Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
A continuación describió un amplio movimiento con el brazo, como si acuchillara el aire. Harry notó un fuerte latigazo en el rostro y una vez más cayó de espaldas y se golpeó contra el suelo. Unos puntos luminosos aparecieron ante sus ojos y por un instante se quedó sin respiración. Entonces oyó un aleteo por encima de él y un cuerpo enorme tapó las estrellas:
Buckbeak
volaba hacia Snape, que retrocedió trastabillando cuando el
hipogrifo
lo golpeó con sus afiladísimas garras. Harry se sentó en el suelo. La cabeza todavía le daba vueltas a causa del golpe que se había dado al caer, pero distinguió a Snape corriendo tan aprisa como podía y a la enorme bestia agitando las alas tras él y chillando como jamás lo había oído chillar…
Se levantó con dificultad y miró alrededor en busca de su varita, aturdido pero decidido a reemprender la persecución. Sin embargo, mientras palpaba a tientas entre la hierba comprendió que era demasiado tarde, y en efecto lo era, pues cuando por fin hubo localizado su varita a unos metros de distancia, el
hipogrifo
ya describía círculos sobre las verjas, lo que significaba que Snape había logrado desaparecerse fuera de los límites del colegio.
—Hagrid —masculló Harry mirando en torno, todavía ofuscado—. ¡Hagrid!
Fue dando tumbos hacia la cabaña en el mismo instante en que una enorme figura salía del fuego con
Fang
sobre los hombros. El muchacho soltó un grito de gratitud y cayó de rodillas; temblaba de la cabeza a los pies, le dolía todo el cuerpo y respiraba con dificultad.
—¿Estás bien, Harry? ¿Estás bien? Di algo, Harry…
La peluda cara del guardabosques oscilaba sobre la del chico y tapaba las estrellas. Harry olió a madera y a pelo de perro chamuscados; estiró un brazo y se tranquilizó al tocar el tibio cuerpo de
Fang
, que temblaba a su lado.
—Estoy bien —dijo entrecortadamente—. ¿Y tú?
—Claro que estoy bien… Soy duro de pelar.
Hagrid cogió a Harry por debajo de los brazos y lo levantó con tanto ímpetu que lo dejó un momento suspendido en el aire antes de bajarlo al suelo. El muchacho percibió que por la mejilla del guardabosques resbalaba sangre; el guardabosques tenía un profundo corte debajo de un ojo, que se le estaba hinchando por momentos.
—Tenemos que apagar el fuego —dijo Harry—. Usa el encantamiento
Aguamenti
…
—Ya sabía yo que era algo así —murmuró Hagrid, y levantó un humeante paraguas rosa con estampado de flores—.
¡Aguamenti!
—exclamó.
Del extremo del paraguas salió un chorro de agua. Harry levantó su varita, que le pesó como el plomo, y lo imitó: «
¡Aguamenti!
» Y ambos lanzaron agua sobre la cabaña hasta extinguir por completo las llamas.
—No es tan grave —comentó con optimismo Hagrid unos minutos más tarde, mientras contemplaba las humeantes ruinas de la cabaña—. Nada que Dumbledore no pueda arreglar.
Al oír ese nombre, Harry sintió una punzada en el estómago. En medio del silencio y la quietud, el horror surgió en su interior.
—Hagrid…
—Les estaba vendando las patas a unos
bowtruckles
cuando los oí llegar —explicó el guardabosques, que seguía contemplando los restos de su casa, apesadumbrado—. Pobrecitos, se habrán quemado las ramitas…
—Hagrid…
—¿Qué ha pasado, Harry? He visto a unos
mortífagos
que salían corriendo del castillo, pero ¿qué demonios hacía Snape con ellos? ¿Adónde ha ido? ¿Los estaba persiguiendo?
—Snape… —Carraspeó; tenía la garganta seca a causa del pánico y el humo—. Hagrid, Snape ha matado a…
—¿Que ha matado? —se extrañó el guardabosques mirando fijamente a Harry—. ¿Que Snape ha matado? ¿Qué estás diciendo?
—…a Dumbledore —concluyó Harry—. Snape… ha matado… a Dumbledore.
Hagrid se quedó atónito, con una expresión de absoluto desconcierto.
—¿Qué dices, Harry? ¿Que Dumbledore qué?
—Está muerto. Snape lo ha matado.
—No digas eso —repuso Hagrid con brusquedad—. ¿Cómo quieres que Snape haya matado a Dumbledore? No seas estúpido, Harry. ¿Por qué dices eso?
—Lo he visto con mis propios ojos.
—Es imposible.
—Lo he visto, Hagrid.
El guardabosques sacudió la cabeza y lo miró con una mezcla de incredulidad y compasión; al parecer, creía que Harry había recibido un golpe en la cabeza, o estaba aturdido, o sufría las secuelas de algún embrujo…
—Dumbledore debe de haberle ordenado a Snape que se vaya con los
mortífagos
—dijo—. Supongo que tiene que conservar su tapadera. Mira, volvamos al colegio. Vamos, Harry…
El muchacho no intentó discutir ni darle explicaciones. Todavía no podía controlar los temblores. Al fin y al cabo, Hagrid no tardaría en descubrir la verdad. Mientras dirigían sus pasos hacia el castillo, Harry observó que se habían iluminado muchas ventanas y no le costó imaginar las escenas que estarían desarrollándose dentro del edificio: la gente yendo y viniendo de una habitación a otra, contándose unos a otros que habían entrado
mortífagos
en el colegio, que la Marca brillaba sobre Hogwarts, que debían de haber matado a alguien…
Las puertas de roble de la entrada estaban abiertas y la luz del interior iluminaba el sendero y la extensión de césped. Poco a poco, con vacilación, empezaron a salir profesores y alumnos en pijama; bajaron los escalones y miraron alrededor, nerviosos, en busca de alguna señal de los
mortífagos
que habían huido en plena noche. Sin embargo, los ojos de Harry estaban fijos en el pie de la torre más alta. Le pareció distinguir un bulto negro acurrucado sobre la hierba, aunque en realidad estaba demasiado lejos para ver nada. Pero mientras contemplaba el sitio donde calculaba que debía yacer el cadáver de Dumbledore, reparó en que la gente empezaba a dirigirse hacia allí.
—¿Qué miran? —preguntó Hagrid mientras se acercaban a la fachada principal con
Fang
pegado a sus talones—. ¿Qué es eso que hay en la hierba? —añadió de repente, y viró hacia el pie de la torre de Astronomía, donde se estaba formando un pequeño corro—. ¿Lo ves, Harry? Allí, al pie de la torre. Debajo de la Marca… Cáspita, espero que no se haya caído nadie.
Hagrid guardó silencio, porque acababa de pensar algo demasiado espantoso para expresarlo en voz alta. Harry avanzaba junto a él. Notaba diversas contusiones en la cara y las piernas, producto de los maleficios que había recibido en la última media hora, aunque percibía el dolor de un modo extraño, con cierta indiferencia, como si no lo padeciera él sino alguien que estuviera junto a él. Lo que sí era real e ineludible era la espantosa presión que notaba en el pecho…
Se abrieron paso como sonámbulos entre los murmullos de la muchedumbre hasta la primera fila, donde los estupefactos estudiantes y profesores habían dejado un hueco.
Harry oyó el gemido de dolor de Hagrid, pero no se detuvo; siguió avanzando despacio hasta el sitio donde yacía Dumbledore y se agachó a su lado.
Harry había comprendido que no había nada que hacer en cuanto quedó libre de la maldición de la inmovilidad total que le había echado Dumbledore, pues eso sólo podía significar que su autor había muerto; con todo, no estaba preparado para ver allí, con los brazos y las piernas extendidos, destrozado, al mago más grande que él había conocido y conocería jamás.
Dumbledore tenía los ojos cerrados, y por la curiosa posición en que le habían quedado los brazos y las piernas podía parecer que estaba dormido. Harry alargó un brazo, le enderezó las gafas de media luna sobre la torcida nariz y le limpió con la manga de su propia túnica un hilo de sangre que se le escapaba por la boca. Entonces contempló aquel anciano y sabio rostro e intentó asimilar la monstruosa e incomprensible verdad: Dumbledore jamás volvería a hablarle, jamás podría ayudarlo…
Oía los murmullos a sus espaldas y al cabo de un rato, que a él le pareció muy largo, se dio cuenta de que estaba arrodillado encima de algo duro y miró. El guardapelo que habían logrado robar unas horas atrás se había caído del bolsillo de Dumbledore y se había abierto, quizá debido a la fuerza con que había golpeado el suelo. Y aunque no podía sentir más conmoción, más horror ni más tristeza de los que ya sentía, Harry tuvo la impresión, tan pronto lo cogió, de que algo no encajaba…
Lo miró y remiró entre las manos. Ese guardapelo no era tan grande como el que recordaba haber visto en el
pensadero
, ni tenía marca alguna: no había ni rastro de la elaborada «S», la marca de Slytherin. Y en su interior sólo había un trozo de pergamino, doblado y fuertemente apretado, en el sitio donde tenía que haber un retrato.
Automáticamente, sin reflexionar en lo que estaba haciendo, sacó el trozo de pergamino, lo desplegó y, a la luz de las muchas varitas que se habían encendido detrás de él, leyó:
Para el Señor Tenebroso.
Ya sé que moriré mucho antes de que leáis esto, pero quiero que sepáis que fui yo quien descubrió vuestro secreto.
He robado el Horrocrux auténtico y lo destruiré en cuanto pueda. Afrontaré la muerte con la esperanza de que, cuando encontréis la horma de vuestro zapato, volveréis a ser mortal.
R.A.B.
Harry no supo qué significaba aquel mensaje, ni le importó. Sólo importaba una cosa: que aquel objeto no era un
Horrocrux
. Dumbledore se había debilitado bebiendo la espantosa poción, y todo inútilmente. Arrugó el pergamino en la mano y los ojos se le anegaron en lágrimas mientras, a su lado,
Fang
empezaba a aullar.
—Ven, Harry…
—No.
—No puedes quedarte aquí, Harry… Vamos, ven con migo…
—No.
No quería marcharse del lado de Dumbledore, no quería irse a ningún sitio. La mano de Hagrid temblaba en el hombro del muchacho. Entonces otra voz dijo:
—Vamos, Harry.
Una mano mucho más pequeña y suave le había cogido la suya y tiraba de él para que se levantara. El muchacho obedeció a ese contacto sin prestarle atención. Cuando ya había echado a andar a ciegas, abriéndose paso entre el corro de gente, percibió un perfume floral y se dio cuenta de que era Ginny quien lo guiaba hacia el castillo. Oía voces ininteligibles; sollozos, gritos y lamentos hendían la oscuridad, pero ellos siguieron su camino, subieron los escalones de piedra y entraron en el vestíbulo. Harry veía caras cuyos rasgos no distinguía; sus compañeros lo miraban con ojos escrutadores al tiempo que susurraban y se hacían preguntas, y los rubíes de Gryffindor brillaban en el suelo como gotas de sangre mientras ambos se dirigían hacia la escalinata de mármol.
—Vamos a la enfermería —dijo Ginny.
—No estoy herido —replicó Harry.
—Son órdenes de la profesora McGonagall —repuso ella—. Están todos allí: Ron, Hermione, Lupin… Todos.
El miedo volvió a prender en el pecho de Harry: se había olvidado de los cuerpos inertes que había dejado atrás.
—¿A quién más han matado, Ginny?
—No te preocupes, a ninguno de los nuestros.
—Pero la Marca Tenebrosa… Malfoy dijo que había pasado por encima de un cadáver.
—Pasó por encima de Bill, pero él está bien, sigue vivo.
Sin embargo, Harry advirtió en el tono de Ginny algo que no auguraba nada bueno.
—¿Estás segura?
—Claro que estoy segura. Está… un poco molido, pero nada más. Lo atacó Greyback. La señora Pomfrey dice que no… que no volverá a ser el de antes… —A Ginny le tembló un poco la voz—. En realidad no sabemos qué consecuencias tendrá. Verás, Greyback es un hombre lobo, pero no se había transformado cuando lo atacó…
—Pero los demás… Había otros cuerpos en el suelo.
—Neville está en la enfermería, pero la señora Pomfrey afirma que se pondrá bien. El profesor Flitwick perdió el conocimiento, aunque sólo está un poco débil y se ha empeñado en ir a vigilar a los de Ravenclaw. Y hay un
mortífago
muerto; lo alcanzó una maldición asesina que aquel tipo rubio y corpulento disparaba en todas direcciones… Si no llega a ser por tu poción de la suerte, Harry, me parece que nos habrían matado a todos, pero las maldiciones pasaban rozándonos…
Llegaron a la enfermería. Al entrar, Harry vio a Neville acostado en una cama cerca de la puerta; al parecer dormía. Ron, Hermione, Luna, Tonks y Lupin se apiñaban alrededor de una cama al fondo de la habitación. Todos se volvieron hacia la puerta. Hermione corrió hacia Harry y lo abrazó; Lupin también fue hacia él, con gesto de aprensión.
—¿Te encuentras bien, Harry?
—Sí, estoy bien. ¿Cómo está Bill?
Nadie contestó. Harry miró por encima del hombro de Hermione y vio una cara irreconocible sobre la almohada; Bill tenía tantos cortes y magulladuras que costaba identificarlo. La señora Pomfrey le aplicaba en las heridas un ungüento verde de olor penetrante. Harry recordó la facilidad con que Snape le había cerrado las heridas causadas por el
Sectumsempra
a Malfoy, al pasar sobre ellas la varita.
—¿No puede curarlo con algún encantamiento? —le preguntó a la enfermera.
—Para esto no hay encantamientos. He probado todo lo que sé, pero las mordeduras de hombre lobo son incurables.
—Pero no lo han mordido con luna llena —objetó Ron, que contemplaba el rostro de su hermano como si creyera poder arreglarlo con la fuerza de la mirada—. Greyback no se había transformado, así que Bill no se convertirá en un… en un… —Miró vacilante a Lupin.
—No, no creo que Bill se convierta en un hombre lobo propiamente dicho —observó Lupin—, pero eso no significa que no exista cierto grado de contaminación. Esas heridas están malditas. Es poco probable que se curen por completo y… Bill podría desarrollar algunos rasgos lobunos a partir de ahora.
—Seguro que a Dumbledore se le ocurre alguna solución —insistió Ron—. ¿Dónde está? Bill peleó contra esos maníacos bajo las órdenes de Dumbledore, así que el director está en deuda con él, no puede dejarlo en la estacada…
—Dumbledore ha muerto —dijo Ginny.
—¡No! —Lupin, atónito, miró a Harry con la esperanza de que éste lo desmintiera, pero al ver que se quedaba callado, se desplomó en una silla, al lado de la cama de Bill, y se tapó la cara con ambas manos.
Era la primera vez que Harry lo veía derrumbarse; como tuvo la impresión de que interrumpía algo íntimo, se dio la vuelta y miró a Ron, con el que intercambió una silenciosa mirada que confirmaba las palabras de Ginny.