Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Tenemos un problema, Snape —dijo el contrahecho Amycus, con la mirada y la varita fijas en Dumbledore—. El chico no se atreve a…
Pero alguien más había pronunciado el nombre de Snape con un hilo de voz.
—Severus…
Nada de lo que Harry había visto u oído esa noche lo había asustado tanto como ese sonido. Por primera vez, Dumbledore hablaba con tono suplicante.
Snape no dijo nada, pero avanzó unos pasos y apartó con brusquedad a Malfoy de su camino. Los
mortífagos
se retiraron sin decir palabra. Hasta el hombre lobo parecía intimidado.
Snape, cuyas afiladas facciones denotaban repulsión y odio, le lanzó una mirada al anciano.
—Por favor… Severus…
Snape levantó la varita y apuntó directamente a Dumbledore.
—
¡Avada Kedavra!
Un rayo de luz verde salió de la punta de la varita y golpeó al director en medio del pecho. Harry soltó un grito de horror que no se oyó; mudo e inmóvil, se vio obligado a ver cómo Dumbledore saltaba por los aires. El anciano quedó suspendido una milésima de segundo bajo la reluciente Marca Tenebrosa; luego se precipitó lentamente, como un gran muñeco de trapo, cayó al otro lado de las almenas y se perdió de vista.
Harry sintió como si él también saltara por los aires. ¡¡Aquello no era real, no podía haber pasado!!
—Fuera de aquí, rápido —ordenó Snape.
Agarró a Malfoy por la nuca y lo empujó hacia la puerta; Greyback y los achaparrados hermanos los siguieron, estos últimos resollando enardecidos. Cuando desaparecieron por la puerta, Harry se dio cuenta de que ya podía moverse; lo que ahora lo tenía paralizado contra el muro no era la magia, sino el horror y la conmoción. Tiró la capa invisible al suelo en el instante en que el último
mortífago
, el de rasgos brutales, trasponía la puerta.
—
¡Petrificus totalus!
El
mortífago
se dobló como si lo hubieran golpeado con algo sólido en la espalda y se derrumbó, rígido como una figura de cera; pero, incluso antes de que tocara el suelo, Harry le pasó por encima y corrió escaleras abajo en la oscuridad.
El miedo le oprimía el pecho. Tenía que llegar hasta Dumbledore y atrapar a Snape. Sabía que esas dos cosas estaban relacionadas de algún modo: si lograba juntarlos a los dos enmendaría lo sucedido. Dumbledore no podía haber muerto…
Saltó los diez últimos peldaños de la escalera de caracol y se detuvo en seco, varita en ristre. El oscuro pasillo estaba invadido por una nube de polvo, pues se había derrumbado una parte del techo. Vio que había varias personas peleando, pero cuando intentó distinguir quién luchaba contra quién, oyó a aquella voz odiosa gritar: «¡Ya está, tenemos que irnos!», y vio desaparecer a Snape por una esquina al final del pasillo; Malfoy y él se habían abierto paso a través de la pelea y habían salido ilesos. Harry se lanzó hacia ellos, pero alguien se separó de la refriega y se abalanzó sobre él: era Greyback, el hombre lobo. Se le echó encima antes de que pudiera levantar la varita, y Harry cayó hacia atrás sintiendo el mugriento y apelmazado pelo de Greyback en la cara, el hedor a sangre y sudor impregnándole la nariz y la boca, y aquel ávido y cálido aliento en el cuello…
—
¡Petrificus totalus!
Greyback se desplomó sobre Harry, que con un esfuerzo enorme lo apartó y lo tiró al suelo al tiempo que un rayo de luz verde salía disparado hacia él; se agachó para esquivarlo y se zambulló en la pelea. Pisó algo blando y resbaladizo, se tambaleó y distinguió dos cuerpos tendidos boca abajo en medio de un charco de sangre, pero no se detuvo a investigar porque acababa de ver una llameante cabellera roja agitándose unos metros más allá: era Ginny, que peleaba con el
mortífago
chepudo. Amycus le lanzaba un maleficio tras otro y la muchacha los esquivaba como podía. El
mortífago
no paraba de reír, como si estuviera disfrutando enormemente con la pelea:
—
¡Crucio! ¡Crucio!
¡No podrás bailar eternamente, monada!
—
¡Impedimenta!
—bramó Harry.
Su embrujo golpeó a Amycus en el pecho y el hombre soltó un chillido similar al de un cerdo, se elevó del suelo y fue a dar contra la pared opuesta, donde resbaló y cayó detrás de Ron, la profesora McGonagall y Lupin, que peleaban cada uno con un
mortífago
. Un poco más allá, Tonks combatía con un corpulento mago rubio que lanzaba maldiciones a diestro y siniestro, haciendo que los rayos de luz rebotaran en las paredes, resquebrajaran la piedra y destrozaran las ventanas…
—¿De dónde sales, Harry? —gritó Ginny.
Pero él no tuvo tiempo de contestarle. Se agachó y empezó a correr esquivando un estallido que le explotó por encima de la cabeza y esparció fragmentos de pared por todas partes. Snape no debía escapar; tenía que atraparlo…
—¡Toma ésa! —gritó la profesora McGonagall.
Harry vio de reojo cómo la
mortífaga
Alecto corría por el pasillo cubriéndose la cabeza con los brazos, seguida de su hermano. Fue tras ellos, pero tropezó y cayó sobre las piernas de alguien; miró y vio la redonda y pálida cara de Neville, que yacía en el suelo.
—¡Neville! ¿Estás bien?
—Sí, sí… —masculló sujetándose la barriga con las manos—. Harry… Snape y Malfoy han… pasado por aquí…
—¡Ya lo sé, estoy en ello! —Y sin levantarse le lanzó un maleficio al
mortífago
rubio y corpulento, que era el que estaba causando más estragos. Este soltó un grito de dolor cuando el hechizo le golpeó en la cara, giró sobre los talones, se tambaleó y optó por seguir a los dos hermanos.
Harry se levantó y salió disparado por el pasillo, sin prestar atención a las deflagraciones de los hechizos que le lanzaban, los gritos de sus compañeros pidiéndole que volviera y la muda llamada de los cuerpos tendidos en el suelo, cuya suerte todavía ignoraba…
Dobló la esquina derrapando con las suelas manchadas de sangre; Snape le llevaba mucha ventaja. ¿Y si ya había entrado en el armario de la Sala de los Menesteres? ¿O la Orden se habría encargado de vigilar el mueble para que los
mortífagos
no escapasen por él? Harry sólo oía el ruido de sus pasos y los latidos de su corazón mientras recorría el pasillo vacío, pero entonces vio una huella de sangre que indicaba que al menos uno de los
mortífagos
que huían se dirigía hacia la puerta principal. Quizá la Sala de los Menesteres estaba interceptada…
Volvió a resbalar en la siguiente esquina y una maldición pasó rozándolo. Se escondió detrás de una armadura que al punto explotó, pero igual alcanzó a ver a los dos hermanos
mortífagos
bajando a toda prisa por la escalinata de mármol. Les lanzó varios hechizos, pero sólo les dio a unas brujas con peluca de un retrato del rellano, que, chillando, corrieron a refugiarse en los cuadros cercanos. Harry saltó por encima de los restos de la armadura y oyó más gritos; al parecer se habían despertado otros habitantes del castillo…
Se metió a todo correr por un atajo, con la esperanza de adelantar a los hermanos y reducir la distancia que lo separaba de Snape y Malfoy, que ya debían de haber llegado a los jardines. Sin olvidarse de saltar el peldaño evanescente que había hacia la mitad de la escalera camuflada, se coló por el tapiz que había al pie y fue a parar a otro pasillo, donde encontró a algunos alumnos de Hufflepuff en pijama y con cara de desconcierto.
—¡Harry! Hemos oído ruidos y alguien ha dicho algo sobre la Marca Tenebrosa… —empezó Ernie Macmillan.
—¡Apartaos! —gritó Harry empujando a dos chicos mientras se dirigía como una flecha hacia el rellano y bajaba el resto de la escalinata de mármol.
Las puertas de roble de la entrada estaban abiertas y destrozadas y en las losas del suelo había manchas de sangre. Varios alumnos aterrados se apiñaban pegados a las paredes; un par de ellos todavía se tapaba la cara con los brazos. El gigantesco reloj de arena de Gryffindor había recibido una maldición y los rubíes que contenía se derramaban sobre el suelo con un fuerte tamborileo.
Harry cruzó el vestíbulo a toda velocidad, salió a los oscuros jardines y distinguió tres figuras que atravesaban la extensión de césped en dirección a las verjas, detrás de las cuales podrían desaparecerse. Le pareció distinguir al
mortífago
rubio y corpulento y, un poco más adelante, a Snape y Malfoy.
El frío aire nocturno le asaeteó los pulmones, pero siguió tras ellos todo lo deprisa que pudo. A lo lejos vio un destello de luz que dibujó brevemente la silueta de Snape; no supo de dónde provenía aquella luz pero continuó corriendo, pues todavía no estaba lo bastante cerca para lanzar una maldición.
Otro destello, gritos, rayos luminosos que contraatacaban, y entonces lo comprendió: Hagrid había salido de su cabaña e intentaba detener a los
mortífagos
que huían. Pese a que cada vez que respiraba los pulmones parecían a punto de estallarle y a que notaba una fuerte punzada en el pecho, Harry aceleró mientras una vocecilla interna le repetía: «A Hagrid no… A Hagrid no…»
Recibió un impacto en la parte baja de la espalda y cayó de bruces contra el suelo, sangrando profusamente por la nariz. Se dio la vuelta, preparó la varita y se dio cuenta, aun antes de verlos, de que los dos hermanos a los que había adelantado por el atajo estaban alcanzándolo.
—
¡Impedimenta!
—gritó, y rodó pegado al suelo.
Milagrosamente su embrujo le dio a un
mortífago
, que se tambaleó y cayó haciendo tropezar al otro. Harry se puso en pie de un brinco y echó a correr de nuevo tras Snape.
Entonces vio la enorme silueta de Hagrid, iluminada por la luna creciente que de pronto asomó por detrás de una nube. El
mortífago
rubio le lanzaba una maldición tras otra al guardabosques, pero su inmensa fuerza y la curtida piel heredada de su madre giganta parecían protegerlo; sin embargo, Snape y Malfoy seguían alejándose: pronto traspondrían las verjas y podrían desaparecerse.
Harry pasó a toda velocidad por delante de Hagrid y su oponente, apuntó a la espalda de Snape y gritó:
—
¡Desmaius!
Pero no acertó: el rayo de luz roja pasó rozando la cabeza de Snape, que gritó «¡Corre, Draco!» y se dio la vuelta. Harry y el profesor, separados por unos veinte metros, se miraron y levantaron las varitas a un tiempo.
—
¡Cruc…!
Pero Snape rechazó la maldición y lanzó a Harry de espaldas antes de que éste hubiera pronunciado el conjuro. El muchacho volvió a levantarse rápidamente mientras el enorme
mortífago
que tenía detrás gritaba: «
¡Incendio!
»; A continuación se oyó una explosión y una trémula luz anaranjada lo iluminó todo. ¡La cabaña de Hagrid estaba en llamas!
—¡
Fang
está ahí dentro, asqueroso…! —bramó Hagrid.
—
¡Cruc…!
—gritó Harry por segunda vez apuntando a la figura que tenía delante, iluminada por las parpadeantes llamas, pero Snape volvió a interceptar el hechizo y lo miró con desdén.
—¿Pretendes echarme una maldición imperdonable, Potter? —gritó elevando la voz por encima del fragor de las llamas, los gritos de Hagrid y los desesperados ladridos de
Fang
, atrapado en la cabaña—. No tienes ni el valor ni la habilidad…
—
¡Incárc…!
—rugió Harry, pero Snape desvió el hechizo con una sacudida casi perezosa del brazo—. ¡Defiéndase! —le gritó Harry—. ¡Defiéndase, cobarde de…!
—¿Me has llamado cobarde, Potter? —chilló Snape—. Tu padre nunca me atacaba si no eran cuatro contra uno. ¿Cómo lo llamarías a él?
—
¡Desm…!
—¡Interceptado otra vez, y otra, y otra, hasta que aprendas a tener la boca cerrada y la mente abierta, Potter! —exclamó Snape con sorna, y volvió a desviar la maldición—. ¡Vamos! —le gritó al enorme
mortífago
que estaba a espaldas de Harry—. Hay que salir de aquí antes de que lleguen los del ministerio…
—
¡Impedi…!
Pero antes de que Harry pudiera terminar el embrujo sintió un dolor atroz que lo hizo caer de rodillas en la hierba. Oyó gritos y creyó que aquel dolor lo mataría. Snape iba a torturarlo hasta la muerte o la locura…
—¡No! —bramó Snape, y el dolor desapareció con la misma rapidez con que había empezado; Harry se quedó hecho un ovillo sobre la hierba, aferrando la varita y jadeando, mientras Snape tronaba—: ¿Has olvidado las órdenes que te dieron? ¡Potter es del Señor Tenebroso! ¡Tenemos que dejarlo! ¡Vete! ¡Largo de aquí!
Y Harry notó que el suelo se estremecía bajo su mejilla mientras los dos hermanos y el otro
mortífago
, más corpulento, obedecían y corrían hacia las verjas. El muchacho lanzó un inarticulado grito de rabia —en ese instante no le importaba morir—, se puso en pie una vez más, y, tambaleándose y a ciegas, se dirigió hacia Snape, al que odiaba tanto como al propio Voldemort.
—
¡Sectum…!
Snape agitó la varita y volvió a repeler la maldición, pero Harry estaba a escasos metros de él y por fin pudo ver con claridad el rostro del profesor: ya no sonreía con desdén ni se burlaba de él, sino que las abrasadoras llamas mostraban unas facciones encolerizadas. Harry intentó concentrarse al máximo y pensó: «
¡Levi…!
»
—¡No, Potter! —gritó Snape.
Se oyó un fuerte estruendo y Harry salió despedido de nuevo hacia atrás; volvió a desplomarse y esta vez se le cayó la varita de la mano. Oía gritar a Hagrid y aullar a
Fang
y veía cómo Snape se le acercaba y lo contemplaba tumbado en el suelo, sin varita, indefenso, igual que unos momentos antes había estado Dumbledore. En el pálido semblante de Snape, iluminado por la cabaña en llamas, se reflejaba el odio de la misma forma que antes de echarle la maldición al anciano profesor.
—¿Cómo te atreves a utilizar mis propios hechizos contra mí, Potter? ¡Yo los inventé! ¡Yo soy el Príncipe Mestizo! Y tú pretendes atacarme con mis inventos, como tu asqueroso padre, ¿eh? ¡No lo permitiré! ¡No!
Harry se lanzó para recuperar la varita, pero Snape le arrojó un maleficio y la varita salió volando y se perdió en la oscuridad.
—Pues máteme —dijo Harry resoplando; no sentía miedo, sólo rabia y desprecio—. Máteme como lo mató a él, cobarde de…
—¡¡No me llames cobarde!! —bramó Snape, y su cara adoptó una expresión enloquecida, inhumana, como si estuviera sufriendo tanto como el perro que ladraba y aullaba sin cesar en la cabaña incendiada.