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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Tuve que arreglar ese armario evanescente roto que nadie utilizaba desde hacía años. Ese en el que el año pasado se perdió Montague.
—¡Aaaah! —La exclamación de Dumbledore fue casi un quejido. Cerró los ojos un momento y dijo—: Muy inteligente… Supongo que debe de tener una pareja, ¿no?
—El otro está en Borgin y Burkes —reveló Malfoy—, y entre ellos se forma una especie de pasadizo. Montague me contó que cuando lo metieron en el de Hogwarts, quedó atrapado como en un limbo, pero algunas veces oía lo que estaba pasando en el colegio y otras lo que ocurría en la tienda, como si el armario viajara entre los dos sitios, aunque él no lograba hacerse oír por nadie. Al final consiguió salir y se apareció, a pesar de que todavía no se había examinado. Estuvo a punto de matarse. Todo el mundo quedó muy impresionado con su relato, pero yo fui el único que supo lo que significaba; ni siquiera Borgin lo adivinó. Yo fui el único que comprendió que podía haber una forma de entrar en Hogwarts a través de los armarios si lograba arreglar el que estaba roto.
—¡Vaya astucia! Y así es como han venido los
mortífagos
para ayudarte, desde Borgin y Burkes… Un plan muy ingenioso, sí señor, muy ingenioso. Y, como bien dices, en mis propias narices.
—Sí —dijo Malfoy, y curiosamente parecía extraer alivio y coraje de las alabanzas de Dumbledore—. ¡Sí, era un plan muy inteligente!
—Pero ha debido de haber momentos en que no estabas seguro de si conseguirías arreglar el armario, ¿verdad? Y por eso recurriste a métodos tan rudimentarios y tan mal vistos como enviarme un collar maldito que tenía muchas posibilidades de ir a parar a otras manos, o envenenar un hidromiel que no era probable que yo llegara a catar…
—Sí, ya, pero aun así usted no descubrió quién había detrás de esas acciones —contestó Malfoy con tono mordaz, mientras Dumbledore resbalaba un poco por el parapeto, como si las piernas ya no pudieran sostenerlo en pie, y Harry intentaba en vano deshacer el sortilegio que lo inmovilizaba.
—La verdad es que sí —dijo Dumbledore—. Estaba seguro de que eras tú.
—Entonces, ¿por qué no me lo impidió?
—Lo intenté, Draco. El profesor Snape tenía órdenes de vigilarte.
—Snape no obedecía sus órdenes. Le juró a mi madre…
—Sí, claro, eso fue lo que te dijo a ti, pero…
—¿No se da cuenta, viejo estúpido, de que Snape es un espía doble? ¡No trabaja para usted, como usted se cree!
—En este punto es lógico que discrepemos, Draco. Resulta que yo confío en el profesor Snape.
—¡Si confía en él es que está perdiendo la chaveta! —se burló Malfoy—. Snape me ha ofrecido su ayuda. Claro, él quería llevarse toda la gloria, quería participar en la acción… «¿Qué estás haciendo? ¿Has sido tú el del collar? Eso ha sido una locura, habrías podido estropearlo todo…» Pero no le expliqué qué hacía en la Sala de los Menesteres, así que mañana, cuando se despierte, verá que todo ha terminado y él habrá dejado de ser el preferido de lord Voldemort. ¡Comparado conmigo, no será nada, nada!
—Muy gratificante —repuso Dumbledore con gentileza—. A todos nos gusta que los demás reconozcan nuestro trabajo, por supuesto. No obstante, tú debes de haber tenido algún cómplice, alguien de Hogsmeade, alguien que pudiera pasarle a Katie el… el… ¡Aaaah! —Volvió a cerrar los ojos y asintió despacio, cabeceando como a punto de quedarse dormido—. Claro… Rosmerta. ¿Desde cuándo está bajo la maldición
imperius
?
—Por fin ha caído en la cuenta, ¿eh? —se mofó Malfoy.
Se oyó otro grito, mucho más fuerte que el anterior, éste del interior de la torre. Malfoy volvió a girar la cabeza, nervioso, y luego miró a Dumbledore, que continuó:
—Así que obligasteis a la pobre Rosmerta a esconderse en su propio lavabo para que le entregara ese collar al primer alumno de Hogwarts que entrara allí solo, ¿no? Y el hidromiel envenenado… Bueno, como es lógico, Rosmerta pudo envenenarlo antes de enviarle la botella a Slughorn, quien a su vez me lo regalaría a mí por Navidad. Sí, muy hábil, muy hábil… Al pobre señor Filch jamás se le habría ocurrido examinar una botella de Rosmerta.
Y dime, ¿cómo te ponías en contacto con ella? Creía tener controlados todos los sistemas de comunicación entre el colegio y el exterior.
—Mediante monedas encantadas —respondió Malfoy como si no pudiera contenerse de seguir hablando, aunque la mano de la varita le temblaba cada vez más—. Yo tenía una y ella otra, y así podía enviarle mensajes…
—¿No es ése el medio de comunicación secreto que el curso pasado utilizaba el grupo que se hacía llamar Ejército de Dumbledore? —preguntó el anciano en voz baja y tono indolente, pero Harry vio que volvía a resbalar un poco más por el parapeto.
—Sí, ellos me dieron la idea —dijo Malfoy componiendo una siniestra sonrisa—. Y la idea de envenenar el hidromiel me la dio esa sangre sucia de Granger; un día en la biblioteca oí cómo decía que Filch no sabía distinguir las pociones…
—Te agradecería que delante de mí no emplearas esa expresión tan injuriosa —dijo Dumbledore.
Malfoy soltó una estridente carcajada.
—¿Le molesta que diga «sangre sucia» cuando estoy a punto de matarlo?
—Sí, me molesta —confirmó Dumbledore, y Harry advirtió que los pies del anciano resbalaban unos centímetros y él luchaba por mantenerse en pie—. Pero, respecto a eso de que estás a punto de matarme, Draco… Has tenido tiempo de sobra para hacerlo. Estamos completamente solos. Ni siquiera habrías podido soñar con encontrarme tan indefenso, y sin embargo no te has decidido…
Malfoy hizo una mueca involuntaria, como si hubiera probado un sabor muy amargo.
—Pero hablemos de lo de esta noche —prosiguió Dumbledore—. No acabo de entender qué ha pasado… ¿Sabías que había salido del colegio? ¡Ah, naturalmente! —se respondió a sí mismo—. Rosmerta me vio marchar y te avisó por medio de vuestras ingeniosas monedas, ¿verdad?
—Así es. Pero ella me dijo que usted sólo había ido a tomar una copa y que volvería enseguida…
—La tomé, la tomé, y más de una… Y he vuelto, si a esto se lo puede llamar volver. Así que decidiste prepararme una trampa, ¿no?
—Decidimos poner la Marca Tenebrosa encima de la torre para hacerlo regresar al castillo. Usted querría saber a quién habían matado. ¡Y ha salido bien!
—Bueno, sí y no… Pero ¿significa eso que no hay víctimas mortales?
—Sí las hay —dijo Malfoy con voz más aguda—. Uno de los suyos. No sé quién es porque estaba oscuro, pero he pasado por encima de un cadáver. Yo tenía que estar esperándolo aquí arriba cuando usted llegara, pero ese bicho suyo, el fénix, se interpuso en mi camino…
—Sí, tiene esa mala costumbre.
Entonces se oyó un fuerte estrépito, seguido de gritos cada vez más fuertes procedentes del interior de la torre; era como si hubiera gente peleando en la misma escalera de caracol que conducía a la azotea, donde se encontraban ellos. El corazón de Harry, inaudible, latía con violencia en su invisible pecho. Malfoy había pasado por encima de un cadáver… había muerto alguien… pero ¿quién?
—Sea como sea, nos queda poco tiempo —dijo Dumbledore—. Es hora de que hablemos de nuestras opciones, Draco.
—¿Opciones? ¿Qué opciones? —gritó Malfoy—. Tengo mi varita y estoy a punto de matarlo…
—Amigo mío, no tiene sentido que sigamos fingiendo. Si pensaras matarme lo habrías hecho en cuanto me desarmaste, en lugar de entablar una agradable conversación sobre los métodos de que dispones para hacerlo.
—¡Yo no tengo opciones! —dijo Malfoy, que se había puesto tan pálido como Dumbledore—. ¡Tengo que liquidarlo! ¡Si no lo hago, él me matará! ¡Matará a mi familia!
—Me hago cargo de lo comprometido de tu posición. ¿Por qué, si no, crees que no te planté cara antes? Porque sabía que lord Voldemort te mataría si se daba cuenta de que yo sospechaba de ti.
Malfoy hizo una mueca de dolor al oír el nombre de su amo.
—No me atreví a hablar contigo de la misión que sabía que te habían asignado, por si él utilizaba la Legeremancia contra ti —continuó Dumbledore—. Pero ahora, por fin, podemos hablar sin necesidad de andarnos con tapujos… Todavía no has cometido ningún crimen, ni le has causado ningún daño irreparable a nadie, aunque has tenido suerte de que tus víctimas indirectas hayan sobrevivido… Yo puedo ayudarte, Draco.
—No, no puede. —La mano de la varita le temblaba cada vez más—. Nadie puede ayudarme. Él me dijo que si no lo hacía me mataría. No tengo alternativa.
—Pásate a nuestro bando, Draco, y nosotros nos encargaremos de esconderte. Es más, esta misma noche puedo enviar miembros de la Orden a casa de tu madre y esconderla también a ella. Tu padre, por ahora, está a salvo en Azkaban… Cuando llegue el momento también podremos protegerlo a él. Pásate a nuestro bando, Draco… Tú no eres ningún asesino.
—He llegado hasta aquí, ¿no? —dijo despacio Malfoy, mirando fijamente a Dumbledore—. Ellos pensaron que moriría en el intento, pero aquí estoy… Y ahora su vida depende de mí… Soy yo el que tiene la varita… Su suerte está en mis manos…
—No, Draco —corrigió Dumbledore—. Soy yo el que tiene tu suerte en las manos.
Malfoy no respondió. Tenía la boca entreabierta y la mano seguía temblándole. A Harry le pareció que bajaba un poco la varita…
En ese momento se oyeron unos pasos que subían atropelladamente la escalera, y un segundo más tarde cuatro personas ataviadas con túnicas negras irrumpieron por la puerta de la azotea y apartaron a Malfoy de en medio.
Harry contempló aterrado a los cuatro desconocidos con los ojos muy abiertos y sin poder parpadear siquiera. Por lo visto, los
mortífagos
habían ganado la pelea librada en la torre.
Un individuo contrahecho que no paraba de mirar de reojo en torno a sí soltó una risita espasmódica.
—¡Ha acorralado a Dumbledore! —exclamó, y se volvió hacia una mujer achaparrada que parecía su hermana y sonreía con entusiasmo—. ¡Lo ha desarmado! ¡Dumbledore está solo! ¡Te felicito, Draco, te felicito!
—Buenas noches, Amycus —lo saludó Dumbledore con calma, como si lo recibiera en su casa para tomar el té—. Y también has traído a Alecto… qué bien…
La mujer soltó una risita ahogada y le espetó:
—¿Acaso crees que tus estúpidas bromitas te van a ayudar en el lecho de muerte?
—¿Bromitas? Esto no son bromitas, son buenos modales —replicó Dumbledore.
—¡Hazlo! —dijo el desconocido más cercano a Harry, un tipo alto y delgado de abundante pelo canoso y grandes patillas que llevaba una túnica negra de
mortífago
muy ceñida.
Harry jamás había oído una voz semejante, una especie de áspero rugido. El individuo despedía un intenso hedor, una mezcla de olor a mugre, sudor y algo inconfundible: sangre. Sus sucias manos lucían uñas largas y amarillentas.
—¿Eres tú, Fenrir? —preguntó Dumbledore.
—Exacto —contestó el otro con su ronca voz—. ¿A mí también te alegras de verme, Dumbledore?
—No, la verdad es que no…
Fenrir Greyback sonrió burlón, exhibiendo unos dientes muy afilados. Le goteaba sangre de la barbilla y se relamió despacio, con impudicia.
—Pero sabes cómo me gustan los niños, Dumbledore.
—¿Significa eso que ahora atacas aunque no haya luna llena? Eso es muy inusual… ¿Tanto te gusta la carne humana que no tienes suficiente con saciarte una vez al mes?
—Así es. Eso te impresiona, ¿verdad, Dumbledore? ¿Te asusta?
—Bueno, no voy a negar que me disgusta un poco. Y debo admitir que me sorprende que Draco te haya invitado precisamente a ti a venir al colegio donde viven sus amigos…
—Yo no lo invité —murmuró Malfoy. No miraba a Greyback, y daba la impresión de que ni siquiera se atrevía a hacerlo de reojo—. No sabía que iba a venir…
—No me perdería un viaje a Hogwarts por nada del mundo, Dumbledore —declaró Greyback—. Con la cantidad de gargantas que hay aquí para morder… Será delicioso, delicioso… —Levantó una amarillenta uña y se tocó los dientes mirando al anciano con avidez—. Podría reservarte a ti para el postre, Dumbledore…
—No —intervino el cuarto
mortífago
, de toscas facciones y expresión brutal—. Tenemos órdenes. Tiene que hacerlo Draco. ¡Ahora, Draco, y deprisa!
Malfoy parecía más indeciso que antes. Miraba fijamente a Dumbledore, pero el terror se reflejaba en su cara; el director de Hogwarts, más pálido que nunca, había ido resbalando por el muro casi hasta quedar sentado en el suelo.
—¡Bah, si de todos modos ya tiene un pie en la tumba! —dijo el
mortífago
contrahecho, y fue coreado por las jadeantes risitas de su hermana—. Miradlo… ¿Qué te ha pasado, Dumby?
—Ya no tengo tanta resistencia, ni tantos reflejos, Amycus —contestó Dumbledore—. Son cosas de la edad… Algún día quizá te pase a ti, si tienes suerte…
—¿Qué quieres decir con eso, eh? ¿Qué quieres decir? —chilló el
mortífago
poniéndose violento de repente—. Siempre igual, ¿no, Dumby? ¡Hablas mucho pero no haces nada, nada! ¡Ni siquiera sé por qué el Señor Tenebroso se molesta en matarte! ¡Vamos, Draco, hazlo de una vez!
Pero en ese momento volvieron a oírse ruidos y correteos en la torre y una voz gritó:
—¡Han bloqueado la escalera!
¡Reducto!
¡¡Reducto!!
A Harry le dio un vuelco el corazón: esas palabras significaban que los cuatro
mortífagos
no habían eliminado toda la oposición que habían encontrado, sino que se las habían arreglado de momento para llegar a lo alto de la torre; por lo visto, al subir habían levantado una barrera a sus espaldas.
—¡Ahora, Draco, rápido! —lo urgió con brusquedad el más salvaje de los cuatro.
Pero a Malfoy le temblaba tanto la varita que apenas podía apuntar con ella.
—Ya me encargo yo —gruñó Greyback, y avanzó hacia Dumbledore con los brazos estirados y enseñando los dientes.
—¡He dicho que no! —gritó el otro.
A continuación hubo un destello y el hombre lobo salió despedido hacia un lado; dio contra el parapeto y se tambaleó, encolerizado. A Harry, aprisionado por el hechizo del director, le palpitaba tan fuerte el corazón que le resultaba increíble que aún no lo hubiesen descubierto. Si hubiera podido moverse, habría echado una maldición desde debajo de la capa invisible…
—Hazlo, Draco, o apártate para que lo haga uno de nosotros… —chilló la mujer, pero en ese preciso instante la puerta de la azotea se abrió una vez más y apareció Snape, varita en mano; recorrió la escena con sus negros ojos paseando la mirada desde Dumbledore, desplomado contra el parapeto, hasta el grupo formado por los cuatro
mortífagos
, entre ellos el iracundo hombre lobo, y Malfoy.