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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¿Pagar? —se extrañó Harry—. ¿Hay que darle algo a la puerta?
—Sí. Sangre, si no me equivoco.
—¿Sangre?
—Así es. Una ordinariez —repitió con desdén, casi decepcionado, como si Voldemort no hubiera alcanzado la categoría necesaria que Dumbledore esperaba de él—. La intención, como ya habrás comprendido, es que tu enemigo se debilite antes de entrar. Una vez más, lord Voldemort no entiende que hay cosas mucho más terribles que el dolor físico.
—Ya, pero aun así, si puede usted evitarlo… —Harry ya había sufrido bastante y prefería no tener que soportar nuevos tormentos.
—Sin embargo, a veces es inevitable. —Se arremangó la túnica y dejó al descubierto el antebrazo de la mano herida.
—¡Profesor! —protestó Harry, y se lanzó hacia él cuando lo vio levantar el cuchillo—. Déjeme a mí, yo soy… —No supo qué decir: ¿más joven, más fuerte?
Pero Dumbledore se limitó a sonreír. Hubo un destello plateado, seguido de un chorro rojo, y la pared de roca quedó salpicada de oscuras y relucientes gotas.
—Eres muy amable, Harry —le agradeció el anciano profesor, y pasó la punta de la varita sobre el profundo corte que se había hecho en el brazo, que cicatrizó al instante, como cuando Snape le había curado las heridas a Malfoy—. Pero tu sangre es más valiosa que la mía. Mira, creo que ha dado resultado, ¿no?
El refulgente arco había aparecido de nuevo en la pared, y esta vez no se borró: la roca del interior, salpicada de sangre, se esfumó dejando una abertura que daba paso a una oscuridad total.
—Creo que entraré primero —dijo Dumbledore, y traspuso el arco seguido de Harry, que encendió rápidamente su varita.
Ante ellos surgió un panorama sobrecogedor: se hallaban al borde de un gran lago negro, tan vasto que Harry no alcanzó a divisar las orillas opuestas, y situado dentro de una cueva tan alta que el techo tampoco llegaba a verse. Una luz verdosa y difusa brillaba a lo lejos, en lo que debía de ser el centro del lago, y se reflejaba en sus aguas, completamente quietas. Aquel resplandor verdoso y la luz de las dos varitas eran lo único que rompía la aterciopelada negrura, aunque no iluminaban tanto como Harry habría deseado. Por decirlo de alguna forma, se trataba de una oscuridad más densa que la habitual.
—En marcha —dijo Dumbledore en voz baja—. Ten mucho cuidado y procura no tocar el agua. No te separes de mí.
Echaron a andar por la orilla del lago. Ambos chapotearon por el estrecho borde de roca que cercaba la extensión de agua. Siguieron caminando, pero el paisaje no cambiaba: a uno de los lados tenían la áspera pared de la cueva; al otro, una negrura infinita, lisa y vítrea, en medio de la cual brillaba aquel misterioso resplandor verdoso. El lugar y el silencio eran opresivos e inquietantes.
—Profesor —dijo al fin el muchacho—. ¿Cree que el
Horrocrux
está aquí?
—Sí, eso creo. O mejor dicho, estoy seguro. La cuestión es cómo llegaremos hasta él.
—¿Y si… y si probáramos con un encantamiento convocador? —propuso Harry, pese a intuir que era una sugerencia estúpida. Aunque no quisiera admitirlo, estaba deseando largarse de allí cuanto antes.
—Sí, podríamos probarlo. —Dumbledore se paró en seco y Harry casi chocó contra él—. ¿Por qué no lo intentas tú?
—¿Yo? Ah, bueno… —No se lo esperaba, pero carraspeó, alzó la varita y dijo en voz alta:
¡Accio Horrocrux!
Se oyó un fuerte ruido, parecido a una explosión, y una cosa grande y blanquecina surgió de la oscura superficie del agua a unos seis metros de ellos, pero, antes de que Harry pudiera ver qué era, se sumergió con un fuerte chapoteo que creó extensas y profundas ondas en la superficie lisa como un espejo. Asustado, Harry dio un salto hacia atrás y chocó contra la pared.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó con el corazón palpitando.
—Supongo que algo que reaccionará si intentamos coger el
Horrocrux
.
Harry dirigió la vista hacia el agua: la superficie del lago volvía a semejar un cristal negro y reluciente y las ondas habían desaparecido con una rapidez inaudita; sin embargo, a él seguía palpitándole el corazón.
—¿Usted ya sabía que iba a pasar esto, señor?
—Imaginé que pasaría algo si intentábamos hacernos con el
Horrocrux
por medios directos y evidentes. Has tenido una gran idea, Harry; era la forma más sencilla de averiguar a qué nos enfrentamos.
—Pero todavía no sabemos qué era esa cosa —dijo Harry escudriñando el agua, de una tersura siniestra.
—Querrás decir qué son esas cosas —lo corrigió Dumbledore—. Dudo mucho que haya sólo una. ¿Seguimos adelante?
—Profesor…
—¿Qué, Harry?
—¿Cree que tendremos que meternos en el lago?
—¿Meternos? Sólo si nos van muy mal las cosas.
—Entonces… ¿el
Horrocrux
no está en el fondo?
—No. Supongo que está en el centro. —Dumbledore señaló hacia la luz verdosa y difusa que brillaba en medio del lago.
—¿Y tendremos que cruzar el lago para cogerlo?
—Me figuro que sí.
Harry no dijo nada. Sólo pensaba en monstruos marinos, serpientes gigantescas, demonios, kelpies y espectros.
—¡Aja! —dijo Dumbledore, y se detuvo de nuevo. Esta vez Harry chocó contra él, perdió el equilibrio y se inclinó sobre el borde de las oscuras aguas. La mano herida de Dumbledore le aferró el brazo y tiró de él—. Cuánto lo siento, Harry, debí avisarte. Pégate a la pared, por favor; creo que hemos encontrado el sitio.
Harry no supo a qué se refería; a su entender, aquel tramo de orilla oscura no se distinguía en nada de los demás, pero el anciano profesor parecía haber detectado algo especial. Esta vez no pasó la mano por la pared rocosa, sino que la agitó en el aire como si quisiera asir algo invisible.
—¡Aja! —repitió alegremente unos segundos más tarde, con el brazo en alto y la mano cerrada alrededor de algo que Harry no veía. Dumbledore se acercó más al agua y Harry vio, angustiado, cómo las punteras de sus zapatos con hebillas llegaban al mismísimo borde de la roca. Sin abrir la mano, Dumbledore alzó la varita con la otra mano y se dio unos golpecitos con ella en el puño.
Una gruesa cadena verde metálico apareció como por ensalmo; salió de las profundidades del lago y llegó hasta el puño de Dumbledore. Este la tocó con la varita y la cadena empezó a resbalar por su puño como una serpiente y se enroscó en el suelo con un tintineo que reverberó en las paredes de roca, al mismo tiempo que tiraba de algo que iba emergiendo del agua. Harry dio un grito de asombro al ver cómo la fantasmal proa de una pequeña barca emergía a la superficie; era del mismo color que la cadena y despedía un extraño resplandor. La embarcación se deslizó alterando apenas el agua y se dirigió hacia el tramo de orilla donde estaban ellos.
—¿Cómo sabía que había una barca en el fondo del lago? —preguntó Harry, estupefacto.
—La magia siempre deja rastros —respondió Dumbledore, mientras la barca llegaba a la orilla y la golpeaba suavemente—, a veces muy evidentes. Yo fui maestro de Tom Ryddle. Conozco su estilo.
—¿Es segura esta barca?
—Sí, creo que sí. Voldemort necesitaba disponer de un modo de cruzar el lago sin despertar la cólera de esas criaturas que él mismo puso dentro, por si alguna vez decidía ir a ver su
Horrocrux
o recuperarlo.
—Entonces, ¿esas cosas que hay en el agua no nos harán nada si cruzamos el lago en la barca de Voldemort?
—Creo que en algún momento se darán cuenta de que no somos Voldemort. Sin embargo, hasta ahora nos ha ido todo muy bien. Nos han dejado sacar la barca.
—Pero ¿por qué nos lo han permitido? —preguntó Harry, imaginándose unos tentáculos que surgirían de las oscuras aguas en cuanto ellos se alejaran de la orilla.
—Voldemort debía de estar convencido de que sólo un gran mago sería capaz de encontrar la barca. Como para él era una posibilidad muy remota, creo que decidió correr el riesgo a sabiendas de que más adelante había puesto otros obstáculos que sólo él podría superar. Ya veremos si tiene razón.
Harry le echó un vistazo a la barca, que era muy pequeña.
—No parece hecha para dar cabida a dos personas. ¿Nos aguantará? ¿No pesaremos demasiado?
Dumbledore se rió con ganas.
—A Voldemort no debía de importarle el peso del intruso que cruzara el lago, sino su grado de poder mágico. No me extrañaría que esta barca tuviese un sortilegio para impedir que naveguen en ella dos magos a la vez.
—¿Y entonces…?
—No creo que tú cuentes, Harry: eres menor de edad y todavía no has terminado tus estudios. Voldemort jamás imaginaría que un muchacho de dieciséis años pudiera llegar hasta aquí. Además, supongo que tus poderes no se detectarán, comparados con los míos. —Esas palabras no sirvieron para levantarle la moral a Harry, y como Dumbledore quizá se dio cuenta, añadió—: Un grave error por parte de Voldemort, Harry, un grave error… Los adultos somos insensatos y descuidados cuando subestimamos a los jóvenes. Bien, esta vez pasa tú delante y procura no tocar el agua.
Dumbledore se apartó y Harry subió con cuidado a la barca. El anciano profesor lo siguió, enrolló la cadena y la dejó en el suelo. Se apretujaron como pudieron; Harry no podía sentarse cómodamente, sino que iba agachado y las rodillas le sobresalían por los lados de la embarcación, que empezó a moverse enseguida. No se oía más que el sedoso susurro de la proa surcando el agua; la barca avanzaba sin ayuda, como si una cuerda invisible tirara de ella hacia la luz que brillaba en el centro del lago. Al poco rato dejaron de ver las paredes de la cueva y tuvieron la impresión de que navegaban por alta mar, pero no había olas.
Harry vio el reflejo dorado de la luz de su varita, que refulgía y centelleaba sobre las negras aguas. La barca labraba profundas ondulaciones en la vítrea superficie, surcos en un oscuro espejo… De pronto Harry vio una cosa de un blanco marmóreo a escasos centímetros por debajo de la superficie.
—¡Profesor! —exclamó, asustado, y su voz resonó sobre las silenciosas aguas.
—¿Qué pasa, Harry?
—¡Me ha parecido ver una mano en el agua, una mano humana!
—Sí, no lo dudo —repuso Dumbledore sin inmutarse.
Harry escudriñó el agua buscando la mano, que había desaparecido, y notó que una náusea le ascendía por la garganta.
—Entonces esa cosa que antes ha saltado del agua…
Pero tuvo la respuesta a su pregunta antes de que Dumbledore contestara: en ese momento la luz de la varita mostró el cadáver de un hombre flotando boca arriba, a unos centímetros de la superficie: tenía los ojos abiertos pero vidriosos, y el cabello y la túnica le ondeaban alrededor como humo.
—¡Son cadáveres! —exclamó Harry con una voz tan estridente que no parecía la suya.
—Sí —confirmó Dumbledore, imperturbable—, pero de momento no tenemos que preocuparnos por ellos.
—¿De momento? —Harry apartó la vista del agua para mirar al director.
—Sí, mientras floten a la deriva por debajo de la superficie. No hay nada que temer de un cadáver, Harry, como tampoco hay que tener miedo de la oscuridad. Aunque no lo confiese, lord Voldemort teme esas dos realidades y, como es lógico, no opina igual que yo. Pero, una vez más, con esa actitud revela su ignorancia. Lo único que nos da miedo cuando nos asomamos a la muerte y a la oscuridad es lo desconocido.
Harry no dijo nada porque no quería discutir, pero la idea de que hubiera cadáveres flotando alrededor y por debajo de ellos le producía pavor, y además no estaba de acuerdo en que no fueran peligrosos.
—Pero… saltan —insistió procurando conservar un tono tan bajo y pausado como el de Dumbledore—. Cuando intenté hacerle un encantamiento convocador al
Horrocrux
, un cadáver saltó del lago.
—Sí. Sospecho que cuando cojamos el
Horrocrux
no se mostrarán tan pacíficos. Sin embargo, como muchas otras criaturas que habitan en sitios fríos y oscuros, temen la luz y el calor, y, por lo tanto, a eso recurriremos si surge la necesidad: al fuego —añadió esbozando una sonrisa al ver la expresión de desconcierto del muchacho.
—Ah, claro… —se apresuró a decir Harry, y volvió la cabeza en dirección al resplandor verdoso hacia el que se dirigían inexorablemente. Ya no podía fingir que no tenía miedo. Un lago inmenso y negro, lleno de cadáveres… Tenía la impresión de que habían pasado horas desde que se encontró a la profesora Trelawney, o desde que les dio el
Felix Felicis
a Ron y Hermione… Entonces lamentó no haberse despedido con más calma de ellos… Y pensar que a Ginny ni siquiera la había visto…
—Estamos llegando —anunció Dumbledore con júbilo.
La luz verdosa parecía estar aumentando por fin de tamaño, y pasados unos minutos la barca se detuvo golpeando suavemente algo que Harry al principio no pudo ver, pero cuando levantó su iluminada varita comprobó que habían llegado a una pequeña isla de roca lisa en el centro del lago.
—Ten mucho cuidado de no tocar el agua —insistió Dumbledore mientras el muchacho bajaba de la barca.
La isla no era más grande que el despacho de Dumbledore: se trataba de una extensión de piedra lisa y oscura sobre la que no había otra cosa que el origen de aquella luz verdosa, que de cerca brillaba mucho más. Harry entornó los ojos y la examinó: creyó que era una especie de lámpara, pero luego vio que la luz procedía de una vasija de piedra, parecida al
pensadero
, colocada encima de un pedestal.
Dumbledore se acercó a la vasija y Harry lo siguió. Se pusieron uno al lado del otro, miraron en el interior y vieron que contenía un líquido verde esmeralda que emitía aquel resplandor fosforescente.
—¿Qué es? —preguntó Harry con un hilo de voz.
—No estoy seguro. Pero sin duda es algo más preocupante que la sangre y los cadáveres.
Dumbledore se subió una manga de la túnica y acercó los chamuscados dedos a la superficie de la poción.
—¡No lo toque, señor!
—No puedo tocarlo —dijo Dumbledore esbozando una sonrisa—. ¿Lo ves? No puedo acercarme más. Inténtalo tú.
Con los ojos como platos, Harry introdujo la mano en la vasija e intentó tocar la poción, pero una especie de barrera invisible le impidió acercarse al líquido. Por mucho que empujara, sus dedos no encontraban otra cosa que esa barrera, invisible pero sólida.
—Apártate, Harry, por favor.
Dumbledore alzó la varita e hizo unos complicados movimientos sobre la poción al tiempo que murmuraba palabras ininteligibles. No pasó nada, salvo quizá que el brillo del líquido se intensificó. Harry guardó silencio mientras el profesor se concentraba, pero al cabo de un rato el anciano apartó la varita y Harry consideró que ya podía hablar.