Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¡Sorvolo Gaunt! —gritó.
—¿Qué dices? —exclamaron los otros dos al unísono.
—¡Sorvolo Gaunt! ¡El abuelo de Quien-vosotros-sabéis! ¡Lo vi en el
pensadero
con Dumbledore! ¡Sorvolo Gaunt afirmó que descendía de los Peverell! —Ron y Hermione se quedaron perplejos—. ¡El anillo, el anillo que se convirtió en
Horrocrux
! ¡Sorvolo Gaunt dijo que llevaba el escudo de armas de los Peverell! ¡Vi cómo lo agitaba ante la cara del tipo del ministerio, casi se lo mete por la nariz!
—¿El escudo de armas de los Peverell? —dijo Hermione con brusquedad—. ¿Viste cómo era?
—No, no lo vi —repuso Harry intentando recordar—. El anillo no tenía nada especial, o al menos no lo supe apreciar; quizá algunos arañazos. Cuando tuve ocasión de examinarlo de cerca, Dumbledore ya lo había roto.
Al ver la sorpresa de Hermione, Harry se dio cuenta de que había comprendido el quid de la cuestión. Ron los miraba estupefacto.
—Vaya… ¿Crees que el escudo también tenía ese símbolo, el símbolo de las reliquias?
—Podría ser —dijo Harry, emocionado—. Sorvolo Gaunt era un desgraciado y un ignorante que vivía en una pocilga; lo único que le importaba era su linaje. Si ese anillo había ido pasando de generación en generación durante siglos, quizá él no supiera qué era en realidad. En esa casa no había ni un solo libro, y, creedme, él no era de la clase de personas que les leen cuentos de hadas a los niños. Debía de encantarle pensar que aquellas rayas que había en la piedra representaban un escudo de armas, porque, según él, tener sangre limpia te convertía prácticamente en un miembro de la realeza.
—Ya. Todo eso es muy interesante —dijo Hermione con cautela—, pero si estás pensando lo mismo que yo…
—Pero podría ser. ¿Por qué no? —perseveró Harry, abandonando toda precaución—. Era una piedra, ¿no? —Miró a Ron buscando su apoyo—. ¿Y si se trataba de la Piedra de la Resurrección?
—Vaya… Pero ¿seguiría funcionando después de que Dumbledore rompiera…? —preguntó Ron, atónito.
—¿Funcionando? ¿Cómo que funcionando? ¡Nunca funcionó, Ron! ¡La Piedra de la Resurrección no existe! —Hermione se había puesto en pie; estaba que se subía por las paredes—. Harry, intentas que todo encaje en la historia de las reliquias y…
—¿Que todo encaje? ¡Pues claro que encaja todo por sí solo, Hermione! ¡Estoy seguro de que el símbolo de las Reliquias de la Muerte estaba en esa piedra! ¡Gaunt dijo que descendía de los Peverell!
—¡Hace un momento has dicho que no llegaste a ver bien la marca que había en la piedra!
—¿Sabes dónde está ese anillo, Harry? —preguntó Ron—. ¿Y qué hizo Dumbledore con él después de abrirlo?
Pero la imaginación de Harry ya estaba muy lejos, mucho más lejos que la de sus compañeros.
«Tres objetos o reliquias, que, si se unen, convertirán a su propietario en el señor de la muerte… señor… conquistador… dominador… El último enemigo que será derrotado es la muerte…» Y se vio a sí mismo como poseedor de las reliquias, enfrentándose a Voldemort, cuyos
Horrocruxes
no podrían competir con él. «Ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…» ¿Sería ésa la respuesta? ¿Reliquias de la Muerte contra
Horrocruxes
? ¿Habría alguna manera, después de todo, de asegurar que fuera Harry quien triunfara? Si se convertía en el amo de las Reliquias de la Muerte, ¿estaría por fin a salvo?
—Harry…
El muchacho apenas oyó a Hermione. Había cogido su capa invisible y la estaba acariciando; la tela era escurridiza como el agua y ligera como el aire. En los casi siete años que llevaba en el mundo mágico, Harry nunca había visto nada parecido. La capa era exactamente como la que había descrito Xenophilius: «… una capa que de verdad convierte en invisible a la persona que la lleva, y que dura eternamente, proporcionando una ocultación constante e impenetrable, sin importar los hechizos que puedan hacerle».
Y entonces dio un grito ahogado al recordar…
—¡Dumbledore tenía mi capa la noche en que murieron mis padres! —Le tembló la voz y se ruborizó, pero le dio igual—. ¡Mi madre le dijo a Sirius que Dumbledore se la había llevado prestada! ¡Claro, quería examinarla porque creía que era la tercera reliquia! ¡Ignotus Peverell está enterrado en Godric's Hollow! —Iba arriba y abajo por la tienda, como si alrededor de él se abrieran nuevas y fabulosas revelaciones—. ¡Es mi antepasado! ¡Yo soy descendiente del hermano menor! ¡Todo tiene sentido!
Se sintió amparado por esa certeza, por su fe en las reliquias, como si la mera idea de poseerlas le proporcionara protección, y se volvió exultante hacia sus dos amigos.
—Harry… —volvió a llamarlo Hermione, pero él estaba quitándose el monedero del cuello. Le temblaban los dedos.
—Léela, Hermione —le dijo—. ¡Léela! ¡Dumbledore tenía la capa! ¿Para qué otra cosa iba a quererla? ¡Él no necesitaba la capa para volverse invisible! ¡Sabía hacer un encantamiento desilusionador potentísimo! ¡Léela! —la urgió, tendiéndole la carta.
En ese momento, un objeto brillante cayó al suelo, rodó y fue a parar debajo de una silla: al sacar la carta del monedero, Harry había sacado la
snitch
sin querer. Se agachó para recogerla, y entonces se le reveló otro nuevo y fabuloso descubrimiento; la sorpresa y el gozo que experimentó lo hicieron gritar:
—¡¡Está aquí!! ¡Dumbledore me dejó el anillo! ¡Está dentro de la
snitch
!
—¿Tú… tú crees que…?
Harry no entendió por qué Ron se quedó tan asombrado. Para él estaba tan claro, era tan evidente… Todo encajaba, todo… Su capa era la tercera reliquia, y cuando descubriera cómo abrir la
snitch
tendría la segunda. Después, lo único que tenía que hacer era encontrar la primera —la Varita de Saúco—, y entonces…
Pero de pronto fue como si un telón cayera sobre un escenario iluminado, y toda su emoción, su esperanza y su felicidad se apagaron de golpe. Se quedó inmóvil en la oscuridad y el maravilloso hechizo se rompió.
—Eso es lo que busca. —Su tono hizo que Ron y Hermione se asustaran aún más—. Quien-vosotros-sabéis anda tras la Varita de Saúco.
Les dio la espalda y sus amigos se quedaron mirándolo con gesto de incredulidad y aprensión. Pero él sabía que no se equivocaba. Todo tenía sentido: Voldemort no estaba buscando una varita nueva, sino una varita vieja, viejísima. Fue hasta la entrada de la tienda, olvidándose de los otros dos, y escudriñó la oscuridad sin dejar de cavilar…
Voldemort se había criado en un orfanato de
muggles
y nadie le contó
Los Cuentos de Beedle el Bardo
cuando era niño, igual que a Harry. Muy pocos magos creían en las Reliquias de la Muerte. ¿Acaso sabría Voldemort algo acerca de ellas?
Siguió escudriñando la noche mientras reflexionaba: si Voldemort hubiera estado al corriente de la existencia de esas reliquias, sin duda habría hecho cualquier cosa por conseguirlas, porque eran tres objetos que convertían a su poseedor en señor de la muerte, y además no habría necesitado los
Horrocruxes
. ¿Acaso el simple hecho de haberse quedado con una reliquia y convertirla en
Horrocrux
no demostraba que no conocía ese gran secreto mágico que Harry acababa de descubrir?
Todo ello significaba que Voldemort buscaba la Varita de Saúco sin ser consciente de su poder, sin saber que era una de las tres reliquias… porque la varita era la única cuya existencia no se había mantenido en secreto. «El rastro de sangre de la Varita de Saúco recorre las páginas de la historia de la magia…»
Estaba nublado. Harry contempló el contorno de las nubes plateadas y grises que se deslizaban ante la blanca luna; se sentía aturdido por sus descubrimientos.
Regresó a la tienda y le sorprendió encontrar a sus dos amigos de pie, exactamente como los había dejado: Hermione con la carta de Lily en las manos y Ron a su lado. Éste parecía un poco preocupado. ¿No se daban cuenta de lo mucho que habían avanzado en su misión en los últimos minutos?
—Ya está —dijo Harry, intentando contagiarlos de su prodigiosa certeza—. Esto lo explica todo. Las Reliquias de la Muerte existen, y yo tengo una, quizá dos. —Les mostró la
snitch
—. Y Quien-vosotros-sabéis está buscando la tercera, aunque él no lo sabe y cree que sólo se trata de una varita con un poder inusual…
—Harry —lo interrumpió Hermione, acercándose para devolverle la carta de Lily—. Lo siento, pero creo que te equivocas.
—Pero ¿es que no lo ves? Todo encaja…
—¡No, no encaja, Harry! Te engañas a ti mismo. Por favor —suplicó impidiéndole replicar—, contéstame a una pregunta: si las Reliquias de la Muerte existen y si Dumbledore lo sabía, si sabía que la persona que poseyera esos tres objetos se convertiría en el señor de la muerte, ¿por qué no te lo dijo, Harry? ¿Por qué?
Él tenía la respuesta preparada:
—Pero, Hermione, si tú me dijiste que debía averiguarlo por mí mismo. ¡Es una prueba a superar!
—¡Eso sólo lo dije para persuadirte de ir a visitar a los Lovegood, pero en realidad no lo creía! —se exasperó Hermione.
—A Dumbledore le gustaba que yo encontrara las cosas por mis propios medios —continuó Harry, sin hacerle caso—. Me dejaba poner a prueba mi fuerza, me dejaba correr riesgos. La búsqueda que se me plantea responde a su típica manera de actuar.
—¡Esto no es ningún juego, Harry, ni ningún ejercicio práctico! ¡Esto es la vida real, y Dumbledore te dejó instrucciones específicas: encontrar y destruir los
Horrocruxes
! Ese símbolo no significa nada, olvídate de las Reliquias de la Muerte, no podemos permitirnos el lujo de desviarnos de nuestro objetivo…
Harry apenas la escuchaba. Le daba vueltas y más vueltas a la
snitch
entre las manos, como convencido de que en cualquier momento se abriría por sí sola y revelaría la Piedra de la Resurrección; entonces su amiga comprobaría que él tenía razón y que las reliquias eran reales.
Hermione recurrió a Ron y le espetó:
—Tú no te lo crees, ¿verdad?
—Pues no lo sé. Bueno, hay cosas que sí encajan —dijo el chico, vacilante—. Pero cuando miras el cuadro general… ¡Uf! Mira, yo creo que tenemos que destruir los
Horrocruxes
, Harry; eso fue lo que Dumbledore nos pidió que hiciéramos. Quizá… quizá deberíamos olvidarnos de las reliquias.
—Gracias, Ron —dijo Hermione—. Ya hago yo la primera guardia.
Pasó al lado de Harry, muy decidida, y se sentó en la entrada de la tienda, como diciendo que no había nada más que hablar.
Pero Harry apenas durmió esa noche. La idea de las Reliquias de la Muerte lo obsesionaba y no lograba conciliar el sueño, porque esos inquietantes pensamientos no lo dejaban en paz: la varita, la piedra y la capa; si pudiera poseer los tres…
«Me abro al cierre.» Pero ¿qué era el cierre? ¿Por qué no conseguía hacerse ya con la piedra? Si la poseyera, podría formularle esas preguntas a Dumbledore… Se puso a murmurarle cosas a la
snitch
en la oscuridad; lo intentó todo, incluso le habló en
pársel
, pero la pelota dorada no se abría.
¿Y la Varita de Saúco? ¿Dónde estaba escondida? ¿Dónde estaría buscándola Voldemort? Harry deseaba que le doliera la cicatriz para acceder a los pensamientos de Voldemort, porque por primera vez el Señor Tenebroso y él buscaban el mismo objeto… A Hermione no le habría gustado nada esa idea, desde luego. Pero es que ella no creía… En cierto modo, Xenophilius tenía razón al definirla: «extremadamente limitada, intolerante y cerrada». En el fondo, a Hermione la asustaba la idea de las Reliquias de la Muerte, sobre todo la Piedra de la Resurrección… Volvió a llevarse la
snitch
a los labios, la besó, se la metió en la boca… pero el frío metal seguía sin ceder.
Casi al amanecer se acordó de Luna (sola en una celda de Azkaban, rodeada de
dementores
) y de repente se avergonzó de sí mismo. Absorto en sus febriles cavilaciones, se había olvidado por completo de ella. Si pudieran rescatarla… Pero era imposible enfrentarse a semejante número de
dementores
. Entonces reparó en que todavía no había tratado de hacer un
patronus
con la varita de endrino. Lo intentaría por la mañana…
Si hubiera alguna manera de conseguir otra varita mejor…
Y el deseo de dar con la Varita de Saúco —la Vara Letal, invencible, imbatible— volvió a apoderarse de él…
Por la mañana recogieron la tienda y se pusieron en marcha bajo un deprimente aguacero. La lluvia los persiguió hasta la costa, donde de nuevo montaron la tienda esa noche, y persistió a lo largo de toda la semana, mientras recorrían terrenos empapados que a Harry le resultaban inhóspitos y lúgubres. Él sólo pensaba en las Reliquias de la Muerte. Era como si en su interior hubiera prendido una llama que nada, ni siquiera la rotunda incredulidad de Hermione o las incesantes dudas de Ron, podría apagar. Sin embargo, cuanto más intenso era su deseo de encontrar esos objetos, más desgraciado se sentía, y de ello culpaba a sus amigos, cuya decidida indiferencia era tan perjudicial para su moral como la implacable lluvia; no obstante, su certeza era absoluta. La fe de Harry en las reliquias y su deseo de encontrarlas lo consumía a tal punto que se sentía aislado de sus dos compañeros y de la obsesión de éstos por los
Horrocruxes
.
—¿Te atreves a acusarnos de obsesivos? —le espetó Hermione una noche con fiereza, cuando Harry cometió el error de emplear esa palabra después de que ella le recriminara el poco interés que mostraba por localizar los otros
Horrocruxes
—. ¡Los que estamos obsesionados no somos nosotros, Harry! ¡Nosotros sólo estamos haciendo lo que Dumbledore deseaba!
Pero a Harry no le afectó esa velada crítica, porque él estaba convencido de que Dumbledore había dejado el símbolo de las reliquias en el libro para que Hermione lo descifrara, y además había escondido la Piedra de la Resurrección en la
snitch
dorada. «Ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…», «señor de la muerte…» ¿Cómo era posible que ni Ron ni Hermione lo entendieran?
—«El último enemigo que será derrotado es la muerte» —citó Harry con serenidad.
—Suponía que era a Quien-tú-sabes a quien combatíamos —replicó Hermione, y él no insistió.
Incluso el misterio de la cierva plateada, del que sus dos amigos se empeñaban en seguir hablando, le parecía a Harry menos importante ya; era un mero entretenimiento secundario. En cambio, había otra cosa que sí le importaba: volvía a molestarle la cicatriz. Se esmeraba en ocultárselo a los otros dos, y siempre que le dolía se retiraba para estar solo, pero lo que veía lo decepcionaba. Las visiones que Harry y Voldemort compartían habían perdido calidad: se habían vuelto borrosas y movidas, como si las enfocaran y desenfocaran continuamente. Lo único que el muchacho distinguía eran los vagos rasgos de un objeto con aspecto de cráneo, y una forma que recordaba una montaña, pero semejante a un borrón desdibujado. Acostumbrado a unas imágenes tan nítidas que parecían reales, aquel cambio lo desconcertó. Le preocupaba que la conexión entre Voldemort y él se hubiera dañado, una conexión temida pero al mismo tiempo, pese a lo que le hubiera dicho a Hermione, valorada. Hasta cierto punto relacionaba esas imágenes imprecisas e insatisfactorias con la destrucción de su varita mágica, como si la responsable de que ya no pudiera introducirse en la mente de Voldemort tan bien como antes fuera la varita de endrino.