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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Ha llegado el momento —anunció la profesora—. Por favor, seguid a vuestros jefes de casa a los jardines. Los alumnos de Gryffindor, esperad a que salga yo.
Los estudiantes se levantaron de los bancos y desfilaron casi en silencio. Harry vio a Slughorn, que llevaba una espléndida y larga túnica verde esmeralda con bordados de plata, en cabeza de la columna de Slytherin, y a la profesora Sprout, jefa de la casa de Hufflepuff, que nunca había ido tan aseada, pues no tenía ni un solo remiendo en el sombrero. Cuando llegaron al vestíbulo, vieron a la señora Pince de pie junto a Filch: ella iba con un tupido velo negro que le llegaba hasta las rodillas, y él con un viejo traje y una corbata negros que apestaban a naftalina.
Al acercarse a los escalones de piedra de la entrada, Harry vio que todos se dirigían hacia el lago. Los tibios rayos del sol le acariciaron la cara cuando siguió en silencio a la profesora McGonagall. Hacía un espléndido día de verano.
Habían colocado cientos de sillas en hileras a ambos lados de un pasillo y encaradas hacia una mesa de mármol que presidía la escena. La mitad de las sillas ya estaban ocupadas por una extraordinaria variedad de personas: elegantes y harapientas, jóvenes y viejas. Harry sólo reconoció a algunas, por ejemplo, a los miembros de la Orden del Fénix Kingsley Shacklebolt,
Ojoloco
Moody y Tonks, cuyo cabello había recuperado milagrosamente un tono rosa muy llamativo, cogida de la mano de Remus Lupin; los señores Weasley; Bill, acompañado y ayudado por Fleur, y seguido por Fred y George, que llevaban chaquetas de piel de dragón negra. También estaba Madame Máxime, que ocupaba dos sillas y media; Tom, el dueño del Caldero Chorreante; Arabella Figg, la vecina
squib
de Harry; la melenuda que tocaba el bajo en el grupo mágico Las Brujas de Macbeth; Ernie Prang, el conductor del autobús noctámbulo; Madame Malkin, de la tienda de túnicas del callejón Diagon; y algunos otros a los que Harry sólo conocía de vista, como el camarero de Cabeza de Puerco y la bruja que llevaba el carrito de la comida en el expreso de Hogwarts. También estaban presentes los fantasmas del castillo, que sólo eran visibles cuando se movían, pues la luz del sol hacía brillar sus intangibles y etéreas figuras.
Harry, Ron, Hermione y Ginny se sentaron al final de una hilera, junto al lago. El continuo susurro de la concurrencia sonaba como la brisa al acariciar la hierba, pero el canto de los pájaros era mucho más intenso. Seguía llegando gente; Harry vio cómo Luna ayudaba a Neville a sentarse y sintió un profundo cariño por ellos. Luna y Neville eran los únicos miembros del
ED
que habían respondido a la llamada de Hermione la noche que mataron a Dumbledore, y Harry sabía por qué: ellos eran los que más añoraban el
ED
. Seguramente eran los únicos que habían mirado con regularidad sus monedas con la esperanza de que se hubiera convocado otra reunión.
Cornelius Fudge pasó por su lado y se dirigió hacia las primeras filas; parecía muy compungido y hacía girar su bombín, como de costumbre. A continuación Harry reconoció a Rita Skeeter y se enfureció al ver que llevaba un bloc de notas, con las uñas pintadas de rojo; y luego, con un arrebato de rabia, distinguió a Dolores Umbridge, que exhibía una expresión de dolor poco convincente en su cara de sapo y se adornaba los rizos rojo pardusco con un lazo de terciopelo negro. Al ver al centauro Firenze, que estaba de pie como un centinela cerca del borde del agua, Umbridge dio un respingo y se encaminó rápidamente hacia un asiento muy apartado de él.
Los últimos en sentarse fueron los profesores. Harry observó a Scrimgeour, con aire grave y circunspecto, situado en primera fila con la profesora McGonagall, y se preguntó si el ministro o alguna otra de aquellas personas tan importantes sentía verdadera tristeza por la muerte de Dumbledore. Pero en ese momento oyó una melodía, una melodía extraña que parecía de otro mundo, de modo que se olvidó del desprecio que le inspiraba el ministerio y miró en busca del origen del sonido. Sin embargo, no fue el único, pues otras personas también volvieron la cabeza con cierta alarma.
—Allí —le susurró Ginny al oído señalando las luminosas aguas verde claro.
Entonces el muchacho vio un coro de gente del agua que cantaba en una lengua extraña; las pálidas caras se mecían a escasa distancia de la superficie y sus violáceas cabelleras ondeaban alrededor, y Harry se acordó con horror de los
inferi
. La melodía le puso carne de gallina, y, sin embargo, no era un sonido desagradable. Sin duda hablaba de la pérdida de un ser querido y de la desesperación que provoca. Mientras contemplaba las transidas caras de la gente del agua, Harry tuvo la impresión de que al menos esos seres sí lamentaban la muerte de Dumbledore. Ginny volvió a darle un codazo y él giró la cabeza.
Hagrid caminaba despacio por el pasillo. Sollozaba en silencio y tenía el rostro surcado de lágrimas; en los brazos, envuelto en terciopelo morado salpicado de estrellas doradas, llevaba el cadáver de Dumbledore. Al verlo, a Harry se le hizo un nudo en la garganta, y por unos instantes fue como si la extraña melodía y la conciencia de estar tan cerca del cadáver del anciano profesor hicieran desaparecer el calor y la luz del entorno. Ron estaba pálido e impresionado, y Ginny y Hermione derramaban gruesas lágrimas que les caían en el regazo.
Los muchachos no veían bien qué pasaba en la parte delantera. Parecía que Hagrid había depositado el cadáver con extremo cuidado sobre la mesa de mármol. A continuación se retiró por el pasillo sonándose con fuertes trompetazos que atrajeron algunas miradas escandalizadas, entre ellas la de Dolores Umbridge… Pero Harry sabía que a Dumbledore no le habría importado. Intentó hacerle un gesto cariñoso a Hagrid cuando éste pasó por su lado, pero el guardabosques tenía los ojos tan hinchados que era un milagro que pudiera ver dónde pisaba. Harry miró hacia la hilera a la que se dirigía Hagrid y comprendió cómo se guiaba a pesar del llanto, porque allí, vestido con una chaqueta y unos pantalones confeccionados con tela suficiente para levantar una carpa, se hallaba el gigante Grawp, cuya enorme y fea cabeza, lisa como un canto de río, se inclinaba con gesto dócil, casi humano. Hagrid se sentó al lado de su hermanastro y éste le dio unas palmaditas en la cabeza, lo que provocó que la silla del guardabosques se hundiera unos centímetros en el suelo. Harry sintió un breve y maravilloso impulso de reír. Pero entonces dejó de sonar la melodía y el muchacho dirigió de nuevo la vista al frente.
Un individuo bajito y de cabello ralo, ataviado con una sencilla túnica negra, estaba de pie frente al cadáver de Dumbledore. Harry no oía lo que decía. Algunas palabras sueltas llegaban flotando hasta ellos por encima de cientos de cabezas: «nobleza de espíritu», «contribución intelectual», «grandeza de corazón»… Pero casi carecían de significado. No tenían mucho que ver con el Dumbledore que Harry había conocido. De pronto recordó lo que significaba para el director de Hogwarts decir unas pocas palabras: «¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!», y, una vez más, tuvo que reprimir una sonrisa. ¿Qué le estaba sucediendo?
Oyó un débil chapoteo a su izquierda y vio que la gente del agua también había salido a la superficie para escuchar. Y recordó que hacía dos años Dumbledore se había agachado junto al borde del agua, muy cerca de donde él estaba sentado en ese momento, para conversar en sirenio con la jefa sirena. Harry se preguntó entonces dónde habría aprendido a hablar esa lengua. Había tantas cosas que nunca le había preguntado, tantas cosas que debería haberle dicho…
Y sin previo aviso la cruda realidad cayó sobre él, de una forma mucho más rotunda e innegable que hasta ese instante: Dumbledore estaba muerto, se había ido para siempre. El muchacho apretó con todas sus fuerzas el frío guardapelo hasta que se hizo daño, pero no pudo impedir que unas abrasadoras lágrimas le brotaran de los ojos; volvió la cabeza en dirección opuesta a la que se hallaban Ginny y los demás, y contempló el Bosque Prohibido, al otro lado del lago, mientras el hombrecillo de negro seguía hablando. Percibió que algo se movía entre los árboles: los centauros también se habían acercado a presentar sus respetos. No salieron de los límites del bosque, pero Harry los distinguió medio escondidos entre las sombras, observando a los magos, con los arcos a punto. Y recordó también la pesadilla de su incursión inicial en el Bosque Prohibido, la primera vez que vio aquel engendro que entonces era Voldemort, y cómo se había enfrentado a él, y que poco después había hablado con Dumbledore de la importancia de seguir luchando a pesar de que la batalla estuviera perdida. En aquella ocasión el anciano profesor había dicho que era crucial pelear y volver a pelear, y seguir peleando porque sólo de ese modo podría mantenerse a raya el mal, aunque nunca se llegara a erradicarlo.
Y mientras estaba allí sentado, al intenso calor del sol, Harry se percató de que todas las personas que lo querían se habían alzado ante él una tras otra, decididas a protegerlo: su madre, su padre, su padrino y, por último, Dumbledore; pero eso había terminado. Ya no podía permitir que nadie se interpusiera entre él y Voldemort, y debía olvidar para siempre que los padres ofrecían un refugio que protegía de todo mal, esa ilusión que tendría que haber perdido cuando tan sólo contaba un año de edad. No había forma de despertar de esa pesadilla, no había susurro reconfortante en la oscuridad que le asegurara que estaba a salvo, que todo era producto de su imaginación; el último y el más excelso de sus protectores había muerto y él se encontraba más solo que nunca.
El hombrecillo de negro terminó su discurso y volvió a sentarse. Harry supuso que se levantaría alguien más, pues imaginaba que el ministro pronunciaría otro discurso, pero nadie se movió.
Entonces varias personas chillaron. Unas llamas relucientes y blancas habían prendido alrededor del cadáver de Dumbledore y de la mesa sobre la que reposaba, y se alzaron cada vez más, hasta ocultar por completo el cadáver. Un humo blanco ascendió en espiral y moldeó extrañas formas: en un sobrecogedor instante, a Harry le pareció ver cómo un fénix volaba hacia el cielo, dichoso, pero un segundo más tarde el fuego había desaparecido. En su lugar había un sepulcro de mármol blanco que contenía el cuerpo de Dumbledore y la mesa sobre la que lo habían tendido.
Volvieron a oírse gritos de asombro cuando cayó del cielo una lluvia de flechas que fueron a parar lejos de la gente. Y Harry comprendió que era el homenaje de los centauros; a continuación vio cómo éstos daban media vuelta y desaparecían de nuevo en el umbrío bosque. La gente del agua también se hundió despacio en las verdes aguas y se perdió de vista.
Harry miró a sus amigos: Ron mantenía los ojos entornados, como si lo deslumbrara el sol; las lágrimas surcaban el rostro de Hermione, pero Ginny ya no lloraba. Ella lo miró con la misma expresión firme y decidida que cuando lo había abrazado después de ganar sin él la Copa de
Quidditch
, y Harry se dio cuenta de que ambos se entendían a la perfección, y cuando le dijera lo que pensaba hacer, ella no le replicaría: «Ten cuidado» o «No lo hagas», sino que aceptaría su decisión porque no esperaba menos de él. Así que se armó de valor para decir lo que sabía que debía decir desde la muerte de Dumbledore.
—Oye, Ginny… —musitó, mientras alrededor la gente reanudaba las conversaciones interrumpidas poco antes y se levantaba—. No podemos seguir saliendo juntos. Tenemos que dejar de vernos.
Ella esbozó una enigmática sonrisa y replicó:
—Es por alguna razón noble y absurda, ¿verdad?
—Estas últimas semanas contigo han sido… como un sueño —prosiguió Harry—. Pero no puedo… no podemos… Ahora tengo cosas que hacer y debo hacerlas solo.
Ginny no se puso a llorar, sino que se limitó a mirarlo a los ojos.
—Voldemort utiliza a los seres queridos de sus enemigos. A ti ya te utilizó una vez como cebo, y únicamente porque eras la hermana de mi mejor amigo. Imagínate el peligro que correrías si siguiéramos juntos. El se enterará, lo averiguará. Intentará llegar hasta mí a través de ti.
—¿Y si no me importara? —replicó Ginny.
—A mí sí me importa —repuso Harry—. ¿Cómo crees que me sentiría si éste fuera tu funeral… y si yo tuviera la culpa?
Ginny desvió la mirada y se quedó contemplando el lago.
—En realidad nunca renuncié a ti —dijo—. Aunque no lo parezca. Siempre albergué esperanzas… Hermione me aconsejó que me olvidara de ti, que saliera con otros chicos, que me relajara un poco cuando tú estuvieras delante, porque antes me quedaba muda en cuanto aparecías, ¿te acuerdas? Y ella creía que quizá te fijarías más en mí si yo me distanciaba un poco.
—Es que es muy lista —repuso Harry, y sonrió—. ¡Ojalá te hubiera pedido antes que salieras conmigo! Habríamos podido pasar mucho tiempo juntos… meses… años quizá…
—Pero estabas demasiado ocupado salvando el mundo mágico —sentenció Ginny con una risita—. Bueno, la verdad es que no me sorprende. Ya sabía que al final ocurriría esto. Estaba convencida de que no estarías contento si no perseguías a Voldemort. Quizá por eso me gustas tanto.
Harry creyó que no podría mantenerse firme en su propósito si seguía sentado al lado de Ginny. Observó que Ron abrazaba a Hermione y le acariciaba el cabello mientras ella lloraba con la cabeza apoyada en su hombro, y que a Ron también le resbalaban las lágrimas por su larga nariz. Con aire compungido, Harry se puso en pie, les dio la espalda a Ginny y al sepulcro de Dumbledore y echó a andar por la orilla del lago. Se sentía mucho mejor caminando que sentado, y cuando empezara a buscar los
Horrocruxes
y matara a Voldemort, también se sentiría mejor que sólo pensando en ello…
—¡Harry!
Se dio la vuelta. Rufus Scrimgeour cojeaba hacia él por la orilla, apoyándose en su bastón.
—Confiaba en poder hablar un momento contigo… ¿Te importa si caminamos juntos?
—No —respondió Harry con indiferencia, y se puso en marcha.
—Qué tragedia —dijo el ministro en voz baja—, no te imaginas cómo me afectó la noticia. Dumbledore era un gran mago. Teníamos nuestras diferencias, como bien sabes, pero nadie conoce mejor que yo…
—¿Qué quiere? —preguntó Harry con voz cansina.
A Scrimgeour no le gustó su tono, pero, como había hecho en otra ocasión, se controló y adoptó un gesto de tristeza y comprensión.