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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¿Cree que el
Horrocrux
está ahí dentro, señor?
—Sí, así es. —Dumbledore volvió a mirar con detenimiento el interior de la vasija. Harry le vio la cara reflejada del revés en la lisa superficie de la poción verde—. Pero ¿cómo llegar hasta él? No podemos introducir la mano en la poción, ni hacerle un hechizo desvanecedor, ni apartarla, ni cogerla, ni trasvasarla, ni transformarla, ni hacerle ningún encantamiento, ni alterar su naturaleza por ningún otro medio. —Con un ademán casi distraído, volvió a levantar la varita, le dio una sacudida y atrapó al vuelo la copa de cristal que hizo aparecer de la nada—. Lo único que se me ocurre es que haya que bebérsela.
—¿Qué? —dijo Harry—. ¡No!
—Sí, sí. Sólo bebiéndomela podré vaciar la vasija y ver qué se esconde en su interior.
—Pero ¿y si… y si lo mata?
—No; dudo que funcione de ese modo —respondió Dumbledore con tranquilidad—. Lord Voldemort no querría matar a la persona que consiga llegar a esta isla.
Harry no dio crédito a sus oídos. ¿Era esa conjetura otro ejemplo de la insensata propensión de Dumbledore a pensar bien de todo el mundo?
—Pero, señor —dijo, procurando controlar la voz—, todo esto es obra de Voldemort…
—Discúlpame, Harry; debí decir que él no querría matar «tan deprisa» a la persona que consiga llegar hasta aquí, sino que la mantendría con vida hasta averiguar cómo ha conseguido burlar sus defensas y, más importante aún, por qué le interesa tanto vaciar la vasija. No olvides que lord Voldemort cree que sólo él sabe que existen sus
Horrocruxes
.
Harry fue a hablar otra vez, pero Dumbledore levantó la mano pidiendo silencio y examinó el líquido verde esmeralda con la frente ligeramente fruncida, muy concentrado.
—No me cabe duda de que esta poción causa un efecto que impide coger el
Horrocrux
—dijo pasados unos momentos—. Podría paralizarme, hacerme olvidar para qué he venido aquí, producirme tanto dolor que no pueda continuar o incapacitarme de algún modo. En ese caso, Harry, tú te encargarás de que yo siga bebiendo, aunque tengas que hacérmela tragar por la fuerza. ¿Entendido?
Se miraron a los ojos; ambos tenían el rostro iluminado por aquella extraña luz verdosa. Harry no dijo nada. ¿Era por eso por lo que Dumbledore lo había invitado a acompañarlo, para que lo obligase a beber una poción que quizá le causara un dolor insoportable?
—Recuerda la condición que te impuse para venir conmigo —dijo el profesor.
Harry vaciló sin apartar la vista de sus ojos azules, ahora teñidos de verde por la luz de la vasija.
—Pero ¿y si…?
—¿Acaso no juraste que obedecerías cualquier orden que te diera?
—Sí, pero…
—¿No te avisé que podía ser peligroso?
—Sí, pero…
—Muy bien —dijo Dumbledore arremangándose de nuevo la túnica y alzando la copa vacía—, pues ya te he dado mi orden.
—¿Por qué no puedo bebérmela yo? —propuso Harry sin esperanzas.
—Porque yo soy mucho más anciano, mucho más inteligente y mucho menos valioso. Por última vez, Harry, ¿me das tu palabra de que harás cuanto esté en tu mano para obligarme a seguir bebiendo?
—¿No podríamos…?
—¿Me das tu palabra?
—Pero…
—¡Necesito que me des tu palabra, Harry!
—Yo… Está bien, pero…
Antes de que Harry siguiera poniendo objeciones, el anciano metió la copa de cristal en la poción. Harry confiaba en que no lograría tocarla, pero el cristal atravesó limpiamente la superficie, aunque antes no lo habían conseguido con las manos; cuando la copa estuvo llena hasta el borde, Dumbledore la alzó y se la llevó a los labios.
—A tu salud, Harry.
Y la vació. El muchacho lo observó estremecido, aferrando el borde de la vasija con tanta fuerza que se le entumecieron los nudillos.
—¿Profesor? —dijo cuando Dumbledore bajó la copa, ya vacía—. ¿Cómo se encuentra?
El director de Hogwarts negó con la cabeza. Tenía los ojos cerrados y Harry se preguntó si sentiría dolor. Sin abrir los ojos, volvió a sumergir la copa, la llenó de nuevo y bebió por segunda vez.
En silencio, bebió tres veces. Cuando iba por la cuarta copa, se tambaleó y cayó sobre la vasija. Todavía tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad.
—¿Profesor Dumbledore? —llamó Harry con voz tensa—. ¿Me oye?
El anciano no contestó. Le temblaban los párpados, como si estuviera profundamente dormido en medio de una pesadilla. Aflojó la mano que sujetaba la copa y la poción amenazó con derramarse. Harry logró sujetarla a tiempo y enderezarla.
—¿Me oye, profesor? —repitió en voz alta, y sus palabras reverberaron en la cueva.
Dumbledore jadeó y luego habló con una voz que Harry no reconoció porque nunca lo había visto tan asustado.
—No quiero… no me obligues… —Harry escrutó el pálido rostro que tan bien conocía, observó la nariz torcida y las gafas de media luna, y no supo qué hacer—. No me gusta… Quiero dejarlo… —gimió Dumbledore.
—No… no puede dejarlo, profesor. Tiene que seguir bebiendo, ¿se acuerda? Me dijo que tenía que seguir bebiendo. Tome…
Odiándose por lo que hacía, Harry le acercó la copa a la boca y la inclinó, y Dumbledore se bebió lo que quedaba de poción.
—No… —gimió de nuevo mientras Harry volvía a llenar la copa—. No quiero… no quiero… Déjame marchar…
—No pasa nada, profesor —dijo Harry procurando controlar el temblor de las manos—. No se preocupe, estoy aquí…
—Haz que se detenga, haz que se detenga —murmuró Dumbledore.
—Sí, sí… Tome, esto lo detendrá —lo conformó Harry, y vertió la poción en la boca abierta de Dumbledore.
El anciano gritó y su voz resonó en la enorme cueva por encima de las negras y muertas aguas.
—No, no, no… No puedo… no puedo, no me obligues, no quiero…
—¡Tranquilo, profesor, no pasa nada! —perseveró Harry; le temblaban tanto las manos que apenas pudo llenar la copa por sexta vez; la vasija estaba ya mediada—. No le ocurre nada, está a salvo, esto no es real, le juro que no es real. Beba esto, beba esto…
Y, obediente, Dumbledore bebió, como si lo que Harry le estaba ofreciendo fuera un antídoto; pero, al acabar, cayó de rodillas, sacudido por fuertes temblores.
—Todo es culpa mía, todo es culpa mía —sollozó el anciano—. Haz que se detenga, por favor… Ya sé que me equivoqué, pero, por favor, haz que se detenga y nunca más volveré a…
—Esto lo detendrá, profesor —dijo Harry con voz quebrada mientras vaciaba la séptima copa en la boca de Dumbledore.
El director empezó a encogerse de miedo como si lo rodearan invisibles torturadores; agitó una mano y casi derramó el contenido de la copa que Harry había vuelto a llenar con manos temblorosas, mientras gemía:
—No les hagas daño, no les hagas daño, por favor, por favor, es culpa mía, castígame a mí…
—Tome, beba esto, beba esto, se pondrá bien —insistió Harry, desesperado, y una vez más Dumbledore lo obedeció: abrió la boca, con los ojos fuertemente cerrados, y se estremeció de la cabeza a los pies.
Entonces cayó hacia delante, volvió a gritar y golpeó el suelo con ambos puños, mientras Harry llenaba una novena copa.
—Por favor, por favor, por favor, no… Eso no, eso no, haré lo que me pidas…
—Beba, profesor, beba…
Dumbledore bebió como un niño muerto de sed, pero cuando hubo terminado, volvió a gritar como si le ardieran las entrañas.
—Basta, te lo suplico, basta…
Harry llenó la copa por décima vez y notó que el cristal rozaba el fondo de la vasija.
—Ya casi estamos, profesor, beba esto, beba…
Sujetó a Dumbledore por los hombros y el anciano se tragó la poción; Harry se puso en pie y volvió a llenar la copa mientras el director lanzaba gritos desgarradores.
—¡Quiero morirme! ¡Quiero morirme! ¡Haz que se detenga, haz que se detenga, quiero morirme!
—Beba esto, profesor, beba esto…
Dumbledore bebió, y tan pronto como terminó, bramó:
—¡¡Mátame!!
—¡Esto… esto lo matará! —dijo el muchacho entrecortadamente—. Beba esto… ¡y todo habrá terminado!
Dumbledore dio un trago, se bebió hasta la última gota y entonces, con un fuerte y vibrante alarido, cayó tendido boca abajo.
—¡No! —gritó Harry, que estaba llenando la copa una vez más; la dejó dentro de la vasija, se agachó junto a Dumbledore e, incorporándolo, lo puso boca arriba: tenía las gafas torcidas, la boca abierta y los ojos cerrados—. ¡No! —repitió zarandeándolo—. No, no está muerto, usted dijo que no era veneno, despierte, despierte…
¡Rennervate!
—chilló apuntándole al pecho con la varita, de cuyo extremo salió un destello rojo que no produjo ningún efecto—.
¡Rennervate!
Por favor, señor…
A Dumbledore le temblaron los párpados y a Harry le dio un vuelco el corazón.
—Señor, ¿está usted…?
—Agua —pidió Dumbledore con voz ronca.
—Agua —repitió Harry jadeando—, sí…
Se puso en pie de un brinco y agarró la copa que había dejado en la vasija; ni siquiera se fijó en el guardapelo de oro que reposaba en el fondo.
—
¡Aguamenti!
—gritó golpeando la copa con la varita.
La copa se llenó de agua fresca y cristalina; Harry se arrodilló al lado de Dumbledore, le echó la cabeza atrás y le acercó la copa a los labios, pero estaba vacía. Dumbledore soltó un gemido y empezó a jadear.
—Pero si yo… Espere…
¡Aguamenti!
—repitió Harry apuntando a la copa con la varita. Una vez más se llenó de agua, pero cuando se la acercó a los labios a Dumbledore se desvaneció de nuevo—. ¡Ya lo intento, señor, ya lo intento! —dijo consternado, pero no creía que Dumbledore pudiera oírlo porque se había tumbado sobre un costado y respiraba entrecortadamente, emitiendo un sonido vibrante, como si agonizara—.
¡Aguamenti!
¡Aguamenti!
¡¡Aguamenti!!
La copa se llenó y se vació otra vez. La respiración de Dumbledore era cada vez más débil. Presa del pánico, Harry intentó pensar y comprendió instintivamente que la única forma de conseguir agua (porque Voldemort así lo había planeado) era…
Se precipitó al borde de la roca, hundió la copa en el lago y la sacó llena hasta el borde de un agua helada.
—¡Tenga, señor! —gritó abalanzándose sobre el anciano, pero le derramó el agua por la cara.
Mas no por torpeza, sino porque la sensación de frío que notó en el brazo libre no era producto del contacto con la fría agua: una blanca y húmeda mano lo había agarrado por la muñeca, y la criatura a la que pertenecía tiraba de él hacia el otro lado de la roca. La superficie del lago ya no estaba lisa como un espejo, sino revuelta, y allá donde Harry miraba veía cabezas y manos blancas que emergían del agua: eran hombres, mujeres y niños con los ojos hundidos y ciegos que avanzaban hacia la isla de roca, un ejército de cadáveres que se alzaba de la negrura de las aguas…
—
¡Petrificus totalus!
—gritó Harry mientras intentaba aferrarse al liso y mojado suelo al mismo tiempo que apuntaba con la varita al
inferius
que lo sujetaba por el brazo. Este lo soltó, cayó hacia atrás y lo salpicó todo. El muchacho se puso en pie como pudo, pero muchos
inferi
estaban trepando a la isla: se sujetaban a la resbaladiza roca con sus huesudas manos, lo miraban con ojos inexpresivos y velados y arrastraban sus empapados harapos mientras una maléfica sonrisa se les dibujaba en las cadavéricas caras.
—
¡Petrificus totalus!
—chilló Harry otra vez, y retrocedió dando mandobles al aire con la varita; seis o siete
inferi
se doblaron por la cintura, pero había muchos más que se dirigían hacia él—.
¡Impedimenta! ¡Incárcero!
Algunos se tambalearon y un par de ellos quedaron inmovilizados al enroscárseles unas cuerdas, pero los que venían detrás treparon a la roca y pasaron por encima de los caídos. Sin dejar de agitar la varita como si diera cuchilladas al aire, Harry gritó:
—
¡Sectumsempra!
¡¡Sectumsempra!!
Aunque aparecieron cortes en sus chorreantes andrajos y en su gélida piel, aquellos seres no tenían sangre que derramar, de modo que siguieron caminando, insensibles al dolor, con las raquíticas manos tendidas hacia Harry. Él retrocedió y de pronto unos brazos lo asieron por detrás y se cerraron alrededor de su torso; y esos delgados brazos sin carne, fríos como la muerte, lo levantaron del suelo y empezaron a llevárselo hacia el agua, poco a poco pero con facilidad, y Harry comprendió que no iban a soltarlo, que se ahogaría y se convertiría en uno más de los guardianes muertos de un fragmento de la dividida alma de Voldemort…
Pero entonces el fuego surgió en la oscuridad: un anillo de llamas rojas y doradas rodeó la isla y provocó que los
inferi
que sujetaban a Harry oscilaran y perdieran el equilibro, sin atreverse a cruzar las llamas para llegar al agua. Así pues, soltaron al muchacho, que se golpeó contra el suelo, resbaló en la roca y se arañó los brazos, pero logró ponerse en pie y, levantando la varita, miró alrededor con los ojos desorbitados.
Dumbledore estaba de nuevo en pie, más pálido que los
inferi
que lo rodeaban, pero también más alto que todos ellos. El fuego se le reflejaba en los ojos; sostenía la varita en alto como si fuese una antorcha, y de la punta emanaban las llamas que habían formado el inmenso lazo que los rodeaba con su calor. Los
inferi
, cegados, tropezaban unos con otros mientras intentaban escapar del fuego que los acorralaba…
Dumbledore recogió el guardapelo del fondo de la vasija y se lo guardó en la túnica. Hizo señas a Harry para que se acercara a su lado. Distraídos por las llamas, los
inferi
no se percataron de que su presa se escapaba, y Dumbledore guió a Harry hacia la barca. El anillo de fuego se desplazó con ellos, cercándolos como una barrera defensiva. Desconcertados, los
inferi
los persiguieron a prudente distancia hasta el borde del agua, pero una vez allí volvieron a sumergirse en las negras aguas, agradecidos de poder escapar de las llamas.
Harry, que temblaba de pies a cabeza, dudó por un instante que Dumbledore pudiera subir a la barca. El anciano profesor se tambaleó un poco al intentarlo porque concentraba todos sus esfuerzos en mantener el anillo de llamas protectoras en torno a ellos. Harry lo sujetó y lo ayudó a sentarse en la embarcación. Cuando ambos se encontraron a salvo, apretujados en la barca, ésta empezó a deslizarse por el lago y se alejó de la isla de roca, que volvió a quedar cercada por el anillo de fuego, pues Dumbledore lo desplazó de nuevo hacia ella; los
inferi
, que pululaban otra vez bajo el agua, no se atrevieron a salir a la superficie.