Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—A ver, a ver, chicos —los regañó el profesor con su voz de pito—. Menos charla y más acción, por favor. Dejadme ver cómo lo intentáis…
Los dos muchachos alzaron sus varitas, concentrándose al máximo, y apuntaron a sus frascos. El vinagre de Harry se convirtió en hielo y el frasco de Ron explotó.
—Muy bien, seguid practicando, pero en vuestro tiempo libre —dijo Flitwick mientras salía de debajo de la mesa y se quitaba fragmentos de cristal del sombrero.
Después de la clase de Encantamientos, los tres amigos tenían una de esas escasas horas libres en que coincidían y se dirigieron a la sala común. A Ron se lo veía de muy buen humor después de haber cortado con Lavender, y Hermione también parecía contenta, aunque, cuando le preguntaron por qué estaba tan sonriente, se limitó a contestar: «No sé, porque hace un día muy bonito.» Ninguno de los dos había advertido que en la mente de Harry se estaba librando una cruel batalla:
Es la hermana de Ron.
¡Pero le ha dado calabazas a Dean!
Sigue siendo la hermana de Ron.
¡Soy su mejor amigo!
Eso sólo empeora las cosas.
Si antes de hacer nada hablara con él…
Te pegaría un puñetazo.
¿Y si eso no me importa?
¡Es tu mejor amigo!
Harry casi ni se dio cuenta de que entraban en la soleada sala común por el hueco del retrato, y apenas se fijó en el reducido grupo de alumnos de séptimo año que había allí, hasta que Hermione gritó:
—¡Katie! ¡Has vuelto! ¿Ya te encuentras bien?
Harry, sorprendido, se quedó mirándola de hito en hito: sí, era Katie Bell, con un aspecto de lo más saludable y rodeada de sus amigas, radiantes de alegría.
—¡Sí, muy bien! —contestó ella, muy contenta—. El lunes me dejaron salir de San Mungo. Pasé un par de días en casa con mis padres y esta mañana he vuelto al colegio. Leanne me estaba contando lo de McLaggen y el último partido, Harry…
—Ya —dijo él—. Bueno, ahora que has vuelto y Ron ya está recuperado, tenemos posibilidades de machacar a Ravenclaw, y eso significa que todavía podemos luchar por la Copa. Oye, Katie…
Necesitaba formularle esa pregunta de inmediato; sentía tanta curiosidad que hasta Ginny desapareció por unos instantes de su mente. Bajó la voz mientras las amigas de Katie empezaban a recoger sus cosas porque llegaban tarde a la clase de Transformaciones.
—Aquel collar… ¿Te acuerdas ya de quién te lo dio?
—No —respondió Katie negando con la cabeza, apesadumbrada—. Todo el mundo me lo ha preguntado, pero no tengo ni idea. Lo último que recuerdo es que entré en el lavabo de señoras de Las Tres Escobas.
—Entonces, ¿estás segura de que entraste en el lavabo? —preguntó Hermione.
—Bueno, al menos sé que abrí la puerta; supongo que quienquiera que me haya echado la maldición
imperius
estaba esperando dentro. No recuerdo nada de lo sucedido después, hasta que recobré la conciencia en San Mungo, hace dos semanas. Perdonadme, pero tengo que irme. No me extrañaría nada que McGonagall me castigara con copiar aunque éste sea el día de mi vuelta al colegio…
Recogió la mochila y los libros y siguió a sus amigas. Harry, Ron y Hermione se sentaron a una mesa junto a una ventana y cavilaron sobre lo que Katie les había contado.
—Debió de ser una niña o una mujer —razonó Hermione—; de lo contrario, no habría podido esperarla en el lavabo de señoras.
—O alguien que parecía una niña o una mujer —observó Harry—. No olvidéis que en Hogwarts había un caldero lleno de poción
multijugos
. Ya sabemos que robaron un poco… —Se imaginó a varias parejas de Crabbes y Goyles transformados en chicas contoneándose como si desfilaran por una pasarela—. Me parece que beberé otro trago de
Felix Felicis
—anunció— e iré a probar fortuna con la Sala de los Menesteres.
—Eso sería malgastar la poción —opinó Hermione, dejando el
Silabario del hechicero
que acababa de sacar de la mochila—. La suerte no lo soluciona todo, Harry. El caso de Slughorn era diferente; tú ya tenías la capacidad para convencerlo y sólo necesitabas amañar un poco las circunstancias. Pero la suerte no te servirá para romper un poderoso sortilegio. Y en cambio, necesitarás toda la que puedas obtener si Dumbledore te lleva con él… —añadió con un susurro—. Así pues, no malgastes el resto de esa poción.
—¿No podríamos preparar un poco más? —le preguntó Ron a Harry—. Sería genial tener una reserva de
Felix Felicis
. ¿Por qué no miras en el libro…?
Harry sacó de la mochila su
Elaboración de pociones avanzadas
y buscó
Felix Felicis
.
—¡Jo, es complicadísimo! —dijo recorriendo con la mirada la lista de ingredientes—. Y tarda seis meses en obtenerse porque hay que dejarlo en infusión…
—¡Típico! —comentó Ron.
Harry se disponía a guardar el libro cuando se fijó en una página que tenía un extremo doblado; la abrió y vio el hechizo
Sectumsempra
, con el comentario «para enemigos», que había marcado unas semanas atrás. Todavía no había averiguado qué efecto tenía, sobre todo porque no quería probarlo en presencia de Hermione, pero se estaba planteando probarlo con McLaggen la próxima vez que surgiera a sus espaldas por sorpresa.
El único al que no le hizo mucha gracia enterarse del regreso de Katie Bell fue Dean Thomas, porque ya no podría sustituirla jugando de cazador en el equipo de
quidditch
. Cuando Harry se lo comunicó, el chico encajó el golpe con entereza y se limitó a gruñir y encogerse de hombros; pero luego a Harry le pareció que Dean y Seamus murmuraban a sus espaldas, furiosos.
Los entrenamientos de
quidditch
de las dos semanas siguientes fueron los mejores desde que Harry era capitán. El equipo estaba tan contento de haberse librado de McLaggen y de la vuelta de Katie que volaban como nunca.
Ginny no parecía nada disgustada por haber roto con Dean, sino más bien todo lo contrario: era el alma del equipo. Sus imitaciones de Ron bamboleándose delante de los postes de gol cuando la
quaffle
iba a toda velocidad hacia él, o de Harry gritándole órdenes a McLaggen antes de recibir un porrazo y perder el conocimiento, hacían que todos se partieran de risa. Harry, que reía tanto como los demás, se alegraba de tener una excusa inocente para mirarla; durante los entrenamientos se había lesionado varias veces con las
bludgers
porque estaba bastante distraído.
En su mente seguía librándose una batalla: ¿Ginny o Ron? A veces pensaba que al nuevo Ron (el que había cortado con Lavender) quizá no le importara que le pidiera a Ginny que saliera con él, pero luego recordaba la cara que su amigo había puesto el día que la vio besándose con Dean, y estaba seguro de que Ron consideraría una traición imperdonable que él le cogiera siquiera la mano a su hermana.
Sin embargo, Harry no podía evitar hablar con ella, reír con ella, volver del entrenamiento con ella; por mucho que le remordiera la conciencia, a menudo se sorprendía pensando qué podía hacer para estar a solas con Ginny. Habría sido perfecto que Slughorn organizara otra de sus fiestas privadas porque Ron no habría ido, pero por desgracia Slughorn las había descartado de momento. En un par de ocasiones se planteó pedirle ayuda a Hermione, aunque no se sentía capaz de soportar la cara de petulancia que pondría su amiga; ya le había parecido detectarla a veces cuando lo pillaba mirando a Ginny, o riéndose con sus chistes. Y para complicarlo todo aún más, temía que alguien se le adelantara y le pidiera a Ginny que saliera con él: al menos Ron y él estaban de acuerdo en que ella tenía demasiado éxito.
Entre una cosa y otra, la tentación de beber otro sorbo de
Felix Felicis
cada vez era más fuerte, ya que se trataba de un caso en que, como decía Hermione, era aconsejable «amañar un poco las circunstancias». Transcurría el mes de mayo y los días eran templados y agradables. Todas las veces que Harry veía a Ginny, Ron estaba pegado a él, pero no sabía cómo hacerle comprender que lo mejor que podía pasarle era que su mejor amigo y su hermana se enamoraran, ni cómo conseguir que los dejara un rato a solas. Se acercaba el día del último partido de
quidditch
y no parecía el momento más propicio para lograr ninguna de esas dos cosas: Ron siempre tenía alguna táctica que comentar con Harry y no disponía de tiempo para pensar en nada más.
Pero Ron no era un caso aislado en cuanto a obsesionarse con el
quidditch
. El partido entre Gryffindor y Ravenclaw había despertado una tremenda expectativa en todo el colegio, ya que con él se decidiría el campeonato. Si Gryffindor ganaba por más de trescientos puntos (era mucho pedir, pero Harry nunca había visto volar mejor a su equipo), obtendrían la Copa; si ganaban por menos, quedarían en segundo lugar detrás de Ravenclaw; si perdían por cien puntos quedarían terceros detrás de Hufflepuff; y si perdían por más, quedarían en cuarto lugar y nadie, creía Harry, le dejaría olvidar jamás que había capitaneado a Gryffindor hacia su primera derrota absoluta en dos siglos.
El período previo a ese trascendental partido gozaba de todos los ingredientes habituales: los miembros de las casas rivales intentaban intimidar a los jugadores de los equipos contrarios en los pasillos; los seguidores cantaban a voz en grito desagradables tonadillas acerca de determinados adversarios al verlos pasar, y los jugadores se pavoneaban cuando sus seguidores los vitoreaban, pero entre clase y clase corrían a los lavabos para vomitar de puro nerviosismo. Por su parte, mentalmente Harry asociaba el resultado del partido al éxito o fracaso de sus planes respecto a Ginny: si ganaban por más de trescientos puntos, las escenas de euforia y la animada fiesta posterior quizá resultaran tan favorables como un buen trago de
Felix Felicis
.
En medio de todas estas expectativas, Harry no había olvidado su otro gran objetivo: averiguar qué hacía Malfoy en la Sala de los Menesteres. Todavía examinaba el mapa del merodeador de vez en cuando, y como casi nunca lograba localizarlo, deducía que seguía pasando mucho tiempo dentro de la sala. Aunque estaba perdiendo la esperanza de lograr entrar en ella, lo intentaba siempre que pasaba cerca; sin embargo, por mucho que modificara la fórmula de su petición, la puerta seguía sin aparecer.
Unos días antes del partido, Harry bajó a cenar solo desde la sala común, pues Ron había corrido a un lavabo cercano para vomitar una vez más y Hermione había ido a ver a la profesora Vector para comentarle un supuesto error cometido en su última redacción de Aritmancia. Dio un rodeo como solía hacer, más por costumbre que por otra cosa, y recorrió el pasillo del séptimo piso mientras consultaba el mapa del merodeador. Como no veía a Malfoy por ningún sitio, dedujo que estaría en la Sala de los Menesteres, pero de pronto descubrió el puntito «Malfoy» en un lavabo de chicos del piso inferior. Y no estaba con Crabbe o Goyle, sino con Myrtle
la Llorona
.
Harry no apartó los ojos de aquella extraña pareja hasta que se dio de bruces contra una armadura. El estrépito lo rescató de su ensimismamiento y se alejó a toda prisa por si aparecía Filch. Bajó como un rayo la escalinata de mármol y recorrió el primer pasillo que encontró en el piso de abajo. Al llegar al lavabo, pegó la oreja a la puerta. No oyó nada, de modo que la abrió con cautela.
Draco Malfoy estaba de pie, de espaldas a la puerta, agarrado con ambas manos a la pila y con su rubia cabeza agachada.
—No llores… —canturreaba Myrtle
la Llorona
desde un cubículo—. No llores… Dime qué te pasa… Yo puedo ayudarte…
—Nadie puede ayudarme —se lamentó Malfoy, sacudido por fuertes temblores—. No puedo hacerlo, no puedo… no saldrá bien… Pero si no lo hago pronto… él me matará…
Harry se quedó paralizado al darse cuenta de que Malfoy estaba llorando de verdad: las lágrimas le resbalaban por el pálido rostro y caían en la sucia pila. Malfoy emitió un grito ahogado y tragó saliva. Entonces, con un brusco estremecimiento, levantó la cabeza, se miró en el resquebrajado espejo y a sus espaldas vio a Harry mirándolo de hito en hito desde la puerta.
Malfoy se dio la vuelta y lo apuntó con su varita. Harry sacó la suya rápidamente. El maleficio de Malfoy le pasó rozando e hizo pedazos una lámpara que había en la pared. Harry se lanzó hacia un lado, pensó «
¡Levicorpus!
» y agitó la varita, pero Malfoy bloqueó el embrujo y se preparó de nuevo para…
—¡No! ¡No! ¡Basta! —chilló Myrtle
la Llorona
, y su voz resonó en las paredes revestidas de azulejos—. ¡Basta! ¡Basta!
Hubo un fuerte estallido y el cubo que había detrás de Harry explotó. El muchacho intentó echar la maldición de las piernas unidas, que rebotó en la pared, detrás de la oreja de Malfoy, y destrozó la cisterna adonde se había subido Myrtle, que gritó a voz en cuello. Salía agua por todas partes y Harry resbaló al tiempo que Malfoy, con la cara contorsionada, gritaba:
—
¡Crucia…!
—
¡¡Sectumsempra!!
—bramó Harry desde el suelo agitando la varita como un desaforado.
De la cara y el pecho de Malfoy empezó a salir sangre a chorros, como si lo hubieran cortado con una espada invisible. El chico dio unos pasos hacia atrás, se tambaleó y se desplomó en el encharcado suelo con un fuerte chapoteo. La varita se le cayó de la mano derecha, flácida.
—No —dijo Harry con voz ahogada.
Resbalando y tambaleándose también, se puso en pie y se lanzó hacia Malfoy, que tenía la cara roja y con las manos se palpaba el pecho, empapado de sangre.
—No… Yo no…
Harry no le entendió y se arrodilló a su lado. Malfoy temblaba de forma descontrolada en medio de un charco de sangre. Myrtle soltó un chillido ensordecedor:
—¡¡Asesinato!! ¡¡Asesinato en el lavabo!! ¡¡Asesinato!!
La puerta se abrió de golpe detrás de Harry, que volvió la cabeza aterrado: Snape, blanco como la cera, irrumpió en el lavabo.
Apartando bruscamente a Harry, se arrodilló y se inclinó sobre Malfoy; sacó su varita y la agitó por encima de las profundas heridas que había causado la maldición de Harry, murmurando un conjuro que casi parecía una canción. La hemorragia se redujo al momento. Snape le limpió la sangre de la cara y repitió el hechizo. Las heridas empezaron a cerrarse.
Harry contemplaba la escena horrorizado por lo que había hecho y apenas consciente de que él también estaba empapado de sangre y agua. Myrtle no paraba de sollozar y gemir. Cuando Snape hubo realizado su contramaldición por tercera vez, incorporó a Malfoy hasta sentarlo.