a operar en secreto. Además, captar seguidores sólo es una de las cosas que le interesan. Aparte de eso tiene otros planes, unos planes que puede poner en marcha con mucha discreción, y de momento está concentrándose en ellos.
—¿Qué busca, aparte de seguidores? —preguntó Harry rápidamente. Le pareció que Sirius y Lupin intercambiaban una brevísima mirada antes de que Sirius contestara:
—Cosas que sólo puede conseguir furtivamente. —Como Harry seguía con expresión de perplejidad, su padrino añadió—: Como un arma. Algo que no tenía la última vez.
—¿Cuando tenía poder?
—Sí.
—Pero ¿qué clase de arma? —insistió Harry—. ¿Algo peor que la
Avada Kedavra?
—¡Basta!
La señora Weasley, que estaba junto a la puerta, habló desde las sombras. Harry no había notado que había vuelto después de acostar a Ginny. Estaba cruzada de brazos y los miraba furiosa.
—Todos a la cama, ahora mismo —añadió mirando a Fred, George, Ron y Hermione.
—No puedes mangonearnos… —empezó a decir Fred.
—Cuidado conmigo —gruñó la señora Weasley. Temblaba ligeramente cuando miró a Sirius y dijo—: Ya le habéis dado mucha información a Harry. Lo único que falta es que lo reclutéis en la Orden.
—¿Por qué no? —se apresuró a decir Harry—. Quiero entrar en la Orden, quiero luchar.
—No. —Esa vez no fue la señora Weasley la que habló, sino Lupin—. La Orden está compuesta sólo por magos mayores de edad —aclaró—. Magos que ya han terminado el colegio —añadió al ver que Fred y George abrían la boca—. Pertenecer a la Orden implica peligros que ninguno de vosotros podría imaginar siquiera… Creo que Molly tiene razón, Sirius. Ya hemos hablado bastante.
Sirius se encogió un poco de hombros, pero no discutió. La señora Weasley les hizo señas imperiosamente a sus hijos y a Hermione. Éstos se levantaron uno por uno, y Harry, admitiendo la derrota, los siguió.
La señora Weasley los seguía muy seria por la escalera.
—Quiero que os vayáis directos a la cama, y nada de hablar —dijo cuando llegaron al primer rellano—. Mañana nos espera un día muy ajetreado. Espero que Ginny ya esté dormida —añadió, dirigiéndose a Hermione—, así que intenta no despertarla.
—Sí, dormida, ya —murmuró Fred por lo bajo después de que Hermione les diera las buenas noches, y siguieron subiendo hasta el siguiente piso—. Si Ginny no está despierta esperando a que Hermione le cuente todo lo que han dicho abajo, yo soy un
gusarajo
…
—Muy bien, Ron, Harry… —les indicó la señora Weasley cuando llegaron al segundo rellano, señalando su dormitorio—. A la cama.
—Buenas noches —dijeron Harry y Ron a los gemelos.
—Que durmáis bien —les deseó Fred guiñándoles un ojo.
La señora Weasley cerró la puerta detrás de Harry con un fuerte chasquido. El dormitorio parecía aún más frío y sombrío que la primera vez que Harry lo había visto. El cuadro en blanco de la pared respiraba lenta y profundamente, como si su invisible ocupante estuviera dormido. Harry se puso el pijama, se quitó las gafas y se metió en la fría cama, mientras Ron lanzaba unas cuantas chucherías lechuciles hacia lo alto del armario para apaciguar a
Hedwig
y
Pigwidgeon
, que, nerviosas, no paraban de hacer ruido moviendo las patas y las alas.
—No podemos dejarlas salir a cazar todas las noches —explicó Ron mientras se ponía el pijama de color granate—. Dumbledore no quiere que haya demasiadas lechuzas sueltas por la plaza porque dice que podrían levantar sospechas. ¡Ah, sí! Se me olvidaba…
Fue hacia la puerta y echó el cerrojo.
—¿Por qué haces eso?
—Por Kreacher —aclaró Ron, y apagó la luz—. La primera noche que pasé aquí entró a las tres de la madrugada. Créeme, no es nada agradable despertarse y encontrarlo paseándose por la habitación. En fin… —Se metió en la cama, se tapó bien y se volvió hacia Harry en la oscuridad; éste veía su contorno gracias a la luz de la luna que se filtraba por la mugrienta ventana—. ¿Tú qué opinas?
Harry sabía a la perfección a qué se refería su amigo.
—Bueno, no nos han contado gran cosa que no pudiéramos haber imaginado, ¿verdad? —contestó, pensando en todo lo que se había hablado abajo—. En realidad lo único que han dicho es que la Orden intenta impedir que la gente se una a Vol… —Ron soltó un gritito ahogado— demort —acabó Harry con firmeza—. ¿Cuándo piensas empezar a llamarlo por su nombre? Sirius y Lupin lo hacen.
Ron no hizo caso de ese último comentario.
—Sí, tienes razón —dijo—, ya sabíamos casi todo lo que nos han contado gracias a las orejas extensibles. Lo único nuevo es que…
¡CRAC!
—¡Ay!
—Baja la voz, Ron, si no quieres que venga mamá.
—¡Os habéis aparecido encima de mis rodillas!
—Sí, bueno, es que a oscuras es más difícil.
Harry vio las borrosas siluetas de Fred y de George saltando de la cama de Ron. Luego oyó un chirrido de muelles, y el colchón de Harry descendió unos cuantos centímetros porque George se había sentado cerca de sus pies.
—Bueno, ¿ya lo habéis captado? —inquirió George con avidez.
—¿Lo del arma que Sirius ha mencionado? —preguntó Harry.
—Yo diría que se le ha escapado —opinó Fred, muy contento. Se había sentado al lado de Ron—. Eso nunca lo habíamos oído con las extensibles.
—¿Qué creéis que es? —siguió preguntando Harry. —Podría ser cualquier cosa —contestó Fred. —Pero no puede haber nada peor que la maldición
Avada Kedavra,
¿verdad? —dijo Ron—. ¿Qué hay peor que la muerte?
—Quizá sea algo capaz de matar a muchísima gente a la vez —sugirió George.
—A lo mejor es una forma particularmente dolorosa de matar —dijo Ron, atemorizado.
—Para causar dolor tiene la maldición
Cruciatus
—recordó Harry—, no necesita nada más eficaz que eso.
Hubo una pausa, y Harry se dio cuenta de que los otros, como él, estaban preguntándose qué horrores podría perpetrar aquella arma.
—¿Y quién creéis que la tiene ahora? —preguntó George.
—Espero que alguien de nuestro bando —contestó Ron con una voz que denotaba cierto nerviosismo.
—Si es así, debe de tenerla guardada Dumbledore —dijo Fred.
—¿Dónde? —preguntó con rapidez Ron—. ¿En Hogwarts?
—¡Seguro que sí! —afirmó George—. Allí fue donde escondió la Piedra Filosofal.
—Pero ¡esa arma debe de ser mucho más grande que la Piedra! —objetó Ron.
—No necesariamente —contestó Fred.
—Sí, el tamaño no es garantía de poder —advirtió George—. Y si no, mirad a Ginny.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry.
—Nunca te ha echado uno de sus maleficios de los
mocomurciélagos
, ¿verdad?
—¡Chissst! —exclamó Fred haciendo ademán de levantarse de la cama—. ¡Escuchad!
Se quedaron callados. Y, en efecto, oyeron pasos que subían por la escalera.
—Es mamá —aseguró George, y sin más preámbulos se oyó un fuerte estampido, y Harry notó que el peso del cuerpo de George desaparecía de los pies de su cama.
Unos segundos más tarde, oyeron crujir la madera del suelo al otro lado de la puerta; la señora Weasley sólo estaba escuchando para saber si hablaban o no.
Hedwig
y
Pigwidgeon
emitieron unos melancólicos ululatos. La madera del suelo volvió a crujir, y comprendieron que la señora Weasley subía al otro piso para ver qué hacían Fred y George.
—Es que no confía nada en nosotros —se lamentó Ron.
Harry estaba convencido de que no podría conciliar el sueño; durante la velada habían surgido tantos temas que suponía que pasaría horas despierto, reflexionando sobre lo que se había hablado. Le habría gustado seguir charlando con Ron, pero la señora Weasley bajaba de nuevo la escalera, y tan pronto como sus pasos se desvanecieron, Harry oyó que otros subían… Sí, unas criaturas con muchas patas correteaban arriba y abajo, al otro lado de la puerta del dormitorio, y Hagrid, el profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, iba diciendo: «Son preciosas, ¿verdad, Harry? Este año vamos a estudiar armas…», y Harry vio que aquellas criaturas tenían cañones en lugar de cabezas y que se daban la vuelta hacia él… Se agachó…
De pronto, se encontró hecho un ovillo debajo de las sábanas, mientras la potente voz de George resonaba en la habitación.
—Mamá dice que os levantéis; tenéis el desayuno en la cocina y luego os necesita en el salón. Hay muchas más
doxys
de las que ella creía, y ha encontrado un nido de
puffskeins
muertos debajo del sofá.