Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Bueno… sí, he expresado esa opinión…
—¡Ah, ya entiendo! Lo dice para que lo hagan los demás, pero no usted —replicó Ron.
Lovegood se limitó a tragar saliva y mirarlos uno a uno. A Harry le pareció que el pobre hombre estaba librando una dolorosa lucha interior.
—¿Dónde está Luna? —preguntó Hermione—. Veamos qué opina ella.
Xenophilius tragó saliva una vez más, como si estuviera armándose de valor. Por fin, con una voz temblorosa que apenas se oyó (ahogada por el ruido de la prensa), dijo:
—Luna está en el arroyo pescando
plimpys
de agua dulce. Seguro… seguro que se alegrará de veros. Voy a llamarla, y entonces… Sí, muy bien. Intentaré ayudarte.
Bajó por la escalera de caracol, y los chicos oyeron abrirse y cerrarse la puerta principal mientras cruzaban miradas.
—¡Maldito cobarde! —estalló Ron—. Luna tiene diez veces más agallas que él.
—Debe de estar preocupado por lo que les pasará si los
mortífagos
se enteran de que he estado aquí —conjeturó Harry.
—Yo estoy de acuerdo con Ron —dijo Hermione—. Es un hipócrita asqueroso. Le dice a todo el mundo que te ayude, pero él intenta escurrir el bulto. Y por lo que más quieras, Harry, apártate de ese cuerno.
El muchacho se acercó a la ventana situada al otro lado de la habitación y divisó un riachuelo, una estrecha y reluciente franja de agua que discurría al pie de la colina. Un pájaro pasó aleteando por delante de él mientras miraba en dirección a La Madriguera, invisible detrás de otras colinas, a pesar de que se hallaban a gran altura. Ginny debía de estar allí, y Harry pensó que nunca habían estado tan cerca el uno del otro desde el día de la boda de Bill y Fleur. Aunque Ginny no podía imaginar ni por asomo que en ese momento él miraba en dirección a la casa pensando en ella. Supuso que era mejor así, porque cualquiera que estuviera en contacto con él corría peligro, y la actitud de Xenophilius lo demostraba.
Se apartó de la ventana y su mirada fue a parar sobre un extraño objeto colocado en un abarrotado y curvado aparador. Era el busto de piedra de una bruja hermosa pero de expresión austera, con un estrafalario tocado: a cada lado de la cabeza le salía una especie de trompetilla dorada, y una correa de piel con un par de diminutas y relucientes alas azules pegadas le cubría la parte superior; en la frente llevaba otra correa con uno de aquellos rábanos de color naranja, también pegado.
—Mirad esto —dijo Harry.
—Un primor —soltó Ron—. Me sorprende que el señor Lovegood no se lo pusiera para ir a la boda.
Entonces oyeron cerrarse la puerta principal, y un momento después Xenophilius subió de nuevo por la escalera de caracol. Llevaba puestas unas botas de goma y sostenía una bandeja con un variopinto surtido de tazas de té y una humeante tetera.
—¡Ah, veo que habéis descubierto mi invento favorito! —dijo y, entregándole la bandeja a Hermione, se acercó a Harry, que continuaba junto a la figura—. Es una reproducción muy digna de la cabeza de la hermosa Rowena Ravenclaw. «¡Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres!» —Señaló los objetos que parecían trompetillas, y explicó—: Son sifones de
torposoplo
; sirven para eliminar cualquier foco de distracción del entorno inmediato de un pensador; eso —indicó las alitas— es una hélice de
billywig
, que propicia un estado de ánimo elevado, y por último —señaló el rábano naranja—, la ciruela dirigible, que mejora la capacidad de aceptar lo extraordinario.
Lovegood se acercó a la bandeja del té, que Hermione había conseguido depositar en precario equilibrio sobre una de las abarrotadas sillitas.
—¿Os apetece una infusión de
gurdirraíz
? —ofreció—. La hacemos nosotros mismos. —Mientras servía la bebida, de un color morado tan intenso como el zumo de remolacha, añadió—: Luna está abajo, en el Puente del Fondo; se ha emocionado mucho al saber que estáis aquí. No creo que tarde; ya ha pescado suficientes
plimpys
para preparar sopa para todos. Así que sentaos y servíos azúcar. —Retiró un tambaleante montón de papeles de una butaca, se sentó y cruzó las piernas (todavía no se había quitado las botas de goma). Luego preguntó—: Bueno, ¿en qué puedo ayudarte, Potter?
—Verá… —repuso Harry mirando a Hermione, que asintió para darle ánimo— se trata de ese símbolo que llevaba usted colgado del cuello en la boda de Bill y Fleur. Nos gustaría saber qué significa.
—¿Te refieres al símbolo de las Reliquias de la Muerte? —inquirió Xenophilius, extrañado.
Harry se volvió hacia Ron y Hermione. Tampoco ellos parecían haber entendido.
—¿Ha dicho usted las Reliquias de la Muerte?
—Eso es. ¿No habéis oído hablar de ellas? No me sorprende, pues muy pocos magos creen en ellas. ¡Acordaos de aquel cabeza de chorlito que estaba en la boda de tu hermano —dijo mirando a Ron—, que me agredió por llevar el símbolo de un famoso mago tenebroso! ¡Qué ignorancia! Las reliquias no tienen nada que ver con la magia oscura, al menos en sentido estricto. Uno simplemente utiliza el símbolo para darse a conocer a otros creyentes, con la esperanza de que lo ayuden en su búsqueda.
Le echó varios terrones de azúcar a su infusión de
gurdirraíz
, la removió y bebió un sorbo.
—Perdone —intervino Harry—, pero sigo sin entenderlo del todo.
Para ser educado, bebió también un sorbo de infusión, y estuvo a punto de vomitar; la bebida era asquerosa, como si alguien hubiera licuado grageas de todos los sabores con gusto a mocos.
—Bueno, es que los creyentes buscan las Reliquias de la Muerte —explicó Xenophilius mientras se relamía como si estuviera encantado con la infusión de
gurdirraíz
.
—Pero ¿qué son las Reliquias de la Muerte? —preguntó Hermione.
—Supongo que conocéis «La fábula de los tres hermanos», ¿no? —inquirió y dejó la taza vacía.
—No —contestó Harry, pero Ron y Hermione dijeron:
—Sí.
—Vaya, vaya, Potter; pues todo empieza a partir de esa fábula —afirmó Xenophilius, muy serio—. Veamos, he de tener un ejemplar por algún sitio… —Paseó vagamente la mirada por las montañas de pergaminos y libros que había en la habitación.
—Yo tengo un ejemplar, señor Lovegood —dijo Hermione, y sacó
Los Cuentos de Beedle el Bardo
del bolsito de cuentas.
—¿Es el original? —preguntó Xenophilius, asombrado, y, al ver que Hermione asentía, sugirió—: Bueno, pues ¿por qué no nos lees esa historia en voz alta? Así nos aseguraremos de que todos la entendemos.
—De acuerdo —aceptó Hermione, nerviosa. Abrió el libro y Harry vio que el símbolo que estaban investigando aparecía al principio de la página. Hermione tosió un poco y comenzó a leer—: «Había una vez tres hermanos que viajaban a la hora del crepúsculo por una solitaria y sinuosa carretera…»
—Mi madre siempre decía «a medianoche» —la interrumpió Ron, que se había puesto cómodo, con los brazos detrás de la cabeza, para escuchar la lectura. Hermione lo miró con fastidio—. ¡Perdona, perdona! Es que si te imaginas que es medianoche da más miedo —se excusó.
—Claro, como no pasamos bastante miedo ya… —terció Harry, burlón. Xenophilius no parecía prestarles mucha atención y contemplaba el cielo por la ventana—. Sigue, Hermione.
—«Los hermanos llegaron a un río demasiado profundo para vadearlo y demasiado peligroso para cruzarlo a nado. Pero como los tres hombres eran muy diestros en las artes mágicas, no tuvieron más que agitar sus varitas e hicieron aparecer un puente para salvar las traicioneras aguas. Cuando se hallaban hacia la mitad del puente, una figura encapuchada les cerró el paso… Y la Muerte les habló…»
—¿Cómo que la Muerte les habló? —la interrumpió Harry.
—¡Es un cuento de hadas, Harry!
—Vale, perdona. Sigue.
—«Y la Muerte les habló. Estaba contrariada porque acababa de perder a tres posibles víctimas, ya que normalmente los viajeros se ahogaban en el río. Pero ella fue muy astuta y, fingiendo felicitar a los tres hermanos por sus poderes mágicos, les dijo que cada uno tenía opción a un premio por haber sido lo bastante listo para eludirla.
»Así pues, el hermano mayor, que era un hombre muy combativo, pidió la varita mágica más poderosa que existiera, una varita capaz de hacerle ganar todos los duelos a su propietario; en definitiva, ¡una varita digna de un mago que había vencido a la Muerte! Ésta se encaminó hacia un saúco que había en la orilla del río, hizo una varita con una rama y se la entregó.
»A continuación, el hermano mediano, que era muy arrogante, quiso humillar aún más a la Muerte, y pidió que le concediera el poder de devolver la vida a los muertos. La Muerte cogió una piedra de la orilla del río y se la entregó, diciéndole que la piedra tendría el poder de resucitar a los difuntos.
»Por último, la Muerte le preguntó al hermano menor qué deseaba. Éste era el más humilde y también el más sensato de los tres, y no se fiaba un pelo. Así que le pidió algo que le permitiera marcharse de aquel lugar sin que ella pudiera seguirlo. Y la Muerte, de mala gana, le entregó su propia capa invisible.»
—¿La Muerte tiene una capa invisible? —volvió a interrumpirla Harry.
—Sí, para acercarse a sus víctimas sin que la vean —confirmó Ron—. A veces se harta de correr detrás de ellas, agitando los brazos y chillando… Perdona, Hermione.
—«Entonces la Muerte se apartó y dejó que los tres hermanos siguieran su camino. Y así lo hicieron ellos mientras comentaban, maravillados, la aventura que acababan de vivir y admiraban los regalos que les había dado la Muerte. A su debido tiempo, se separaron y cada uno se dirigió hacia su propio destino.
»El hermano mayor siguió viajando algo más de una semana, y al llegar a una lejana aldea buscó a un mago con el que mantenía una grave disputa. Naturalmente, armado con la Varita de Saúco, era inevitable que ganara el duelo que se produjo. Tras matar a su enemigo y dejarlo tendido en el suelo, se dirigió a una posada, donde se jactó por todo lo alto de la poderosa varita mágica que le había arrebatado a la propia Muerte, y de lo invencible que se había vuelto gracias a ella.
»Esa misma noche, otro mago se acercó con sigilo mientras el hermano mayor yacía, borracho como una cuba, en su cama, le robó la varita y, por si acaso, le cortó el cuello. Y así fue como la Muerte se llevó al hermano mayor.
»Entretanto, el hermano mediano llegó a su casa, donde vivía solo. Una vez allí, cogió la piedra que tenía el poder de revivir a los muertos y la hizo girar tres veces en la mano. Para su asombro y placer, vio aparecer ante él la figura de la muchacha con quien se habría casado si ella no hubiera muerto prematuramente.
»Pero la muchacha estaba triste y distante, separada de él por una especie de velo. Pese a que había regresado al mundo de los mortales, no pertenecía a él y por eso sufría. Al fin, el hombre enloqueció a causa de su desesperada nostalgia y se suicidó para reunirse de una vez por todas con su amada. Y así fue como la Muerte se llevó al hermano mediano.
»Después buscó al hermano menor durante años, pero nunca logró encontrarlo. Cuando éste tuvo una edad muy avanzada, se quitó por fin la capa invisible y se la regaló a su hijo. Y entonces recibió a la Muerte como si fuera una vieja amiga, y se marchó con ella de buen grado. Y así, como iguales, ambos se alejaron de la vida.»
Hermione cerró el libro, pero Xenophilius tardó un momento en reparar en que la muchacha había terminado de leer; entonces desvió la mirada de la ventana y dijo:
—Bueno, ya lo sabéis.
—¿Perdón? —preguntó Hermione, confusa.
—Ésas son las Reliquias de la Muerte —explicó.
A continuación cogió una pluma de una mesa abarrotada de cachivaches, sacó un trozo de pergamino de entre los libros y las enumeró:
—La Varita de Saúco —y trazó una línea vertical en el pergamino—; la Piedra de la Resurrección —y dibujó un círculo encima de la línea—, y la Capa Invisible —y, al trazarla, encerró la línea y el círculo en un triángulo componiendo el símbolo que tanto intrigaba a Hermione—. Las tres juntas son las Reliquias de la Muerte.
—Pero en la fábula no se menciona esa expresión —observó Hermione.
—No, por supuesto que no —admitió Xenophilius con una petulancia exasperante—. «La fábula de los tres hermanos» es un cuento infantil, narrado para divertir más que para instruir. Sin embargo, los que entendemos de semejantes materias sabemos que ese antiguo relato se refiere a tres objetos o reliquias que, si se unen, convertirán a su propietario en el señor de la muerte.
Se quedaron en silencio y Xenophilius echó un nuevo vistazo por la ventana; el sol estaba declinando.
—Luna no tardará. Ya debe de tener suficientes
plimpys
—musitó.
—Cuando dice «señor de la muerte»… —terció Ron.
—Señor, o conquistador, o dominador. —Xenophilius agitó una mano con displicencia—. Puedes usar el término que prefieras.
—Pero entonces… ¿quiere decir —comentó Hermione muy despacio, y Harry captó que intentaba borrar de su voz todo rastro de escepticismo— que usted cree que esos objetos, esas reliquias, existen de verdad?
—Pues claro.
—Pero, señor Lovegood —Harry notó que su amiga estaba a un tris de perder otra vez el control—, ¿cómo puede usted creer…?
—Luna me ha hablado mucho de ti, jovencita —la interrumpió el mago—. Tengo entendido que no eres poco inteligente, pero sí extremadamente limitada, intolerante y cerrada.