Harry Potter. La colección completa (295 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Impresionante —admitió Harry en voz baja sonriendo—. Verdaderamente impresionante. El doctor Filibuster va a tener que cerrar su negocio, seguro…

—Gracias —susurró George, y se secó las lágrimas de risa de la cara—. Ay, espero que ahora intente un hechizo desvanecedor… Se multiplican por diez cada vez que lo intentas.

Aquella tarde los fuegos artificiales siguieron ardiendo y extendiéndose por el colegio. Pese a que ocasionaron graves trastornos, sobre todo los petardos, a los otros profesores no pareció importarles mucho.

—¡Vaya! —exclamó la profesora McGonagall con sarcasmo cuando uno de los dragones entró en su clase y se puso a volar describiendo círculos y lanzando sonoros estallidos y llamaradas—. Señorita Brown, ¿le importaría ir al despacho de la directora e informarle de que un dragón se ha escapado y ha entrado en nuestra aula?

El resultado de aquel jaleo fue que la profesora Umbridge se pasó la primera tarde como directora corriendo por el colegio y acudiendo a los llamamientos de los otros profesores, ninguno de los cuales parecía capaz de echar de su aula a los fuegos artificiales sin su ayuda. Cuando sonó la última campana y volvían a la torre de Gryffindor con sus mochilas, Harry vio con inmensa satisfacción que la profesora Umbridge, completamente despeinada y cubierta de hollín, salía tambaleándose y sudorosa del aula del profesor Flitwick.

—¡Muchas gracias, profesora! —decía el profesor Flitwick con su aguda vocecilla—. Me habría librado yo mismo de las bengalas, por supuesto, pero no estaba seguro de si tenía autoridad para hacerlo.

Y radiante de alegría, le dio con la puerta de la clase en las narices.

Aquella noche Fred y George fueron los héroes de la sala común de Gryffindor. Hasta Hermione se abrió paso entre la emocionada multitud para felicitarlos.

—Han sido unos fuegos artificiales maravillosos —dijo con admiración.

—Gracias —repuso George, sorprendido y complacido—. Son los Magifuegos Salvajes Weasley. El único problema es que hemos gastado todas nuestras existencias; ahora tendremos que volver a empezar desde cero.

—Pero ha valido la pena —añadió Fred mientras anotaba los pedidos que le hacían los vociferantes alumnos de Gryffindor—. Si quieres apuntarte en la lista de espera, Hermione, la Magicaja Sencilla vale cinco galeones, y la Deflagración Deluxe, veinte…

Hermione volvió a la mesa donde estaban sentados Harry y Ron, que observaban sus mochilas como si tuvieran la esperanza de que sus deberes salieran de ellas y empezaran a hacerse solos.

—¿Por qué no nos tomamos una noche libre? —les propuso Hermione alegremente, y un cohete con cola plateada pasó zumbando al otro lado de la ventana—. Al fin y al cabo, las vacaciones de Pascua empiezan el viernes, ya tendremos tiempo para estudiar.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ron mirándola con incredulidad.

—Ahora que lo dices —contestó Hermione, muy contenta—, ¿sabéis una cosa? Creo que me siento un poco… rebelde.

Harry seguía oyendo los lejanos estallidos de los petardos que se habían escapado, cuando él y Ron subieron a acostarse una hora más tarde; y cuando se estaba desvistiendo, una bengala pasó flotando junto a la torre y dibujó claramente la palabra
«CACA»
.

Harry se metió en la cama bostezando. Se había quitado las gafas y cada vez que pasaba un cohete al otro lado de la ventana veía un bello y misterioso rastro borroso, como nubes chispeantes contra el negro cielo. Se tumbó sobre un costado y se preguntó qué pensaría la profesora Umbridge de su primer día en el puesto de Dumbledore, y cómo reaccionaría Fudge al enterarse de que el colegio se había pasado casi toda la jornada en el caos más absoluto. Harry cerró los ojos y sonrió…

Parecía que las explosiones y los silbidos de los fuegos artificiales, que habían salido disparados hacia los jardines, cada vez eran más lejanos… O quizá fuera que él se alejaba a toda velocidad de ellos…

Había ido a parar al pasillo que conducía al Departamento de Misterios. Corría hacia la puerta negra… «Que se abra, que se abra…»

La puerta se abría. Harry estaba dentro de la sala circular rodeada de puertas… La cruzaba, ponía la mano sobre una puerta idéntica y ésta se abría hacia dentro…

Ahora estaba en una habitación larga y rectangular donde se oía un extraño chasquido mecánico. En las paredes había motas de luz que se movían, pero Harry no se detenía a investigar de dónde provenían… Tenía que continuar…

Había una puerta al fondo…, y ésta también se abría cuando Harry la tocaba…

Ahora estaba en una habitación en penumbra, alta y espaciosa como una iglesia, donde sólo había hileras y más hileras de altísimas estanterías, llenas de pequeñas y polvorientas esferas de cristal soplado. Harry estaba emocionado, y el corazón le latía muy deprisa… Sabía adónde tenía que ir… Echaba a correr, pero sus pasos no hacían ruido en el enorme y desierto recinto…

Había algo en aquella habitación que él deseaba más que nada en el mundo…

Algo que él quería… o que alguien más quería…

Le dolía la cicatriz…

¡PUM!

Harry despertó al instante, aturdido y furioso. Se oían risas en el dormitorio.

—¡Genial! —exclamó Seamus, cuya silueta se destacaba contra la ventana—. Creo que una girándula ha chocado contra un cohete y se han fusionado, ¡no os lo perdáis!

Harry oyó que Ron y Dean se levantaban de la cama para verlo mejor. Él se quedó quieto y callado mientras remitía el dolor de la cicatriz y se le pasaba la decepción. Le parecía que le habían privado de un placer fabuloso en el último momento… Esa vez había estado muy cerca.

En esos momentos, unos relumbrantes cochinillos alados de color rosa y plateado volaban al otro lado de las ventanas de la torre de Gryffindor. Harry se quedó tumbado escuchando los gritos de admiración de los alumnos de su casa en los dormitorios de abajo, pero se le encogió el estómago al recordar que al día siguiente tenía clase de Oclumancia.

Harry pasó todo el día siguiente temiendo qué iba a decirle Snape si se enteraba de hasta dónde se había adentrado en el Departamento de Misterios en su último sueño. Se dio cuenta, arrepentido, de que no había practicado Oclumancia ni una sola vez desde la última clase, pero habían pasado demasiadas cosas desde que Dumbledore se había marchado; estaba seguro de que no habría podido vaciar su mente aunque lo hubiera intentado. Sin embargo, dudaba que Snape aceptara eso como excusa.

Aquel día intentó practicar un poco durante las clases, pero no sirvió de nada. Hermione no paraba de preguntarle qué le ocurría cada vez que él se quedaba callado intentando alejar de su mente toda emoción y todo pensamiento, aunque había que reconocer que poner la mente en blanco en clase, mientras los profesores los acribillaban a preguntas de repaso, no era lo más adecuado.

Después de la cena, Harry se dirigió al despacho de Snape preparado para lo peor. Sin embargo, cuando cruzaba el vestíbulo, Cho se le acercó corriendo.

—Aquí —indicó Harry, contento de tener un motivo para retrasar su reunión con Snape, y le señaló el rincón del vestíbulo donde estaban los gigantescos relojes de arena. El de Gryffindor ya estaba casi vacío—. ¿Estás bien? No te habrá preguntado la profesora Umbridge nada sobre el
ED
, ¿verdad?

—No, no —respondió Cho—. No, era sólo que…, bueno, sólo quería decirte… Harry, jamás pensé que Marietta se chivaría…

—Ya —repuso él con aire taciturno. Lamentaba que Cho no hubiera elegido a sus amigas con más cuidado; no lo consolaba mucho saber que Marietta todavía estaba en la enfermería y que la señora Pomfrey no había conseguido hacer desaparecer ni un solo grano de su cara.

—En el fondo es una persona encantadora —comentó Cho—. Pero cometió un error…

Harry la miró sin dar crédito a sus oídos.

—¿Una persona encantadora que cometió un error? Pero ¡si nos ha traicionado a todos, incluida tú!

—Bueno, no nos ha pasado nada, ¿verdad? —replicó Cho, suplicante—. Es que su madre trabaja para el Ministerio, y a ella le resulta muy difícil…

—¡El padre de Ron también trabaja para el Ministerio! —saltó Harry, furioso—. Y por si no lo habías notado, él no lleva escrito «chivato» en la cara.

—Eso no ha estado nada bien por parte de Hermione Granger —opinó Cho con dureza—. Debió decirnos que había embrujado esa lista…

—Pues yo creo que fue una idea excelente —replicó Harry con frialdad. Cho se ruborizó y se le pusieron los ojos brillantes.

—¡Ah, sí, se me olvidaba! Claro, si fue idea de tu querida Hermione…

—No te pongas a llorar otra vez —la previno Harry.

—¡No iba a ponerme a llorar! —gritó Cho.

—Ya tengo bastantes problemas.

—¡Pues ve y ocúpate de ellos! —le espetó Cho, furiosa; luego se dio la vuelta y se alejó.

Harry bajó la escalera hacia la mazmorra de Snape. Estaba que echaba chispas, y sabía por experiencia que a Snape le resultaría mucho más fácil entrar en su mente si llegaba enfadado y resentido, pero aun así, antes de alcanzar la puerta de la mazmorra, no fue capaz de pensar en nada más que en unas cuantas cosas que debería haberle dicho a Cho sobre Marietta.

—Llegas tarde, Potter —se quejó Snape fríamente cuando Harry cerró la puerta tras él.

El profesor estaba de pie de espaldas a Harry, retirando algunos pensamientos de su mente, como de costumbre, y colocándolos con cuidado en el
pensadero
de Dumbledore. Dejó la última hebra plateada en la vasija de piedra y se volvió para mirar a Harry.

—Bueno —dijo—. ¿Has practicado?

—Sí —mintió Harry fijando la vista en una de las patas de la mesa de Snape.

—Ahora lo veremos, ¿no? —comentó éste con voz queda—. Saca la varita, Potter. —Harry se colocó en la posición de siempre, frente al profesor, entre éste y su mesa. Estaba muy enfadado con Cho y muy preocupado por lo que Snape pudiera sacar de su mente—. Contaré hasta tres —anunció Snape perezosamente— Uno, dos…

Pero de pronto se abrió la puerta y Draco Malfoy entró atropelladamente en el despacho.

—Profesor Snape, señor… ¡Oh, lo siento!

Malfoy se quedó mirando a Snape y a Harry, sorprendido.

—No pasa nada, Draco —lo tranquilizó el hombre, y bajó la varita—. Potter ha venido a repasar pociones curativas.

Harry no había visto a Malfoy tan contento desde el día en que la profesora Umbridge se presentó para supervisar la clase de Hagrid.

—No lo sabía —masculló mirando con gesto burlón a Harry, que se había puesto muy colorado. Habría dado cualquier cosa por gritarle la verdad a Malfoy, o mejor aún, por echarle una buena maldición.

—¿Qué ocurre, Draco? —preguntó Snape.

—Es la profesora Umbridge, señor. Han encontrado a Montague, señor, ha aparecido dentro de un servicio del cuarto piso.

—¿Cómo llegó allí?

—No lo sé, señor. Está un poco aturdido.

—Está bien, está bien. Potter —dijo Snape—, continuaremos la clase mañana por la noche.

Y tras pronunciar esas palabras Snape salió pisando fuerte del despacho. Cuando el profesor estaba de espaldas, Malfoy miró a Harry y, moviendo los labios sin emitir ningún sonido, dijo: «¿Pociones curativas?»; luego siguió a Snape.

Harry, que hervía de rabia, se guardó la varita mágica en la túnica y se dispuso a abandonar el despacho. Al menos tenía veinticuatro horas más para practicar; sabía que debía estar agradecido por haberse salvado por los pelos, aunque fuera a costa de que Malfoy le contara a todo el colegio que necesitaba clases particulares de pociones curativas.

Sin embargo, cuando ya estaba a punto de marcharse, vio una mancha de luz temblorosa que danzaba en el marco de la puerta. Se detuvo y se quedó mirándola, y recordó algo… Entonces cayó en la cuenta: se parecía un poco a las luces que había visto en el sueño de la noche anterior, cuando entró en la segunda habitación, durante su incursión en el Departamento de Misterios.

Se dio la vuelta. La luz provenía del
pensadero
, que estaba encima de la mesa de Snape. Su contenido, de un blanco plateado, fluía y se arremolinaba. Los pensamientos de Snape… Lo que el profesor no quería que Harry viera si el chico le rompía accidentalmente las defensas…

Harry se quedó mirando el
pensadero
, muerto de curiosidad. ¿Qué era aquello que Snape tanto quería ocultarle?

Las luces plateadas temblaban en la pared. El muchacho avanzó un par de pasos hacia la mesa dándole vueltas al asunto. ¿Y si lo que Snape estaba decidido a ocultarle era información acerca del Departamento de Misterios?

Harry miró hacia la puerta; el corazón le latía más fuerte y más deprisa que nunca. ¿Cuánto podía tardar Snape en rescatar a Montague del servicio? ¿Volvería después directamente al despacho o acompañaría a Montague a la enfermería? Seguro que lo acompañaba… Montague era el capitán del equipo de
quidditch
de Slytherin, y Snape querría asegurarse de que se encontraba bien.

Harry siguió andando hacia el
pensadero
, se plantó delante de él y observó su contenido. Vaciló un momento aguzando el oído, y luego volvió a sacar la varita mágica. No se oía nada ni en el despacho ni en el pasillo, así que dio un ligero golpe en el
pensadero
con la punta de su varita. La sustancia plateada empezó a arremolinarse muy deprisa. Harry se inclinó sobre ella y vio que se había vuelto transparente. Una vez más, estaba mirando desde arriba el interior de una sala, a través de una ventana circular que había en el techo… Entonces comprendió que, a menos que se equivocara, lo que estaba viendo era el Gran Comedor.

Estaba empañando con el aliento la superficie de los pensamientos de Snape… Tenía la sensación de que su cerebro esperaba algo… Sería una locura hacer lo que estaba tan tentado de hacer… Temblaba… Snape podía regresar en cualquier momento… Pero Harry pensó en la cara de enfado de Cho y en el gesto burlón de Malfoy, y un coraje imprudente se apoderó de él.

Inspiró hondo y hundió la cara en la superficie de los pensamientos de Snape. Inmediatamente, el suelo del despacho dio una sacudida y Harry cayó de cabeza dentro del
pensadero
.

Se precipitaba en una fría oscuridad, girando con furia sobre sí mismo, y entonces…

Estaba de pie en medio del Gran Comedor, pero las cuatro mesas de las casas habían desaparecido, y en su lugar había más de un centenar de mesitas, orientadas hacia el mismo sitio, y en cada una de ellas, sentado con la cabeza gacha, había un estudiante que escribía en un rollo de pergamino. Sólo se oía el rasgueo de las plumas y, de vez en cuando, un susurro cuando alguien colocaba bien el trozo de pergamino. Era evidente que se trataba de un examen.

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