Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Lupin ya dijo que seguramente lo harían. —Hubo una pausa—. ¿Y bien? —añadió Ron en voz muy baja, como si temiera que los muebles escucharan—. ¿Encontrasteis uno? ¿Encontrasteis un
Horrocrux
?
Harry negó con la cabeza. Todo lo que había sucedido alrededor del lago negro parecía una remota pesadilla. ¿De verdad había ocurrido, y tan sólo unas horas atrás?
—¿No lo encontrasteis? —preguntó Ron—. ¿No estaba allí?
—No. Alguien se lo llevó y dejó uno falso en su lugar.
—¿Se lo llevaron?
Harry sacó el guardapelo falso de su bolsillo, lo abrió y se lo tendió a Ron. El relato completo podía esperar; esa noche nada importaba salvo el final, el final de su inútil aventura, el final de la vida de Dumbledore…
—R.A.B. —susurró Ron—. Pero ¿quién era?
—No lo sé. —Harry se tumbó en la cama, completamente vestido, y se quedó mirando el techo. No sentía ninguna curiosidad por averiguar quién era R.A.B.; más bien dudaba que algún día volviera a sentir curiosidad por algo. Sin embargo, advirtió que los jardines estaban en silencio.
Fawkes
había dejado de cantar.
Y aunque no fuera capaz de explicar cómo, supo que el fénix se había ido, se había marchado de Hogwarts para siempre, igual que Dumbledore, que se había marchado del colegio, del mundo… y había abandonado a Harry.
Se suspendieron las clases y se aplazaron los exámenes. En los dos días siguientes, algunos padres se llevaron a sus hijos de Hogwarts; las gemelas Patil se marcharon la mañana después de la muerte de Dumbledore, antes del desayuno, y a Zacharias Smith fue a recogerlo su altanero padre. Seamus Finnigan, en cambio, se negó rotundamente a acompañar a su madre a casa; discutieron a gritos en el vestíbulo, y al final ella permitió que su hijo se quedara hasta después del funeral. Seamus les contó a Harry y Ron que a su madre le había costado mucho encontrar una cama libre en Hogsmeade porque no cesaban de llegar al pueblo magos y brujas que querían presentarle sus últimos respetos a Dumbledore.
Los estudiantes más jóvenes se emocionaron mucho cuando vieron por primera vez un carruaje azul pálido, del tamaño de una casa y tirado por una docena de enormes caballos alados de crin y cola blancas, que llegó volando a última hora de la tarde —el día antes del funeral— y aterrizó en el borde del Bosque Prohibido. Harry, desde una ventana, vio a una gigantesca y atractiva mujer de pelo negro y piel aceitunada que bajaba los escalones del carruaje y se lanzaba a los brazos del sollozante Hagrid.
Entretanto, iban acomodando en el castillo a una delegación de funcionarios del ministerio, entre ellos el ministro de Magia en persona. Harry evitaba con diligencia cualquier contacto con ellos, aunque estaba seguro de que, tarde o temprano, volverían a pedirle que relatara la última excursión de Dumbledore.
Harry, Ron, Hermione y Ginny siempre estaban juntos. Hacía un tiempo espléndido que parecía burlarse de ellos, y Harry se imaginaba cómo habrían sido las cosas si Dumbledore no hubiera muerto y si dispusieran de esos días a final de curso para estar juntos, una vez Ginny hubiera terminado sus exámenes y ya no sufrieran la presión de los deberes… Y, una y otra vez, retrasaba el momento de decir lo que debía decir, y de hacer lo que debía hacer, porque le costaba demasiado renunciar a su mayor fuente de consuelo.
Dos veces al día iban a la enfermería. A Neville ya le habían dado el alta, pero Bill seguía bajo los cuidados de la señora Pomfrey. Tenía unas cicatrices horribles; de hecho, se parecía mucho a
Ojoloco
Moody, aunque por fortuna conservaba tanto los ojos como las piernas; pero su carácter no había cambiado. La principal diferencia es que enseguida desarrolló una gran afición a los filetes de carne poco hechos.
«Es una
suegte
que se case conmigo —había dicho Fleur alegremente mientras le arreglaba las almohadas a Bill—,
pogque
los
bguitánicos
cocinan demasiado la
cagne
,
siempgue
lo he
afigmado
.»
—Supongo que tendré que aceptar que es verdad que se va a casar con ella —suspiró Ginny esa noche. Los cuatro estaban sentados junto a la ventana abierta de la sala común de Gryffindor, contemplando los jardines en penumbra.
—No está tan mal —dijo Harry—. Aunque es muy fea —se apresuró a añadir al ver que Ginny arqueaba las cejas, y ella soltó una risita de resignación.
—En fin, si mi madre la soporta, yo también puedo hacerlo.
—¿Ha muerto alguien más que conozcamos? —preguntó Ron a Hermione, que leía detenidamente
El Profeta Vespertino
.
Hermione hizo una mueca ante la forzada dureza en el tono de Ron.
—No —contestó, y dobló el periódico—. Todavía están buscando a Snape, pero no hay ni rastro de él.
—Claro que no —intervino Harry, que se encendía siempre que salía ese tema—. No lo hallarán hasta que encuentren a Voldemort, y dado el poco éxito que han tenido hasta ahora…
—Voy a acostarme —anunció Ginny dando un bostezo—. No duermo muy bien desde que… bueno, estoy cansada y necesito dormir.
Besó a Harry (Ron miró adrede hacia otro lado), se despidió con la mano de los otros dos y se encaminó hacia los dormitorios de las chicas. En cuanto la puerta se hubo cerrado detrás de ella, Hermione se inclinó hacia delante con esa expresión suya tan característica.
—Harry, esta mañana he encontrado una cosa en la biblioteca…
—¿Tiene relación con R.A.B.? —preguntó él al tiempo que se enderezaba.
A diferencia de tantas otras veces, no se sentía emocionado, ni intrigado ni ansioso por llegar al fondo de un misterio; pero sabía que tenía que descubrir la verdad acerca del auténtico
Horrocrux
si pretendía seguir avanzando por el oscuro y sinuoso camino que se abría ante él, el camino que había emprendido con Dumbledore y que de ahora en adelante tendría que recorrer solo. Todavía podía haber hasta cuatro
Horrocruxes
escondidos en algún sitio, y si se le presentaba cualquier remota posibilidad de enfrentarse a Voldemort, suponía que debía encontrarlos y eliminarlos todos antes de acabar con él. Harry seguía recitando los nombres de tales objetos para sus adentros, como si de esa forma se acercara un poco a ellos: «El guardapelo, la copa, la serpiente, algo de Gryffindor o de Ravenclaw… El guardapelo, la copa, la serpiente, algo de Gryffindor o de Ravenclaw…»
Por la noche, mientras dormía, ese mantra debía de latirle en la mente, y en sus sueños siempre aparecían copas, guardapelos y misteriosos objetos que el muchacho no conseguía asir, aunque Dumbledore le ofrecía una escalerilla de cuerdas que se convertían en serpientes en cuanto empezaba a trepar por ellas…
La mañana después de la muerte de Dumbledore, le había enseñado a Hermione la nota encontrada dentro del guardapelo, y a pesar de que ella no había reconocido las iniciales ni las había relacionado con ningún mago, misterioso sobre el que hubiera leído, desde entonces fue a la biblioteca más a menudo de lo estrictamente necesario, considerando que ya no tenía que hacer deberes.
—No —dijo Hermione, pesarosa—. Lo he intentado, Harry, pero no he encontrado nada. Hay un par de magos bastante famosos con esas iniciales, Rosalind Antigone Bungs y Rupert
Axebanger
Brookstanton, pero creo que no encajan. A juzgar por lo que pone en esa nota, la persona que robó el
Horrocrux
conocía a Voldemort, y no he descubierto ni la más mínima prueba de que Bungs o
Axebanger
tuvieran trato alguno con él… No, lo que quería decirte… Bueno, se trata de Snape.
Parecía sentirse incómoda por el simple hecho de volver a pronunciar ese nombre.
—¿Qué pasa con él? —preguntó Harry con fastidio, y volvió a reclinarse en el respaldo de la butaca.
—Verás, resulta que yo tenía parte de razón con lo del Príncipe Mestizo —dijo ella con tono vacilante.
—¿Es imprescindible que me lo restriegues por la nariz, Hermione? ¿Cómo crees que me siento cuando pienso en ello?
—¡No, no, Harry, no me refería al libro! —repuso ella precipitadamente, y echó un vistazo alrededor para comprobar que no los escuchaba nadie—. Es que tenía razón cuando decía que Eileen Prince había sido propietaria de ese libro. Mira, ella… ¡era la madre de Snape!
—Ya me pareció que no era muy guapa —comentó Ron, pero Hermione no le hizo caso.
—Estaba repasando el resto de los
Profetas
viejos y encontré un pequeño anuncio que decía que Eileen Prince iba a casarse con un tal Tobias Snape, y en un periódico posterior, otro anuncio de que había dado a luz a…
—… un asesino —se adelantó Harry con gesto de asco.
—Bueno… sí. Así que… en parte tenía razón. Snape debía de estar orgulloso de llevar el apellido Prince porque, según decía
El Profeta
, Tobías Snape era un
muggle
, ¿me explico?
—Sí, eso encaja —admitió Harry—. Decidió darles coba a los sangre limpia para poder hacerse amigo de Lucius Malfoy y sus compinches… Es igual que Voldemort: madre sangre limpia, padre
muggle
… Avergonzado de sus orígenes, utilizaba las artes oscuras para que los demás lo temieran y adoptó otro nombre, un nombre impresionante como hizo lord Voldemort: Príncipe Mestizo… ¿Cómo no se dio cuenta Dumbledore?
Se interrumpió y miró por la ventana. No podía dejar de darle vueltas a la inexcusable confianza que el anciano profesor había depositado en Snape. Sin embargo, aun sin habérselo propuesto, Hermione acababa de recordarle que a él también lo habían engañado. Pese a que los hechizos garabateados en el libro cada vez eran más macabros, Harry no había querido pensar mal de ese personaje tan inteligente que tanto lo había ayudado…
«Que tanto lo había ayudado…» Después de lo ocurrido, ese pensamiento resultaba casi insoportable.
—Sigo sin entender por qué no se chivó de que estabas utilizando el libro —comentó Ron—. Él seguramente sabía de dónde sacabas la información.
—Lo sabía —dijo Harry con amargura—. Se dio cuenta cuando utilicé el
Sectumsempra
y ni siquiera necesitó la Legeremancia. Quizá lo supo incluso antes por los comentarios de Slughorn sobre lo bien que me desenvolvía en las clases de Pociones… No me explico cómo se le ocurrió dejar su viejo libro en el fondo del armario.
—Pero ¿por qué no te acusó?
—Supongo que no quería que lo relacionaran con ese texto —observó Hermione—. A Dumbledore no le habría gustado mucho si se hubiera enterado. Y aunque Snape hubiera fingido que no era suyo, Slughorn le habría reconocido la letra en el acto. En fin, el caso es que el libro se quedó en la antigua aula de Snape, y estoy segura de que Dumbledore sabía que la madre de éste se apellidaba Prince.
—Debí enseñárselo a Dumbledore —murmuró Harry—. El quiso demostrarme que Voldemort ya era maligno cuando estudiaba en el colegio, y yo tenía en mis manos la prueba de que Snape también…
—«Maligno» es una palabra muy fuerte —susurró Hermione.
—¡Tú eras la que no paraba de decirme que el dichoso libro era peligroso!
—Lo que intento decir, Harry, es que estás asumiendo una responsabilidad exagerada. Yo creía que el príncipe tenía un desagradable sentido del humor, pero jamás me pasó por la cabeza que fuera un asesino en potencia…
—Ninguno de nosotros podía imaginar que Snape fuera capaz de… ya sabes —dijo Ron.
Se quedaron callados, absortos en sus pensamientos; pero Harry intuyó que sus amigos, igual que él, pensaban en las exequias de Dumbledore, que se celebrarían a la mañana siguiente. Como Harry nunca había asistido a un funeral, porque al morir Sirius su cadáver desapareció y no pudieron enterrarlo, no se imaginaba la situación y lo inquietaba un poco no saber qué iba a ver ni cómo se sentiría. Se preguntaba si la muerte de Dumbledore se convertiría en algo más real cuando la ceremonia terminase. Aunque había momentos en que la espantosa verdad amenazaba con abrumarlo por completo, también había períodos de aturdimiento en que todavía le costaba creer que el anciano director hubiera muerto, a pesar de que en el castillo no se hablaba de otra cosa. Sin embargo, había aceptado la muerte de Dumbledore en lugar de aferrarse desesperadamente a la idea de que éste pudiera volver a la vida por algún medio, como había hecho tras la desaparición de Sirius. Palpó la fría cadena del
Horrocrux
falso que tenía en el bolsillo; la llevaba consigo a todas partes, no como un talismán, sino como un recordatorio del precio que habían pagado por él y de lo que todavía quedaba por hacer.
Al día siguiente se levantó temprano para preparar el equipaje, puesto que el expreso de Hogwarts partiría una hora después del funeral. En el Gran Comedor se respiraba una atmósfera de profunda melancolía. Todos llevaban sus túnicas de gala, pero nadie parecía tener hambre. La profesora McGonagall había dejado vacía la silla del centro de la mesa del profesorado, más grande que las demás. La silla de Hagrid también estaba vacía; Harry pensó que quizá el guardabosques no se había sentido capaz de desayunar; en cambio, el lugar de Snape lo había ocupado, sin ceremonias, Rufus Scrimgeour. Harry esquivó los amarillentos ojos del ministro cuando éstos recorrieron el comedor; tenía la desagradable sensación de que el ministro lo buscaba con la mirada. Entre el séquito de Scrimgeour distinguió el cabello pelirrojo de Percy Weasley. Ron no dio otra señal de haber advertido la presencia de su hermano que clavarles el tenedor con una brusquedad inusitada a los arenques ahumados.
En la mesa de Slytherin, Crabbe y Goyle cuchicheaban con las cabezas muy juntas. Y aunque ambos eran fornidos, parecían indefensos sin la alta y pálida figura de Malfoy a su lado, dándoles órdenes. Harry no había dedicado mucho tiempo a pensar en él, pues toda su animadversión se había concentrado en Snape; sin embargo, no había olvidado el miedo que teñía la voz de Malfoy en lo alto de la torre, ni el hecho de que había bajado la varita antes de que llegaran los otros
mortífagos
. Harry no creía que Draco hubiera sido capaz de matar a Dumbledore, y aunque seguía detestándolo por su afición a las artes oscuras, su desprecio se atenuaba con una pizca de lástima. ¿Dónde estaría ahora?, se preguntó. ¿Y qué estaría obligándole a hacer Voldemort bajo la amenaza de matarlos a él y a sus padres?
Los pensamientos de Harry se vieron interrumpidos cuando Ginny le hincó un codo en las costillas. La profesora McGonagall se había puesto en pie y el lastimero rumor que sonaba en el comedor se apagó de inmediato.