Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Sin embargo, Neville dijo en voz baja:
—Gracias, mamá.
Su madre se alejó tambaleándose por el pasillo y tarareando algo. Neville miró a los demás con expresión desafiante, como si los retara a reírse, pero Harry no creía haber visto en su vida nada menos divertido que esa situación.
—Bueno, será mejor que volvamos —dijo la señora Longbottom con un suspiro, y se puso unos largos guantes verdes—. Ha sido un placer conoceros. Neville, tira ese envoltorio a la papelera, tu madre ya debe de haberte dado suficientes para empapelar tu dormitorio.
Pero cuando se marchaban, Harry vio que Neville se metía el envoltorio del chicle en el bolsillo.
La puerta se cerró detrás de ellos.
—No lo sabía —comentó Hermione, que parecía a punto de llorar.
—Yo tampoco —dijo Ron con voz ronca.
—Ni yo —susurró Ginny.
Todos miraron a Harry.
—Yo sí —admitió él con tristeza—. Me lo contó Dumbledore, pero prometí que no se lo revelaría a nadie… Por eso fue por lo que enviaron a Bellatrix Lestrange a Azkaban, por utilizar la maldición
Cruciatus
contra los padres de Neville hasta que perdieron la razón.
—¿Eso hizo Bellatrix Lestrange? —susurró Hermione, horrorizada—. ¿Esa mujer cuya fotografía Kreacher guarda en su cubil?
Se hizo un largo silencio que Lockhart interrumpió con voz enojada:
—¡Eh, no he aprendido a escribir con letra cursiva para nada!
Resultó que Kreacher estaba escondido en el desván. Sirius dijo que lo había encontrado allí, cubierto de polvo, sin duda buscando más reliquias de la familia Black para llevarse a su armario. Pese a que Sirius parecía satisfecho con aquella historia, a Harry le produjo desasosiego. Tras su reaparición, Kreacher parecía de mejor humor; sus amargas murmuraciones habían cesado un tanto, y cumplía las órdenes que le daban con más docilidad de lo habitual, aunque en un par de ocasiones Harry sorprendió al elfo doméstico observándolo con ansiedad, pero éste desvió rápidamente la mirada al ver que Harry lo había pillado.
Él no le comentó sus imprecisas sospechas a Sirius, cuya jovialidad se estaba evaporando deprisa porque ya habían acabado las Navidades. A medida que se acercaba la fecha del regreso de Harry a Hogwarts, Sirius cada vez se mostraba más propenso a lo que la señora Weasley llamaba «ataques de melancolía», durante los cuales se ponía taciturno y gruñón, y muchas veces se retiraba al cuarto de Buckbeak, donde pasaba horas enteras. Su malhumor se extendía por la casa y se filtraba por debajo de las puertas como un gas tóxico, de modo que los demás se contagiaban de él.
Harry no quería dejar otra vez a su padrino con la única compañía de Kreacher; de hecho, por primera vez en la vida, no le apetecía regresar a Hogwarts. Volver al colegio significaría colocarse una vez más bajo la tiranía de Dolores Umbridge, que sin duda se las habría ingeniado para que aprobaran otra docena de decretos durante su ausencia; ya no tenía las miras puestas en los partidos de
quidditch
porque lo habían suspendido; además, con toda probabilidad, los iban a cargar de deberes ahora que se acercaban los exámenes; y Dumbledore estaba más distante que nunca. Harry creía que, de no ser por el
ED
, habría suplicado a Sirius que lo dejara quedarse en Grimmauld Place y abandonar los estudios.
Entonces, el último día de las vacaciones, pasó una cosa que hizo que Harry sintiera verdadero terror de regresar al colegio.
—Harry, cariño —dijo la señora Weasley asomando la cabeza por la puerta del dormitorio que compartían él y Ron, donde ambos estaban jugando al ajedrez mágico, mientras Hermione, Ginny y
Crookshanks
los observaban—, ¿puedes bajar un momento a la cocina? El profesor Snape quiere hablar contigo.
Harry tardó un momento en asimilar lo que la señora Weasley acababa de decir; una de sus torres había iniciado una violenta pelea con un peón de Ron, y él la azuzaba con entusiasmo.
—Machácalo, ¡machácalo! ¡Sólo es un peón, idiota! Lo siento, señora Weasley, ¿qué decía?
—El profesor Snape, cariño. Te espera en la cocina. Quiere hablar contigo.
Harry abrió la boca, horrorizado, y miró a Ron, a Hermione y a Ginny, que lo miraban también con la boca abierta.
Crookshanks
, al que Hermione llevaba un cuarto de hora conteniendo con dificultad, saltó por fin sobre el tablero, y las fichas corrieron a ponerse a cubierto gritando como locas.
—¿Snape? —repitió Harry sin comprender.
—El profesor Snape, querido —lo corrigió la señora Weasley—. Baja, corre, dice que tiene prisa.
—¿De qué querrá hablar contigo? —le preguntó Ron, acobardado, cuando su madre salió de la habitación—. No has hecho nada, ¿verdad?
—¡Claro que no! —exclamó Harry, indignado, y se exprimió el cerebro pensando qué podía haber hecho para que Snape fuera a buscarlo a Grimmauld Place. ¿Habría sacado una T en sus últimos deberes?
Un par de minutos más tarde, Harry abrió la puerta de la cocina y encontró a Sirius y a Snape sentados a la larga mesa, cada uno con la vista fija en una dirección diferente. El silencio que reinaba en la habitación delataba la antipatía que sentían el uno por el otro. Sirius tenía una carta abierta delante, sobre la mesa.
Harry carraspeó para anunciar su presencia.
Snape giró la cabeza, con el rostro enmarcado por dos cortinas de grasiento y negro cabello.
—Siéntate, Potter.
—Mira —dijo Sirius en voz alta mientras se mecía sobre las patas traseras de la silla y hablaba mirando al techo—, preferiría que aquí no dieras órdenes, Snape. Ésta es mi casa, ¿sabes?
Un desagradable rubor tiñó el pálido rostro de Snape. Harry se sentó en una silla al lado de Sirius, frente a Snape.
—En realidad teníamos que vernos a solas, Potter —explicó Snape, y torció los labios para formar su característica sonrisa despectiva—, pero Black…
—Soy su padrino —aclaró Sirius subiendo aún más el tono de voz.
—He venido por orden de Dumbledore —prosiguió Snape, cuya voz, en cambio, cada vez se volvía más débil y mordaz—, pero quédate, Black, quédate. Ya sé que te gusta sentirte… implicado.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Sirius dejando que la silla volviera a caer sobre las cuatro patas con un fuerte golpe.
—Sencillamente, que estoy seguro de que debes de sentirte… frustrado por no poder hacer nada útil para la Orden —contestó Snape poniendo un delicado énfasis en la palabra «útil». Ahora le tocaba a Sirius ruborizarse. Los labios de Snape se torcieron de nuevo, esta vez triunfantes, cuando giró la cabeza y miró a Harry—. El director me envía, Potter, para decirte que quiere que este trimestre estudies Oclumancia.
—Que estudie ¿qué? —dijo Harry desconcertado. La sarcástica sonrisa de Snape se pronunció aún más. —Oclumancia, Potter. La defensa mágica de la mente contra penetraciones externas. Es una rama oscura de la magia, pero muy provechosa.
El corazón de Harry empezó a latir muy deprisa. ¿Defensa contra penetraciones externas? Pero si no estaba poseído, todos estaban de acuerdo en eso…
—¿Por qué tengo que estudiar Oclu…, como se llame eso? —balbuceó.
—Porque el director lo considera oportuno —respondió Snape llanamente—. Recibirás clases particulares una vez por semana, pero no le contarás a nadie lo que estás haciendo, y a la profesora Umbridge menos todavía. ¿Entendido?
—Sí. ¿Quién me va a dar las clases?
Snape arqueó una ceja y respondió:
—Yo.
Harry tuvo la horrible sensación de que se le deshacían las tripas. Clases particulares con Snape. ¿Qué había hecho él para merecer aquello? Giró rápidamente la cabeza buscando el apoyo de Sirius.
—¿Por qué no puede dárselas Dumbledore? —preguntó éste con tono agresivo—. ¿Por qué tienes que hacerlo tú?
—Supongo que porque el director tiene el privilegio de delegar las tareas menos agradables —repuso Snape con ironía—. Te aseguro que yo no le supliqué que me diera ese trabajo. —Se puso en pie—. Te espero el lunes a las seis en punto de la tarde, Potter. En mi despacho. Si alguien te pregunta, di que recibes clases particulares de pociones curativas. Nadie que te haya visto en mis clases podrá negar que las necesitas.
Se dio la vuelta para marcharse, y la negra capa de viaje ondeó tras él.
—Espera un momento —dijo Sirius, y se enderezó en la silla.
Snape se volvió para mirarlo, con la socarrona sonrisa en los labios.
—Tengo mucha prisa, Black. Yo no dispongo de tanto tiempo libre como tú.
—Entonces iré al grano —replicó Sirius levantándose. Era bastante más alto que Snape, y a Harry no se le escapó el detalle de que éste había cerrado la mano, dentro del bolsillo de la capa, sosteniendo en ella su varita mágica—. Si me entero de que estás utilizando las clases de Oclumancia para que Harry lo pase mal, tendrás que vértelas conmigo.
—¡Qué enternecedor! —se burló Snape—. Pero seguro que ya te has dado cuenta de que Potter se parece mucho a su padre.
—Sí, claro —afirmó Sirius con orgullo.
—En ese caso debes de saber que es tan arrogante que las críticas simplemente rebotan contra él —dijo Snape con desfachatez.
Sirius empujó bruscamente su silla hacia atrás, pasó junto a la mesa y fue hacia donde estaba Snape mientras sacaba su varita. Snape también sacó la suya. Ambos se pusieron en guardia. Sirius estaba furioso; Snape, calculador, miraba la punta de la varita de su oponente sin dejar de examinarle el rostro.
—¡Sirius! —exclamó Harry, pero pareció que su padrino no lo había oído.
—Ya te he avisado, Quejicus —masculló Sirius, que tenía la cara apenas a un palmo de la de Snape—, no me importa que Dumbledore crea que te has reformado, pero yo no me lo trago…
—¿Y por qué no se lo dices a él? —repuso Snape en un susurro—. ¿Acaso temes que no se tome muy en serio los consejos de un hombre que lleva seis meses escondido en la casa de su madre?
—Dime, ¿qué tal está Lucius Malfoy? Supongo que estará encantado de que su perrito faldero trabaje en Hogwarts, ¿no?
—Hablando de perros —replicó Snape sin subir la voz—, ¿sabías que Lucius Malfoy te reconoció la última vez que te arriesgaste a hacer una pequeña excursión? Una idea muy inteligente, Black, dejarte ver en el andén de una estación… Eso te dio una excusa perfecta para no tener que salir de tu escondite en el futuro, ¿verdad? Sirius levantó la varita.
—
¡NO!
—gritó Harry, que saltó por encima de la mesa e intentó interponerse entre los dos—. ¡No lo hagas, Sirius!
—¿Me estás llamando cobarde? —bramó Sirius, e intentó apartar a Harry, pero el chico no se movió de donde estaba.
—Pues sí, has acertado —contestó Snape.
—¡No te metas en esto, Harry! —gruñó Sirius, y lo empujó con la mano que tenía libre.
En ese momento, la puerta se abrió y la familia Weasley al completo, junto con Hermione, entró en la cocina; estaban todos muy contentos, y el señor Weasley, muy orgulloso, iba en medio vestido con un pijama de rayas y un impermeable.
—¡Estoy curado! —anunció alegremente sin dirigirse a nadie en particular—. ¡Completamente curado!
El señor Weasley y su familia se quedaron paralizados en el umbral observando la escena que tenían delante, que también había quedado interrumpida. Sirius y Snape miraban hacia la puerta, pero se apuntaban con las varitas a la cara, y Harry estaba inmóvil entre los dos, con un brazo extendido hacia cada uno de ellos, intentando separarlos.
—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó el señor Weasley, y la sonrisa se borró de su cara—, ¿qué está pasando aquí?
Sirius y Snape bajaron las varitas. Harry miró primero a uno y luego a otro. Ambos tenían una expresión de profundo desprecio mutuo, y, sin embargo, la inesperada llegada de tantos testigos parecía haberles hecho recobrar la razón. Snape se guardó la varita en el bolsillo, se dio la vuelta, recorrió la habitación y pasó junto a los Weasley sin hacer ningún comentario. Al llegar a la puerta, se volvió y dijo:
—El lunes a las seis en punto de la tarde, Potter.
Y dicho esto, se marchó. Sirius, con la varita en la mano y el brazo rígido pegado al costado, se quedó mirando cómo se alejaba.
—¿Qué ha ocurrido? —volvió a preguntar el señor Weasley.
—Nada, Arthur —respondió Sirius, que respiraba entrecortadamente, como si acabara de correr una larga distancia—. Sólo ha sido una charla amistosa entre dos antiguos compañeros de colegio. —Sonrió haciendo un enorme esfuerzo y añadió—: Entonces… ¿ya estás curado? Ésa es una gran noticia, una noticia fabulosa.
—Sí, ¿verdad? —dijo la señora Weasley, y guió a su marido hacia una silla—. Al final el sanador Smethwyck consiguió que su magia funcionara, encontró un antídoto contra lo que la serpiente tenía en los colmillos, y Arthur ha aprendido la lección y no volverá a tontear con la medicina
muggle
, ¿verdad, cariño? —dijo con tono amenazador.
—Sí, Molly —repuso el señor Weasley mansamente.
La cena de aquella noche debería haber sido alegre, ya que el señor Weasley había regresado. Harry se dio cuenta de que Sirius intentaba animar el ambiente; sin embargo, cuando su padrino no se esforzaba por reír a carcajadas de los chistes de Fred y George, ni ofrecía más comida a todos, su rostro volvía a adoptar una expresión taciturna y melancólica. Entre Sirius y Harry estaban sentados Mundungus y
Ojoloco
, que habían ido a Grimmauld Place para felicitar al señor Weasley. Harry estaba deseando hablar con su padrino y decirle que no debía hacer caso a Snape, que éste lo estaba provocando deliberadamente, y que nadie creía que Sirius fuera un cobarde por obedecer las órdenes de Dumbledore y haberse quedado en Grimmauld Place. Pero no tuvo ocasión de hacerlo, y a veces, al ver la desagradable expresión de su padrino, Harry se preguntaba si se habría atrevido a exteriorizar lo que pensaba aunque hubiera tenido la oportunidad. Lo que sí hizo fue contarles a Ron y a Hermione, en voz baja, que iba a recibir clases particulares de Oclumancia con Snape.